Santa Brigida Suecia: Profecias y Revelaciones

Revelaciones Celestiales de Santa Brígida de Suecia - Libro 6

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  • “¿Quién es este verdugo, sino el demonio, que separa de su Dios el alma que con él consiente? A este le dicen los hijos del difunto: Separa, cuando despreciando la humildad, las buenas obras que practican, las hacen por soberbia y honra del mundo más bien que por amor de Dios. Por la soberbia se aparta del hombre la cabeza, que es Dios, y se une a el por la humildad.”

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    Las Profecías y Revelaciones de Santa Brígida de Suecia - Libro 6

    La Virgen María habla a santa Brígida de la niñez de Jesús, de su hermosura y divinos atractivos.

    Capítulo 1

    Yo soy la Reina del cielo, y mi Hijo te ama de todo corazón. Te aconsejo que nada ames sino a Él, porque es tan amable, que si lo tuvieres, no podrías desear ninguna otra cosa; tan hermoso, que comparada su hermosura con la de los elementos o con la de la luz, es ésta como sombra. Cuando criaba yo a mi Hijo, estaba tan precioso, que cuantos lo veían se consolaban de cualquiera pena que tuviesen. Y así, muchos judíos se decían unos a otros: Vamos a ver el Hijo de María, para podernos consolar. Y aun cuando ignoraban que era Hijo de Dios, no obstante, recibían con verlo un gran consuelo. El cuerpo de mi Hijo era tan limpio, que nunca tuvo el menor insecto, porque éstos reverenciaban a su Hacedor, ni en sus cabellos hubo jamás impureza alguna.



    Vió la Santa en espíritu cómo el demonio huía de una persona que oraba con fervor.

    Capítulo 2

    Vió santa Brígida un demonio que estaba con las manos atadas junto a uno que se hallaba en oración, y al cabo de una hora dió el demonio un terrible y fuerte grito con gran rugido, y avergonzado se retiró. Acerca de este dijo a la Santa su ángel custodio: Ese demonio inquietó en cierto tiempo a aquel hombre, y tiene atadas las manos, porque no puede prevalecer sobre él, según desea; pues por haber resistido este hombre varonilmente las acometidas del demonio, es voluntad de Dios, que no pueda hacerle daño, según deseara.

    Con todo, aún tiene el demonio esperanza de poder prevalecer contra él, pero ahora está muy bien atado, y nunca más engañará a este hombre, a quien la gracia de Dios se le aumentará de día en día, y por eso el demonio da alaridos con razón, porque perdió a quien tanto acometía para vencerlo.



    Exhorta Jesucristo a la predicación de su palabra, prometiendo grandes tesoros a sus ministros.

    Capítulo 3

    El que tiene el oro de la sabiduría de su Señor, dice Jesucristo a la Santa, está obligado a hacer tres cosas: primero, debe distribuirlo a los que lo quieran y a los que no lo quieran; debe, en segundo lugar, ser sufrido y circunspecto; y por último, ha de ser justo y equitativo en distribuir. El que posea esas virtudes, tiene mi oro, que es de mi sabiduría; y así como no hay metal más precioso que el oro, tampoco hay en la Escritura nada más digno que mi sabiduría. De esta sabiduría he llenado el espíritu de ese por quien tú pides; y así debe predicar mi Evangelio con valor, como soldado mío, y no solamente a los que deseen oirle, sino a los que no quieran, debe hablarles de mi misericordia.

    Ha de ser también sufrido por mi nombre, sabiendo que tiene un Señor que oyó toda clase de injurias y oprobios. Y encargo, por último, que sea equitativo en distribuir igualmente al pobre que al rico; con ninguno guarde contemplación, a nadie tema, porque yo estoy en él, y él en mí. ¿Quién ha de dañarle, siendo yo Omnipotente en él y fuera de él? Daréle por su trabajo una preciosa paga, que no será nada corporal ni terreno, sino a mí mismo, en quien reside todo bien y dicha, y en quien se encuentra toda abundancia.



    Capítulo 4

    Yo soy tu Creador y tu Esposo. Tú, nueva esposa mía, has pecado hoy de cuatro modos, cuando te pusiste colérica. Primeramente, porque estuviste impaciente en tu corazón al oir aquellas palabras, al paso que yo padecí por ti azotes, y puesto delante de un juez, no respondí una palabra. En segundo lugar, porque respondiste con mayor acrimonia, y levantaste mucho tu voz recoviniendo, mientras que yo, clavado de pies y manos, miré al cielo, y no abrí mis labios. Me ofendiste, en tercer lugar, pues por mí deberías sufrirlo todo con paciencia. Y faltaste, por último, porque con tu paciencia no aprovechaste a tu prójimo, el cual erró y debió ser llevado a mejor camino.

    Quiero, pues, que en lo sucesivo no vuelvas a encolerizarte; y si alguien te provocare a ira, no has de hablar hasta que esté tranquilo tu ánimo; y pasada aquella alteración, y bien vista su causa, habla con mansedumbre. Mas si por hablar sobre algunas materias no sirvieres de provecho, ni pecares callando, mejor es que calles, por el mérito de la virtud del silencio.



    Incomparable poder y misericordia de la Virgen María. Siete espantosos tormentos padecidos por el alma de un príncipe en el purgatorio, y eficacia de la limosna, del sacrifico de la misa y de la sagrada comunión, para librarle de ellos.

    Capítulo 5

    Yo soy la Reina del cielo, dice la Virgen a la Santa; yo soy Madre de la misericordia; yo soy la alegría de los justos y la intercesora de los pecadores para con Dios. En el fuego del purgatorio no hay pena alguna que por mí no se haga más suave y llevadera de lo que de otro modo sería; tampoco hay ningún mortal tan desventurado, que mientras vive, carezca de mi misericordia, pues por mi causa, tientan los demonios menos de lo que en otro caso tentarían; ni hay ninguno tan apartado de Dios, a no ser que del todo estuviere maldito, que si me invocare, no vuelva a Dios y no alcance misericordia.

    Y porque soy misericordiosa y he alcanzado de mi Hijo misericordia, quiero manifestarte cómo ese difunto amigo tuyo, de quien te compadeces, podrá librarse de los siete castigos de que mi Hijo te ha hablado. Y en primer lugar, se libertará del fuego que por la incontinencia padece, si con arreglo a las tres órdenes que en la Iglesia hay de casadas, viudas y doncellas, hubiese alguien que por el alma de este difunto proporcionara la dote para casar una doncella, para que otra entrase en religión, y para que una viuda pudiese vivir según su estado; porque en cuanto a la incontinencia, pecó tu amigo, excediéndose en las cosas que aun en su estado le fueran lícitas.

    En segundo lugar, porque en la gula pecó de tres modos: comiendo y bebiendo opípara y excesivamente; teniendo muchos manjares por ostentación y soberbia; y estando mucho tiempo a la mesa, omitiendo a la par las obras de Dios. Y así, el que quisiere satisfacer por estos tres linajes de gula, ha de recoger, en honra de Dios que es trino y uno, tres pobres durante un año entero, y les ha de dar de comer los mismos manjares y tan buenos como los que él tenga en su propia mesa, y no ha de comer hasta que viere comer a esos tres, a fin de que por esta corta tardanza, se borre aquella larga demora que tenía tu amigo cuando se sentaba a la mesa. A esos tres pobres se les ha de proporcionar también los correspondientes vestidos y camas.

    Lo tercero, por la soberbia que de muchos modos tuvo, debe el que quisiere, reunir siete pobres y una vez a la semana por todo un año lavarles los pies con humildad, diciendo entre tanto en su corazón: Señor mío Jesucristo, que fuísteis preso por los judíos, tened misericordia de él. Señor mío Jesucristo, que estuvísteis atado a la columna, tened misericordia de él. Señor mío Jesucristo, que siendo vos inocente, fuísteis condenado por los inicuos, tened misericordia de él. Señor mío Jesucristo, que fuísteis despojado de vuestras propias vestiduras, y revestido por burla con unos andrajos, tened misericordia de él. Señor mío Jesucristo, que fuísteis azotado tan cruelmente, que se veían todas vuestras costillas, sin que hubiese en vos cosa sana, tened misericordia de él.

    Señor mío Jesucristo, que fuísteis extendido en la cruz, horadados con clavos vuestros pies y manos, atormentada la cabeza con crueles espinas, anegados en lágrimas vuestros ojos, y vuestra boca y oídos llenos de sangre, tened misericordia de él. Y después de lavarles los pies a esos pobres, les dará de comer, y les suplicará humildemente que pidan por el alma del difunto. Lo cuarto, pecó en la pereza de tres modos: fué perezoso para ir a la iglesia; perezoso para aprovechar las indulgencias, y perezoso para visitar los sepulcros y reliquias de los Santos.

    El que quisiere satisfacer por lo primero, ha de ir a la iglesia una vez al mes por espacio de un año, y mandar decir una misa de difunto por el alma de ese tu amigo: por lo segundo, irá siempre que pueda y quiera, y especialmente por dicha alma, a los templos donde hay concedidas indulgencias, y por lo tercero, por medio de persona de confianza envíe su ofrenda a los principales Santos de este reino de Suecia, donde por causa de las indulgencias suele acudir mucha gente devota, como san Erico, san Sigfrido y otros, y el que llevare la ofrenda, ha de ser remunerado por su trabajo.

    Lo quinto, porque el difunto pecó en vanagloria y alegría; el que quiera satisfacer por él, ha de reunir por espacio de un año una vez al mes los pobres que haya en su distrito o en los inmediatos, y los llevará a una casa, y hará decir delante de ellos una misa de difuntos, y antes de comenzar ésta, el sacerdote suplicará y amonestará a los pobres que rueguen por el alma del finado. Después de la misa se les dará de comer a todos los pobres, de modo que se levanten complacidos de la mesa, para que el difunto se alegre con las oraciones de ellos, y los pobres con la comida.

    Lo sexto, porque deberá pagar cuanto debe hasta el último maravedí, y mientras estará penando, has de saber, hija mía, que antes de morir y a su muerte tuvo deseo, aunque no tan ardiente como debiera, de pagar todas sus deudas, y por este deseo se halla en estado de salvación; en lo cual puede el hombre ver cuánta es la misericordia de mi Hijo, quien por tan poca cosa da el descanso eterno, y si no hubiese tu amigo tenido ese deseo, se hubiera condenado para siempre. Por tanto, los parientes que le han sucedido en sus bienes, deben tener deseo de pagar, y en efecto satisfacer sus créditos a todos cuantos supiere les debía el difunto, y al tiempo de pagarles les suplicarán humildemente, que perdonen al alma del difunto, si por la larga demora han sufrido algún perjuicio; pero si no pagaren dichos parientes, tomarán a su cargo la responsabilidad del difunto.

    A cada monasterio de este reino se ha de enviar también una ofrenda y mandar decir una misa pública, y antes de que se comience se ha de pedir por el alma del finado, para que se aplaque el Señor. Después se dirá una misa de difuntos en cada iglesia parroquial donde tu amigo tuvo sus bienes, y antes de cantarla, el sacerdote, y hallándose presente todo el pueblo, le ha de decir a éste: La presente misa se va a celebrar por el alma de tal príncipe, y en nombre de Jesucristo os ruego, que si en algo os ofendió ese difunto en palabras, obras o por sus órdenes, se lo perdonéis, y ensegnida se acerque al altar.

    Lo séptimo, porque fué juez, y confió su cargo a vicarios inicuos, por lo cual aunque se halla en el purgatorio, está en manos de los demonios. No obstante, como contra la voluntad de él obraban aquéllos inicuamente, aunque no vigilaba ni atendía como debiera, puede ser libertado de esta pena, si tuviere el auxilio del santísimo cuerpo de mi Hijo, que diariamente es ofrecido en el altar. Pues el pan que en el altar se pone, antes de decir las palabras: Este es mi Cuerpo, es meramente pan; pero después de dichas estas palabras de la consagración, se convierte en el cuerpo de mi Hijo, el cual lo recibió de mí sin mancha alguna, y el cual fué crucificado. Entonces es en espíritu honrado y adorado el Padre por los miembros del Hijo, alegrasé el Hijo con el poder y majestad del Padre, y yo que soy su Madre y lo engendré, soy honrada por todo el ejército celestial. Todos los ángeles se vuelven a él y lo adoran, y las almas de los justos dánle gracias, porque por él fueron redimidas. ¡Qué horrorosa abominación la de los miserables, que toman en sus indignas manos a tan grande y tan digno Señor!

    Este cuerpo que murió por amor a los hombres, es el que puede libertar de la pena al difunto. Y así deberá decirse una misa de cada solemnidad de mi Hijo, a saber: una de la Natividad, otra de la Circuncisión, otra de Epifanía, otra del Corpus Christi, una de Pasión, otra de Pascua, otra de la Ascensión y una de Pentecostés. Diráse también una misa de cada solemnidad que en mi honor se celebre. Se dirán también nueve misas en honor de los nueve coros de los ángeles; y cuando se vayan a celebrar estas misas, se han de reunir nueve pobres, a quienes se les dará de comer y vestir, para que los ángeles a cuya custodia fué encargado el difunto y a los cuales ofendió de muchas maneras, puedan aplacarse con esta pequeña ofrenda, y presentar su alma a Dios. Dígase además una misa por todos los difuntos, a fin de que con ella obtengan el eterno descanso, y lo alcancen también para el alma de tu amigo.

    DECLARACIÓN.

    Fué este un príncipe misericordioso, que después de muerto se apareció a santa Brígida y le dijo: Nada alivia tanto mis penas en el purgatorio, como la oración de los justos y el Sacramento del altar. Pero como fuí príncipe y juez, y encomendé este cargo a los que amaban poco la justicia, me hallo todavía en este destierro, aunque me libertaría de él, si los que debieran ser amigos míos y lo fueron, fuesen más celosos por mi salvación.



