Sermones de San Antonio de Padua: San Antonio de Padua Sermones

Sermones de San Antonio de Padua: San Antonio de Padua Sermones

Sermones de San Antonio de Padua

Entre tantas virtudes que componen la estructura del edificio espiritual, San Antonio se detiene franciscanamente en cuatro que revelan su espiritualidad: la humildad, la obediencia, la pobreza y la caridad.

En la base de su elevación mística, el Santo coloca a la humildad, raíz y madre de todas las virtudes. La humildad se ha convertido en su propio "yo", la esencia de su modo de pensar y de actuar, como se desprende claramente de los Sermones antonianos.

Ésta es la consecuencia de la reflexión sobre la abyección y sobre la nulidad de la naturaleza humana.

Considerando las consecuencias fisiológicas de la nutrición y de la digestión del cuerpo humano obligado a la defecación, San Antonio afirma que ante tal trivialidad cada hombre debe humillarse profundamente. Hasta la concepción y el nacimiento son para San Antonio un motivo para abandonar cualquier sentimiento de soberbia.

La humildad lleva al hombre a conocerse a sí mismo y a Dios. Al igual que el fuego reduce a cenizas y baja las cosas altas, la humildad obliga al soberbio a plegarse y a humillarse, repitiendo las palabras del libro de Génesis: "Eres polvo y al polvo volverás" (3,19). El verdadero humilde se considera un gusano, un hijo de gusano y podredumbre. El desprecio de sí (contemptus sui) es la principal virtud del hombre justo, con la cual él como lombriz de tierra se contrae y se alarga para alcanzar los bienes celestiales. La soberbia es el más grave pecado ante Dios y la humildad la más noble de las virtudes. Ésta soporta con modestia las cosas innobles y deshonestas y es ayudada por la gracia divina.

La humildad está comparada a una flor, porque como una flor posee la belleza del color, la suavidad del perfume y la esperanza del fruto. "Cuando veo una flor - observa San Antonio - espero en el fruto, así como cuando veo un humilde, yo espero en su beatitud celestial".

El Santo coloca en el corazón la sede de la virtud de la humildad. Del mismo modo en que el corazón regula la vida del cuerpo, la humildad preside la vida del alma. Igual que el corazón es el primer órgano que vive y el último que abandona la existencia, así la virtud de la humildad muere junto a él. Si el músculo cardíaco no puede soportar ni un dolor ni una grave enfermedad para no comprometer la vida de los demás órganos, la virtud de la humildad no puede ni lamentarse de las ofensas recibidas ni molestarse por el bienestar de demás, porque si ésta falta se arruina el edificio de las demás virtudes.

Fray Antonio distingue diez grados de humildad que sintetizan todo el camino de la perfección.

1. La humildad exige que el hombre tenga presente el origen humilde de su cuerpo.
2. su gestación en el seno materno,
3. su sencillo nacimiento,
4. su penoso peregrinaje terrenal,
5. sus debilidades
6. y tenga presente el pensamiento de la muerte, "más amarga que cualquier otra amargura".
7. Además, la humildad, estimula al hombre a entrar en el misterio del Cristo humilde,
8. que se ha hecho su siervo y redentor
9. testimonio del amor llevado hasta la locura.
10. El avance del hombre en el camino de la perfección es proporcional a su postración,
porque todo hombre que se alza será descendido y quien se humilla será glorificado.

A través de estos diez escalones, consciente de su enfermedad y de su pobreza, entra por la gracia de Dios en la vida espiritual, se libera de las cosas peligrosas que lo hacen pesado, contempla más claramente su naturaleza auténtica como persona y en las profundidades más íntimas de su alma descubre a Dios presente. La humildad mueve al Santo para que descienda, a fin de que luego ascienda más hacia lo alto y Dios crezca en él.

No hay página de los Sermones que descubra, no digo un principio de vanagloria, incompatible con la santidad, sino ni siquiera que revele la consciencia de su valor real, que podría también conciliarse con la humildad. En Antonio está viva la preocupación de "empequeñecerse", de poner a la sombra sus méritos y sacar a la luz sus defectos, por precaver cualquier ataque de soberbia.

"Tú, ceniza y polvo, ¿De qué te vanaglorias? ¿De la santidad de la vida? Pero es el espíritu el que santifica; no el tuyo, sino el de Dios. ¿Quizás te infunde placer el elogio que el pueblo reserva a tus discursos? Pero es el Señor quien concede el don de la elocuencia y la sabiduría. ¿Qué cosa es tu lengua, si no una pluma en manos de un escribano?". Si un adulador te dice: "Eres experto y sabes muchas cosas", es como si te dijera: "Eres un endemoniado" (los griegos llaman daimonion a un profundo conocedor de las cosas). Tú debes responderles con Cristo: "No estoy endemoniado", porque de mí mismo no sé nada y nada bueno hay en mí; glorifico a mi Dios, le atribuyo todas las cosas y le doy gloria. Él es el principio de toda sabiduría y de toda ciencia".

