Santa Brigida de Suecia: Vida y Romeria

Revelaciones Celestiales de Santa Brígida - Libro 11 “El Sermón del Ángel”

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  • “La primera fortaleza de la discreta abstinencia del cuerpo de la Virgen moderaba en la Señora la comida y bebida, de suerte, que por ninguna superfluidad la apartó nunca del servicio de Dios la menor pereza, ni por la inmoderada parsimonia resultaba jamás sin fuerzas para obrar.”

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    Las Profecías y Revelaciones de Santa Brígida de Suecia - Libro 11 “El Sermón del Ángel”

    Prologo Libro 11

    Como la bienaventurada santa Brígida, princesa de Nericia en el reino de Suecia, ocupase en Roma la casa de los Cardenales, contigua a la iglesia de san Lorenzo in Damaso, e ignorase las lecciones que debieran leer las monjas del monasterio mandado erigir en Suecia por nuestro Señor Jesucristo en honor de su santísima Madre, y cuya regla había dictado el mismo Señor; puesta en oración santa Brígida sin haber qué hacer, apareciósele nuestro Señor Jesucristo y le dijo: Te enviaré mi ángel, el cual te revelará y te dictará la lectura que por la mañana hayan de hacer las monjas en tu monasterio en honor de la Virgen mi Madre; y tú escríbela según el ángel te vaya diciendo.

    Tenía la Santa en su aposento una ventana que daba al altan mayor, por donde podía diariamente ver el cuerpo de Jesucristo, y en ese aposento de disponía todos los días para escribir, colocado el papel en el pupitre y con la pluma en la mano, después de leidas las horas y oraciones; y dispuesta de esta manera esperaba al ángel del Señor, el cual al llegar, se ponía junto a ella de pie y con mucho decoro, con el rostro vuelto siempre muy respetuosamente hacia el altar, donde estaba oculto el cuerpo de Jesucristo. Puesto así el ángel, dictaba clara y ordenadamente a santa Brígida en su idioma patrio la mencionada lectura, esto es, las siguientes lecciones que por la mañana habían de tener las religiosas de dicho monasterio, lecciones que tratan de la eminentísima excelencia concedida desde toda la eternidad a la santísima Virgen María.

    Diariamente escribía la Santa con suma devoción lo que oía de los labios del ángel, y con mucha humildad lo enseñaba aquel mismo día a su confesor. Solía, sin embargo, no venir el ángel algunas veces para dictar; y preguntada entonces la Santa por su confesor sobre la escritura de aquel día, le contestaba: Padre, hoy no he escrito nada, porque he estado esperando mucho tiempo al ángel del Señor, para que dictase y yo escribir, pero no ha venido. Y de esta suerte fué compuesto y dictado por boca del ángel el siguiente sermón angélico en honor de la santísima Virgen María. Dividiólo también el ángel en lecciones que debían tener por la mañana durante la semana las mismas religiosas, por todo el discurso del año, según más adelante se verá.

    Mas así hubo concluido el ángel de dictar este sermón, dijo a la Santa que lo escribía: Ya he hilvanado la túnica de la Reina del cielo, la Madre de Dios; vosotras, pues, cosedla como podáis.

    Por tanto, oh dichosísimas monjas de la religión de la santísima regla del Salvador, que el mismo Salvador y creador de todos dió con sus propios labios por medio de su esposa, tan benigna y humildemente a vosotras y al mundo, preparaos a obrar santamente para recibir con suma reverencia y devoción este sermón sagrado, de orden de Dios dictado por el ángel del Señor a vuestra madre santa Brígida.

    Aplicad vuestros oídos para oir tan sublime e inaudita alabanza nueva de la santísima Virgen María, y meditad con humilde corazón su excelencia desde la eternidad en él manifestada, a fin de que considerándola detenidamente, vayais percibiendo su dulzura con el placer de la contemplación. Alzad después a Dios, con todo vuestro afecto, vuestras manos y vuestros corazones, para darle humildísimas y devotas acciones de gracias por el extraordinario favor que os ha dispensado: lo cual dígnese concedéroslo su santísimo Hijo el Rey de los ángeles, quien con la misma Señora vive y reina siempre por los siglos de los siglos. Amén.



    Sobre la excelencia de la santísima Virgen María, de orden de Dios dictado por el ángel del Señor a santa Brígida, y por igual mandato escrito devotamente por la santa; el cual sermón debe leerse por la mañana en las ferias de lós días de la semana por el discurso de todo el año, según después se dice.

    En estas tres lecciones siguientes manifiesta el ángel cómo desde la eternidad, antes de ser nada creado, amó Dios sobre todas las criaturas a la gloriosísima Virgen María, su Madre.

    Para La Dominica - Lección Primera (Capítulo 1)

    Bendición. Defiéndanos con sus dignísimas súplicas la Virgen gratísima a la santísima trinidad. Amén.

    El Verbo de que hace mención san Juan en su Evangelio, era desde la eternidad un solo Dios con el Padre y con el Espíritu Santo; pues hay tres personas y en ellas una sola divinidad perfecta. Estas tres personas eran coiguales en todas las cosas. Tenían, por tanto, todas ellas una sola voluntad, una sola sabiduría, un solo poder, una sola hermosura, una sola virtud, una sola caridad y un mismo gozo. Resultaría, pues, que este Verbo fuere Dios, si fuese separable del Padre y del Espíritu Santo, como puede tomarse el ejemplo de la palabra así, la cual indica la verdad y consta de tres letras.

    Así como si se quitara de junto a las otras alguna de esas tres letras, no darían entonces el mismo resultado que antes daban, porque no formarían la misma dicción; de la misma manera ha de entenderse respecto a las tres personas en una sola divinidad, porque si alguna de ellas fuese separable de otra, como desigual a otra, o careciendo de algo que otra tuviese, entonces parecería existir en ellas la divinidad, pues ésta es en sí indivisible.

    Tampoco ha de creerse que por haberse revestido de la humanidad el Verbo o Hijo de Dios, se apartó del Padre ni del Espíritu Santo. Pues al modo que la palabra que hemos mencionado, aunque se conserve en el pensamiento y se profiera con la boca, no puede tocarse ni verse, a no ser que se atribuya o se fije en alguna cosa material, igualmente este Verbo, a saber, el Hijo de Dios y Salvador del linaje humano, serían imposible se tocarse ni se viese a no haber estado unido con la carne humana. Al modo también de cuando se ve escrita en un Código cualquiera palabra, se puede además pensar en ella y pronunciarla con los labios, igualmente de ninguna manera ha de dudarse que en la carne tomada existiese visible el Hijo de Dios con el Padre y con el Espíritu Santo.

    Son, pues, verdaderamente tres personas inseparables, inconmutable, eternamente coiguales en todas las cosas y un solo Dios. En este Dios eran conocidas desde la eternidad todas las cosas, presentándose todas ellas reverentemente a su vista con hermosura para su alegría y honor, las cuales, según le plugo después, las pasó sapientísimamente al ser por medio de la creación; pues por ninguna necesidad, ni por ninguna carencia de goce ni de comodidad suya fué obligado Dios a crear ninguna cosa, porque era imposible que este Señor tuviese falta de nada. Luego solamente su ardentísimo amor le movió a crear, para que de su inefable gozo eternamente disfrutaran con él muchos. Por lo cual todas esas cosas que debían ser creadas, las creó después tan bellas, como desde la eternidad se presentaban increadas a su vista. Mas entre todas las cosas entonces increadas había en la presencia de Dios una que excedía en gran manera a las demás y con la cual alegrábase principalmente el Señor.

    En esta cosa increada los cuatro elementos, a saber: el fuego, el aire, el agua y la tierra, aunque entonces también increados, aparecían eternamente a la vista de Dios, de modo que el aire debía ser en ella tan suave, que jamás soplara contra el Espíritu; la tierra también en esa cosa increada debía crearse tan buena y tan fructífera, que nada pudiese crecer en ella que no fuera provechoso para todo lo necesario; el agua igualmente tan tranquila, que por ninguna parte soplaran los torbellinos de los vientos, ni jamás se moviese en ella una ola; y el fuego, en fin, tan alto, que su llama y calor se acercasen a las moradas donde el mismo Dios estaba.

    ¡Oh María, Virgen purísima y fecundísima Madre! Tú eres esta criatura, porque desde la eternidad estuviste así increada ante los ojos de Dios, y después, de esos tan puros y claros elementos recibiste la materia de tu bendito cuerpo. Antes de tu creación estabas increada ante la presencia de Dios, como después mereciste ser hecha, y por tanto, desde el principio aventajabas muchísimo en presencia de Dios, para su mayor gozo, a todo lo que había de ser creado.

    Alegrábase, pues, Dios Padre por las provechosas obras que con su auxilio habías de hacer; alegrábase el Hijo por tu virtuosa constancia, y el Espíritu Santo por tu humilde obediencia. Participaba el Padre del gozo del Hijo y del Espíritu Santo; el Hijo igualmente del gozo del Padre y del Espíritu Santo, y el Espíritu Santo del gozo del Padre y del Hijo: por lo cual, así como todos ellos tenían por tu causa un mismo gozo, igualmente tenían contigo el mismo amor.



    Para La Dominica - Lección Segunda (Capítulo 2)

    Bendición. Socórrenos, Madre de Jesucristo, que diste la alegría al mundo entristecido. Amén.

    Tú también, oh María, la más digna de todas las criaturas, estabas desde el principio delante de Dios antes de que te hubiese creado, como el arca de Noé delante del mismo Noé después que tuvo noticia sobre su fabricación, y antes de haberla concluído según se le había mandado. Conoció Noé en el tiempo en que a Dios plugo, cómo había de ser hecha su arca: conoció Dios antes de todos los tiempos cómo sería hecha su arca, esto es, tu gloriosísimo cuerpo. Alegrábase Noé con su arca antes de ser fabricada: alegrábase grandemente contigo, oh santísima Virgen, el mismo Dios antes de que te creara.

    Alegrábase Noé porque su arca había de ser tan sólida, que no se quebrantase con el furor de las olas: alegrábase Dios, porque tu cuerpo debía ser tan fuerte y tan virtuoso, que por toda la maldad del infierno entero no se inclinara a cometer ningún pecado. Alegrábase Noé porque su arca había de ser embreada interior y exteriormente, de manera que no pudiese entrarle ni un gota de agua: alegrábase Dios, porque preveía que por su bondad tu voluntad debía ser tan buena, que mereciese ser llena de la unción del Espíritu Santo interior y exteriormente, de modo que jamás tuviese cabida en tu pecho la ambición de las cosas temporales que habían de crearse en el mundo; pues tan odiosa para Dios es en el hombre la ambición mundana, como para Noé el agua en la quilla de su arca.

    Regocijábase Noé con la espaciosa anchura de su arca: regocijábase Dios con tu amplísima y misericordiosísima piedad, con que habías de amar perfectísimamente a todos y no odiarías de un modo irracional ninguna cosa creada, principalmente porque esa tu benignísima piedad debía dilatarse tanto, que en tu bendito vientre se dignase descansar y residir ese inmenso Dios cuya grandeza es incomprensible. Regocijábase también Noé porque su arca había de hacerse con bastante luz y sabiduría: regocijábase Dios, porque tu virginidad había de conservarse tan clara hasta tu muerte, que no podría mancharla el contagio de ningún pecado. Regocijábase Noé, porque en su arca había de tener todo lo necesario a su cuerpo: regocijábase Dios, porque todo su cuerpo lo había de tomar de tu solo cuerpo sin defecto alguno.

    En más alto grado se congratulaba por ti Dios, oh la más casta de la vírgenes, que Noé por su arca, pues previó Noé que saldría de su arca con el mismo cuerpo con que en ella entrase: prevía también Dios que entraría sin cuerpo en el arca de tu honestísimo cuerpo, y saldría de ella con cuerpo tomado de tu inmaculada carne y de tu purísima sangre. Supo Noé que dejaría vacía su arca, cuando saliese de ella, adonde jamás volvería: supo también Dios antes de todos los siglos, que cuando de ti naciese con la humanidad, tú, Virgen y gloriosísima Madre, no quedarías vacía como el arca de Noé, sino refulgentísima con todos los dones del Espíritu Santo; y aunque al nacer se apartase su cuerpo del tuyo, previó sin embargo que permanecerías con él eternamente inseparable.



    Para La Dominica - Lección Tercera (Capítulo 3)

    Bendición. Háganos a Dios propicio la que hospedó al mismo Señor. Amén.