    Aconseja la Virgen María a la Santa que no se olvide jamás de la Pasión del Señor, y dícele cómo en dicha Pasión se conmovieron los clelos, la tierra y los abísmos.

    Capítulo 6

    En la muerte de mi Hijo trastornáronse todas las cosas. Pues la Divinidad, que nunca se apartó de él ni aun en la muerte, parecía como compasiva en aquella última hora, a pesar de que por ser impasible e inmutable, no puede la divinidad padecer dolor ni pena alguna. Mi Hijo padecía dolor en todos sus miembros, hasta en el corazón, sin embargo de ser inmortal, según la divinidad: y tambié su alma que era inmortal, padecía, porque salió del cuerpo. Reunidos los ángeles estaban tambiäen como en sobresalto, al ver a Dios padecer en la tierra según su humanidad.

    Pero acaso no comprenderás, cómo pueden afligirse los ángeles que son inmortales. Y a esto debo decirte, que como si el justo viese a un amigo suyo padecer algo de que le resultara gran gloria, se alegraría de la gloria que alcanzaba su amigo, aunque se entristecería en cierta manera por el padecimiento; del mismo modo se afligían los ángeles con la pena de mi Hijo, a pesar de ser impasibles; pero alegrábanse de su gloria futura, y del provecho que había de resultar de su Pasión.

    Trastornáronse además todos los elementos, y en el instante de morir mi Hijo el sol y la luna perdieron su esplendor, tembló la tierra, partiéronse las piedras y abríanse los sepulcros. Conmoviéronse todos los gentiles dondequiera que estuvieron, porque sentían en su corazón a la manera de una punzada dolorosa, aunque ignoraban de dónde provenía. Conmoviéronse también en aquella hora el corazón de los que lo crucificaron, mas no para gloria de ellos. Conmoviéronse además en aquella hora los espíritus inmundos, y trastornáronse como formando todos uno solo. Afligiéronse igualmente mucho los que estaban en el seno de Abraham, al ver de aquel modo padecer a su Señor, Pero nadie puede considerar el dolor que entonces padecía yo, hallándome al lado de mi hijo, y siendo, aunque Virgen, Madre suya. Por tanto, hija mía, ten siempre en tu memoria la Pasión de mi Hijo, y huye de la inconstancia del mundo, que no es más que una apariencia y una flor que se seca muy pronto.



    La Virgen María se compara a una colmena de dulcísima miel, de la que todos reciben bendición y dulzura.

    Capítulo 7

    Esposa de mi Hijo, dice la Virgen a la Santa, tú me saludaste y me comparabas a la colmena de abejas. Yo ciertamente, fuí como un colmenar, pues mi cuerpo, antes de unirse al alma, fué como un precioso vaso en el seno de mi madre, y después de mi muerte, fué también como un vaso cuando se hubo separado del alma, hasta que Dios elevó mi alma con mi cuerpo junto a la divinidad. Este vaso fué hecho colmena, cuando aquella abeja bendita, el Hijo de Dios, salió de los cielos, y siendo Dios vivo bajó a mi cuerpo. Mi seno fué un dulcísimo y delicadísimo panal, que había sido preparado con todas las proporciones y complementos para recibir la suavísima miel de la gracia del Espíritu Santo. Llenóse este panal, cuando vino a mí el Hijo de Dios con poder, con amor y con pureza. Vino con poder, porque era mi Señor y mi Dios: vino con amor, porque por el amor que a las almas tuvo, tómo la carne y la cruz, y vino con pureza, porque fué apartado de mí todo el pecado de Adán: y así, el purísimo Hijo de Dios recibió una carne purísima.

    Pero así como la abeja tiene el aguijón, con el cual no hiere sino cuando se ve perseguida, así también mi Hijo tiene la severidad de la justicia, que con todo no la emplea, sino cuando le provocan los pecadores. A esta divina abeja se le ha pagado mal, pues por su poder fué mi Hijo entregado a los inicuos; por su amor fué puesto en manos crueles; y por su pureza fué desnudado y azotado inhumanamente. Bendita, pues, sea esa abeja que de mi seno hizo para sí un colmenar, y lo llenó con su miel tan copiosamente, que con la dulzura que a mí me dió, se pudiera quitar de la boca de todos aquel sabor envenenado de la antigua serpiente.



    Aconseja el Señor y manda a los suyos, que se den sin reserva a su divino servicio en cuerpo y alma.

    Capítulo 8

    Tres cosas debes tener, esposa mía, dice el Señor a la Santa, a saber: no seguir sino mi voluntad: no sentarte sino para honra mía, y no permanecer constante sino para provecho de tu divino esposo. Sigues mi voluntad, cuando empleas todo tu tiempo según ella, cuando no comes, ni duermes, ni haces ninguna otra cosa sino según comprendes que agrada a Dios. Permaneces con firmeza, cuando tienes deseo de perseverar en mi servicio. Estás sentada, cuando elevas tu alma únicamente a las cosas celestiales, y consideras cual es la gloria de los Santos y de la vida sempiterna.

    A estas tres cosas debes agregar otras tres, a saber: debes estar dispuesta en primer lugar como la doncella que va a desposarse, y piensa consigo de este modo: Reuniré para mi esposo, con el cual he de vivir así en lo próspero como en lo adverso, todo cuanto pueda legítimamente de los bienes de mi padre que son perecederos. Has de hacer así, porque tu cuerpo es como padre tuyo, y debes exigirle todo el trabajo que pudieres en favor de los pobres y en otras buenas obras, a fin de que puedas alegrarte con tu esposo, porque tu cuerpo es perecedero; y no lo debes tratar con miramientos en la vida presente, a fin de que resucite después para mejor vida.

    Piensa, en segundo lugar, y di como la buena esposa: Si mi esposo me ama, ¿de qué debo yo inquietarme? Si está en paz conmigo, ¿a quién tengo que temer? Y así, para que no se enoje conmigo le obsequiaré en lo posible y haré siempre su voluntad. Piensa, por último contigo misma, que tu esposo es eterno y riquísimo, y que con él tendrás perpetua honra y riquezas eternas; y por tanto, no ames lo perecedero, para que puedas conseguir lo que ha de durar eternamente.



    Trámites por donde conduce y eleva Dios el alma hasta la perfección.

    Capítulo 9

    Hablaba un ángel al Señor y le decía: Alábeos, Señor mío, todo vuestro ejército por todo vuestro amor. Vos me encomendasteis para que yo la guardase a esta vuestra esposa que está presente, y ahora os la devuelvo. La gané para vos como a una niña, dándole primeramente fruta, y después de comer ésta le dije: Sígueme, hija, hasta más adelante, y te daré dulcísimo vino, porque en la fruta no hay sino un sabor muy sencillo, pero en el vino hay dulzura y fortaleza del alma. Después que gustó el vino, le volví a decir: Sigue todavía más adelante, pues te estoy preparando lo que es para siempre, y en lo cual reside toda dicha.

    Luego que acabó de hablar el ángel, dijo el Señor a la Santa: Verdad es lo que, oyendolo tú, ha dicho mi siervo. Atraíate éste hacia mi como con fruta, cuando pensabas contigo, que todo cuanto tenías, procedía de mí, y a mí sólo me dabas gracias por ello; pues como en la fruta hay escaso sabor y poco alimento, así entonces no te gustaba mucho mi amor, sino que existía en ti como si hubiese en tu corazón cierto sabor de pensar en Dios. Pasaste más adelante, cuando pensaste contigo de este modo: La gloria de Dios es eterna, y la alegría del mundo muy breve, y al fin el mundo muy inútil.

    ¿De qué me sirve el amar de esta suerte las cosas temporales? Con tal pensamiento comenzaste a abstenerte varonilmente de los placeres del mundo y a hacer en mi nombre todo el bien que podías; y entonces, como movida por el deseo del vino, tuviste más sed de mí. Cuanto después pensaste que yo soy el Señor Omnipotente, de quien procede todo bien, y dejaste tu propia voluntad haciendo la mía, entonces de derecho te hiciste mía, y consentí en tí, y te hice que fueras mia. Enseguida dijo el Señor al ángel: Siervo mío, tu éres rico en mí, tu honra es eterna, el fuego de tu amor es inextinguible y mi virtud no puede faltarte; tú me has entregado esta esposa mía; pero quiero que todavía la custodies hasta que le llegare su tiempo. Custódiala, no sea que incautamente le infunda el demonio algo malo. Proporciónale vestiduras de virtudes y de completa hermosura. Susténtala con mis palabras, que son como carnes frescas, con las cuales se mejora la sangre, se restablece la carne enferma, y excítase en el alma el placer del bien.

    He obrado con esta como puede hacer uno con su amigo, a quien por amor y por su bien pone en cautiverio y le dice: Entra en mi casa, amigo, y mira lo que en ella se hace, que es lo que debes hacer. Y entrando en la casa, no le muestra el que lo tiene cautivo las vilísimas serpientes ni los ferocísimos leones que en la misma casa habitan, sino que para consolar a su amigo, le hace aparecer las serpientes como mansísimas ovejas, y los leones como hermosas aves, y le dice a su amigo: Amigo, ten entendido que te amo, y por tu bien te he puesto cautivo, y así cualquiera cosa que vieres, dila a mis amigos, que ellos han de custodiarte y te consolarán de tal modo, más te gustará mi cautiverio que tu propia voluntad.

    De la misma manera, querida hija, he hecho yo contigo. Te cautivé cuando de tu amor propio te arranqué a mi amor; cuando de los peligros del mundo te llamé a este puerto de quietud. Y así, todo cuanto vieres y oyeres, no lo refieras a nadie, sino a mis amigos que te custodian e instruyen; porque el mismo Espíritu que te ha traído al puerto, te llevará a la patria, y el mismo que te ha traído a buen principio, te llevará al mejor fin.



    Inmensa gloria de los bienaventurados, y por el contrario, increíbles padecimientos de los réprobos, con el ejemplo de una mujer que se condenó, cuyos tormentos se describen.

    Capítulo 10

    Aparecióse a santa Brígida un santo, y le dijo: Si por cada hora que en este mundo viví, hubiera yo sufrido una muerte, y siempre hubiese vuelto a vivir nuevamente, jamás con todo esto podría yo dar gracias a Dios por el amor con que me ha glorificado; porque su alabanza nunca se aparta de mis labios, su gozo jamás se separa de mi alma, nunca carece de gloria y de honra la vista, y el júbilo jamás cesa en mis oídos.

    Entonces dijo el Señor al mismo santo: Di a esta esposa que se halla presente, qué merecen los que se cuidan del mundo más que de Dios, los que aman la criatura más que al Creador, y qué castigo tiene aquella mujer que mientras estuvo en este mundo, vivió entregada a los placeres. Y respondió aquel santo: Su castigo es gravísimo, pues por la soberbia que en todos sus miembros tuvo, están inflamados como horroroso rayo su cabeza, manos, brazos y pies. Su pecho está punzado como con piel de erizo, cuyas espinas se clavan en su carne y la destrozan, punzándola de un modo inconsolable.

    Los brazos y demás miembros, que con tanta sensualidad extendía ella para agasajar a los hombres, son como dos serpientes que tiene enroscadas en su cuerpo, que la despedazan devorándola sin consuelo, y nunca se cansan en despedazarla. Su vientre está atormentado de una manera tan cruel, como si en él estuviese metido un agudísimo palo y con la mayor fuerza se empujase para que entrara más. Sus rodillas y piernas como durísimo e inflexible hielo, no tienen descanso ni calor alguno. También sus pies, con los que se encaminaba a los placeres y llevaba a otros en pos de sí, se hallan como si continuamente los estuviesen cortando con afiladísima cuchilla.

    DECLARACIÓN.

    Fué ésta una señora que tenía mucha aversión a confesarse y seguía la propia voluntad; y acometida por un tumor en la garganta, murió sin confesión. Viéronla presentarse en el tribunal de Dios, y todos los demonios la acusaban, diciendo: Aquí está esa mujer que quiso esconderse de ti, oh, Dios; pero de nosotros fué conocida. Y respondió el Juez: La confesión es una purificación excelente; y porque ésta no quiso lavarse con ella en tiempo, razón es que se manche con vuestras inmundicias; y porque no quiso avergonzarse delante de pocos, justo es que la avergüencen todos delante de muchos.



    La Virgen María instruye a santa Brígida sobre el modo de desechar las tentaciones.

    Capítulo 11

    Hija mía, si te halagare tu enemigo con los deleites de los bienes temporales, respóndele: Enemigo de todo bien, tú nada has creado, y así nada puedes dar, y aunque pudieras, muy pronto toda tu obra había de perecer y concluir. Si te halagare con los placeres del mundo, dile: La amistad del mundo acaba con un ¡ay! eterno. Si te halagare con los placeres de la carne, respóndele: No los quiero, porque al concluir son un veneno, y terminan con eternos dolores.

    Y en aquel momento aparecióse el demonio, al cual dijo la bienaventurada Virgen: Di para que ésta lo oiga; ¿dónde está lo que has creado? Yo no he creado nada, respondió el demonio, porque fuí criatura buena, y por mí mismo me hice malo. Y volvió a decirle la Virgen: ¿Acaso tu amistad tuvo alguna vez término feliz y con gozo? Y respondió el demonio: Nunca sucedió tal cosa, y nunca acontecerá. Y por tercera vez, le dijo la Virgen: Responde y di: ¿tuvo, por ventura, en alguna ocasión buen fin tu placer? Jamás tuvo buen fin, dijo el demonio, ni jamás lo tendrá, porque comienza en el mal y camina al mal.