Naturalmente, el hombre presta su cooperación a la divina bondad. De esta es imposible no tener consciencia. De todos modos, al valorar sus méritos personales el Santo procede con cautela. Los desestima más que exagerar su importancia. Sobre todo, no divide jamás los aspectos positivos de la vida de los negativos. El hombre virtuoso "junto con las cosas bellas que hace, considera los defectos para su humillación; y el no saber vencerlos, a pesar de su pequeñez, es para él un continuo reproche para vivir en la humildad".

El patrimonio de virtudes que Fray Antonio veía crecer de continuo, se unía a una profunda sabiduría. Los Sermones demuestran espléndidamente la excepcional cultura de Fray Antonio de Padua.

De sus escritos, si no emergen las raras cualidades del genio, resultan estas especialísimas dotes:

o una mente especulativa, o una fuerte memoria, o una laboriosa imaginación, o una aguda capacidad de observación, o una delicata sensibilidad o y una indómita voluntad de aprendizaje. El primer biógrafo de San Antonio no olvidó poner de relieve estas singulares prerrogativas del joven franciscano de Padua.

El Santo no considera que sea alguien ni tampoco asume la actitud del erudito; por el contrario, se declara discípulo de los más ilustres maestros. En el campo de la sabiduría Fray Antonio se compara a Rut la espigadora. El vendrá detrás de los "grandes" tratando de recoger las migajas de su enseñanza.

Hablando de su ciencia, al inicio de los Sermones, y consciente de su propia pobreza, la define con cuatro palabras, cada una de las cuales constituye un acto de humildad: arroyuelo de una pequeña ciencia pobre. Y no se trata de frases de cumplido ante la grave tarea que emprendía con temor y sentido de discreción, porque al concluir la obra él se considera el más insignificante de los frailes.

Invita a sus hermanos lectores a atribuir toda alabanza y honor a Cristo por todo lo edificante que haya escrito y a su ignorancia los defectos observados en su obra; confía a los superiores de la Orden la tarea de revisar, corregir y precisar sus páginas.

Sermones de San Antonio de Padua: San Antonio de Padua Sermone

Por otra parte, interesante lectura, los sermones de San Antonio son desconocidos, pero muy importantes. De todos modos, antes que los encuentre, aquí le escribo algunas frases entresacadas de dichos sermones:

"Si tu prójimo está ciego por la soberbia, en cuanto depende de ti, procura iluminar sus ojos con el ejemplo de tu humildad; si anda cojo por la hipocresía, enderézalo con la acción de la verdad; si está leproso por la lujuria, límpialo con la palabra y el ejemplo de la castidad; si está sordo por la avaricia, muéstrale el ejemplo de la pobreza de Cristo; si murió por sus glotonerías y sus ebriedades, resucítalo con el ejemplo y la virtud de la abstinencia; y evangeliza a los pobres, enseñándoles la vida de Cristo" (Domingo II de Adviento)

"El que se reconoce pecador, se echa a las rodillas de Jesús. Y en este episodio debemos considerar dos cosas: el temor causado por los pecados, cuando dice "se echó"; y la esperanza en la misericordia del Redentor "a las rodillas de Jesús" (Domingo V después de Pentecostés)

"Cristo quiso ser llamado "niño" por muchas razones; pero, por amor a la brevedad, voy a exponer una sola. Si haces una injuria a un niño, si lo provocas con un insulto, si lo golpeas; pero si después le muestras una flor o una rosa o algo semejante, y mientras se la muestras se la entregas, ya no se acuerda de la injuria sufrida, se le pasa la ira y corre a tu encuentro para abrazarte" ( Natividad del Señor)

En 1223, después de predicar en Rimini, entra en contacto con teólogos de la Universidad e Paris, especialmente se inclina por la teología mística de Dionisio el Areopagita, se dedica a la enseñanza de la teología en Bolonia y es el primero que de la orden de san Francisca se dedica como lector a este oficio, enseñó teología en Montepellier y Toulouse en Francia.

El 1227 es elegido ministro o superior de las provincias del norte de Italia, en su trabajo de predicador se cuenta que en 1228 predicó en san Juan de Letran en Roma ante el Papa Gregorio IX. Es en este tiempo por indicación de su Obispo que se tiene concluida las obra los sermones dominicales en 1230 los sermones festivos Yo soy el más pequeño entre ustedes, su hermano y siervo Antonio, para su consolación, para la edificación de los fieles, por la remisión de mis pecados, he compuesto como pude esta obra sobre los Evangelios[1] . Es así que entresacamos de su sermonario sus pensamientos.