    Amaba el Patriarca Abraham a su hijo Isaac desde el punto en que Dios le prometió que le nacería un hijo, muchos años antes que fuese concebido. Con mayor amor, oh dulcísima Virgen María, te amaba el mismo Dios omnipotente antes de ser creado nada, porque desde la eternidad prevía que habías de nacer para su grandísimo gozo. No prevío el Patriarca que por medio del hijo prometido había de manifestarse el sumo amor que a Dios tenía: pero desde la eternidad sabía muy bien Dios que por tu medio debería manifestarse evidentemente a todos el sumo amor que tenía al linaje humano.

    Previó Abraham que su hijo debía ser concebido con pudor y nacer de una mujer carnalmente con él unida: pero previó Dios que en ti, castísima Virgen, debía ser concebido honrosamente sin obra de varón, y que conservada íntegra tu virginidad, debía nacer de ti honestísimamente. Comprendió Abraham, que la carne de su hijo después de engendrado, debía separarse esencialmente de su carne: mas prevía Dios Padre que jamás debía separarse de su majestad esa bendita carne, que su dulcísimo Hijo había determinado tomar de ti, oh purísima Madre; pues el Hijo en el Padre, y el Padre en el Hijo existen esencialmente inseparables siendo un solo Dios.

    Comprendió Abraham que la carne engendrada de su carne debía corromperse y reducirse a polvo como su propia carne: pero sabía Dios que tu purísima carne no debía destruirse ni corromperse, igualmente que su santísima carne, la cual debería ser generada por tu carne virginal. Edificó Abraham a su hijo una morada antes de ser concebido con el intento de que, antes que naciese, habitara en ella: mas a ti, oh incomparable Virgen, eternamente había sido dispuesta la morada en que habitases, a saber, el mismo Dios omnipotente. ¡Oh inefable morada, la cual no solamente te cercó por defuera defendiéndote de todos los peligros, sino también permaneció dentro de ti, inflamándote para perfeccionar todas las virtudes.

    Tres cosas proveía Abraham para su hijo aún no concebido, para que se refrigerase con ellas después de nacido, a saber, trigo, vino y aceite; las cuales eran diferentes entre sí en aspecto, en esencia y en sabor: mas para ti, oh amabilísima Virgen, desde la eternidad para tu perpetuo consuelo te estaba preparado el mismo Dios en tres personas nada diferentes de sí según la esencia divina. Y este mismo Dios por ti, oh María sustentadora de los pobres, estaba dispuesto a proveer del manjar eterno al pobre género humano. Pues por esas tres cosas que preparó el Patriarca para su hijo, pueden entenderse las tres sagradas personas, esto es, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

    Pues así como la grasa o el aceite no pueden arder antes de acercársele la llama, igualmente el ardentísimo amor del Padre no se ostentaba manifiestamenta en el mundo antes de que su Hijo, oh querida esposa de Dios, tomase de ti para sí mismo el cuerpo humano, el cual se entiende por la llama. De la misma manera también que el trigo no puede convertirse en pan, antes de haber sido preparado con muchos instrumentos, igualmente el Hijo de Dios, que es manjar de ángeles, no apareció bajo la forma de pan, para alimento del hombre, hasta que su cuerpo fué formado en tu bendito vientre, de muchos miembros y lineamentos.

    Al modo, pues, que el vino no puede ser transportado, si antes no se han preparado los vasos que le han de llevar; del mismo modo la gracia del Espíritu Santo, que está representada por el vino, no debía administrarse al hombre, para la vida eterna, hasta que el cuerpo de tu amantísimo Hijo, que representa el vaso, no fuese preparado por su pasión y muerte. Pues en este saludable vaso se da copiosísimamente a los ángeles y a los hombres la dulcedumbre de todas las gracias.



    En estas tres lecciones siguientes muestra el ángel cómo después de la caída de Lucifer supieron los ángeles que debía ser creada la santísima Virgen, y cuánto se alegraban por su futura creación; y cómo después de la creación del mundo se veía a la misma Virgen asistir delante de Dios y de los ángeles.

    Feria Segunda - Lección Primera (Capítulo 4)

    Bendición. Llévenos la Reina de los ángeles a la sociedad de los cuidadanos del cielo. Amén.

    Sabiendo, pues, Dios, que para su completo gozo eternamente le bastaban en sí mismo todas las cosas, fué movido a crear algo por su vehemente amor, a fin de que pudiesen otros ser partícipes de su inefable alegría. Creó, por tanto, innumerable muchedumbre de ángeles, dándoles el libre arbitrio de hacer según su capacidad lo que les agradase, para que así como el mismo Señor, solamente por su inflamado amor, los había creado para eternos goces; igualmente ellos, no obligados, sino movidos por su libre voluntad, dieran constantemente a su Creador amor por amor y reverencia por los goces perpetuos.

    Mas, a poco de haber sido creados, algunos de ellos, abusando pésimamente del munificentísimo don del libre arbitrio, comenzaron maliciosamente a tener envidia a su Creador, a quien por su extremado amor hubieran debido amar en gran manera; por lo que al punto cayeron justamente con su malicia desde la felicidad eterna a la perpetua miseria. Pero en la gloria que les estaba preparada permanecieron con su amor otros ángeles, los cuales amaban ardientemente a Dios por su amor, contemplando en el Señor toda hermosura, todo poder y toda virtud.

    Por la contemplación también de Dios supieron los ángeles que solamente este Señor existía sin principio ni fin, que los había creado a ellos y que lo bueno que poseían, lo tenían por poder y bondad del mismo Señor. Con su visión beatífica conocián además, que por la sabiduría de Dios eran ellos tan sabios, que, según la norma del permiso divino, veían claramente todo lo futuro, con lo cual se congratulaban extremadamente, porque conocían que Dios, por su humildad y caridad, quería llenar otra vez para su gloria y consuelo de su ejército aquellas moradas celestiales, de que por soberbia y envidia habían caído miserablemente los inobedientes ángeles.

    En aquel bendito espejo, a saber, en Dios su Creador, veían un respetable asiento, tan inmediato al mismo Dios, que parecía imposible que otro alguno estuviese más próximo a Él, y sabían que estaba por crear el ser a quien desde la eternidad se hallaba preparado aquel asiento. A causa de la vista de la claridad de Dios, inflamábalos al punto a todos ellos el amor divino, de suerte que cada uno amaba al otro como a sí mismo. Amaban, sin embargo, principalmente y sobre todas las cosas a Dios, y más que a ellos mismos a ese ser increado que había de colocarse en el asiento más inmediato a Dios, pues veían que el Señor amaba en gran manera a ese ser increado y se alegraba muy principalmente por su causa.

    ¡Oh Virgen María, consoladora de todos! Vos sois ese ser a quien desde el principio de su creación amaron los ángeles con tan gran amor, que aun cuando se alegraban inefablemente por la dulzura y claridad que tenían en la vista y cercanía de Dios, alegráronse, además, muchísimo de que Vos debíais estar más inmediata a Dios que ellos, y porque conocieron que os estaba reservado mayor amor y mayor dulzura de la que ellos tenían. Sobre aquel asiento veían también una corona de tan gran hermosura y dignidad, que ninguna majestad debía excederla, a no ser la del mismo Dios.

    Por tanto, a pesar de conocer que tenía Dios gran honor y gozo por haberlos creado, veían no obstante que recibía Dios mayor honor y gozo, porque debíais Vos ser creada para ceñir tan sublime corona. Así, pues, alegrábanse más los mismos ángeles, porque Dios quería crearos, que porque a ellos los había creado. Y de este modo, oh santísima Virgen, servisteis de gozo a los ángeles desde el momento de haber sido creados, y fuisteis también, sin principio, el supremo deleite del mismo Dios. Y así, antes de ser creada, oh Virgen la más digna de todas las criaturas, alegrábanse entrañablemente por Vos Dios con los ángeles, y estos con Dios.



    Feria Segunda - Lección Segunda (Capítulo 5)

    Bendición. Muéstrenos el camino recto para la patria la Virgen escogida para Madre de Dios. Amén.

    Tratando, pues, Dios de crear el mundo con las demás criaturas que en él hay, dijo: Hágase. Y al punto fué perfectamente hecho lo que el mismo Señor trataba de crear. Formado el mundo y todas las criaturas, excepto el hombre, y presentándose reverentemente con hermosura ante la presencia divina, estaba todavía delante de Dios un mundo menor increado, lleno de toda hermosura, del cual debía de provenir mayor gloria a Dios y mayor alegría a los ángeles, y a todo hombre que quisiera disfrutar de su bondad, mayor provecho que el de este otro mundo mayor.

    Oh dulcísima Virgen María, amable y provechosa para todos, por este mundo menor entendemos a Vos misma. Resulta también de la Escritura, que Dios quiso apartar la luz de las tinieblas en aquel mundo mayor; pero a la verdad, ese apartamiento de la luz y de las que en Vos debía verificarse después de vuestra creación, agradóle mucho más al Señor, cuando debía apartarse completamente de Vos la ignorancia de la infancia, la cual se compara con las tinieblas, y con vehementísimo amor debía permanecer del todo en vos el conocimiento de Dios con voluntad e inteligencia de vivir según su beneplácito, el cual conocimiento se asemeja a la luz.

    Con razón, pues, compárase con las tinieblas esa tierna infancia, en la cual no es conocido Dios, y de ningún modo se ve lo que deba hacerse. Mas esta tierna infancia la pasasteis Vos inocentísimamente, oh Virgen, libre de todo pecado. Adémas, así como Dios creó juntamente con las estrellas dos luminares necesarios para este mundo, uno que presídiese el día y otro la noche, igualmente dispuso hubiese en Vos otros dos luminares más claros: el primero era vuestra obediencia divina, la que a manera de sol brillara clarísimamente delante de los ángeles en el cielo, y en la tierra delante de los hombres probos, para quienes el sempiterno Dios es el día verdadero: el segundo luminar era vuestra constantísima fe, por lo cual muchos en el tiempo nocturno, esto es, desde aquella hora en que el Criador encarnado debía padecer por la criatura hasta su resurrección, caminando ellos incierta y tristemente por las tinieblas de la desesperación y perfidia, como con la claridad de la luna debían ser llevados al conocimiento de la verdad.

    Los pensamientos de vuestro corazón parecían también semejantes a las estrellas, en que desde aquel tiempo, cuando primeramente tuvisteis conocomiento de Dios, permanecisteis hasta la muerte tan fervorosa en el amor divino, que a la presencia de Dios y de los ángeles aparecían todos vuestros pensamientos más relucientes que las mismas estrellas alta vista humana. Además, el elevado vuelo de varias clases de aves y la sonora cadencia de sus armoniosos trinos, representaban todas las palabras de vuestros labios, que de vuestro cuerpo terrenal debían subir con la mayor suavidad, para suma alegría de los ángeles, hasta los oídos del que está sentado en el trono de la majestad.

    Fuisteis también semejante a toda la tierra, en que así como en este mundo mayor todas las cosas que tienen cuerpo terreno, debían alimentarse con los frutos de la tierra, igualmente todas esas cosas debían obtener de vuestro fruto, no solamente el alimento, sino también la misma vida. Con razón, pues, podrían compararse vuestras obras con los árboles floríferos y fructíferos, porque las habiais de hacer con tanto amor, que con la hermosura de todas ellas y con la suavidad de sus frutos debían deleitar más a Dios y a los ángeles, principalmente debiendo creerse sin ninguna duda que antes de vuestra creación vió Dios en Vos más virtudes que en todo género de hierbas, flores, árboles, frutos, piedras, margaritas y metales, que pudieran encontrarse en todo el ámbito del mundo.

    Por tanto, en Vos, oh mundo menor, todavía increado, complacíase Dios más que con este mundo mayor; porque a pesar de haber sido el mundo creado antes de Vos, había de perecer sin embargo con cuanto contuviese; peroVos debiais permanecer en vuestra inmarcesible hermosura, según eterna disposición de Dios, en el cordialísimo e inseparable amor del mismo Señor. En ninguna cosa, pues, mereció ese mundo mayor, ni pudo merecer ser eterno; pero Vos, oh dichosa María, llena de todas las virtudes, después de vuestra creación, y con el auxilio de la divina gracia, merecisteis dignísimamente con toda perfección de virtudes todas las cosas que en Vos se dignó Dios hacer.



    Feria Segunda - Lección Tercera (Capítulo 6)

    Bendición. Hallase siempre dispuesta a socorrernos la reina adornada con la corona de las virtudes. Amén.

    Dios es la misma virtud y autor de todas las virtudes, siendo imposible a todas las criaturas creadas tener virtud alguna sin auxilio del Señor, quien desde el principio, después de creado el mundo y todas las criaturas, creó últimamente por su virtud al hombre, dándole el libre arbitrio, a fin de que por medio de él perseverara constantemente en el bien para obtener el premio, y no cayese en el mal para recibir el castigo.