    Tú, pues, ¡oh Virgen!, dame poder sobre ésta. Y por qué no la tienes bajo tu poder?, dijo la Virgen. No puedo, respondió el demonio, porque no me es posible separar ni dividir dos sangres mezcladas en un mismo vaso; porque la sangre del amor de Dios, está mezclada con la sangre del amor de su corazón. Y volvió a preguntarle la bienaventurada Virgen: Porqué no la dejas que esté tranquila. Eso jamás lo haré, respondió el demonio, porque si no pudiere matarla con el pecado mortal, al menos me esforzaré para tentarla con el pecado venial; y si ni aun esto pudiere lograr, entonces en la fimbria de su vestido echaré mis espinas, y para quitárselas se molestará mucho, esto es, infundiré en su mente diversos pensamientos, que la incomodarán sobremanera. Yo quiero ayudarla, dijo entonces la Virgen, y así, siempre que deseche ella esos pensamientos y te los arroje a tu frente, otras tantas veces se le perdonarán sus pecados, y se aumentará su premio y corona.



    Quéjase el Señor de la mala correspondencia de muchos cristianos, a sus infinitos beneficios.

    Capítulo 12

    Mira, hija mía, dice Jesucristo, cómo están delante de mí los que al parecer son míos; mira cómo se han vuelto. Lo veo todo esto y lo sufro con paciencia, y por la dureza de su corazón no quieren considerar todavía lo que por ellos hice, ni como estuve delante de ellos. Primeramente, como un hombre por cuyos ojos entraba una afiladísima cuchilla; en segundo lugar, como un hombre cuyo corazón era traspasado con una espada, y por último, como el hombre cuyos miembros todos se postraban desfallecidos con la amargura de la inminente Pasión; y así estuve delante de ellos.

    ¿Qué significa el ojo sino mi cuerpo, al cual le era tan amarga la Pasión, como lo es el dolor y las punzadas en los ojos? Sin embargo, por amor sufría estas punzadas, ¿Qué significa la espada sino el dolor de mi Madre, que afligió más mi corazón que mi propio dolor? En tercer lugar, todo mi interior y todos mis miembros se extremecieron en mi Pasión.

    Así estuve delante de ellos, y esto padecí por salvarlos. Pero ahora todos lo desprecian, de nada hacen caso, como el hijo que abandona a su madre. Fuí para ellos como la madre que teniendo un hijo en su vientre, en la hora del parto desea que salga vivo, y si éste consigue el bautismo, no se duele mucho de su propia muerte. A semejanza de una madre, di con mi Pasión a luz al hombre, de las tinieblas del infierno a la luz perpetua de la gloria. Llevelo en mis entrañas con sumo trabajo, cuando cumplí todo lo que habían dicho los Profetas. Alimentelo a mis pechos, cuando le enseñé con mis palabras y le di los preceptos de la vida eterna.

    Pero el hombre, como el mal hijo que no hace caso del dolor de su madre, por el amor que le tuve, me desprecia y me irrita; por el dolor que tuve al darle a luz, me hace llorar; acrecienta la gravedad de mis heridas; para satisfacer mi hambre, me da piedras, y para saciar mi sed, me da lodo. Mas ¿qué dolor es este que me ocasiona el hombre, siendo yo inalterable e impasible, y Dios que eternamente vive? Me causa el hombre una especie de dolor, cuando se aparta de mí por medio del pecado, y no porque pueda caber en mí dolor alguno, sino como sucede al hombre que suele dolerse de la desgracia de otro.

    Causábame dolor el hombre, cuando ignoraba lo que era el pecado y su gravedad, cuando no tenía profetas ni ley, y aún no había oído mis palabras. Pero ahora me causa un dolor como de llanto, aunque soy inmortal, cuando después de conocer mi amor y mi voluntad, obra contra mis mandamientos y atrevidamente peca contra el dictamen de su conciencia; y aflíjome también, porque a causa de saber mi voluntad, bajan muchos al infierno a profundidad mayor de la que hubieran ido, si no hubiesen recibido mis mandamientos.

    Hacíame también el hombre ciertas heridas, aunque yo como Dios soy invulnerable, cuando amontonaba pecados sobre pecados. Pero ahora los hombres agravan mucho mis heridas, cuando no sólo multiplican los pecados, sino que se glorían y no se arrepienten de ellos.

    También me da piedras el hombre en vez de pan, y lodo para saciar mi sed. ¿Qué es el pan que apetezco sino el provecho de las almas, la contrición del corazón, el deseo de las cosas divinas y la humildad fervorosa en el amor? En vez de todo esto me dan los hombres piedras con la dureza de su corazón, me llenan de lodo con la impenitencia y vana confianza, tienen a menos volver a mí por las amonestaciones y castigos, y se desdeñan de mirarme y de considerar mi amor.

    Por tanto, bien puedo quejarme de que como una madre los di a luz con los dolores de mi Pasión, pero ellos prefieren estar en las tinieblas. Alimentelos con la leche de mi dulzura, y los sigo alimentando y no hacen caso, y así, al dolor de la ignorancia añaden el lodo de la malicia. Fatíganme con sus muchos pecados, en vez de reanimarme en favor de ellos con lágrimas y virtudes. Y me presentan piedras, cuando debían presentarme la dulzura de costumbres. Por consiguiente, como justo juez que tiene paciencia con justicia, y misericordia con justicia, y sabiduría con misericordia, me levantaré contra ellos a su debido tiempo para juzgarlos según sus méritos, y verán mi gloria dentro y fuera del cielo, encima y debajo, y en rededor, y en todo lugar, y en todos los valles y collados, y hasta la verán los que se condenen, y serán justamente confundidos.



    Exhorta la Virgen María a la continua meditación y memoria de la Pasión de su Divino Hijo, como el medio más eficaz para que prenda en el alma el fuego del amor de Dios.

    Capítulo 13

    Yo soy, dice la Virgen a la Santa, como la madre que tiene dos hijos, mas estos no pueden tocar los pechos de la madre, porque están demasiado fríos, y viven también en una casa fría, pero, sin embargo, la madre ama tanto a los hijos, que si fuese posible, de buena gana se cortaría los pechos en beneficio de ellos. Yo soy, a la verdad, la Madre de la misericordia, porque me compadezco de todos los miserables que piden perdón. Tengo dos hijos: el primero es la contrición de los que pecan contra mi Hijo; el segundo es el deseo de enmendarse de los pecados cometidos.

    Pero estos dos hijos son muy fríos, porque no tienen níngun calor de amor de Dios, ningún deseo de deleitarse con las cosas divinas, y la casa de sus almas está tan fría para la llama del consuelo divino, que no pueden recibir mis pechos. Por ser yo misericordiosa, fuí a mi Hijo y le dije: Hijo mío, sea dada a ti toda honra y alabanza por el amor que me has mostrado. Tengo dos hijos; compadécete de ellos, pues por su frialdad no pueden tomar los pechos de la Madre. Y me respondió mi Hijo: Querida Madre, por el amor que te tengo, enviaré a la casa una centella, con la cual pueda encenderse una gran lumbre. Cuídese, pues, la centella y aliméntese, y calienta a tus hijos para que puedan recibir tus pechos.

    Después habló la Virgen a santa Brígida, y le dijo: Ese por quien ruegas, me tuvo particular devoción, y aunque se mezcló en infinitas miserias, sin embargo, siempre confiaba en mi auxilio, y tuvo cierto calor hacia mí, pero ningún amor a mi Hijo, ni tuvo temor de Dios; y por consiguiente, si hubiese muerto entonces, sería atormentado sin fin a causa de sus malas obras. Mas por ser yo misericordiosa, no me he olvidado de él, y por consideración a mí, hay todavía en él alguna esperanza del bien, si personalmente quisiere ayudarse. Tiene contrición de los pecados cometidos y deseo de enmendarse, pero es muy frío en la devoción y en el amor de Dios; y así, para que pueda calentarse y recibir mis pechos, se le debe enviar una centella a la casa de su alma, esto es, que la consideración de la Pasión de mi Hijo, debe estar continuamente en su pensamiento.

    Considere, pues, cómo padeció el Hijo de Dios é Hijo de la Virgen, el cual es un solo Dios con el Padre y con el Espíritu Santo; cómo fué preso y abofeteado; cómo le escupieron; cómo lo azotaron hasta arrancarle la carne con los látigos; cuán lleno de dolores estaba en la cruz con todos los miembros cruelmente extendidos y horadados, y cómo exhalando un clamor en la cruz, entregó su espíritu.

    Si frecuentemente cuidare de soplar esta centella, se llegará a calentar, y yo lo acercaré a mis pechos, esto es, a dos virtudes que tuve, las cuales son, el temor de Dios y la obediencia; pues aunque nunca pequé, a todas horas estaba temiendo ofender a mi Dios de palabra o de obra. Alimentaré a mi Hijo con este temor, que es la contrición de ese devoto mío por quien pides, para que no sólo se arrepienta de lo que hizo mal, sino que también tema el castigo y tema ofender en adelante a mi Hijo Jesús. Alimentaré igualmente su voluntad con el pecho de mi obediencia. Yo nunca fuí inobediente a Dios; y al que fuere fervoroso en amar a mi Hijo, le infundiré una obediencia, en virtud de la cual obedecerá todo lo que se le mandare.

    DECLARACIÓN.

    Fué éste un pariente de santa Brígida, muy dado al mundo, que por amonestación divina se movió a compunción y se convirtió. Solía después decir: Mientras me alejé de los sacramentos, me sentí cargado con un peso como de cadenas; pero así que comencé a confesarme frecuentemente, me siento tan alijerado y con el espíritu tan tranquilo, que no paro la consideración en honras ni en pérdidas de mi hacienda, y nada me es grato sino hablar y oir hablar de Dios. Murió después de recibir los santos sacramentos y teniendo en sus labios el nombre de Jesús. Al expirar, dijo: Dulcísimo Jesús, apiadaos de mí.



    Vió santa Brígida que un alma del purgatorio recibía muy poco alivio en sus penas, por la ostentación y orgullo con que sus hijos y albaceas le ofrecían los sufragios.

    Capítulo 14

    Bendito sea tu nombre, Hijo mío, dice la Virgen. Tú eres el Rey de la gloria y el Señor poderoso que tiene justicia con misericordia. Tu amantísimo Cuerpo que se formó sin pecado y se alimentaba en mis entrañas, ha sido hoy consagrado en favor del alma de ese difunto. Te ruego, amadísimo Hijo, que le sirva de socorro a su alma, y ten compasión de ella.

    Bendita seas, Madre mía, respondió el Hijo, bendígante todas las criaturas, porque tu misericordia es inagotable. Yo soy como el que por muy subido precio compró un pequeño campo de cinco pies, en el cual estaba escondido oro purísimo. Este campo de cinco pies es este hombre, a quien compré y redimí con mi preciosísima sangre, y en el cual había oro purísimo, que es el alma criada por mi Divinidad, la que está ya separada del cuerpo, y queda en este sola la tierra. Sus sucesores son como el hombre poderoso que presentándose en el tribunal, le dice al verdugo: Separa del cuerpo con la cuchilla su cabeza, y no permitas que viva más tiempo, ni economices su sangre. Así hacen esos: van al tribunal, cuando trabajan decorosamente en favor del alma de su padre, pero dicen al verdugo: Separa del cuerpo su cabeza.

    ¿Quién es este verdugo, sino el demonio, que separa de su Dios el alma que con él consiente? A este le dicen los hijos del difunto: Separa, cuando despreciando la humildad, las buenas obras que practican, las hacen por soberbia y honra del mundo más bien que por amor de Dios. Por la soberbia se aparta del hombre la cabeza, que es Dios, y se une a el por la humildad. Dan voces para que el padre no viva más tiempo, cuando no sienten su muerte, con tal de alcanzar sus bienes; y dicen que no se ahorre la sangre, cuando no se cuidan de la amarga pena del difunto, ni cuánto tiempo ha de estar en ella, con tal que puedan hacer su propia voluntad: solamente piensan en el mundo, y poco les importa mi Pasión.

    Hijo mío, respondió la Virgen, he visto tu severa justicia, pero no acudo a ella, sino a tu piadosísima misericordia; y así, por mis ruegos, ten compasión de ese que diariamente leía en honra mía mi Oficio, y no le pongas en cuenta la soberbia que respecto a él tienen sus sucesores, porque mientras ellos ríen, éste llora, y es castigado de un modo inconsolable.

    Bendita seas, amadísima Madre, respondió el Hijo. Tus palabras están llenas de mansedumbre y son más dulces que la miel; salen de tu corazón que está lleno de misericordia; y así, tus palabras indican misericordia. Este por quien pides, alcanzará por tus ruegos tres clases de misericordia. Se librará, en primer lugar, de las manos de los demonios, quienes como cuervos lo están afligiendo incesantemente.

    Pues como las aves de rapiña cuando oyen algún terrible sonido, dejan por temor la presa que tienen en las uñas, del mismo modo dejarán por tu nombre esa alma los demonios, y no la tocarán ni la molestarán más. En segundo lugar, del fuego más grave será trasladado al más leve. Lo consolarán, por último, los santos ángeles. Pero todavía no será librado enteramente de las penas, y aún necesita auxilio: conoces y ves en mí toda la justicia, y que nadie puede entrar en la bienaventuranza, si no estuviere limpio como el oro purificado por el fuego. Por consiguiente, por tus ruegos se librará del todo, cuando llegare el tiempo de la misericordia y de la justicia.



    Ruega la Virgen Maria a su divino Hijo por un insigne pecador, y Dios le concede muchas gracias por su intercesión. Está llena de santa doctrina.

    Capítulo 15

    Bendito seas, Hijo mío, dice la Virgen. Te pido misericordia por ese que es como ladrón, por quien ruega y llora tu esposa. ¿Por qué me pides por él, querida Madre, respondió el Hijo, cuando tiene hecho tres latrocinios? Robó a los ángeles y a mis escogidos, robó los corazones de muchos, porque antes de tiempo separó de los cuerpos sus almas, y en fin, a muchos inocentes les quitó sus bienes.