La tierra, que deriva del latín tero pisar, triturar, es el cuerpo de Cristo, que, como dice el profeta Isaías (53, 5), "fue triturado a causa de nuestros pecados". Domingo de Septuagésima

Y esta "tierra" (el cuerpo de Cristo) fue excavada y arada con los clavos y con la lanza; y de ella se dice: "La tierra excavada dará fruto a su tiempo. La carne de Cristo, traspasada, dará el reino de los cielos. Domingo de Septuagésima

En el firmamento, o sea, en Cristo ya glorificado con la resurrección, hubo dos lumbreras: el esplendor de la resurrección simbolizada por el sol, y la incorruptibilidad de la carne simbolizada en la luna; pero hay que tener presente la condición del sol y de la luna antes de la caída de nuestros primeros padres, porque, por causa de su desobediencia, todas las criaturas soportan un daño. Domingo de Septuagésima

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Cristo, en efecto, sólo por amor llevó a la cruz en su cuerpo el peso de nuestros pecados. Domingo de Quincuagésima

El hipócrita desprecia y escarnece al Señor: lo desprecia, cuando predica al Crucificado, pero no lleva las llagas del Crucificado; y lo escarnece, cuando se esconde bajo la gloria de la piel (apariencia), para poder engañar a los miembros de Cristo. Domingo de Quincuagésima

¡Ay de mí! ¡Ay de mí! ¡Todo el cuerpo místico de Cristo, que es la iglesia, es de nuevo crucificado y matado! En este cuerpo algunos son la cabeza, otros las manos, otros el cuerpo. Domingo de Quincuagésima

¡No hay de qué maravillarse! "Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, sufrirán persecuciones" (2Tim 3, 12). Domingo de Quincuagésima

Acumula tesoros en el cielo el que da a Cristo. Y da a Cristo el que da al pobre. Miércoles de Ceniza.

En 1223, después de predicar en Rimini, entra en contacto con teólogos de la Universidad e Paris, especialmente se inclina por la teología mística de Dionisio el Areopagita, se dedica a la enseñanza de la teología en Bolonia y es el primero que de la orden de san Francisca se dedica como lector a este oficio, enseñó teología en Montepellier y Toulouse en Francia.

El 1227 es elegido ministro o superior de las provincias del norte de Italia, en su trabajo de predicador se cuenta que en 1228 predicó en san Juan de Letran en Roma ante el Papa Gregorio IX. Es en este tiempo por indicación de su Obispo que se tiene concluida las obra los sermones dominicales en 1230 los sermones festivos Yo soy el más pequeño entre ustedes, su hermano y siervo Antonio, para su consolación, para la edificación de los fieles, por la remisión de mis pecados, he compuesto como pude esta obra sobre los Evangelios[1] . Es así que entresacamos de su sermonario sus pensamientos.

La tierra, que deriva del latín tero pisar, triturar, es el cuerpo de Cristo, que, como dice el profeta Isaías (53, 5), "fue triturado a causa de nuestros pecados". Domingo de Septuagésima

Y esta "tierra" (el cuerpo de Cristo) fue excavada y arada con los clavos y con la lanza; y de ella se dice: "La tierra excavada dará fruto a su tiempo. La carne de Cristo, traspasada, dará el reino de los cielos. Domingo de Septuagésima

En el firmamento, o sea, en Cristo ya glorificado con la resurrección, hubo dos lumbreras: el esplendor de la resurrección simbolizada por el sol, y la incorruptibilidad de la carne simbolizada en la luna; pero hay que tener presente la condición del sol y de la luna antes de la caída de nuestros primeros padres, porque, por causa de su desobediencia, todas las criaturas soportan un daño. Domingo de Septuagésima

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Cristo, en efecto, sólo por amor llevó a la cruz en su cuerpo el peso de nuestros pecados. Domingo de Quincuagésima

El hipócrita desprecia y escarnece al Señor: lo desprecia, cuando predica al Crucificado, pero no lleva las llagas del Crucificado; y lo escarnece, cuando se esconde bajo la gloria de la piel (apariencia), para poder engañar a los miembros de Cristo. Domingo de Quincuagésima

¡Ay de mí! ¡Ay de mí! ¡Todo el cuerpo místico de Cristo, que es la iglesia, es de nuevo crucificado y matado! En este cuerpo algunos son la cabeza, otros las manos, otros el cuerpo. Domingo de Quincuagésima

¡No hay de qué maravillarse! "Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, sufrirán persecuciones" (2Tim 3, 12). Domingo de Quincuagésima

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