    Pues así como entre los hombres se aprecian en poco las obras que rehusan hacer, a no ser metidos en un cepo o con grillos; y por la inversa son dignas de amor y de subido premio las obras de los que no las practican forzados sino voluntariamente y con sincero amor; del mismo modo si no hubiese dado Dios el libre arbitrio a los ángeles y a los hombres, parecerían en cierta manera como forzados para lo que hiciesen, y sus obras serían de escasa remuneración.

    Quiso, pues, la virtud, la cual es Dios, darles libertad de hacer lo que quisieran, y les hizo entender terminatemente la retribución que merecerían por la obediencia divina y de que penas sería merecedora la pertinaz desobediencia. Mostró Dios suma virtud cuando formó de tierra al hombre para que por el amor y humildad mereciese ser habitador de las moradas celestiales, de que por su soberbia y envidia fueron miserablemente arrojados los ángeles contrarios a la voluntad divina. Aborrecían éstos las virtudes con que hubieran podido ser eminentemente coronados; pues nadie duda, que así como el rey es honrado y se gloría con la corona real, igualmente, cualquier virtud, no sólo honra entre los hombres a su autor, sino también delante de Dios y de los ángeles lo decora en alto grado como resplandeciente corona, y por tanto, sin impropiedad puede cualquier virtud llamarse corona refulgente.

    Por lo cual, ha de creerse incalculable el número de coronas con que de la manera más sublime resplandece el mismo Dios, cuyas virtudes exceden incomparablemente en pluralidad, en magnitud y en dignidad a todas las cosas que fueron, son y serán, pues nunca ha hecho el Señor otra cosa sino virtudes, hallándose El especialmente adornado con mayor gloria con tres virtudes como tres refulgentísimas coronas. La virtud por la cual creó a los ángeles, era la primera corona del Señor, de la cual se privaron infelizmente algunos de ellos, envidiosos de la gloria de Dios.

    Esa virtud también por la cual creó al hombre, era la segunda corona del Señor, de la que, consintiendo el hombre con la sugestión del demonio, se privó al punto por su ignorancia, aun cuando por la ruina de esos ángeles o por la del hombre no pudo disminuirse la virtud de Dios ni la gloria de su virtud, a pesar de que privados de la gloria por su iniquidad, fueron arrojados de ella; porque no quisieron pagar con gloria a Dios por haberlos criado para su gloria y la de ellos mismos; por lo cual, la sapientísima sabiduría de Dios trocó la maldad de ellos en gloria de su virtud.

    Mas esa virtud que para su eterna gloria os creó, oh amantísima Virgen, glorificó al Señor como tercera corona, por medio de la cual conocián los ángeles que debían restablecerse las roturas de las anteriores coronas. Por tanto, oh Señora, esperanza de nuestra salvación, justamente podréis llamaros corona del honor de Dios, porque así como por medio de Vos terminó el Señor una extremada virtud, igualmente por medio de Vos le provino al mismo Señor honor sumo y mayor que con todas sus criaturas.

    Claramente, pues, conocieron los ángeles, cuando a la vista de Dios estabais increada, que con vuestra santísima humildad debiais derrocar al demonio, quien con la soberbia se había condenado, y por su malicia hizo caer al hombre. Luego, aunque los ángeles hubiesen visto al hombre caído en gran miseria, no pudieron afligirse a causa del gozo de la visión divina, principalmente porque muy bien sabían qué cosas y cuán grandes se dignaría Dios hacer con vuestra humildad después de vuestra creación.



    En estas tres siguientes lecciones habla el ángel sobre la penitencia de Adán y del consuelo que tuvo con la presencia de la futura creación de la santísima Virgen, y de la grande humildad y dignidad de esta Señora; y cómo por la futura Natividad de la adorable Madre de Dios fueron consolados el patriarca Abraham, Isaac, Jacob y todos los profetas.

    Feria Tercera. - Lección Primera (Capítulo 7)

    Bendición. Defiéndanos del enemigo maligno la piadosísima Virgen. Amén.

    Afirman las sagradas letras, que hallándose Adán feliz en el paraíso, faltó al mandato de Dios. Mas así que llegó a la miseria, no hacen mención de que fuese desobediente a la voluntad divina. Por lo cual, se ve claramente que Adán amó a Dios de toda corazón, pues después de cometer su hijo el fratricido, evitaba la unión carnal con su mujer; pero en virtud de expreso mandato de Dios, volvió otra vez a unirse con ella conyugalmente. Apesadumbróle más haber ofendido a su criador, que haberse precipitado a sí mismo para sufrir gravísimas penas.

    Se ve, por consiguiente, que no sería injusto, que a la manera que recayó sobre él la ira de Dios por la soberbia con que durante su felicidad había ofendido al Señor, igualmente, hallándose ya en la miseria recibiese sumo consuelo, porque lloró muchísimo y con verdadera humildad el haber provocado la ira de tan benigno Creador. No hubiese podido Adán recibir mayor consuelo, que cerciorándose que de su generación se dignaría nacer Dios para redimir con humildad y amor esas almas, que el mismo Adán corrompido por la envidia y soberbia del demonio, había apartado de la vida eterna.

    Mas como a todos los sabios parecería imposible, como en realidad lo es, que Dios, a quien no correspondió sino un nacimiento honestísimo, tomara para sí cuerpo humano por la concupiscencia de la carne, como los demás niños, mucho más creyó eso imposible Adán, quien fué creado sin deleite de la carne. Supo, pues, Adán que no era voluntad del Creador de todas las cosas, crear su cuerpo humano del mismo modo que había creado el suyo propio o el de Eva.

    Creía, pues, Adán, que de una persona semejante a Eva en el cuerpo, pero que resplandecería en la perfección de todas las virtudes, sobre todos los engendrados de varón y de mujer, y que hayan de engendrarse, querría Dios tomar carne humana, y después nacer honestísimamente, con la divinidad y la humanidad, de esa misma persona, quedando intacta su virginidad. Vese, por tanto, que sin la menor duda ha de creerse, que al modo que Adán, al ver a Dios casi aplacado con él, experimentó sumo dolor por las palabras habidas entre Eva y el demonio, igualmente, cuando sintió el pesar y la miseria, tuvo suma alegría y consuelo por las palabras que habiais de responder al ángel Vos, María, esperanza de todos nosotros.

    Afligíase también Adán, de que el cuerpo de Eva, creado de su propio cuerpo, había impelido a éste con engaño a la muerte perpetua del infierno; pero alegrábase, porque conocía que de vuestro cuerpo, oh amabilísima Virgen, nacería esa venerable cuerpo que poderosamente debía conducir a la vida celestial a él y a toda su descendencia. Contristábase también Adán, porque su querida esposa Eva, por grandísima soberbia, había comenzado a ser inobediente a su Creador; pero alegrábase porque preveía que Vos, oh María, su amadísima hija, queriais obedecer a Dios con suma humildad en todas las cosas.

    Entristecíase Adán, porque por soberbia había dicho en su mente como que quería igualarse a Dios, por lo cual había incurrido en gran escándalo ante la presencia de Dios y de los ángeles, pero alegrábasem porque en la presencia de los mismos lucían esplendentemente para vuestra gran gloria las palabras en que humildemente debiais confesaros esclava de Dios.

    Entristecíase Adán, porque las palabras de Eva habían provocado la ira de Dios y su condenación y la de su descendencia; pero alegrábase, porque, para abundante consuelo, vuestras palabras debían atraer el amor de Dios hacia Vos y hacia todos los condenados por las palabras de Eva; pues estas palabras la apartaron muy dolorosamente de la gloria, juntamente con su esposo, y cerraron las puertas del cielo para ella y su descendencia. Pero vuestras benditas palabras, oh Madre de la sabiduría, os dieron extremado gozo y abrieron las puertas del cielo para todos los que en él quisiesen entrar. Por tanto, así como se alegraban los ángeles en el cielo antes de la creación del mundo, porque preveían que habiais Vos de nacer, igualmente Adán, por presciencia, tenía sumo gozo y alegría por vuestro nacimiento.



    Feria Tercera - Lección Segunda (Capítulo 8)

    Bendición. Ayudadnos, Virgen amable, en los horribles peligros de este mundo. Amén.

    Espulsado, pues, del paraíoso Adán, experimentó en sí mismo la justicia y misericordia de Dios, temiendo al Señor por la justicia y amándole cordialmente por la misericordia todos los días de su vida. Marchaba bien el mundo mientras la posteridad de Adán obraba de ese modo. Pero dejando los hombres de considerar la justicia y misericordia de Dios, olvidáronse de su Creador muchos, creyendo lo que les halagaba, e invertían su tiempo en los placeres carnales, lo cual aborrecía el Señor en sumo grado, y así acabó por medio del diluvio con todos los moradores de la tierra, excepto los reservados en el arca de Noé para restaurar el mundo.

    Propagado, pues, nuevamente el linaje humano, a instigación del espíritu maligno, apostató del culto del verdadero Dios por medio de la idolatría, imponiéndose una ley contraria a la voluntad divina. Pero movido Dios por su misericordiosísima piedad paternal, visitó a Abraham, verdadero guardador de su fe, formó alianza con él y con su descendencia, y satisfazo el deseo de Abraham, dándole su hijo Isaac, de cuya descendencia prometió que nacería su hijo Jesucristo. Por donde se ve sería también muy creíble hubiera sido mostrado de un modo divino a Abraham, que una inmaculada Virgen de su estirpe daría a luz al Hijo de Dios.

    Créese también que por esta futura hija se alegró Abraham más que por su hijo Isaac, y que la amó más que a éste. Ha de entenderse igualmente que el amigo de Dios, Abraham, no hubo adquirido bienes temporales por soberbia o codicia, ni deseó tener el hijo por su satisfacción corporal; pues procedió a la manera del buen hortelano, que, sirviendo fielmente a su señor, plantó en el terreno de éste una cepa, conociendo que de ella podían formarse infinitas vides y hacerse un hermoso viñedo, por lo cual reunió estiércol, para que nutridas con él las vides, se robusteciesen y dieran más fecundos frutos. Alegrábase, pues, ese hortelano, previendo que entre sus plantas había de crecer un árbol tan elevado y tan hermoso, que agradase sobremanera a su señor, quien a causa de la hermosura del árbol, se pasearía por el viñedo, gustaría la dulzura de su fruto y tranquilamente se sentaría a descansar bajo su sombra.

    Por este hortelano se entiende Abraham: por la cepa su hijo Isaac: por las muchas vides toda su descendencia: por el estiércol se entienden, igualmente, las riquezas mundanas que el amado siervo de Dios, Abraham, no quería sino para sustento de su pueblo: por aquel hermosísimo árbol está designada la Virgen María: por el Señor el Dios omnipotente, quien no determinó venir a la viña, esto es, a la descendencia de Abraham, antes que estuviese crecido el árbol, esto es, antes que su amadísima Madre llegara a la edad debida. La inocentísima vida de esta Señora aseméjase a la hermosura con que se deleitaba Dios, y sus obras, agradando extremadamente al Señor, se designan por la suavidad de los frutos. Por la sombra se entiende el virginal vientre de la Virgen, que cubría con su sombra la virtud del Altísimo.

    Sabedor, pues, Abraham de que esta santísima Virgen que diese a luz a Dios debía provenir de su generación, complacióse más con ella sola que con todos los hijos e hijas de su estirpe. Esta misma fe y santa esperanza, esto es, la del futuro nacimiento del Hijo de Dios de la descendencia del mismo Abraham, la dejó por herencia con gran fe el santo Patriarca a su hijo Isaac, lo que se prueba bien, porque al enviar al criado en busca de esposa para su hijo, le hizo jurar por sus riñones, esto es, por el que más adelante saldría de sus riñones, indicando así que de su descendencia nacería el Hijo de Dios.

    Vése también haber conservado Isaac la misma fe y esperanza por la bendición que dió a su Jacob; y bendiciendo éste separadamente a cada uno de sus doce hijos, consoló con la misma herencia a su hijo Judá. Por donde positivamente se prueba que desde el principio amo Dios a su Madre, a fin de que así como antes de ser nada creado se complacía extremadamente con esta Señora, del mismo modo comunicó a sus amigos gran consuelo por el nacimiento de la santísima Virgen; y de esta suerte, a la manera que primeramente regocijó a los ángeles y después al primer hombre, así también más adelante a los Patriarcas causaba suma alegría el futuro nacimiento de la gloriosa Madre de Dios.



    Feria Tercera - Lección Tercera (Capítulo 9)

    Bendición. Rompa los vínculos de nuestra maldad la Madre del verdadero amor. Amén.