    Robó, en primer lugar, a los ángeles, porque las almas de muchos que deberían estar en compañia de los ángeles, las apartó enteramente con sus palabras chocarreras, con malas obras y malos ejemplos, con la ocasión y el aliciente al mal, y porque toleraba la perversidad de los malos, a quienes justamente hubiera debido castigar. Lo segundo, por su ira cruel mandó castigar y matar a muchos inocentes. Por último, usurpó con injusticia los bienes de los inocentes, y les levantó a estos infelices una calumnia afrentosa.

    Pero además de esos tres males, tiene otros tres: una gran ambición por las cosas del mundo: una vida incontinente, pues aunque está casado, no está ligado por caridad divina, sino por abominable concupiscencia: y últimamente tiene tal soberbia, que a nadie cree semejante a él.

    Tal es, Madre mía, ese por quien pides: ves en mí toda justicia y lo que se debe a cada cual. ¿Por ventura, cuando se llegó a mí la madre de Santiago y de Juan y me pidió que uno de sus hijos se sentara a mi derecha y otro a mi izquierda, no le respondí que el que más trabajara y más se humillase, se sentaría a la derecha o a la izquierda? ¿Cómo, pues, debe sentarse conmigo ni estar conmigo, el que nada trabaja conmigo ni por mí, sino más bien contra mí.

    Bendito seas, Hijo mío, respondió la Virgen, lleno de toda justicia y misericordia. Veo tu terrible justicia, como un ardientísimo fuego y como un monte, al cual nadie se atreve acercarse; mas por el contrario, veo tu suavísima misericordia, y a esta hablo y me acerco, Hijo mío; pues como tengo por parte del ladrón poca justicia delante de ti, por ella de ningún modo puede salvarse, a no ser que intervenga tu gran misericordia. Este pecador es como el niño, que aun cuando tiene boca y ojos, manos y pies, no puede hablar con la boca, ni distinguir con la vista entre el fuego y la claridad del sol, ni puede andar con los pies ni trabajar con las manos. Desde que nació fué criándose para las obras del demonio.

    Cerráronse sus oídos para oir la buena doctrina, obscureciéndose sus ojos para entender las cosas futuras: su boca estuvo cerrada para alabarte, y sus manos para obrar bien delante de Dios fueron tan sumamente débiles, que toda virtud y toda humildad estaba como muerta en él. Sin embargo, con un pie descansaba como sobre dos huellas. Era este pie su deseo y la reflexión que consigo hacía, diciendo: ¡Ojalá encontrase yo alguien que me dijera, cómo podría enmendarme y cómo debería aplacar a mi Dios!; porque aun cuando por él debiese morir, lo haría de buena gana. La primera huella era, que frecuentemente temía y pensaba cuán dura era la pena eterna. La segunda huella, era el dolor de perder el reino de los cielos. Por tu bondad, pues, dulcísimo Hijo mío, y por mis ruegos, pues te llevé en mis entrañas, ten compasión de él.

    Bendita seas, Madre dulcísima, respondió el Hijo. Tus palabras están llenas de sabiduría y de justicia; y como en mí reside toda justicia y misericordia, ya he dado a éste pecador tres bienes por los otros tres que me ofreció. Por el propósito que tuvo de la enmienda, le mostré un amigo mío, el cual le ha enseñado el camino de la vida: por el continuo conocimiento del suplicio eterno, le he dado mayor inteligencia que antes de la pena eterna, a fin de que comprenda en su corazón lo amarga que es esta; y por el dolor y pérdida del reino de los cielos, he robustecido su esperanza, para que ahora espere mejor que antes, y tema también ahora con más prudencia y discreción que antes.

    Entonces volvió a decir la Virgen: Bendígante, Hijo mío, todas las criaturas del cielo y de la tierra, porque por tu justicia diste esas tres cosas al ladrón. Ahora te ruego que te dignes darle también tu misericordia, pues sin ésta, nada hace. Dale, pues, por mis ruegos, una gracia de tu misericordia, y otra por tu siervo que me instiga a que ruegue por él, y dale, además, la tercera gracia por las lágrimas y súplicas de mi hija y esposa tuya. Y respondió el Hijo: Bendita seas, Madre amadísima, Señora de los ángeles y Reina de todos los espíritus. Tus palabras son para mí tan dulces como el mejor vino, más gratas que todo lo que pueda pensarse, y probadas en toda sabiduría y justicia. Y bendita sea tu boca y tus labios, de los cuales mana toda misericordia para todos los miserables pecadores. Tú con razón te apellidas Madre de misericordia, y a la verdad lo eres, porque ves las miserias de todos y me inclinas a misericordia. Pide, pues, lo que quieras, pues no puede dejar de cumplirse tu peticíon y tu amor.

    Señor e Hijo mío, respondió la Madre; éste, a quien recomiendo, se halla en una situacíon muy peligrosa; está con un solo pie sobre dos huellas; concédele para que pueda estar con mayor firmeza, lo que me es en extremo querido, que es tu santísimo cuerpo, que para tu divinidad tomaste de mi purísimo seno sin concupiscencia alguna. Este cuerpo tuyo es el más eficaz auxilio de los enfermos de espíritu; a los ciegos, les devuelve la vista; a los sordos, el oído; y sana a cojos y mancos.

    Es también la más poderosa y suave medicina con que más pronto convalecen los enfermos. Dale, pues, esta medicina, para que sienta en sí el auxilio y se deleite en él con fervoroso amor. Te ruego, en segundo lugar, que te dignes manifestarle lo que ha de hacer y cómo podrá aplacarte; y finalmente te ruego, que por las súplicas de los que por él piden, le des descanso del ardor de su carne y concupiscencia.

    Amadísima madre, respondió el Hijo, tus palabras son en mis oídos tan dulces como la miel; mas porque soy justo y nada se te puede negar, quiero, cual Señor prudente, pensar conmigo acerca de tu petición; y no porque haya mudanza alguna en mí, ni porque no sepas y veas todo en mí; sino por esta esposa que se halla presente difiero contestar, para que ella pueda entender algo de mi sabiduría.



    Prosigue la revelación anterior. Gran misericordia de Jesucristo, y como promete perdón y olvido de sus culpas al pecador en cuestión si se arrepíente, amenazándole de lo contrario.

    Capítulo 16

    Bendito seas, Hijo mío, dice la Virgen, Rey de la gloria y de los ángeles, vuelvo a pedirte por este necesitado. Y respondió el Hijo: Bendita seas, Madre amantísima. Así como la pura leche de tus pechos entró en el cuerpo de mi Humanidad y confortó todos mis miembros, de la misma manera entran tus palabras y deleitan mi corazón, porque toda petición tuya es discreta y toda tu voluntad se encamina a la misericordia; y así, por amor tuyo tendré misericordia de ese hombre.

    Dale, amadísimo Hijo mío, respondió la Madre, lo que yo más quiero, que es tu cuerpo y tu gracia, porque está hambriento y falto de todo bien. Dale, pues, gracia, para que se apague en él esa hambre mala, se robustezca su flaqueza y se encienda su deseo al bien, que hasta ahora estuvo frío para tu amor.

    Y respondió el Hijo: Como el niño a quien se le quita el alimento corporal, muere pronto, de la misma manera, éste que desde su niñez fué criado por el demonio, no podrá revivir si no se sustenta con mi manjar. Por tanto, si desea recibir mi Cuerpo, si aspira a restablecerse con la dulzura de su fruto, acérquese a mí con estas tres virtudes; con verdadera contrición de los pecados cometidos; con deseo de la enmienda, y con firme propósito de no volver más a pecar y de perseverar en el bien.

    En cuanto a las súplicas de los que por él piden, te digo, que si busca de veras su salvación, ha de hacer lo siguiente: Porque se atrevió a oponerse al Rey de la gloria, ahora, como enmienda de sus delitos, debe defender la fe de mi Santa Iglesia, y en defensa suya tener pronta su vida hasta morir; para que como antes trabajó con todo empeño por la honra del mundo y por adquirir bienes temporales, igualmente trabaje ahora para que se propaguesui fe y sean destruídos los enemigos de la Iglesia; y así, con ejemplos como con palabras atraiga cuantos pueda ganar para mí, al modo que antes los apartó, cuando trabajaba en favor del mundo.

    En verdad, te digo, que si por mi honra no hiciere más que atarse la celada y ponerse en el brazo el escudo con intención de defender la fe santa, se le tendrá en cuenta como si lo hubiese verificado, si muriese en aquel instante; pero si se acercaren los enemigos, ninguno podrá hacerle daño. Trabaje, pues, con ánimo, porque teniéndome a mí, tiene a un Señor muy poderoso; trabaje varonilmente, porque se le dará una preciosa paga, que es la vida sempiterna.

    Porque ofendió a los santos y a los ángeles, y privó de las almas a los cuerpos, por espacio de un año ha de mandar decir, donde le parezca, diariamente, una misa de todos los santos, dando la debida cuota al presbítero que la celebre, a fin de que por este sacrificio puedan aplacarse los santos y los ángeles, y vuelvan a él sus ojos. Y aplácanse con semejante oblación, cuando se reciben y ofrece con humildad y amor mi Cuerpo, que es un augusto sacrificio. Por haberse apoderado de los bienes ajenos y por ocasionar perjuicios a viudas y huérfanos, debe restituir humildemente todo lo que sepa que posee con injusticia, y rogar a los injuriados que lo perdonen misericordiosamente; y como no podrá satisfacer a todos los que ha perjudicado, en cualquier iglesia que le parezca, mandará construir a su costa un altar, donde diariamente se diga una misa por aquellos a quienes haya ocasionado perjuicio. Y para que sea esto firme y estable, señalará una renta con que perpetuamente pueda mantenerse un capellán para celebrar esa misa.

    Por no haber sido humilde, debe humillarse en cuanto pueda, y atraer a la paz y concordia, según se pudiere hacer a aquellos a quienes haya ofendido. Además, cuando oyere que algunos alaban o vituperan sus vicios y los pecados que antes había cometido, no los defenderá orgullosamente, ni se ha de gloriar deleitándose en ellos, sino piense y diga con humildad: Cierto es que me deleitaba mucho el pecado, que de nada me sirvió; fuí muy orgulloso, y si hubiera querido, bien hubiese podido evitarlo: pedid, pues, hermanos míos al Señor, que me dé ahora luz para arrepentirme de tales excesos y poder enmendar varonilmente los pecados cometidos. Porque excediéndose en su carne me ofendió de muchas maneras, debe regir su cuerpo con una templanza razonable.

    Si oyere estas palabras mías y las pusiere en práctica, tendrá salud y vida perpetua; pero si no, le tomaré estrecha cuenta de sus pecados hasta el último ápice, y la sufrirá mayor de la que tendría de otro modo, por lo mismo que he encargado que se le diga todo esto.



    Terminan las dos revelaciones anteriores. Nuevas amenazas de Jesucristo contra el pecador de que en ellas se habla, cuyas amenazas se cumplieron perdiéndose eternamente, porque no quiso convertirse.

    Capítulo 17

    Cosas gratas, esposa mía, dice el Señor a santa Brígida, te hablé antes acerca de ese ladrón, y hasta te di un excelente antídoto; mas ahora no te digo nada placentero, sino una triste lamentación; porque si pronto no emprende otro camino, sentirá todo el peso de mi terrible justicia. Se abreviarán sus días, no tendrá descendencia, las riquezas que ha reunido las arrebatarán otros, y él será juzgado como un pésimo ladrón, y como el hijo inobediente que desprecia las amonestaciones de su padre. Todo lo dicho acontecerá con terrible desastre, porque no se quiso enmendar y convertirse a mejor vida.



    Previene Jesucristo a santa Brígida y amonesta por ella a todos, a que se abstengan de las locas vanidades del mundo y se ocupen de Dios, en quien está la verdadera paz. Dase también una hermosa idea del cielo.

    Capítulo 18

    Por qué te deleitas, esposa mía, en oir los hechos de los mundanos y las rencillas de los magnates? ¿Por qué te ocupas en oir cosas tan vanas? Yo soy el Señor de todas las cosas y sin mí no puede haber verdadero deleite. Si quieres oir hazañas de potentados, si quieres considerar obras maravillosas, deberías oir y considerar mis hechos, que son incomprensibles para el entendimiento, estupendos de pensar, y admirables para oirlos.

    Y aunque el demonio mueve a su placer a los señores del mundo, y aunque prosperan por mis ocultos juicios, no obstante, yo soy su Dios, y serán juzgados según mi justicia. Hanse formado una nueva ley contra mi ley, y cifran todo su empeño en adquirir honras y riquezas, en hacer su voluntad, y en dejar cuantiosos bienes a sus sucesores. Pero juro por mi divinidad y por mi humanidad, que si muriese en semejante estado, nunca entrarán en aquella tierra que en figura se prometía a los hijos de Israel, la cual manaba leche y miel; sino que serán tenidos como los que se acordaban de las carnes de Egipto, y murieron de muerte repentina, y como aquellos israelitas morían de muerte corporal, así estos pecadores del día morirán con la muerte del alma.

    Pero los que hagan mi voluntad, entrarán en esa tierra que mana leche y miel, esto es, en la gloria del cielo; donde no hay tierra debajo, ni cielo encima, sino que yo mismo, que soy el Señor y creador de todas las cosas, estoy arriba y abajo, fuera y dentro, en rededor y en todas partes, porque lo lleno todo; y saciaré a mis amigos con dulzura, no de miel, sino que los llenaré de maravillosa e inefable suavidad, de modo que no deseen nada sino, a mí, y nada necesiten sino a mí, en quien reside todo bien.

    Nunca gustarán este bien mis enemigos, a no ser que se conviertan de sus pecados. Si pensaran lo que por ellos hice, si consideraran lo que les di, nunca de ese modo me provocarían a ira. Diles todo lo necesario y lo que podían apetecer para vivir con templanza. Permitiles tener honras con moderación, tener amigos y tener un moderado placer. Todo el que vive en medio de los honores y piensa consigo de esta suerte: Por lo mismo que disfruto gran honra, quiero vivir según mi estado, y así reverenciaré a Dios, no oprimiré a nadie, ayudaré a los flacos y amaré a todos; este me agrada en medio de sus honores.

    El que tiene riquezas y dice para sí: Puesto que tengo riquezas, no recibiré nada de otro injustamente, no injuriaré a nadie, me guardaré del pecado y socorreré a los pobres, este me es grato en medio de sus riquezas. El que viviere en el matrimonio, y pensare de esta manera consigo: Mi carne es flaca, y no espero poderme contener, y así, puesto que tengo mujer legítima, no codiciaré otra alguna, y me conservaré libre de toda impureza y desarreglo; este puede agradarme.

    Mas al presente anteponen los más su ley a la mía; porque no quieren tener a nadie superior en honra, o nunca pueden saciarse de riquezas, y contra lo que está dispuesto, quieren excederse en sus placeres. Por tanto, si no se enmendaren y emprendieren otro camino, no entrarán en mi tierra, en la cual hay leche y miel espiritual, esto es, una saciedad y dulzura, que los que la disfrutan, no desean nada más, ni necesitan de nada, sino de lo que tienen.



    Espantoso juicio y eterna condenación del alma de un noble, que murió de repente sentado a la mesa.

    Capítulo 19

    Vió santa Brígida gran muchedumbre de la corte celestial, a la que habló Dios y dijo: Esa alma que ahí veis no es mía, porque de la llaga de mi costado y de mi corazón no se compadeció más, que si hubiera visto traspasado el escudo de su enemigo; de las llagas de mis manos hizo tanto caso, como si se rompiera un lienzo endeble; y las llagas de mis pies las miró con tanta indiferencia, como si viera partir una manzana madura.

    Enseguida dijo el Señor al alma de aquel condenado. Durante tu vida preguntabas muchas veces por qué siendo yo Dios, morí corporalmente. Mas ahora te pregunto, ¿por qué has muerto tú, miserable alma? Porque no te amé, respondió. Y el Señor le dijo: Tú fuiste para mí como el hijo abortivo, cuya madre padece por él tanto dolor como por el que salió vivo de su vientre. Igualmente, yo te redimí a tanta costa y con tanta amargura como a cualquiera de mis santos, aunque no te cuidaste de ello.

    Pero así como el hijo abortivo no participa de la dulzura de los pechos de la madre, ni del consuelo de sus palabras, ni del calor de su regazo, de la misma manera, no tendrás tú jamás la inefable dulzura de mis escogidos, porque te agradó más tu propia dulzura. Jamás oirás en provecho tuyo mis palabras, porque te agradaban las palabras del mundo y las tuyas, y te eran amargas las palabras de mis labios. Jamás sentirás mi bondad ni mi amor, porque eras fría como el hielo para todo bien. Ve, pues, al lugar en que suelen arrojarse los abortivos donde vivirás en tu muerte eternamente; porque no quisiste vivir en mi luz y en mi vida.

    Después dijo Dios a sus cortesanos: Amigos míos, si todas las estrellas y planetas se volviesen lenguas y todos los santos me lo rogasen, no tendría misericordia de ese hombre, que por justicia debe ser condenado. Esta miserable alma fué semejante a tres clases de hombres. En primer lugar, a los que en mi predicación me seguían por malicia, a fin de hallar ocasión de acusarme y de venderme por mis palabras y hechos. Vieron estos hombres mis buenas obras y los milagros que nadie podía hacer sino Dios; oyeron mi sabiduría, y reconocieron como loable mi vida, y sin embargo, por esto mismo tenían envidia de mí, y me detestaban; ¿y por qué? Porque mis obras eran buenas y las suyas malas, y porque no toleré sus pecados, sino que los reprendía con severidad.

    Igualmente, esta alma me seguía con su cuerpo, pero no por amor de Dios, sino sólo por bien parecer de los hombres; oía mis obras y las veía con sus propios ojos, y con esto mismo se irritaba; oía mis mandamientos, y burlábase de ellos; sentía la eficacia de mi bondad, y no la creía; veía a mis amigos adelantando en el bien y teníales envidia. ¿Y por qué? Porque eran contra su malicia mis palabras y las de mis escogidos, contra sus deleites mis mandamientos y consejos, y contra su voluntad mi amor y mi obediencia. Con todo, decíale su conciencia, que yo debía ser honrado sobre todas las cosas; y por la hermosura de los astros conocía que yo era el Creador de todas las cosas; por los frutos de la tierra y por el orden de las demás cosas sabía que yo era su Dios; y a pesar de saberlo, irritábase con mis palabras, porque reprendía yo sus malas obras.

    Fué semejante, en segundo lugar, a los que me dieron la muerte, los cuales se dijeron unos a otros: Matémosle decididamente, que de positivo no resucitará. Yo anuncié a mis discípulos que resucitaría al tercero día; pero mis enemigos, los amadores del mundo, no creían que yo resucitaría como justicia, porque me veían como un mero hombre, y no vieron mi divinidad oculta. Por consiguiente, pecaban con confianza, y casi tuvieron alguna excusa, porque si hubiesen sabido quién era yo, nunca me habrían muerto. Así, también, lo pensó esta alma y dijo: Hago lo que quiero, le daré la muerte decididamente con mi voluntad y con mis obras que me deleitan: ¿qué perjuicio se me sigue de esto, ni por qué he de abstenerme? No resucitará para juzgar, ni juzgará según las obras de los hombres; pues si juzgara tan rigurosamente, no habría redimido al hombre; y si tuviera tanto odio al pecado, no sufriría con tanta paciencia a los pecadores.

    Fué semejante, por último, a los que custodiaban mi sepulcro, quienes se armaron y pusieron centinelas, para que no resucitase yo, y decían: Custodiemos con cuidado a fin de que no resucite, no sea que tengamos que servirle. Lo mismo hacía esta alma: armóse con la dureza del pecado, custodiaba cuidadosamente el sepulcro, esto es, se guardaba con empeño de la conversación de mis escogidos, en quienes descansó, y esforzábase porque ni mis palabras ni sus consejos llegasen a él, y decía para sí: Me guardaré de ellos para no oir sus palabras, no sea que estimulado por algunos pensamientos de Dios, principie a dejar el deleite que he comenzado, y no sea que oiga lo que desagrada a mi voluntad. Y de este modo, por malicia se apartó de aquellos a quienes debiera haberse unido por amor.

    Declaración.

    Fué este un hombre noble, enemigo de todo lo bueno, el cual blasfemando de los santos y de Dios mientras comía, al estornudar, se quedó muerto sin sacramentos, y vieron presentarse en juicio su alma, a la que dijo ej Juez: Has hablado como has querido y has hecho en todo tu voluntad; por consiguiente, ahora debes callar y oir. Aunque todo lo sé, respóndeme para que esta lo oiga. ¿No oiste, por ventura, lo que yo dije: No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta? ¿Por qué, pues, no te volviste a mí, cuando pudiste? Lo oí, respondió el alma, pero no hice caso. Y le volvió a decir el Juez: ¿No dije, por ventura: Id, malditos, al fuego eterno, y venid a mí, benditos? ¿Por qué no te dabas prisa para recibir la bendición?

    Y respondió el alma: Lo oí, pero no lo creía. Y dijo otra vez el Juez: ¿No oiste que yo, Dios, soy justo, eterno y terrible Juez? ¿por qué no temiste mi juicio futuro? Y contestó el alma: Lo oí, pero me amé a mí mismo, y cerré los oídos para no oir nada de ese juicio, y tapé mi corazón para no pensar en tales cosas. Por consiguiente, dijo el Juez, es justo que la aflicción y la angustia te abran el entendimiento, porque no quisiste entender mientras pudiste.

    Entonces el alma, arrojada del tribunal, dando espantosos aullidos, exclamó: ¡Ay de mí! ¡Ay de mí! ¡qué pago! ¿Pero cuándo será el fin? Y al punto se oyó una voz que dijo: Como el mismo principio de todas las cosas no tiene fin, así tampoco tendrá tu penar fin alguno.



    Riqueza y santos efectos de la Sagrada Eucaristía.

    Capítulo 20

    Yo soy tu Dios y Señor, dice Jesucristo a santa Brígida, cuya voz oyó Moisés en el monte, y san Juan en el Jordán. Desde este día quiero que con mayor frecuencia recibas mi Cuerpo. Esta es la medicina y manjar con que se alimenta el alma, y queda sano el que está enfermo del alma y debil en virtudes. ¿No está, por ventura, escrito que el Profeta fué enviado a una mujer, la cual lo alimentó con un puñado de harina, y no se disminuyó esta hasta que cayó la lluvia sobre la tierra? Yo represento a ese Profeta; aquella harina es mi Cuerpo, que es manjar del alma, no se consume ni tiene diminución, pero sustenta al alma y jamás se consume.

    El manjar corporal se liquida cuando se le tritura; se destruye, en segundo lugar, y por último, alimenta por determinado tiempo. Pero mi manjar, aunque se le triture, queda el mismo, no se destruye y es igual siempre; finalmente, no alimenta por un tiempo dado, sino por toda la eternidad. Este manjar lo representaba el maná que comieron en el desierto aquellos antiguos padres; este manjar es la carne que prometí en el Evangelio, y la cual sacia para siempre. Luego a la manera que con la comida recobra el enfermo la robustez de las fuerzas corporales; así igualmente, todo el que con buena intención recibe mi Cuerpo, crece en fortaleza espiritual. Es una eficacísima medicina que entra en el alma y la sacia; no es perceptible a los sentidos corporales, pero es manifiesta a la inteligencia del alma. Este manjar es insípido a los malos, los cuales no gustan sino de las dulzuras temporales; sus ojos no ven sino su codicia, y su entendimiento no reconoce sino su propia voluntad.



    Nuestro Señor Jesucristo dice a santa Brígida que toda la perfección consiste en someterse a la voluntad de Dios.

    Capítulo 21

    Aunque todo lo sé, dice el Señor a la Santa, dime, según tu modo de expresarte, cuál es tu voluntad. Al punto respondió por la Santa su ángel custodio, y dijo: Su voluntad es como está escrito: Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. Y dijo el Señor: Esto es lo que busco y quiero; esto me es sumamente agradable. Conviene, pues, esposa mía, que estés como el árbol bien arraigado, el cual no tiene que temer tres males que pueden sobrevenir: no lo agujerea el topo, ni lo doblan los vientos, ni se seca con el ardor del sol.

    Este árbol es tu alma, cuya principal raíz es la buena voluntad, según la voluntad de Dios. De esta raíz de la voluntad dimanan, tantas virtudes cuantas raíces tiene el árbol. Pero la principal raíz de que las otras nacen debe ser gruesa y fuerte, y estar profundamente arraigada en la tierra. Del mismo modo tu voluntad debe ser fuerte en la paciencia, gruesa en el amor de Dios, y profundamente sumergida en la verdadera humildad; y si de esta suerte estuviere arraigada tu virtud, no tiene que temer los estragos del topo.

    ¿Qué significa el topo caminando por debajo de tierra, sino el demonio, que invisiblemente rodea y turba el alma? Si la raíz de la voluntad fuere inconstante para padecer, la destrozaría éste con su mordedura y la echaría a perder, cuando infunde en tu corazón malas inclinaciones y pensamientos, arrastraría tu voluntad hacia diferentes objetos y te haría desear algo contra mi voluntad. Viciada así la raíz principal, se vician todas las demás y se seca el tronco, esto es, si estuviere corrompida tu voluntad e inclinación, se mancharían también las demás virtudes, y me desagradarían por la mala voluntad, a no ser que ésta se corrigiera con la penitencia.

    Pero si la raíz de la voluntad fuese gruesa y fuerte, puede roerla el diablo, pero no traspasarla, y entonces con aquella roedura vuelve a crecer la raíz con mayor fuerza. Del mismo modo, si tu voluntad estuviere siempre firme, así en lo próspero como en lo adverso, puede aún roerla el diablo, esto es, infundirte malos pensamientos; mas si los resistes y no consientes con tu voluntad, entonces no te servirán de castigo, sino que te ejercitarán la paciencia para mayor mérito y más alto cúmulo de virtudes.

    Mas si te aconteciere caer por impaciencia o de repente, levántate cuanto antes por medio de la penitencia y de la contrición; y entonces te perdonaré los pecados y te daré paciencia y fortaleza para sobrellevar las sugestiones del demonio. En segundo lugar, si el árbol estuviere bien arraigado, no tiene que temer la vehemencia de los vientos. Igualmente, si fuere tu voluntad según la mía, no debes inquietarte con las adversidades del mundo, que es como el viento, y debes pensar que acaso te convenga padecer adversidades. Tampoco te has de afligir, porque te desprecien y ultrajen; porque yo puedo exaltar y abatir a los que quiera; y ni aun te has de acongojar por los padecimientos del cuerpo, pues yo puedo sanar y herir, porque nada hago sin causa.

    Mas el que tiene su voluntad contraria a la mía, se aflige en este mundo, porque no puede alcanzar lo que busca, y en la vida venidera será castigado por su mala voluntad. Pero si pusiera en mis manos su voluntad, podría sobrellevar fácilmente todo cuanto le sobreviniera. Tercero, el árbol bien arraigado no tiene que temer el excesivo calor, esto es, los que tienen voluntad perfecta, no quedan secos del amor de Dios por el amor del mundo, ni se apartan del amor de Dios por ningún impulso malo. Pero los que son inconstantes, muy pronto separan su alma del bien comenzado y del amor de Dios, unas veces por las sugestiones del demonio, otras por las contrariedades del mundo, y otras, en fin, por su amor propio, que ambiciona cosas vanas e inútiles.