    Dios es amante de la verdadera caridad, y Dios es la misma caridad; la cual manifestó también a los suyos, cuando con su poder sacó de la servidumbre de Egipto a los israelitas, dándoles un país feracísimo, donde felizmente vivieron con toda libertad. Pero muy envidioso de la dicha de éstos el astuto enemigo, con sus cavilaciones les indujo a pecar muchísimas veces. No tratando los israelitas de oponerse a las maquinaciones del demonio, miserablemente fueron llevados a adorar los ídolos, no estimando en nada la ley de Moisés, olvidándose de ella y despreciando neciamente la alianza que hizo Dios con Abraham.

    Pero viendo después Dios misericordioso a sus amigos que devotamente le servían con santa fe, verdadero amor y observancia de la ley, los visitó con clemencia; y a fin de que estuviesen más fervorosos en su divino servicio, envió en medio de ellos profetas, para que si quisiesen, aun los enemigos de Dios volvieran a su amor y recta fe. Por lo cual, así como el torrente cayendo de la cima del monte a un profundo valle, arrastra consigo hacía éste modo lo que encuentra a su paso, lo cual aparecería cubierto después de sosegadas las aguas, igualmente el Espíritu Santo dignábase entrar en los corazones de los profetas, saliendo de sus labios aquellos discursos, que deseaba divulgar para corregir a este extraviado mundo.

    Mas entre todas las cosas que les fueron comunicadas por ese melífluo torrente, inspiró el Espíritu Santo con la mayor dulzura en sus corazones y salió con más gusto de sus labios el anunciar que Dios, el creador de todas las cosas, se dignaría nacer de una inmaculada Virgen, y que con la suavidad y santificación de ésta, redimiría para la gloria eterna las almas que por el pecado de Adán precipitó Satanás en la miseria. Conocieron también los profetas, que por influencia de ese torrente estaba Dios Padre tan benévolo para libertar al hombre, que no perdonaría a su unigénito Hijo, y el Hijo además era tan obediente al Padre, que no se negaría a tomar carne mortal, y el Espíritu Santo, tan deseoso de ser enviado como estaba de serlo el Hijo, el cual, no obstante, jamás se apartó del Padre.

    Pero comprendían muy bien los Profetas que no vendría al mundo ese sol de justicia, el Hijo de Dios, antes de salir de Israel la estrella, que con su ardor pudiera acercarse al calor del sol. Entiéndese por esta estrella la Virgen que debía dar a luz a Dios: por el calor se entiende su ardentísimo amor, con el cual debía acercarse tanto a Dios y el Señor a ella, que hiciese Dios con la misma Virgen toda su voluntad. Y en efecto, así como los Profetas en sus palabras y obras recibieron consuelo de ese sol, increado y creador de todas las cosas, igualmente Dios, por esa presciencia con que sabían que debía ser creada esa estrella representada por María, concedióles bastante consuelo en sus tribulaciones.

    Afligíanse, pues, mucho los Profetas viendo a los hijos de Israel abandonar la ley de Moisés por soberbia y lascivia de la carne, y apartados del amor divino, caer sobre ellos la ira de Dios. Pero alegrábanse conociendo que por vuestra humildad y por la pureza de vuestra vida, oh María, refulgentísima estrella, se aplacaría el mismo legislador y Señor, y que recibiría en su gracia a los que le habían provocado a ira, y miserablemente incurrieran en su indignación. Afligíanse además los Profetas por haber sido destruído el templo donde debían ofrecerse las oblaciones de Dios: pero alegrábanse previendo debía ser creado el templo de vuestro divino cuerpo, que con sumo consuelo había de contener en sí al mismo Dios.

    Afligíanse también, porque destruidas las murallas y puertas de Jerusalén, habían entrado los enemigos de Dios, atacándola corporalmente y Satanás espiritualmente; pero alegrábanse por Vos, oh María, puerta dignísima, porque sabían que en Vos el mismo Dios, poderosísimo gigante, tomaría las armas con que debía vencer al demonio y a todos los enemigos: y de este modo: tanto los Profetas como los Patriarcas, fueron muy bien consolados con Vos, oh dignísima Madre.



    En estas tres lecciones siguientes habla el ángel sobre la concepción de la Virgen y su nacimiento, y de cómo la amó Dios aun mientras estaba en el vientre de su madre.

    Feria Cuarta - Lección Primera (Capítulo 10)

    Bendición. Alumbre las tinieblas de nuestra ignorancia la Virgen Madre de la sabiduría. Amén.

    Antes de la ley dada a Moisés hallábanse los hombres ignorando largo tiempo cómo en esta vida se habían de regir a sí mismos y a sus acciones. Por lo cual, los que estaban inflamados con el amor divino disponían cuidadosamente sus obras y manera de vivir, según le agradaba a Dios. Mas otros que no tenían amor de Dios, despreciando el temor del Señor, obraban según su capricho.

    Contemporizando, pues, misericordiosamente con la ignorancia de estos la bondad divina, dió por medio de su siervo Moisés una ley, por lo cual se gobernasen enteramente con arreglo a la voluntad de Dios. Enseñaba esta ley el amor de Dios y del prójimo, y cómo se había de establecer según derecho divino el consorcio entre el hombre y la mujer, para que de semejante consorcio nacieran los que Dios quería llamar su pueblo. Y efectivamente, amaba Dios tanto ese consorcio, que de él determinó tomar la honestísima Madre de su humildad.

    Por consiguiente, así como el águila que elevada a lo mas alto del aire, después de recorrer muchos bosques, viese a lo lejos un árbol tan sólidamente arraigado, que no pudiera ser abatido a impulso del viento, con tronco tan alto, que por él no pudiese subir nadie, y situado en paraje que pareciese imposible le cayese nada desde arriba, y viendo el águila con mayor atención este árbol, formasé en él su nido para descansar, igualmente Dios, que se compara con esa águila, ante cuya vista todo el futuro es tan claro y manifiesto como el presente, al ver todos los consorcios justos y honestos habidos desde la creación del primer hombre hasta el último día, no vió consorcio alguno semejante al de Joaquín y Ana en honestidad y en amor divino.

    Agradóle, por consiguiente, al Señor que de ese santo consorcio proviniera el cuerpo de su castísima Madre, el cual se entiende por el nido donde con sumo placer se dignara descansar el mismo Señor. Compáranse muy bien los matrimonios honestos con los hermosos árboles, cuya raiz es la unión de dos corazones, de manera que solamente se junten, porque de ahí dimane honor y gloria al mismo Dios. Muy opurtunamente se compara también con las ramas fructíferas la voluntad de ambos cónyuges, cuando guardan el temor de Dios, de suerte que solo a causa de la prole engendrada para alabar a Dios, se amen con honestidad mutuamente, según el precepto del mismo Señor.

    A la sublimidad de tales matrimonios no puede tocar el enemigo común con su poder y asechanzas, cuando la satisfacción de los cónyuges solamente consiste en tributar a Dios honor y gloria, y cuando no les molesta la tribulación sino las ofensas y falta de respeto al Señor. Hállanse, pues, en paraje seguro, cuando la abundancia de los bienes temporales o riquezas no puede atraer sus corazones al amor propio ni a la soberbia. Por lo cual, por haber previsto Dios que de esa suerte debía ser el consorcio de Joaquín y Ana, determinó formar de él su domicilio, a saber, el cuerpo de su santísima Madre. ¡Oh reverenda Madre Ana! ¡qué precioso tesoro llevásteis en vuestro vientre, cuando en él descansó María, que debía ser Madre de Dios! Sin ningún linaje de duda debe creerse que al punto de ser puesta y reunida en el vientre de Ana la materia de que debía ser formada María, la amaba el mismo Dios más que a todos los cuerpos humanos engendrados por varón y mujer, y que hubieran de ser engendrados en todo el mundo.

    Así pues, muy bien puede apellidarse la venerable Ana gazofilacio de Dios ominpotente, porque ocultaba en su vientre el tesoro predilecto del Señor. ¡Cuán inmediato a este tesoro se hallaba el corazón de Dios! ¡Cuán piadosa y alegremente fijó en ese tesoro los ojos de su majestad quien después dijo en su evangelio: Donde está tu tesoro, allí está tu corazón!

    Es muy de creer, por lo tanto, que con ese tesoro se alegraran mucho los ángeles al ver que ese mismo tesoro era amado por su Criador, a que ellos amaban más que a sí propios. Por lo cual sería digno y decoroso que todos tuviesen suma reverencia a aquel día en que fué puesta y reunida en el vientre de Ana la materia de que debía formarse el bendito cuerpo de la Madre de Dios, a quien el mismo Dios y todos sus ángeles amaban con tan extremado.



    Feria Cuarta - Lección Segunda (Capítulo 11)

    Bendición. Acuda piadosísima a nosotros María, estrella del mar. Amén.

    Por último, después que aquella bendita materia tuvo formado el cuerpo en el vientre de la madre a su debido tiempo, y según convenía, entonces acrecentó su tesoro el Rey de toda gloria, infundiéndole el alma viviente.

    Y al modo de la abeja que, dando vueltas por los floridos prados, busca con la mayor solicitud todas las plantas melíferas, por instinto natural conoce donde nace la más rica flor, la que si casualmente no la ha visto salir todavía del folículo, espera, no obstante, con placer a que nazca, a fin de disfrutar a su satisfacción de aquella dulzura; igualmente Dios de los cielos, que con los ojos de su majestad ve clarísimamente todas las cosas, cuando veía ocultarse en lo recóndito del vientre materno a María, a quien en su eterna sabiduría conocía el Señor que no debería existir criatura alguna del mundo semejante a ella en virtudes, esperaba su nacimiento con sumo placer y consuelo, a fin de que por medio de la dulzura del amor de la misma Virgen se desplegase su superabundante bondad divina.

    ¡Ah! ¡con cuánta claridad resplandeció en el vientre de Ana el crepúsculo de la aurora, cuando por la venida del alma existió en él vivificado el cuerpocito de María, cuyo nacimiento tanto deseaban ver los ángeles y los hombres!

    Ha de observarse, sin embargo, que así como los moradores de esas tierras, donde el sol los alumbra con sus rayos, tanto en el período nocturno como en el diurno, no desean la salida de la aurora por causa de la luz, siendo mucho más esplendente la luz del sol que la de la aurora, sino porque al aparecer la aurora comprenden que el sol debe subir más alto, y que a beneficio de su calor deben madurar mejor y más pronto los frutos que esperan encerrar en los graneros; y los habitadores de esos países que se obscurecen con las tinieblas de la noche, no solamente se congratulan porque después de nacer la aurora conocen que debe salir el sol, sino también se alegran mucho porque conocen que venida la aurora, pueden ver bien lo que hacen; igualmente los santos ángeles, moradores del reino de los cielos, no deseaban la venida de la aurora, esto es, el nacimiento de María, por causa de la luz, porque jamás se apartaba de la presencia de ellos el verdadero sol, que es el mismo Dios, sino porque deseaban naciese en este mundo la Virgen, porque conocían que Dios, el cual se asemeja al sol, quería manifestar más ostensiblemente por medio de esa aurora su inmenso amor, que se entiende por el calor, y que los hombres amantes de Dios debían dar más copiosos frutos por medio de las buenas obras, y por la constante perseverancia en el bien disponerse para que los pudiesen reunir los ángeles en aquellos eternos graneros que se comparan con el gozo celestial.

    Mas al saber el nacimiento de la Madre de Dios los hombres de este tenebroso mundo, no solamente se alegraron por comprender que de esa Señora debía nacer el libertador de ellos, sino alegrábanse también por ver las honestísimas costumbres de esa gloriosa Virgen, y por aprender mejor de ella lo que debe hacerse o evitarse. Fué también la Santísima Virgen aquella vara que dijo Isaías había de salir de la raíz de Jesé, y profetizó que de ella debía salir la flor sobre la cual descansara el espíritu del Señor. ¡Oh vara inefable, que al crecer en el vientre de Ana, permanecía su médula más gloriosamente en el cielo!

    Era tan delicada esa vara, que fácilmente estaba en el vientre de la madre, pero su médula era tan inmensa y espaciosa, que ningún entendimiento podía imaginar su magnitud. No pudo esa vara dar flor, antes de que entrado la médula le comunicase la virtud de germinar, y tampoco claramente la virtud de la médula, antes de haberle la vara añadido su jugo a la médula. Esta médula era la persona del Hijo de Dios, que a pesar de haber sido engendrado por el Padre antes que existiera el lucero de la mañana, no se presentó en flor, esto es, en cuerpo humano, hasta que por consentimiento de la Virgen, la cual se designa por la vara, recibió de su purísima sangre la materia de esa flor en su virginal vientre.

    Y aun cuando esa bendita vara, esto es, la gloriosa Virgen María, separábase del cuerpo materno en su nacimiento, no obstante, el Hijo de Dios no se apartó del Padre, cuando la Santísima Virgen lo dió a luz en el tiempo corporalmente, más que cuando el Padre lo engendró sin cuerpo desde la eternidad. También el Espíritu Santo estaba inseparablemente desde la eternidad en el Padre y en el Hijo, porque son tres personas y una divinidad.