    Por consiguiente, no es buen árbol, porque está quebrada su principal raíz, que es: Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. Y así, cuando le tentare el topo diabólico, es muy de temer la caída, porque ya está quebrada su raíz principal. Por tanto, si le inflamare el amor del mundo, al instante estará seco para el bien, y se encaminará a la codicia; si le acometiere la tribulación, se afligirá de todo punto, y como el árbol sacudido por el viento, en nada será estable y se quejará de todo. Si soplare el viento de la honra, estará muy solícito para agradar a todos, para que lo apelliden bueno, y para resolver con cautela lo que pueda sobrevenir.

    Mira, esposa mía, cuánta inconstancia dimana de la poca firmeza de la raíz viciada. Mas ¿qué he de hacer? Soy como el buen jardinero, que tiene en su jardín muchos árboles infructíferos y pocos buenos; si se cortaran del todo esos buenos árboles, ¿quién entraría entonces en el jardín? Y si se arrancaran de raíz todos los árboles infructíferos, quedaría el jardín muy feo por los hoyos y por la tierra que se había levantado. Si yo igualmente sacara de este mundo y llevase a mi reino a todos los buenos, ¿quién entraría entonces en mi Iglesia? Y si en un instante quitase la vida a todos los malos, se verían en el jardín muy grandes hoyos, y todos los hombres me servirían entonces por temor del castigo, y no por amor.

    Hago, pues, como el buen ingertador, que en el tronco árido pone un renuevo, y cuando éste crece y está bien arraigado, arroja al fuego lo que está seco. Y así lo he de hacer yo; porque plantaré árboles de dulzura y renuevos de virtudes, y cuando éstos crezcan, cortaré lo que está seco, y lo arrojaré al fuego, y limpiaré mi jardín, para que no quede nada inútil y que pueda perjudicar a las nuevas ramas fructíferas.



    Lamentable condenación de cierta alma, y salvación de otra con circunstancias muy notables.

    Capítulo 22

    Veía santa Brígida que estaban en el tribunal de Dios dos demonios parecidos en todo el uno al otro. Tenían la boca abierta como lobos, los ojos inflamados como un vidrio que arde interiormente, las orejas colgando como las de los perros, el vientre hinchado y muy saliente, las manos de grifo, las piernas sin coyunturas y los pies medio cortados.

    Uno de ellos dijo entonces al Juez: Dame como esposa para que me una con ella, el alma de este que es semejante a mi. Di qué derecho tienes a ella, respondió el Juez. Y dijo el demonio: Puesto que eres justo, te pregunto: cuando se encuentra un animal que se parece a otro, ¿no se dice: este animal es del género leonino, lobino o cualquier otro? Y ahora pregunto yo: ¿a qué género pertenece y a cual se parece esta alma, a los ángeles o a los demonios? Y dijo el Juez: No es semejante a los ángeles sino a ti y a los tuyos, según se ve muy a las claras.

    Entonces, riéndose, dijo el demonio: Cuando fué criada esta alma del ardor de tu unción, esto es, de tu amor, era semejante a ti; mas ahora ha despreciado tu dulzura y héchose mía por tres títulos: pues es semejante a mí en su modo de obrar, tenemos el mismo gusto, y es una misma la voluntad de ambos. Y le respondió el Juez: Aunque todo lo sé, di por causa de esta esposa mía que está presente, cómo esa alma es semejante a ti en el modo de obrar. Así como tenemos los miembros parecidos, dijo el demonio, igualmente tenemos parecidas las obras. Nosotros tenemos los ojos abiertos, y sin embargo no vemos.

    Yo tampoco quiero ver nada que pertenezca a ti ní cosa que quieras, y así también, éste no quiso ver, cuando pudo, lo que te pertenecía a ti y a la salud de su alma, sino que solamente atendía a las cosas temporales que eran de su agrado. Nosotros tenemos oídos, pero no oímos en provecho nuestro, y así éste, no quiso oir nada relativo a tu honra. A mí también me son amargas todas tus cosas; y por tanto, nunca entrará en nuestros oídos, para consuelo y provecho nuestro, la voz de tu dulzura y de tu bondad. Nosotros tenemos la boca abierta; y como esa alma tuvo la boca abierta para todo lo grato al mundo, y cerrada para ti y para tu honra, así nosotros la tenemos abierta para ofenderte si pudiéramos y molestarte, y nunca dejaríamos de hacerte daño, si posible fuera afligirte, o echarte de la gloria.

    Tiene las manos de grifo, porque todos los bienes mal adquiridos que pudo alcanzar, los retuvo hasta la hora de la muerte, y aún los hubiera retenido más tiempo, si le hubieses dejado vivir más. Igualmente, yo, a todos cuantos caen en mi poder, los cojo con tanta firmeza, que jamás los soltaría, a no ser que se me arrancasen por tus juicios y contra mi voluntad. Tiene hinchado el vientre, porque su codicia no conocía límites; llenábase, pero no se saciaba; y fué tanta su ambición, que si hubiese tenido todo el mundo, hubiera trabajado de buena gana para reinar hasta sobre los cielos. Igual ambición tengo yo, y si pudiese coger todas las almas del cielo, de la tierra y del purgatorio, las arrebataría de buena gana, y si quedase una sola alma fuera de mi poder, no dejaría de perseguirla, a causa de mi ambición.

    Su pecho está tan frío como el mío, porque ni te tuvo ningún amor, ni jamás le gustaron tus consejos. Igualmente yo, que a más de no tenerte amor ninguno, reconcentro contra ti tal envidia, que de buena gana dejaría que siempre me estuviesen dando amarguísima muerte, y siempre se renovara el suplicio, con tal que murieses, y si fuera posible, matarte. Nuestros pies carecen de coyunturas, porque la voluntad de esa alma y la mía es una misma; porque desde el principio de mi creación mi voluntad se movió contra ti, y nunca quise lo que tú; e igualmente su voluntad siempre fué contraria a tus mandamientos.

    Nuestros pies están mutilados, porque así como con los pies se camina para provecho del cuerpo, de la misma manera, con el afecto y buenas obras se camina a Dios. Pero esa alma jamás quiso caminar a ti con el afecto ni con obras, como ni yo tampoco; y así, somos semejantes en cuanto a los miembros. Tenemos también el mismo gusto, porque aunque sabemos que eres el sumo bien, sin embargo, no gustamos lo dulce y bueno que eres. Por consiguiente, como somos todos semejantes, dispón que quedemos unidos.

    Entonces habló delante del Señor un ángel, y dijo: Señor Dios nuestro, desde que esa alma se unió al cuerpo, siempre la he acompañado, sin separarme de ella mientras vi que tenía algo bueno, mas ahora la dejo como un saco vacío de todo bien. Tuvo tres males; porque juzgaba mentirosas vuestras palabras, creyó falso vuestro juicio, y despreció vuestra misericordia, y aun esta vuestra misericordia murió para con ella. Vivió esta alma en matrimonio, y no tuvo sino una mujer, sin mezclarse con otra alguna; pero guardó esta fidelidad en el matrimonio, no por amor ni por temor divino, sino porque amaba tanto el cuerpo de su mujer, que no quiso unirse a otra alguna. Oía también misa y concurría a los oficios divinos, mas no por devoción, sino para no ser separado de la Iglesia, ni que lo notasen los demás cristianos. Llegóse a la Iglesia, como otros muchos, con el fin e intención de que le dieseis la salud corporal, las riquezas y honras del mundo, y lo libraseis de los acontecimientos que los hombres llaman desgracia.

    A esta alma, Señor, le disteis todo lo que podía apetecer en el mundo, y aún más de lo que os sirvió. Pues le disteis hijos hermosos, le disteis salud corporal y riquezas, y la librasteis de las desgracias que temía. Le concedisteis también por vuestra justicia que satisficiera su ambición, en términos que le pagasteis ciento por uno, y nada ha quedado sin remuneración. La dejo, pues, ahora vacía de todo bien.

    Y entonces respondió el demonio: Oh Juez, puesto que seguía esta alma mi voluntad, y le pagaste el céntuplo de todo lo que debía tener tuyo, manda que quede unida conmigo. ¿No está escrito en tu ley, que donde hubiere una voluntad y un consentimiento matrimonial, debe haber también el vínculo legal? Así acontece entre nosotros, pues su voluntad es la mía, y la mía es la suya. ¿Por qué estamos privados de unirnos mutuamente?

    Y dijo el Juez: Manifieste el alma cuál es su voluntad respecto a unirse contigo. Y respondió el alma al Juez: Más quiero estar en el infierno que ir a la alegría del cielo, para que tú, Dios, no tengas el consuelo de poseerme; pues me eres tan odioso, que me importan poco mis torementos, con tal que tú no recibas consuelo alguno. La misma voluntad tengo yo, dijo entonces el demonio. Mejor querría padecer un perpetuo tormento, que ir a la gloria, para que de ello recibieras algún consuelo.

    En seguida dijo el Juez al alma: Tu voluntad es tu juez, y según ella sufrirás el castigo. Volvióse el Señor a la Santa, la cual se hallaba presente, y le dijo: ¡Ay de ese hombre!, pues fué peor que un ladrón, porque tuvo venal su alma; su carne apetecía las inmundicias, y defraudó a su prójimo. Por esto piden de él venganza los hombres, los ángeles le ocultan el rostro, y los santos huyen de su compañía. Acercándose entonces el demonio a aquella alma semejante a él, dijo: Aquí estoy yo, oh juez. Yo, que por mi malicia soy malo, y ni fuí redimido ni lo he de ser. Este fué como otro yo, pues aunque fué redimido, se asemejó a mí, obedeciéndome más que a ti: por consiguiente, declara mía esta alma.

    Y respondió ej juez: Si todavía te humillaras, te daría yo la gloria, y si en el último instante de su vida me hubiese esta alma pedido perdón con propósito de la enmienda, jamás estaría en tus manos; pero porque perseveró hasta el fin en obedecerte, es justicia que sea tuya por toda la eternidad; con todo, las obras buenas, que hizo en su vida, si hay algunas, contendrán tu malicia, para que no puedas atormentarla todo cuanto quieres. Y dijo el demonio: Luego es mía, y por tanto, como suele decirse: su carne será mi carne, aunque no soy carnal, y su sangre será mi sangre. Y comenzó a alegrarse mucho y a dar palmadas.

    ¿De qué te alegras, le dice el Juez, y qué alegría tienes con la pérdida de un alma? Dilo, a fin de que lo oiga esta esposa mía que se halla presente, pues aunque todo lo sé, responde sin embargo por causa de esta esposa, que sin estas explicaciones no puede comprender las cosas espirituales. Entonces contestó el demonio: Mientras esta alma arde, ardo yo más y con mayor vehemencia, y mientras la abrasare, más me abraso yo; pero gozo, porque a pesar de que la redimiste con tu sangre y la amaste tanto, que te diste por ella a ti mismo, que eres Dios, al fin pude engañarla y hacerla mía.

    Grande es tu malicia, respondió ej juez, pero atiende, porque te permito que veas. Y en aquel instante subía a lo más alto del cielo una hermosísima estrella, y viéndola el demonio, se quedó sin poder hablar, pero el Señor le dijo: ¿A qué se parece esa estrella? Y respondió el demonio: Más resplandeciente es que el sol, así como yo soy más negro que el humo. Está llena de toda dulzura y del amor divino, y yo estoy lleno de todo amargor y malicia. Y el Señor le dijo: ¿Qué sensación te causa esto en tu ánimo, y qué darías porque esa cayese en tu poder? Respondió el demonio: Por ello querría yo sufrir una pena tan amarga, como si en una columna se clavasen las puntas de innumerables cuchillos puestas unas junto a otras, y tan apiñadas que no hubiese entre ellas la distancia de una aguja; entre estas puntas pasaría yo con gusto desde lo alto del cielo hasta lo más hondo del infierno, con tal que viniese a mi poder esa estrella.

    Grande es tu malicia conmigo y mis escogidos, le dice el Señor; pero soy tan caritativo, que si me fuese posible morir otra vez, de buena voluntad padecería por cada alma y por cada espíritu igual suplicio al que por todas las almas padecí una vez en la cruz, y lo haría así para que no quedase ningún espíritu inmundo; mas tú eres tan envidioso, que no quieres que una sola alma viniera a mí.

    Entonces le dijo el Señor a aquella alma buena, que se veía como una estrella: Ven, querida mía, al gozo que deseaste. Ven a la dulzura que nunca se acabará. Ven a tu Dios y Señor, por quien tantas veces suspiraste. Yo te daré a mí mismo, en quien reside todo bien y dulzura. Ven a mí desde el mundo, que es un piélago de pena y de dolor, porque en él no hay sino miseria.

    Volvióse enseguida el Señor a la Santa, que todo esto veía en espíritu y le dijo: Mira, hija, todas estas cosas han pasado en un momento delante de mí; pero como tú no puedes entender sin aclaraciones las cosas espirituales, te manifiesto todo esto, para que comprenda el hombre cuán severo soy con los malos, y cuán piadoso con los buenos.

    Declaración.

    Presentábase al Juez un alma, a la cual acompañaban cuatro negros, quienes dijeron al Juez: Aquí viene nuestra presa, la estábamos siguiendo y observamos todos sus caminos; mas ya cayó en nuestras manos; ¿qué hemos de hacer con ella? ¿Qué tenéis que alegar contra ella? preguntó el Juez.