    Feria Cuarta - Lección Tercera (Capítulo 12)

    Bendición. Sea nuestra perpetua alegría el glorioso nacimiento de la Madre de Jesucristo. Amén.

    Luego así como eternamente tenían una sola divinidad el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, del mismo modo nunca tuvieron voluntad diversa. Por tanto, al modo que de una hoguera encendida subiesen tres llamas, así de la bondad de la voluntad divina, salieron igualmente tres llamas de amor para perfeccionar una sola obra. La llama de amor, derivada del Padre, lucía refulgentemente delante de los ángeles, cuando supieron era voluntad del mismo Padre entregar benignamente su amado Hijo para libertar al siervo cautivo; la llama de amor derivada del Hijo, se manifestó cuando, según la voluntad del Padre, se abatió a sí mismo hasta tomar la forma de siervo; y la llama de amor dimanada del Espíritu Santo, no era menos vehemente, cuando apareció dispuesto a mostrar por obras manifiestas la voluntad del Padre, la del Hijo y la suya propia.

    Y aunque por todos los cielos extendíase el ardentísimo amor de esa voluntad divina, dando con su claridad consuelo inefable a los ángeles, sin embargo, según eterna disposición de Dios, no podía proceder de ahí la redención del linaje humano, antes de ser engenrada María, en quien debía arder tan vehemente fuego de amor, que, subiendo más alto su perfumado humo, se infundiese en él el fuego que en Dios había, se comunicase por él a este languidecido mundo.

    Después de su nacimiento asemejábase la santísima Virgen a una nueva lámpara todavía no encendida, la que convino se encendiese para que, así como resplandecía en los cielos el amor de Dios, el cual se asemeja a tres llamas, igualmente resplandeciese en este tenebroso mundo con otras tres llamas de amor esa escogida lámpara, María. La primera llama de María resplandeció con muchísima brillantez delante de Dios, cuando para honrar al Señor prometió la santísima Virgen guardar firmemente hasta la muerte su inmaculada virginidad, cuya honestísima virginidad la apreció tanto Dios Padre, que se dignó enviarle su amado Hijo con su divinidad, la de su Hijo y la del Espíritu Santo.

    La segunda llama de amor de María, consistió en abatirse siempre en todo con inefable humildad, lo cual agradó tanto al bendito Hijo de Dios, que del humildísimo cuerpo de la Virgen se dignó tomar ese venerable cuerpo que eternamente debía estar ensalzado sobre todas las cosas en el cielo y en la tierra. La tercera llama, fué su eminente obediencia en todo, la cual le atrajo al Espíritu Santo, de suerte, que la llenó con los dones de todas las gracias.

    Y aunque enseguida de haber nacido no estuvo ardiendo esta bendita nueva lámpara con esas llamas de amor, porque igualmente que los demás parvulitos, tenía un cuerpo pequeño y una inteligencia tierna, alegrábase, sin embargo, con ella Dios, aunque todavía no hubiese merecido nada, mas que por los favores de todos los hombres anteriormente engendrados en todo el mundo; pues a manera que el buen citarista amaría la cítara no concluída, que, no obstante, conociese había de resonar con mucha dulzura, del mismo modo el Creador de todas las cosas amaba mucho el cuerpo y alma de María en su infancia, porque sabía de antemano que las palabras y obras de la santísima Virgen le causarían placer sobre toda melodía.

    También es de creer que, así como el Hijo de María tuvo los sentidos perfectos desde el instante de existir humanado en su vientre, igualmente, después de nacer María alcanzó el desarrollo de los sentidos y del entendimiento en edad más tierna que los otros niños. Habiéndose, pues, alegrado en el cielo por su nacimiento Dios y los ángeles, también en el mundo recuerden los hombres con gozo su nacimiento, dando por él, de lo íntimo del corazón, gloria y alabanzas al Creador de todas las cosas, que la prefirió entre todo lo creado, y dispuso naciera entre los mismos pecadores, la que santísimamente engendró al libertador de los pecadores.



    En estas tres lecciones siguientes nuestra el ángel cómo se portaba la Virgen María después de tener los sentidos y el conocimiento de Dios, y trata también de su alma y de la hermosura de su cuerpo, y cómo su voluntad sujetó todos sus sentidos, y de la concepción del Hijo de Dios en el vientre de la Virgen y del glorioso nacimiento de este Señor en el mundo.

    Feria Quinta - Lección Primera (Capítulo 13)

    Bendición. Interceda por nosotros delante del Señor la Sagrada Virgen de las vírgenes. Amén.

    El bendito cuerpo de María puede muy bien compararse con un purísimo vaso; su alma con una clarísima lámpara, y su cerebro con un pozo de agua brotando a lo alto y bajando después a un profundo valle. Pues al llegar la Virgen a la edad en que pudo comprender que Dios estaba en los cielos, y que para su perpetuo honor había este Señor creado todas las cosas y particularmente al hombre, y que era justísimo juez de todos; entonces, al modo que las aguas salen en abundancia de un manantial, así desde el cerebro de la Virgen lanzábanse a la cumbre del cielo sus sentidos y entendimiento, y después corrían por el valle, esto es, por todo su humildísimo cuerpo.

    Pues así como dice la Iglesia que el Hijo de Dios salió del Padre y que su vuelta fué al Padre, aunque ninguno de ellos se apartó jamás del otro; igualmente los sentidos y entendimiento de la Virgen, elevándose con frecuencía a lo más alto de los cielos, veían constantemente a Dios por medio de la fe, con cuyo dulcísimo amor suavemente abrazada volvía a sí misma.

    Mantuvo con la mayor firmeza este amor con esperanza racional y temor divino, inflamando por medio del mismo amor su propia alma, de suerte, que comenzó a arder en amor de Dios como vehementísimo fuego. Los sentidos y entendimiento de la Virgen sometieron también de tal manera el cuerpo al alma para obedecer a Dios, que desde entonces le estuvo el cuerpo obediente con la mayor humildad.

    ¡Con cuánta rapidez los sentidos y entendimiento de la Virgen comprendieron el amor de Dios! ¡Con cuánta prudencia se enriqueció a sí misma la Señora! Por consiguiente, como si hubiera sido trasplantado algún lirio, sujeto en la tierra por tres raices, con que estuviese más firme, y abriese arriba tres preciosas flores para deleitar la vista, del mismo modo el amor divino traspasado a esta gloriosa tierra, a nuestra santísima Virgen por virtud divina, se unió a su cuerpo con tres virtudes muy sólidas, como con tres raices por las cuales fortaleció también el mismo cuerpo de la Virgen, y con tres joyas, como con tres preciosísimas flores adornó honoríficamente a la Virgen respecto al alma, para alegría de Dios, de los ángeles y de cuantos la mirasen.

    La primera fortaleza de la discreta abstinencia del cuerpo de la Virgen moderaba en la Señora la comida y bebida, de suerte, que por ninguna superfluidad la apartó nunca del servicio de Dios la menor pereza, ni por la inmoderada parsimonia resultaba jamás sin fuerzas para obrar. La segunda fortaleza de la templanza de las vigilias gobernaba su cuerpo de tal manera, que por lo escaso del sueño en ningún tiempo en que debía estar en vela, se hallaba entorpecida con ninguna pesadez, ni por el mucho adormecimiento acortaba en lo más leve los períodos marcados de la vigilia.

    La tercera fortaleza de la robusta complexión del cuerpo de la Virgen hizo tan constante la misma virginidad, que con igual ánimo sobrellevaba el trabajo, la adversidad corporal y la felicidad pasajera del cuerpo, sin quejarse por la adversidad de éste y sin alegrarse por su dicha. Esta era también la primera joya con que el amor divino ataviaba a la Virgen respecto al alma, a saber, que prefería en su alma los premios que Dios había de conceder a sus amigos, a la hermosura de todas las cosas, y por consiguiente parecíanle vilísmo lodo todas las riquezas del mundo. Adornaba su alma como segunda joya el discernir perfectamente en su entendimiento cuán incomparable con la gloria del cielo es el honor del mundo, por lo que apartábase de oir la gloria mundana, como de aire corrompido, que con su hedor destruye en breve la vida de muchos.

    Como tercera joya, en fin, glorificaba el alma de la Virgen el considerar dulcísimas en su corazón todas las cosas gratas a Dios, y más amargas que la hiel las cosas odiosas y contrarias al Señor, y por tanto, la misma voluntad de la Virgen impelía su alma para desear la verdadera dulzura tan eficazmente, que después no debió sentir en esta vida amargura espiritual. Con estas joyas sobre todas las cosas creadas apareció la Virgen tan hermosamente adornada en su alma, que plugo al Creador cumplir todas sus promesas por mediación de la misma Señora.

    Hallábase esta tan fortalecida por la virtud del amor, que no se resfriaba en ninguna obra buena ni en el menor ápice prevalecía jamás sobre ella el enemigo. Debe, en efecto, creerse que, así como su alma era hermosísima delante de Dios y de los ángeles, igualmente su cuerpo fué gratísimo a los ojos de cuantos la miraban; y así como Dios y los ángeles se congratulaban en los cielos por la hermosura de su alma, igualmente la gratísima hermosura de su cuerpo fué provechosa y consoladora en la tierra a cuantos deseaban verla.

    Viendo, pues, las personas piadosas el gran fervor con que la Virgen servía a Dios, se hacían más celosas por la honra de Dios, y las personas propensas a pecar, cuando consideraban a la Virgen, resfriábanse al punto en el ardor del pecado con la honestidad de sus palabras y comportamiento.



    Feria Quinta - Lección Segunda (Capítulo 14)

    Bendición. Dignese borrar nuestros pecados la Virgen saludada por el Ángel. Amén.

    Ninguna lengua puede referir con cuánta sabiduría comprendieron a Dios los sentidos y entendimiento de la gloriosísima Virgen, en el mismo instante en que por primera vez tuvo conocimiento del Señor, principalmente porque toda inteligencia humana es débil para pensar las muchas formas con que se sometió al servicio de Dios la bendita voluntad de la Virgen, pues se complacía sobremanera en hacer todo cuanto conocía ser agradable a Dios.

    Conoció la Virgen que no por méritos suyos había el Señor creado su cuerpo y su alma y dádole a su voluntad la libertad de guardar humildemente los preceptos divinos, o de oponerse a ellos si quisiera; y así, determinó la humildísima voluntad de la Virgen, servir a Dios con el mayor amor durante toda su vida por los beneficios ya recibidos, aunque ya no le concediera más el Señor. Mas cuando el entendimiento de la Virgen pudo comprender que el mismo Creador de todas las almas se dignaría hacerse también Redentor de ellas, y que por recompensa de tan penoso trabajo, no desearía nada sino recobrar para sí las mismas almas, y que todo hombre en su mano tiene la libertad de aplacar a Dios con buenas obras, o de provocarlo a ira con malas acciones, comenzó la voluntad de la Virgen a dirigir atentamente su cuerpo en las borrascas del mundo, como el prudente piloto dirige su nave.

    Pues así como teme el piloto que con las oleadas pueda peligrar el buque, ni tampoco se apartan de su imaginación los escollos en que muchas veces se estrellan las naves, acomoda con firmeza las jarcias y pertrechos del buque, ésta contínuamente contemplando el puerto donde después del trabajo desea descansar, y cuida mucho lleguen debidamente a su verdadero dueño las riquezas contenidas en su nave, del mismo modo esa prudentísima Virgen, después de tener conocimiento de los mandatos de Dios, al punto según el espíritu de ellos comenzó su voluntad a dirigir con la mayor solicitud su cuerpo.

    Temía con frecuencia la Virgen el trato con los parientes, a fin de que no la entibiasen para servir a Dios con palabras o con obras la prosperidad o desgracia de ellos, las cuales se asemejan a los vaivenes del mundo. Tenía además presente de contínuo en la memoria todo lo prohibido por la ley divina, evitándolo con suma atención, a fin de que no perdiesen espiritualmente su alma, como tremendo escollo.

    Esta laudable voluntad dominó refrenando a la misma Virgen y sus sentidos de suerte que nunca se movía su lengua para palabras inútiles, y jamás se alzaron sus recatadísimos ojos para ver nada innecesario, sus oídos atendían sólo a lo perteneciente a la gloria de Dios, sus manos y dedos no se extendían sino para su utilidad propia o la del prójimo, y no permitía diesen sus pies un solo paso sin haber examinado antes el provecho que de ahí resultaría. Deseaba también la voluntad de la Virgen sufrir con placer todas las tribulaciones del mundo, para llegar al puerto de salvación, es decir, al seno de Dios Padre, anhelando constantemente que su alma restablecida diese grato honor al Señor, a quien sobremanera amaba.

    Y como la voluntad de la Virgen no careció jamás de bondad alguna, Dios, de quien dimanan todos los bienes, la exaltó muy sublimente en la cumbre de todas las virtudes y la hizo brillar con el mayor esplendor. ¿Quién no ha de admirarse de que haya Dios amado sobre todas las cosas a esta Virgen, cuando excepto ella sola, no conoció a nadie engendrado de varón y mujer, cuya alma no fuera a veces inclinada al pecado mortal o al venial?

    ¡Ah! ¡cuánto se acercó esta nave, es decir, el cuerpo de la Virgen, al deseadísimo puerto, esto es, a la morada de Dios Padre, cuando al llegar Gabriel, le dijo: Ave, llena de gracia! ¡Cuán honestamente sin obra de varón encomendó el Padre su Hijo a la Virgen, cuando ésta respondió al ángel: Hágase en mí según tu palabra! Y al punto unióse en el vientre de la Virgen la divinidad con la humanidad, y se hizo hombre el Hijo de la Virgen, el verdadero Dios, el Hijo de Dios Padre.



    Feria Quinta - Lección Tercera (Capítulo 15)

    Bendición. Bendíganos con la piadosa descendencia la santísima Virgen María

    Oh, hermosísimo consorcio, muy digno de toda aceptación! El Hijo de Dios tenía por morada en el mundo el cuerpo de la Virgen, y en el cielo tenía la morada de la Santísima Trinidad, aunque potencialmente reside en todas partes. Estaba la Santísima Virgen en cuerpo y en alma llena del Espíritu Santo, y el Espíritu Santo estaba en el Padre, y estaba también en el Hijo humanado, el cual Hijo de Dios, no solamente residía en el mundo en las entrañas de la Virgen, sino que también tenía su morada en los cielos en el Padre y en el Espíritu Santo.

    También el Padre, juntamente con el Espíritu Santo, tenían en el Hijo humanado su morada en el mundo, aunque sólo el Hijo, verdadero Dios, tomó para sí carne, el cual, a pesar de ocultarse a la vista humana, según la esencia de la divinidad, sin embargo, siempre aparecía el mismo y manifiesto delante de los ángeles en su eterna morada.

    Así, pues, todos los que tienen fe, alegrábanse por esa inefable unión verificada en la Virgen, según la cual, el Hijo de Dios, de la carne y sangre de la Virgen tomó para sí cuerpo humano, unióse la humanidad a la divinidad, y a la divinidad la verdadera humanidad. En esta gratísima unión, ni se disminuyó la divinidad en el Hijo ni el la Madre la integridad de la virginidad. Ruborícense y llénense de espanto los que no creen que la omnipotencia del Criador pueda hacer esas maravillas, o piensen que aun cuando pudiese, no querría su bondad hacerlas por salvar a su criatura; mas si se cree que efectivamente las hizo por su poder y bondad, ¿por qué los que no dudan que el Señor hizo por ellos esas maravillas, no le aman de un modo perfecto?

    Adviertan vuestros corazones y entiendan, que así como sería digno del mayor amor un señor de la tierra que disfrutando distinguidísimos honores y colmadas riquezas, oyese que su amigo estaba lleno de afrentas y oprobios, y por su bondad tomara sobre sí todo aquel escándolo para mirar por el honor de aquel amigo; o viendo aquel señor en extrema pobreza al amigo, se sometiese a la miseria, para que el amigo estuviese abundante; o si viese al mismo amigo conducido infelizmente a la muerte, que no pudiese evitar, a no ser que alguien muriese voluntariamente por él, entonces él se entregara a sí mismo a la muerte, para que pudiera vivir felizmente aquel condenado.

    Y como en estos tres casos se demuestra sumo amor, igualmente para que nadie pudiera decir que hombre alguno de la tierra había mostrado a su amigo mayor amor que el mismo Creador que ésta en los cielos, por esa misma razón el mismo Dios inclinó su majestad bajando del cielo al vientre de la Virgen, entrando, no en una sole parte de su cuerpo, sino infundiéndose por todo su cuerpo en las entrañas de esta Virgen, formando para sí honestísimamente un cuerpo humano de la sola carne y sangre de esta Señora.

    Por lo cual aseméjase mucho esa escogidísima Madre a la zarza ardiente y sin quemarse que vió Moisés; pues el mismo que se mantuvo en la zarza hasta hacer a Moisés crédulo y obediente en las cosas que le refirió, y que al preguntarle aquel su nombre, dijo: Yo soy el que soy, esto es, llevo este nombre desde la eternidad; este mismo habitaba en la Virgen tanto tiempo como los demás niños necesitan estar antes de nacer en las entrañas de su madre. Y así como cuando era concebido el Hijo de Dios, entró con su divinidad por todo el cuerpo de la Virgen, igualmente cuando nacía con humanidad y divinidad, como la suavidad de olor de una rosa intacta, de la misma manera difundióse por todo el cuerpo de la Virgen, permaneciendo íntegra en la Madre la gloria virginal.

    Por consiguiente, así como Dios y los ángeles, y además el primer hombre y después de él los Patriarcas y los Profetas, alegrábanse juntamente con otros innumerables amigos de Dios, de que aquella zarza representase el cuerpo de María, así el amor ardiente había de hacer que se dignara el Hijo de Dios entrar en él con tanta humildad, habitar en él tanto tiempo, y nacer de él con tanta honestidad.

    Es, por tanto, muy justo que se alegren también de todo corazón los hombres de los tiempos presentes, porque así como el Hijo de Dios, Dios verdadero e inmortal, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, entró en esa zarza, tomando en ella por los hombres carne mortal, igualmente deberían estos apresurarse a acudir a la Virgen, para que diciéndoles esta Señora para que fin son mortales, se les devuelva la vida eterna a los que por sus culpas merecieron muerte sempiterna.

    Y al modo que habitó Dios en la Virgen, para que su cuerpo, ni en edad ni en los miembros tuviese defecto alguno y fuese como el de los otros niños, a fin de vencer poderosamente al demonio, quien con engaños había sometido a todos al demonio de su crueldad; igualmente rueguen con humildad a la Señora los hombres, para que los haga estar bajo su amparo, a fin de que no caigan en las redes del demonio. Y como Dios salió a luz al mundo de la misma Virgen para abrir a los hombres la puerta de la patria celestial, así también le supliquen estos encarecidamente que al salir de este siglo prevaricador, se digne la Señor estar presente con su auxilio, proporcionándoles la entrada en el eterno reino de su bendito Hijo.



    En estas tres lecciones siguientes trata el ángel de las amarguísimas tribulaciones de la santísima Virgen en la dolorosa muerte de su bendito Hijo, y de la firmeza de alma que en todos sus dolores tuvo la misma Señora.

    Feria Sexta - Lección Primera (Capítulo 16)

    Bendición. Reconcílienos con Jesucristo nuestro Redentor la Virgen que lo engendró. Amén.

    Dice la Escritura que al oir las palabras del ángel se turbó la Santísima Virgen María, quien aun cuando no tuvo entonces miedo alguno por peligro de su cuerpo, temió fuese engaño del enemigo del linaje humano para perjuicio de su alma. Por donde ha de entenderse que cuando la Virgen llegó a edad en que sus sentidos y entendimiento pudieron alcanzar el conocimiento de Dios y de su voluntad, así como al punto comenzó a amar a Dios racionalmente, de la misma manera comenzó a temerle racionalmente.

    Con justicia puede llamarse rosa florida esta Virgen, porque así como la rosa suele crecer entre espinas, igualmente la santísima Virgen creció en este mundo entre tribulaciones; y a la manera que cuanto más se extiende en crecer la rosa, tanto más fuerte y aguda se pone la espina, igualmente, cuanto más crecía en edad esta escogidísima rosa María, tanto más agudamente era punzada con espinas de más fuertes tribulaciones.

    Transcurridos los años juveniles, el temor de Dios fué su primera tribulación, porque no sólo le afligía un sumo temor al disponserse para huir del pecado, sino además extremecíase al considerar cómo ejecutaría racionalmente las buenas obras; y aunque con suma vigilancia disponía para honra de Dios sus pensamientos, palabras y obras, temía, no obstante, hubiese en ellas algún defecto. Consideren, pues, los infelices pecadores, que con osadía y voluntariamente están siempre cometiendo diversas maldades, cuántos tormentos y cuántas miserias acumulan para sus almas, al ver que esta gloriosa Virgen, pura de todo pecado, ejecutó con temor sus obras gratas a Dios sobre todas las cosas.

    Conociendo, además, la Virgen por los escritos de los profetas que Dios quería encarnar, y que en la carne que tomase debía ser atormentado con muy diversas penas, sufrió al punto en su corazón una tribulación cruel a causa del ardiente amor que a Dios tenía, aun cuando todavía no supiera que debía ser ella la Madre. Mas luego que llegó a la edad en que el Hijo de Dios se hizo Hijo suyo y sintió haber él tomado aquel cuerpo en su vientre, lo cual debía poner cumplimiento a las Escrituras de los profetas, parecía entonces extenderse más en su hermosura y crecer aquellas suavísima rosa, y hacíanse cada día más fuertes y agudas las espinas de las tribulaciones que amargamente le punzaban.

    Pues así como recibía sumo e inefable gozo en la concepción del Hijo de Dios, igualmente, al recordar su cruelísima pasión futura, de muchos modos afligía a su alma la tribulación. Alegrábase, por tanto, la Virgen de que su Hijo con verdadera humildad había de encaminar a la gloria del reino de los cielos a sus amigos, a quienes por su soberbia había merecido el primer hombre las penas del infierno; pero afligíase, porque así como con todos sus miembros había pecado el hombre en el paraíso por la mala concupiscencia, igualmente conocía que su Hijo satisfaría en el mundo la culpa del primer hombre con la amarguísima muerte de su propio cuerpo. Alegrábase la Virgen por haber concebido sin pecado y sin deleite carnal a su Hijo, a quien también había dado a luz sin dolor; pero entristecíase porque sabía que tan amado Hijo nacería para sufrir afrentosísima muerte, y que con la mayor ansiedad de su alma había ella de presenciar los padecimientos del Salvador.

    Alegrábase también la Virgen por saber que su Hijo resucitaría de la muerte, y que por su Pasión había de ser eternamente sublimado al más alto honor; pero afligíase por saber que había de ser inhumanamente atormentado con afrentosos oprobios y crueles tormentos anteriores a aquel honor. Debe, en efecto, creerse que, así como la rosa constantemente se ve que está en su sitio, aun cuando las espinas de su alrededor se hayan puesto más fuertes y más agudas, igualmente, la bendita rosa María conservaba un ánimo tan constante que, a pesar de lastimar su corazón las espinas de las tribulaciones, de ninguna manera variaban su voluntad, sino mostrábase muy dispuesta para sufrir y para hacer lo que agradase a Dios.

    Compárase, pues, con una hermosísima rosa florida, y rosa de Jericó; porque así como dicen que esta rosa aventaja en hermosura a las demás flores, igualmente María aventajaba en la hermosura de honestidad y de costumbres a todos los vivientes del mundo, excepto sólo su bendito Hijo. Por lo cual, al modo que por su virtuosa constancia alegrábanse en los cielos Dios y los ángeles, de la misma manera alegrábanse por ella muchísimo en el mundo los hombres al considerar con cuánta paciencia se conducía en las tribulaciones, y con cuánta prudencia en los consuelos.



    Feria Sexta - Lección Segunda (Capítulo 17)

    Bendición. Defiéndenos con las súplicas de su Madre la Virgen el que nos salvó al precio de su sangre. Amén.

    Entre otras cosas que sobre el Hijo de Dios dijeron los profetas, anunciaban la muy cruel muerte que en este mundo quería sufrir en su inocentísimo cuerpo, a fin de que los hombres disfrutaran juntamente con él en los cielos la vida eterna. Anunciaban los profetas y escribían cómo el Hijo de Dios había de ser atado y azotado por libertar al linaje humano; cómo había de ser conducido a la cruz, y con cuánto vituperio tratado y crucificado.

    Por consiguiente, como creemos que esos profetas sabían bien por qué causa el Dios inmortal quiso tomar para sí carne mortal, y en esta carne ser afligido de tan diferente modo; la fe cristiana no debe dudar que la Virgen nuestra Señora, a quien antes de todos los siglos predispuso Dios para Madre suya, sabía aquello con mayor claridad, y es justo creer que a la santísima Virgen no se ocultó la razón por la que el mismo Dios se dignaba tomar carne humana en su vientre. Y debe creerse que por inspiración del Espíritu Santo entendió la Virgen más perfectamente que los mismos profetas, todo lo que figuraban las palabras de éstos, quienes las profirieron por boca del mismo Espíritu.