    Tú, Dios, dijiste, respondió el primer negro: Yo soy justo y misericordioso, y perdono los pecados. Pero esta alma asímiró su salvación, como si hubiese sido criada para la condenación eterna. Tú, Señor, dijiste, respondió el segundo negro, que el hombre debía ser justo con su prójimo y no engañarlo; pero éste engañó a su prójimo, trocó lo que pudo, y recibió lo que quiso, sin tener ánimo de restituir. El tercer negro dijo: Tú dijiste, el hombre no debía amar a la criatura más que al Criador, pero éste todo lo amó, menos a ti. El cuarto negro dijo: Tú, Señor, dijiste que nadie puede entrar en el cielo, a no ser quien de todo corazón desea y busca a Dios; pero este no deseaba nada bueno, ni le gustaron las cosas espirituales; y lo que por ti hizo, lo hacía solamente, porque no advirtiesen los cristianos que él no lo era.

    Díjole entonces el Juez al alma: ¿Y qué dices de ti misma? Y respondió: Tengo endurecido el corazón, y te deseo el mal y ningún bien a ti, que eres mi creador y redentor. Sin embargo, obligada a ello, diré la verdad. Soy como el hijo abortivo, ciego y cojo, que desprecia los consejos de su padre. Por tanto, mi conciencia me dice que mi sentencia es que acompañe en las penas a aquellos cuyos consejos y costumbres seguí en la tierra. Dicho esto apartóse de la presencia del Señor el alma vertiendo amarguísimas lágrimas, y desapareció la visión.

    Al final de esta revelación se habla de un religioso llamado Algoto, Prior Escarense y maestro en teología, que después de estar tres años ciego y padeciendo de mal de piedra, tuvo dichoso fin. Porque estando en oración por él santa Brígida, para que sanase, oyó en espíritu la siguiente respuesta: Ese es una resplandeciente estrella, y no conviene que con la salud se manche su alma. Ya ha peleado y concluido, y no le queda sino ser coronado, y serviráte de señal, que desde esta hora se le aliviarán los dolores de la carne, y toda su alma será inflamada en mi amor.



    Quéjase el Padre Eterno de la decadencia de la religión entre los cristianos, y amenaza trasladar la fe a otra parte.

    Capítulo 23

    Tú, dice el Eterno Padre a su Hijo, eres como el esposo que se desposó con una doncella hermosa de rostro y honesta en costumbres, y la llevó a su morada y la amó como a sí mismo. Igualmente tú, Hijo mío, te desposaste con tu joven esposa, cuando amaste tan extremadamente las almas de los hombres, que quisiste tú mismo ser atormentado por ellos y extendido en una cruz, e introdujiste esas almas como en una morada en tu santa Iglesia, que consagraste con tu sangre.

    Pero esta tu esposa se ha hecho adúltera, las puertas del tálamo están cerradas, y en lugar de la esposa hay una infame adúltera, que piensa consigo de este modo: Cuando se duerma mi marido, sacaré un afilado cuchillo y lo mataré, porque no me agrada. ¿Qué significa la esposa sino las almas que redimiste con tu sangre, las cuales a pesar de ser muchas, pueden llamarse una a causa de la unidad de la fe y del amor; y muchas de estas se han hecho adúlteras, porque aman el mundo más que a ti, y buscan el deleite de otro y no el tuyo?

    Cerradas están las puertas del tálamo, esto es, de la Iglesia. ¿Qué significan las puertas sino la buena voluntad, por la que entra Dios en el alma? Hállase esta cerrada sin producir ningún bien, mientras se lleva a cabo la voluntad de tu enemigo; porque todo cuanto agrada, y cuanto deleita al cuerpo, esto es lo que se ama y se honra y lo que se publica como santo y bueno, mientras que está puesta en olvido y abandonada tu voluntad que es que los hombres deban amarte con fervor, desearte con prudencia y dando por ti todo con razón.

    Y hay varios que a veces entran manifiestamente por las puertas de tu morada y tálamo; pero no entran con intención de hacer tu voluntad y de amarte de todo corazón, sino por miramiento a los hombres para no parecer inicuos, y para que la gente no sepa en público lo que son interiormente para con Dios. Así, pues, está mal cerrada la puerta de tu tálamo, y mayor es el contento del adúltero que el tuyo.

    También piensan entre sí, matarte, cuando estuvieres desnudo y durmiendo. Les pareces desnudo, cuando bajo la apariencia de pan, ven en el altar tu cuerpo, que tomaste de las purísimas entrañas de la Virgen María sin perder la divinidad; y sin percibir ellos en él nada del poder de tu divinidad, te juzgan como un poco de pan, siendo tú verdadero Dios y hombre, a quien no pueden ver los ojos obscurecidos con las tinieblas del mundo. Y les pareces dormido, cuando los sufres sin castigarlos; y por consiguiente, entran con orgullo en tu tálamo, diciendo para sí: Entraré, y como los demás recibiré el cuerpo de Cristo; mas no obstante, despues de recibirlo, haré lo que quiera. ¿En qué me perjudica, si no lo recibo y de qué me aprovecha si lo recibo? Con semejante voluntad y pensamientos te matan, Hijo mio, los miserables en sus corazones, para que no reines en ellos, aunque eres imortal, y estás en todas partes por el poder de tu divinidad.

    Mas porque no te conviene, Hijo mío, estar sin esposa, ni tenerla, a no ser castísima, enviaré mis amigos, para que tomen para ti una nueva esposa, hermosa de semblante, honesta en costumbres y de agradable carácter, y la introduzcan en tu morada. Estos amigos míos serán rápidos, como las aves que vuelan, porque los guiará mi espíritu conmigo mismo. Serán también fuertes, como aquellos entre cuyas manos se deshace una muralla. Serán igualmente magnánimos, como los que no temen la muerte, y están dispuestos a dar su vida. Estos te llevarán la nueva esposa, esto es, las almas de mis escogidos que ganarán para ti con suma honra y dignidad, con gran devoción y amor, con varonil trabajo y constante perseverancia. Yo que ahora hablo, soy el que en el Jordán y en el monte dije en alta voz: Este es mi hijo querido. Muy pronto se realizarán mis palabras.



    La Virgen María obtuvo de su divíno Hijo el que manifestase a santa Brígida estas revelaciones para bien de muchos que las recibirán con docilidad.

    Capítulo 24

    Mi Hijo, dice la Virgen, es como un rey que tenía una ciudad en la que había setenta príncipes, y en cada dominio no había sino uno fiel al rey. Viendo estos fieles vasallos que a los infieles les amenazaba la condenación y la muerte, escribieron a una señora muy allegada al rey, rogándole que intercediera por ellos, y que alcanzase del rey que éste les escribiera amonestándolos, a fin de que volvieran en sí de su pertinacia. Y hablando dicha señora el rey acerca de salvar a aquellos infieles, respondió el monarca: No les queda más recurso que la muerte, y son dignos de ella, pero sin embargo, por tus ruegos les escribiré dos palabras. En la primera hay tres cosas: la condenación que merecen, la pobreza, y la confusión y deshonra de que son dignos por sus hechos. La segunda palabra es, que todo el que se humillare, alcanzará perdón y tendrá vida.

    Este rey, dijo María a santa Brígida, significa mi Hijo, que es rey de la gloria, e Hijo de Dios y mío, que soy su madre y Virgen al mismo tiempo. Este Hijo mío tiene una ciudad, que es el mundo, en el cual hay setenta lenguas, que son setenta dominios, y en cada lengua hay un amigo de mi Hijo, de suerte que no hay lengua alguna en que no se encuentren varios amigos de mi Hijo, los cuales están expresados en uno a causa de la unidad de fe y amor. Yo soy esa señora muy allegada al rey, y viendo mis amigos que amenazaba en el mundo la miseria, me enviaron sus súplicas, pidiéndome, que aplacase en favor del mundo a mi Hijo; el que movido por mis ruegos y los de mis santos, envió al mundo esas palabras de sus labios ya sabidas desde la eternidad. Dos son las palabras de mi Hijo, pues en todas ellas no hay sino estas dos cosas: maldición para los obstinados, y misericordia para los que se humillen.

    Después habló el Hijo a la Madre, diciéndole: Bendita seas, Madre mía, tú eres como aquella madre que es enviada, para que tome esposa para su hijo. Del mismo modo te envío yo a mis amigos, para que unan a mí las almas de los escogidos con vínculo espiritual, como corresponde a Dios. Tú estás llena de misericordia, y por tanto, sacas de mí toda misericordia en favor de los pecadores. Bendito sea todo el que te sirviere, porque no será abandonado en la vida ni en la muerte.

    En seguida volvió a hablar a la Santa la Virgen y le dijo: Escrito está que precedió a mi Hijo san Juan Bautista, a quien no vieron todos, porque vivía en el desierto. Igualmente precedo yo con mi misericordia, antes de ese terrible juicio de mi Hijo.



    Manifiesta Jesucristo a la Santa cómo en el último término de la muerte se purificó en su mismo cuerpo con dolores el alma de quien se habla en la revelación anteríor.

    Capítulo 25

    En forma de estrella viste, esposa mía, dice Jesucristo a la Santa, el alma de ese monje difunto, y con razón aparecía así, porque en su vida era brillante y ardoroso como una estrella, porque me amó sobre todas las cosas, y vivió con arreglo a las constituciones de su estado.

    Mostrábasele esta alma antes de morir en el mismo estado en que se hallaba, que fué al llegar al último término de su vida y cuando ya faltaban las señales de la enfermedad que indicaban la muerte. Cuando llegó al último término de la muerte, fué al purgatorio, y este purgatorio era su mismo cuerpo, donde se purificaba con dolores y enfermedades; y por eso se te manifestaba como una estrella en un vaso destapado, porque fué ardiente en mi amor, y por tanto ahora está en mí y yo en ella.

    Pues así como no se vería una estrella, si estuviese en medio de un fuego mayor y más esplendente que ella, del mismo modo se halla este incluido en mí y yo en él, y gozará de esa inefable gloria que no ha de acabarse jamás. Mientras estuvo en el purgatorio de su cuerpo, me amó tanto esta estrella y yo a ella, que reputó como levísima la agudeza de su dolor corporal, de suerte que su alegría comenzó en la tribulación y fué aumentándose hasta llegar al gozo perpetuo. Como viera esto el diablo y desease tener algún derecho sobre esta alma, por causa del mucho amor que ella me había tenido, de muy buena gana hubiera soltado otras muchas con tal de poseerla.



    Disposición do los apóstoles para recibir el Espíritu Santo; mala disposición del mundo para que Dios se le comunique; y habla otra vez Jesucristo sobre la excelencia de estas revelaciones.

    Capítulo 26

    Yo, que estoy hablando contigo, dice el Señor a la Santa, soy el que en tal día como hoy, envié a mis apostótes mi Espíritu Santo, el cual de tres maneras vino a ellos. Primero, como un torrente; en segundo lugar, como fuego, y en tercer lugar, bajo la apariencia de lenguas. Vino con las puertas cerradas; pues estaban solos y tenían tres bienes: primero, el firme propósito de guardar castidad y de vivir con templanza en todo; segundo, la suma humildad, y tercero, que cifraban todo su deseo en Dios, porque nada sino a él deseaban. Eran estos bienes tres vasos limpios, aunque vacíos, y por eso vino el Espíritu Santo y los llenó.

    Vino, pues, como un torrente, porque todos sus huesos y miembros los llenó de deleite y consuelo divino. Vino como fuego, porque con el fervor del amor divino llenó los corazones de ellos, de suerte que nada amasen sino a Dios, ni nada temiesen sino a él.Vino, finalmente, en apariencia de lenguas, porque al modo que la lengua está dentro de la boca, y sin embargo, no perjudica a ésta, sino que sirve para hablar, igualmente estaba dentro del alma de ellos el Espiritu Santo, el cual también los hacía hablar con sabiduría divina, y por su virtud lo hacían como si fuera con una sola lengua, y hablaban toda verdad; y como estos vasos se hallaban vacíos a causa del deseo, fué justo que viniese a ellos el Espíritu Santo.

    Pero no puede entrar este Espíritu en los que ya están llenos y repletos. ¿Quiénes son éstos, sino los que se encuentran llenos de todo pecado e impureza? Son éstos como tres vasos pésimos, de los cuales el primero está lleno de muy pestífero excremento humano, que por su grandísimo hedor nadie puede oler; el segundo, está lleno de vilísimo líquido, que a causa de su amargor nadie puede gustarlo; y el tercero, está lleno de corrompidísima sangre y materia, que por detestable nadie la puede mirar. Los malos están, igualmente, llenos de la ambición y codicia del mundo, que en presencia mía y de mis santos, huelen peor que el estiércol humamo. ¿Qué son sino basura todas las cosas temporales? Y deleítanse los miserables con este pésimo estiércol, que muy pronto ha de perecer.

    En el segundo vaso hay mucha lujuria e incontinencia en las obras, lo que me es tan amargo de gustar, como si fuese un líquido asqueroso. No podré, pues, sufrir a éstos, ni mucho menos entrar en ellos por mi gracia. ¿Cómo siendo yo la misma pureza, he de entrar en corazones tan inmundos? ¿Cómo siendo yo el mismo fuego del verdadero amor, he de inflamar a los que estan inflamados con el perverso fuego de la lujuria?

    El tercer vaso es su soberbía y arrogancia, que es como materia y sangre corrompida, y en las buenas obras corrompe al hombre, tanto interior como exteriormente; le quita la gracia dada por Dios, y hace al hombre abominable a Dios y al prójimo. El que estuviere lleno de esta suerte, no podrá llenarse de la gracia del Espíritu Santo.