    Débese, pues, creer, que cuando la Virgen, después de haber dado a luz al Hijo de Dios, comenzó a tenerlo en sus manos, ocurriósele al punto la idea de que debía cumplir las escrituras de los profetas. Cuando lo envolvía en los pañales, consideraba entonces en su corazón con qué agudos látigos había de ser atormentado aquel cuerpo, de suerte que debía aparecer como leproso; fajando suavemente la Virgen las manos y pies de su parvulito Hijo, recordaba cúan crulmente debían ser traspasados en la cruz con clavos de hierro; al mirar la Virgen el rostro de su Hijo, más hermoso que todos los hijos de los hombres, pensaba con cuánta irreverancia habían de escupirle los labios de los impíos; meditaba muchas veces la Virgen con cuántas bofetadas serían lastimadas las mejillas de su Hijo, y con cuántos oprobios y afrentas serían afligidos sus benditos oídos.

    Ya consideraba cómo los ojos de su Hijo se obscurecerían con la fuerza del tormento, y cómo su boca gustaría hiel y vinagre; y pensaba cómo habían de ser atados con cordeles los brazos de su Hijo, y con cuánta inhumanidad habían de extenderse en la cruz los nervios, las venas y todas las coyunturas, contraerse su pecho al morir, y tanto interior como exteriormente, padecer toda clase de amargura y angustia hasta la muerte; sabía la Virgen que después de muerto su Hijo, una aguda lanza heriría su costado y pasaría por enmedio de su corazón. Por tanto, así como fué la más dichosa de las madres cuando veía ya nacido de sí misma al Hijo de Dios, que conocía era verdadero Dios y hombre mortal en la humanidad, pero eternamente inmortal en la divinidad; igualmente era la más triste de todas las madres por tener noticia de la amarguísima Pasión de su Hijo.

    De esta suerte, a su inmensa alegría acompañaba una gravísima tristeza, como si a una recien parida se le dijese: Has parido un hijo vivo y sano en todos sus miembros, mas esa molestia que en el parto tuviste te durará hasta tu muerte. La tristeza de tal madre dimanada del recuerdo de aquella molestia y de la muerte de su propio cuerpo, no sería nunca mayor que el dolor de la Virgen María cuando recordaba la futura muerte de su amadísimo Hijo. Sabía la Virgen que los vaticinios de los Profetas habían anunciado que convenía padeciese su amadísimo Hijo muchos y graves tormentos, y hasta el justo Simeón, no lejanamente como los Profetas, sino delante de la misma Señora, predijo que una espada atravesaría su alma.

    Por consiguiente, ha de advertirse que así como las fuerzas del alma, para sentir el bien o el mal, son más fuertes y más sensibles que las del cuerpo, igualmente la bendita alma de la Virgen que debia ser traspasada con una espada, antes de padecer su Hijo, era afligida con mayores tormentos de los que pudiera sufrir el cuerpo de ninguna otra madre, antes de dar a luz un hijo; porque esa espada de dolor acercábase tanto más a todas horas al corazón de la Virgen, cuanto más se acercaba su amado Hijo al tiempo de su Pasión.

    Por lo cual indudablemente debe creerse que compadeciéndose filialmente de su Madre ese piadosísimo e inocentísimo Hijo de Dios, moderaba con frecuentes consuelos los dolores de la Señora, porque de otra manera no hubiese podido sufrirlos su vida hasta la muerte del Hijo.



    Feria Sexta - Lección Tercera (Capítulo 18)

    Bendición. La Pasión del Hijo de la Virgen nos encomiende en manos del altísimo Padre. Amén.

    Por último, en aquel mismo tiempo en que había predicho el Hijo de la Virgen: Me buscaréis y no me encontraréis, la punta de una penetrante espada hirió cruelmente el corazón de la Virgen. Entregado, según fué su santa voluntad, el Hijo por un traidor discípulo, y por los enemigos de la verdad y de la justicia, una espada de dolor penetraba el corazón y entrañas de la Virgen, y traspasando cruelmente su alma, introducíase con gravísimo dolor por todos los miembros de su cuerpo.

    Pues en el alma de la Virgen entraba con la mayor amargura esa espada, siempre que a su amadísimo Hijo se le presentaban padecimientos y oprobios. Veía, pues, a su Hijo abofeteado por mano de los impíos, azotado cruel e impíamente, condenado a muerte con la mayor infamia por los príncipes de los judíos, y conducido con las manos atadas al lugar de su Pasión, en medio del clamoreo del pueblo, que gritaba: Crucifica al traidor, llevando con mucha debilidad la cruz sobre sus hombros, precediéndole otros que le traían atado en pos de ellos, acompañándole algunos que le empujaban a puñadas, y trataban como cruelísima fiera a aquel mansísimo cordero, el cual, según profetizó Isaías, en todos sus padecimientos era tan sufrido, que a manera de cordero fué llevado a la muerte, sin dar un quejido, y callado al modo de la oveja ante el esquilador, no abrió sus labios; el cual, así como por sí mismo mostró la mayor paciencia, igualmente su santísima Madre sufrió con suma paciencia todas sus tribulaciones.

    Y al modo que el cordero acompaña a su madre adonde quiera que fuere llevada, así la Virgen Madre seguía a su Hijo conducido a los lugares de los tormentos. Pero viendo la Madre al Hijo con una corona de espinas puesta por burla, el rostro cubierto de sangre, y las mejillas rojas con las fuertes bofetadas, llenóse de gravísima angustia, y con la fuerza de los dolores comenzaron a palidecer sus mejillas; al correr por todo su cuerpo la sangre del Hijo en su flagelación, un raudal de lágrimas corría de los ojos de la Virgen; al ver después al Hijo cruelmente extendido en la cruz, empezaron a consumirse todas las fuerzas de su cuerpo; mas al oir las martilladas, cuando con clavos de hierro eran traspasados pies y manos del Hijo, faltándole entonces a la Virgen todos los sentidos, postróla como muerta lo fuerte del dolor; al ver que los judíos daban de beber a Jesús hiel y vinagre, la ansiedad del corazón secó la lengua y el paladar de la Virgen, de modo, que entonces no podía mover para hablar sus benditos labios; al oir después aquella débil voz de su Hijo, diciendo en la agonía de la muerte: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? , y viendo, finalmente, ponerse yertos todos los miembros del Hijo, y que inclinado la cabeza expiraba, entonces lo cruel del dolor comprimió el corazón de la Virgen, que no podía mover ni una sola de sus articulaciones.

    En lo cual se ve que no hizo entonces Dios corto milagro, cuando la Virgen Madre, inundada interiormente con tantas y tan grandes dolores, no expiró al ver a su amadísimo Hijo, desnudo y atormentado, vivo y muerto, traspasado con una lanzada, siendo la mofa de todos, crucificado entre ladrones, huyendo de él casi todos cuantos le conocían, y aun muchos de éstos apartándose bastante de la rectitud de la fe.

    Luego, así como su Hijo padeció una muerte amarguísima sobre todos los vivientes en este mundo, de la misma manera la Madre sufrió en su bendita alma amarguísimos dolores. Refiere la Sagrada Escritura que al ver la mujer de Finées el arca de Dios en poder de sus enemigos, expiró de repente con la vehemencia del pesar; pero el dolor de esta mujer no podía compararse con los dolores virginales de María al ver el cuerpo de su bendito Hijo, del cual era figura la referida arca, puesto y clavado en una cruz: pues amaba la Virgen a su Hijo, verdadero Dios y hombre, con mayor amor de que cualquiera nacido de mujer, por obra de varón, pudiera amarse a sí mismo o a otro.

    Por lo cual, como se considera admirable el que muriese de pesar, padeciendo más leves dolores esa mujer de Finées, y que sobrevivió María, sin embargo de padecer mucho más graves angustias. ¿Quién al pensar en esto no podrá juzgar sino que la Santísima Virgen conservó su vida contra todas las fuerzas corporales por especial don de Dios? Por último: al morir el Hijo de Dios abrió el cielo, y rescató con su poderío a sus amigos, detenidos en los infiernos. Mas recobrándose de su amargura la Virgen, conservaba sola en su integridad la recta fe hasta la resurreción del Hijo, y reduciéndolos a la fe, corregía a muchos que miserablemente se apartaban de ella.

    Muerto, pues, su Hijo, fué bajado de la cruz y envuelto en un lienzo, para ser sepultado como cualquiera otro cadáver, y entonces apartáronse de él todos, creyendo pocos que resucitaría; mas entonces también huyeron del corazón de la Madre los estímulos de los dolores, y comenzó a renovarse suavemente en ella el placer de los consuelos, porque se sabía que estaban completamente terminadas las tribulaciones de su Hijo, y que este Señor, con su divinidad y humanidad, debía resucitar al tercer día para la gloria eterna, y que en adelante no debía ni podía padecer molestia alguna.



    En estas tres lecciones siguientes manifiesta el ángel cuán constante en la recta fe fué la santísima Virgen, mientras los demás dudaban tocante a la resurreción de Jesucristo; y cuán provechosa fué a muchos la vida y doctrina de la misma Señora, y cómo en cuerpo y alma fué exaltada a los cielos.

    Sábado - Lección Primera (Capítulo 19)

    Bendición. Confírmenos en la fe Santísima la gloriosa y piadosísima Madre de Dios. Amén.

    Escrito está que de remotas regiones vino la reina del Austro a visitar al rey Salomón, y que al ver la sabiduría de éste, quedóse admirada llena de inmenso estupor; pero que recobrando su serenidad, estuvo encomiando al rey y le hizo magníficos presentes. A esta reina aseméjase en cierto modo la excelentísima reina Virgen María, cuya alma, examinando detenidamente desde el principio hasta su conclusión el orden y marcha de todo el mundo, y viendo perfectamente todas las cosas que en él hay, nada encontró que deseara poseer u oir, sino solamente esa sabiduría de Dios, de que había oído hablar. Buscóla, por consiguiente, con la mayor avidez, y estuvo indagándola con solicitud, hasta que prudentemente encontró la misma sabiduría, a saber, Jesucristo Hijo de Dios, incomparablemente más sabio que Salomón.

    Pero viendo la misma Virgen cuán prudentemente por la pasión de su cuerpo rescató el Señor en la cruz, abriéndoles las puertas del cielo a esas almas que el engañador enemigo había ganado para la muerte infernal, hallábase entonces la santísima Virgen más cercana a la muerte que la reina del Austro, cuando parecía estar sin sentido. Consumada después la Pasión de su Hijo y restablecidas sus fuerzas, glorificaba la Virgen a Jesús con dones muy gratos a Dios; porque con su saludable doctrina presentaba al mismo Dios más almas que ninguna otra persona con todas sus obras después de la muerte de Jesús.

    Pruébase también en esto que con sus palabras ensalzó honoríficamente al Señor; porque como después de la muerte de su humanidad dudasen mucho acerca del mismo Señor, que fuese verdadero Hijo de Dios eternamente inmortal en la divinidad, la Virgen sola lo afirmó así constantemente.

    Mas como al tercer día dudasen los discípulos de la resurreción de Jesús, las mujeres buscasen cuidadosamente su cuerpo en el sepulcro, y los mismos apóstoles estuviesen ocultos con suma ansiedad y pavor; entonces, a pesar de que sobre esto nada dice la Sagrada Escritura, debe, sin embargo creerse indudablemente que la Virgen Madre se certificó de que el Hijo de Dios había resucitado en carne para la gloria eterna, y de que jamás podría vencerle la muerte. Y aun cuando dice la Sagrada Escritura que primeramente vieron la resurrección de Jesús, Magdalena y los apóstoles, debe de positivo creerse que su dignísima Madre vió a Jesús vivo resucitado de entre los muertos, antes que lo supiesen y lo vieran ellos, por lo cual inundado en gozo su corazón estuvo alabando humildemente a su Hijo.

    Habiendo éste subido a su reino de la gloria, fué conveniente quedara en este mundo la Virgen María para confortar a los buenos y corregir a los extraviados. Era, pues, maestra de los apóstoles, consoladora de los mártires, doctora de los confesores, clarísimo espejo de las vírgenes, amparadora de las viudas, saludable consejera de los cónyuges, y perfectísima confortadora de todos en la fe católica.

    Pues cuando acudían a la Señora los apóstoles les revelaba perfectamente y les manifestaba con razones lo que acerca de su Hijo no sabían; animaba también a los mártires a padecer con alegría las tribulaciones por el nombre de Jesucristo, que por la salvación de todos y por la de ellos mismos había padecido voluntariamente muchas más tribulaciones; y afirmaba que ella misma, antes de morir su Hijo, estuvo durante treinta y tres años sufriendo con la mayor paciencia una continua angustia de corazón; enseñaba, además, los dogmas de la salvación a los confesores, quienes con su doctrina y ejemplo aprendieron a arreglar prudentemente, para alabanza y gloria de Dios, las horas del día y de la noche, y a moderar espiritual y razonablemente el sueño, la comida y los trabajos corporales; con sus honestísimas costumbres aprendían las vírgenes a conducirse honestamente, a conservar firmemente hasta la muerte su decoro virginal, a huir de palabrerías y vanidades, a examinar todas sus obras con diligente premeditación, y a considerarlas imparcialmente con examen espiritual; igualmente a las viudas decíales para su consuelo la gloriosa Virgen, que a pesar de que por su maternal amor le hubiese agradado que su amadísimo Hijo no hubiera tenido deseo de morir, no obstante habia conformado totalmente su voluntad maternal con la divina, escogiendo para el perfecto cumplimiento de la voluntad de Dios padecer humildemente todas las tribulaciones antes que para cualquier gusto suyo apartarse algo de la voluntad divina: con estas palabras hacía a las viudas sufridas en las tribulaciones y firmes en las tentaciones del cuerpo.

    Aconsejaba, por último, a las personas casadas que respecto al cuerpo y al alma se amasen mutuamente con verdadero amor y tuviesen una sola voluntad en todo lo concerniente a la honra de Dios, refiriéndoles de sí misma la Señora cuán sinceramente había entregado su fe a Dios, y cómo por amor de este Señor jamás se había opuesto en nada a la voluntad divina.



    Sábado - Lección Segunda (Capítulo 20)

    Bendición. Límpienos de la mancha del crimen el hijo de la Virgen María. Amén.

    Como según el tenor del santo Evangelio hemos aprendido que a cada cual se le medirá con la misma medida cn que a los demás midiere, parece imposible que con la razón humana pueda nadie comprender con cuántos honores ha debido ser venerada por todos en los palacios celestiales la que mientras vivió en este mundo misericordiosamente, hizo a muchísimos innumerables y fecundos bienes. Créese, por consiguiente, que fué justo, que cuando su santísimo Hijo quiso sacar de esta vida a la Virgen, estuviesen dispuestos para acrecentar el hono de la Señora todos aquellos que por medio de la misma habían adquirido la perfección de su voluntad.

    Por lo cual, como el Creador de todas las cosas, siendo medianera la misma Señora, hizo su total beneplácito en el mundo; así también complacióse en ensalzarla en sumo honor con los ángeles en el cielo. Y por consiguiente, al punto de ser separada del cuerpo el alma de la Virgen, la sublimó el mismo Dios maravillosamente sobre todos los cielos, dióle el dominio sobre todo el mundo y la hizo para siempre Señora de los ángeles; los que hiciéronse al momento tan obedientes a la Virgen, que preferirían padecer todas las penas del infierno, antes que oponerse en lo más leve a los mandatos de la Señora.

    También sobre los espíritus malignos hizo Dios a la Virgen tan poderosa, que siempre que acometieren a algún hombre y éste implorare por amor el auxilio de la Virgen, al instante huyesen despavoridos a una mera indicación de la Señora, queriendo se le multipliquen sus penas y miserias, más bien que ver dominar sobre ellos de ese modo el poder de la misma Virgen.

    Y como esta Señora fué la criatura más humilde entre todos los ángeles y hombres, por esto mismo fué la más sublimada y más hermosa de todas, y la más semejante a Dios sobre todas ellas. Por lo que ha de advertirse, que al modo que el oro se considera más digno que los otros metales, así los ángeles y las almas son más dignas que las demás criaturas. Luego así como el oro no puede adquirir forma alguna sin la acción del fuego, y aplicado éste, adquirere diversas formas según el intento del artífice; igualmente el alma de la santísima Virgen no hubiera podido llegar a ser más hermosa que las otras almas y que los ángeles, si su excelentísima voluntad, que se compara con el ingenioso artífice, no la hubiese preparado tan eficazmente en el ardentísimo fuego del Espíritu Santo, para que sus obras apareciesen ante el Creador lás mas gratas de todas.

    Y así como el oro, a pesar de formar obras bellas, no se ve claramente el mérito del artífice, cuando estas obras se hallan en una habitación obscura, sino al ponerlas en la claridad del sol es cuando se nota bien la belleza de esos artefactos, así también las dignísimas obras de esta gloriosa Virgen, que hermosamente adornaban su preciosísima alma, no pudieron verse bien mientras esta alma se hallaba escondida en el retiro de su perecedero cuerpo, sino que hasta que llegó la misma alma al resplandor del verdadero sol, que es la misma divinidad. Ensalzaba finalmente con magníficas alabanzas a la santísima Virgen toda la corte celestial, porque su voluntad había adornado su alma de manera, que su hermosura excedía a la de todas las criaturas, por lo cual aparecía muy semejante al mismo Creador.

    A esta gloriosa alma había sido, pues, destinado desde la eternidad un asiento de gloria muy próximo a la Santísima Trinidad. Porque así como Dios Padre estaba en el Hijo, y el Hijo en el Padre, y el Espíritu Santo en ambos, cuando el Hijo después de tomar carne humana en el vientre de su Madre, descansaba con la divinidad y humanidad, quedando totalmente indivisa la unión de la Santísima Trinidad, y conservada inviolablemente la virginidad de la Madre; así también dispuso el mismo Dios para el alma de la Santísima Virgen una mansión próxima al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, a fin de que fuese participante de todos los bienes que pudiera conceder Dios.

    Tampoco puede comprender ningún corazón humano cuánta alegría comunció Dios a su compañía en el cielo, cuando salió de este miserable mundo su amadísima Madre, según verdaderamente conocerán todos los que deseen con amor la patria celestial, cuando contemplaren cara a cara al mismo Dios. También los ángeles glorificaban a Dios, felicitando al alma de la Virgen, pues por la muerte del cuerpo de Jesús se completó su compañía, y por la venida de la Santísima Virgen al cielo se acrecentó su alegría y gozo.

    Por último, alegrábanse por la llegada de la Virgen al cielo Adán y Eva, juntamente con los Patriarcas y Profetas, y toda la cohorte sacada de las cárceles de los infiernos, y los demás venidos a la gloria después de la muerte de Jesucristo, dando alabanzas y honor a Dios, que en tanta sublimidad ensalzaba a la Señora, por haber parido santa y gloriosamente al Redentor y Señor de todos.

    Veneraban también a la Virgen con su humilde obsequio, enalteciendo su venerable cuerpo con toda la alabanza y gloria que podían los Apóstoles y todos los amigos que se hallaron presentes a los dignísimos funerales de la Virgen, cuando su amadísimo Hijo llevaba consigo al cielo la gloriosa alma de esta Señora. Y en efecto: debe indudablemente creerse, que así como los amigos de Dios dieron sepultura al cadáver de la santísima Virgen, así también el mismo Dios, su amadísimo Hijo, llevó venerablemente a la vida eterna el cuerpo vivo de María y su bendita alma.



    Sábado - Lección Tercera (Capítulo 21)

    Bendición. Llévenos la Reina de los ángeles a la gloria del Reino de los cielos. Amén.

    Como la misma verdad, que es el Hijo de Dios y de la Virgen, aconsejó a todos devolver el bien por el mal, ¿con cuántos bienes ha de creerse que Dios remunere por sí mismo a los que hagan obras? Y como en su Evangelio por cada obra buena prometió pagar el céntuplo, ¿quién podrá imaginarse con cuántos dones de sublimes premios no habrá enriquecido a su santísima Madre, quien jamás cometió el más leve pecado y cuyas obras gratísimas a Dios no tienen número? Pues así como la voluntad del alma de la Virgen fué cooperadora de todas las obras buenas, así también su honestísimo cuerpo fué instrumento aptísimo y contínuamente aplicable para la perfección de las obras.

    Por lo cual, al modo que verdaderamente creemos que según justicia de Dios todos los cuerpos humanos deben resucitar en el último día para recibir juntamente con las almas la retribución proporcionada al mérito de sus obras; porque así como el alma de cada cual fué cooperadora de todas sus obras por la connivencia de la voluntad, así el cuerpo unido a ella, hizo por sí corporalmente todas las cosas; igualmente debe creerse que a la manera que resucitó de entre los muertos y fué juntamente glorificado con la divinidad, el cuerpo del Hijo de Dios que jamás había pecado, así también el cuerpo de su dignísima Madre, que jamás había cometido pecado alguno, a los pocos días de sepultado fué llevado al cielo por virtud y poder de Dios, con el alma de la misma Virgen y glorificado a la par de esta con sumo honor.

    Y como en este mundo no puede el entendimiento humano comprender la hermosura y gloria de esa corona con que por su Pasión debe estar ensalzado y venerado Jesús, Hijo de Dios; así tampoco nadie puede imaginar el esplendor de esa corona con que por su obediencia divina es venerada en cuerpo y alma la Virgen María. Y como todas las virtudes del alma de la Virgen ensalzaban a Dios su Hacedor, cuyo sacratísimo cuerpo hallábase después adornado con las prerrogativas de todas las virtudes; así también las obras de su cuerpo enaltecían a la dignísima Virgen, Madre de Dios, porque no omitió practicar en este mundo una sola virtud, por la que supiese que recibiría premio del cielo en el cuerpo y en el alma.

    Por lo que ha de advertirse que así como solamente la sacratísima alma de Jesús y la de su Madre, han sido dignísimas de los más altos premios por sus virtudes y méritos, por no haber tenido defecto alguno en sus buenas obras, así igualmente, exceptuando sólo el cuerpo de Jesús, fué durante más tiempo el cuerpo de su Madre más digno que los de los demás para recibir con su alma los premios de los méritos, porque siempre hizo con ella todas sus mejores obras, y jamás consintió en pecado alguno.

    ¡Oh cuán poderosamente manifestó Dios su justicia, cuando echó del paraíso a Adán, por haber comido contra la obediencia en el mismo paraiso el fruto prohibido del árbol de la ciencia! ¡Oh cuán humildemente mostró Dios su misericordia en este mundo, por la santísima Virgen María, que oportunamente puede llamarse árbol de la vida! Pensad, pues, que pronto la justicia redujo a la miseria a los que desobedeciendo habían comido el fruto del árbol de la ciencia. Considerad también con cuánta dulzura llama la misericordia y atrae a la gloria a los que desean restablecerse con el fruto del árbol de la vida.

    Mirad también, que cuando crecía en este mundo el cuerpo de esa honestísima Virgen, el cual se compara con el árbol de la vida, no menos deseaban ese fruto todos los coros de los ángeles y alegrábanse por lo que había de nacer de él, no menos que por la gracia a ellos concedida, conviene a saber, por haber conocido que ellos mismos, siendo inmorales, tendrían alegría celestial, y principalmente para que reluciera el mucho amor de Dios al linaje humano y se aumentara así la compañía de ellos.

    Por esta razón se encaminó de prisa y con alegría el arcángel san Gabriel a la santísima Virgen y la saludó caritativamente con muy dignas palabras. Por lo cual, como esta Virgen, maestra de la verdadera humildad y de todas las virtudes, respondía muy humildemente al ángel anunciador; alegróse éste, conociendo que de ese modo debía satisfacerse el deseo de su voluntad y de los demás ángeles. Mas como verdaderamente sabemos que ese bendito cuerpo de la Virgen fué llevado al cielo con el alma, se ha dispuesto convenientemente para los hombres mortales, ofensores de Dios, que por el verdadero arrepentimiento de sus culpas, suban enseguida al cielo los que constantemente afligidos con diversas tribulaciones en esta valle de miseria, no dudan que esta penosa vida debe terminar por la muerte de sus culpas.

    Y si con el fruto de ese árbol, que es Jesucristo, desean los hombres restablecerse, procuren antes con todas sus fuerzas inclinar las ramitas de ese mismo árbol, conviene a saber, saludar a su misma Madre, como el ángel anunciador, para evitar todo pecado, confirmando sus voluntades y disponiendo razonablemente para honor de Dios todas sus palabras y acciones. Pues entonces fácilmente se inclinará a ello la misma Virgen, manifestándoles el deseo de su auditorio para recibir el fruto del árbol de la vida, que es el dignísimo cuerpo de Jesús, el cual por manos de los hombres se consagra para vosotros los pecadores y en este mundo, así como para los ángeles en el cielo, es vuestra vida y alimento.

    Y como Jesús, para complemento de su amabilísima compañia, desea con ardiente amor las almas redimidas con su sangre; procurad, pues, amadísimos hermanos, satisfacer también vosotros su deseo con todo fervor y amor, recibiendo ese mismo cuerpo que por las dignísimas súplicas de la Virgen María se digna concederos su Hijo Jesucristo, quien con el Padre y con el Espíritu Santo vive y reina por infinitos siglos de los siglos. Amén.
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