    Yo soy como quien tiene de venta un vino, que cuando quiere darlo a beber, lo da primero a sus amigos y allegados, y después, en forma de pregón, manda a sus criados que den voces, y digan: Hemos probado el vino, y es bueno, por tanto, vengan aquí todos los que lo deseen. Igualmente, tengo un exquisito vino, esto es, esa dulzura que es inefable, la cual la di a varios allegados míos, después de oir las palabras que salen de mis labios.

    Uno de esos que probaban mi vino y lo publicaban a voces, era ese que hoy vino a mí, el cual tiene que llenar tres receptáculos. Vino, pues, con propósito de abstenerse de toda vanidad, con propósito de ser en todo humilde, y con deseo de hacer en todo mi voluntad: por consiguiente, he llenado hoy sus vasos.

    Primeramente, tendrá sabiduría de las cosas espirituales más clara para entender, y más dispuesta para meditar, que antes: en segundo lugar, lo he llenado de mi amor, con el que estará más fervoroso que antes para todo bien: y dile, por último, la discreción en el temor, para que nada tema sino a mí, y haga lo que es de mi agrado. Por consiguiente, para que sepa manifestar a otros la dulzura de mi vino, debe oir las palabras que he hablado, las cuales están escritas, para que después de saber lo que es mi justicia y mi amor, se haga más solícito en publicarlas, según que con mayor atención va probando la dulzura de mi vino.



    Verdaderos y falsos devotos de la Virgen María, con el premio o castigo que la Señora promete a cada uno.

    Capítulo 27

    Cuatro clases de hombres hay, dijo la Virgen María a santa Brígida, que me presentan sus homenajes. Los primeros son los que entregan en mis manos toda su voluntad y conciencia, y cuanto hacen es por mi honra: el homenaje de estos es para mí como una bebida muy suave y grata.

    Los segundos son los que temen la pena, y por temor se abstienen de pecar. A estos, si perseveraren alabándome, les alcanzo diminución del imperfecto temor, aumento del verdadero amor de Dios, y ciencia con que aprendan a amar a Dios racional y prudentemente.

    Son los terceros los que ensalzan mucho mi alabanza, con la sola intención y deseo de que se les aumente la honra temporal y el provecho transitorio. Y así, como el señor a quien se le en vía algún regalo, le devuelve al donante otro equivalente, de la misma manera hago yo; y puesto que me piden cosas temporales y no desean nada mejor, les doy lo que quieren, y los remunero en la presente vida.

    Son, por último, los cuartos los que aparentan ser buenos, y sin embargo, se deleitan en pecar. Pecan, pues, ocultamente cuando pueden, para que no los vean los hombres, y piensan consigo de este modo: La Virgen María es piadosa, y al punto que fuere invocada, nos alcanza el perdón. La súplica de estos me agrada tanto, como un vaso que exteriormente estuviera plateado, e interiormente se encontrara lleno de muy pestífero estiércol, que nadie pudiese oler. Así hay varios por la pésima voluntad que tienen de pecar.



    Del bueno y mal espíritu, y las señales dadas por Jesucristo para conocerlo.

    Capítulo 28

    En el corazón del hombre, dice el Señor a la Santa, está el espíritu humano. ¿Qué es el espíritu bueno sino Dios? ¿Qué es Dios sino la gloria y dulzura de los Santos? El mismo Dios está en ellos, y ellos en Dios, y tienen todo bien cuando tienen a Dios, sin el cual no hay bien alguno. Por tanto, los que tienen el espíritu de Dios, tienen también a Dios, y toda la milicia del cielo y todo bien.

    De la misma manera, los que tienen en sí el espíritu malo, tienen en sí todo mal. ¿Qué es el espíritu malo sino el demonio? ¿Y qué es el demonio sino la pena y toda clase de mal? Por consiguiente, el que tiene en sí al demonio, tiene en sí la pena y todo mal. Y a la manera que el hombre bueno no conoce de dónde ni cómo entra en su alma la dulzura del Espíritu Santo, ni puede gozarla perfectamente en la vida actual, aunque en alguna ocasión la guste, igualmente, cuando se aflige con la codicia el hombre malo, cuando está inquieto con la ambición, cuando arde en ira o se mancha con la lujuria y demás vicios, recibe la pena del demonio y presenta indicio de la inquietud eterna, aunque al presente no se pueda considerar como ella es. ¡Ay de los que tienen este espíritu!



    Visión del juicio de un alma contra la que el demonio opone gravísimas acusaciones; la Virgen María la defiende, y habiéndole alcanzado amor de Dios en el último instante de la vida, la salva pero con gravísima pena en el purgatorio. Léase con detención, que es de mucha doctrina y de grande enseñanza.

    Capítulo 29

    Vió santa Brígida que se presentó en el tribunal de Dios un demonio, el cual tenía asida el alma de cierto difunto, la cual estaba temblando como un corazón que palpita. Y el demonio dijo al Juez: Aquí está la presa. Tu ángel y yo estábamos siguiendo esta alma desde su principio hasta el fin; él para defenderla, y yo para hacerle daño, y ambos la acechábamos como cazadores. Mas al fin cayó en mis manos, y para alcanzarla soy tan ávido e impetuoso como el torrente que cae desde arriba, al cual nada resiste sino algún fuerte estribo, esto es, tu justicia, la que todavía no ha decidido en este juicio, y, por tanto, aún no la poseo con seguridad. Por lo demás, la deseo con tanto afán, como el animal que se halla tan consumido por la abstinencia, que de hambre se comería hasta sus propios miembros. Y así, puesto que eres justo Juez, da tocante a ella justa sentencia.

    Y respondió el Juez: ¿Por qué cayó más bien en tus manos, y por qué te acercaste a ella más que mi ángel? Y contestó el demonio: Porque sus pecados fueron más que sus buenas obras. Y dijo el Juez: Muestra cuáles son. Respondió el demonio: Un libro tengo lleno con sus pecados. Y dijo el Juez: ¿Qué nombre tiene ese libro? Su nombre es inobediencia, respondió el demonio, y en ese libro hay siete libros, y cada uno de ellos tiene tres columnas, y cada columna tiene más de mil palabras, pero ninguna menos de mil, y algunas muchas más de mil. Respondió el Juez: Dime los nombres de esos libros, pues aunque yo todo lo sé, quiero, no obstante que hables, para que conozcan otros tu malicia y mi bondad. El nombre del primer libro, dijo el demonio, es soberbia, y en él hay tres columnas.

    La primera, es la soberbia espiritual en su conciencia, porque estaba ensoberbecido con la buena vida que creía tener mejor que la de los otros; y ensoberbecíase también por su inteligencia y conciencia que creía más prudente que la de los demás. La segunda columna era, porque estaba soberbio con los bienes que se le habían concedido, con los criados, con los vestidos y demás cosas.

    La tercera columna era, porque se ensoberbecía con la hermosura de los miembros, con su ilustre nacimiento y con sus obras. En estas tres columnas hay infinitas palabras, según muy bien sabes. El segundo libro es su codicia: este tiene tres columnas. La primera es espiritual, porque pensó que sus pecados no eran tan graves como se decía, e indignamente deseó el reino de los cielos, que no se da sino al que está perfectamente limpio. La segunda es, porque deseó del mundo mas de lo necesario, y su deseo se encaminó únicamente a exaltar su nombre y su descendencia, a fin de criar y ensalzar sus herederos, no a honra tuya, sino según la honra del mundo.

    La tercera columna es, porque estaba soberbio con la honra del mundo y con ser más que los otros. Y en estas columnas, según bien sabes, hay innumerables palabras, con que buscaba el favor y la benevolencia, y adquiría bienes temporales. El tercer libro es la envidia, y tiene tres columnas. La primera fué mental o en su ánimo, porque ocultamente envidiaba a los que tenían más que él, y prosperaban más. La segunda columna es, porque por envidia recibió cosas de los que tenían menos que él, y más lo necesitaban. La tercera, porque por envidia perjudicó a su prójimo ocultamente con sus consejos, y aún públicamente, tanto de palabra como de obra, tanto por sí como por los suyos, y hasta incitó a otros a que lo hicieren.

    El cuarto libro es la avaricia, y en él hay tres columnas. La primera es la avaricia mental, porque no quiso decir a otros lo que sabía, con lo cual hubieran los otros tenido consuelo y adelanto, y pensaba consigo de esta manera: ¿Qué provecho me resulta, si doy ese consejo a este o al otro? ¿Qué recompensa tengo, si le fuere a otro útil ese consejo o palabra? Y así, cualquiera se apartaba de él muy afligido, no edificado ni instruído, como hubiera podido ser, si hubiese él querido.

    La segunda columna es, porque cuando podía pacificar los disidentes, no quiso hacerlo, y cuando podía consolar los afligidos, no se cuidó de ello. La tercera columna es la avaricia en sus bienes, en términos, que si debía dar un maravidí en tu nombre, se angustiaba y se le hacía penoso, y por honra del mundo daba ciento de buena gana. En estas columnas hay infinitas palabras, como muy bien te consta. Todo lo sabes y nada se te puede ocultar; mas por tu poder me obligas a hablar, porque quieres que esto sirva de provecho a otros.

    El quinto libro es la pereza, y tiene tres columnas. Primera, porque fué perezoso en hacer buenas obras por honra tuya, esto es, en cumplir tus mandamientos; pues por el descanso de su cuerpo perdió su tiempo, y le eran muy deleitables el provecho y placer de su cuerpo. La segunda columna es porque fué perezoso en pensar, pues siempre que tu buen espíritu infundía en su corazón el arrepentimiento, o alguna buena idea espiritual, parecíale aquello demasiado difuso, y apartaba su mente del pensamiento espiritual, y tenía por grato y suave todo gozo del mundo.

    La tercera columna es porque fué perezoso de boca, esto es, en orar y en hablar lo que era de provecho a los otros y en honra tuya; pero era muy aficionado a palabras chocarreras. Cuántas palabras hay en estas columnas, y cuán innunerables son, tú sólo lo sabes. El sexto libro es la ira, y tiene tres columnas. La primera, porque irritábase con su prójimo por cosas que no le interesaban. La segunda columna es, porque con su ira dañó de obra a su prójimo, y a veces por ira destrozaba sus cosas. La tercera es, porque por ira molestaba a su prójimo.

    El séptimo libro era su sensualidad, y tiene también tres columnas. La primera es, porque de una manera indebida y desordenada deleitábase carnalmente; pues aunqe era casado, y no se mezclaba con otras mujeres, con todo pecó impúdicamente de un modo ilícito con ademanes, con palabras y obras inconvenientes. La segunda columna es, porque era demasiado atrevido en hablar, y no sólo estimulaba a su mujer a hablar con libertad, sino que muchas veces con sus palabras atrajo también a otros, para que oyesen y pensasen liviandades. La tercera columna es, porque mantenía su cuerpo con excesiva delicadeza, haciendo preparar para sí en abundancia las más exquisitas viandas para mayor placer de su cuerpo, y para que los hombres lo alabasen y lo apellidasen espléndido.

    Mas de mil palabras hay en estas columnas, porque se sentaba a la mesa más despacio de lo justo, sin considerar la pérdida del tiempo; hablaba muchas cosas inoportunas, y comía más de lo que pedía la naturaleza. Aquí tienes, oh Juez, todo mi libro: adjudícame, pues, esa alma. Guardó silencio entonces el Juez, y acercándose la Madre, que estaba más lejos, dijo: Yo quiero disputar con ese demonio sobre la justicia. Y respondió el Hijo: Amadísima Madre, cuando al demonio no se le niega la justicia, ¿cómo se te podrá negar a ti, que eres mi Madre y la Señora de los ángeles? Tú todo lo puedes y todo lo sabes en mí, pero sin embargo, habla, para que otros sepan el amor que te tengo.

    En seguida dijo la Virgen al demonio: Te mando, diablo, que me respondas a tres cosas que te pregunto, y aunque lo hicieres a la fuerza, estás obligado por justicia, porque soy tu Señora. Dime, ¿conoces tú, por ventura, todos los pensamientos del hombre? Y respondió el demonio: No, sino solamente aquellos que puedo juzgar por las operaciones exteriores del hombre y por su disposición, y los que yo mismo le sugiero en su corazón, pues aunque perdí mi dignidad, sin embargo, por lo sutil de mi naturaleza, me quedó tanta penetración, que por la disposición del hombre puedo entender el estado de su mente; pero sus buenos pensamientos no puedo conocerlos.

    Entonces le volvió a hablar al demonio la bienaventurada Virgen, y le dijo: Dime, diablo, aunque sea a la fuerza: ¿Qué es aquello que puede borrar lo escrito en tu libro? Nada puede borrarlo, respondió el demonio, sino una cosa, que es el amor de Dios; y el que lo tuviere en su corazón, por pecador que sea, al punto se borra lo que acerca de él estaba escrito en mi libro. Dime, diablo, le preguntó por tercera vez la Virgen: ¿Hay, por ventura, algún pecador tan inmundo y tan apartado de mi Hijo que no pueda alcanzar perdón mientras vive? Y respondió el demonio: Nadie hay tan pecador que, si quisiere, no pueda volver a la gracia mientras vive. Siempre que cualquiera, por gran pecador que sea, mude su voluntad mala en buena, tiene amor de Dios y quiere permanecer en él, todos los demonios no son bastantes para arrancarlo.

    En seguida la Madre de la misericordia dijo a los circunstantes: Al final de su vida se volvió a mí esta alma, y me dijo: Vos sois la Madre de la misericordia y el auxilio de los infelices. Yo soy indigno de suplicar a vuestro Hijo, porque mis pecados son graves y muchísimos, y en gran manera lo he provocado a ira, porque he amado más mi placer y el mundo que a Dios mi Creador. Os ruego, pues, tengáis misericordia de mí, Vos, que no la negáis a ninguno que os la pide, y por tanto, me vuelvo a Vos y os prometo, que si viviere, quiero enmendarme y volver mi voluntad a vuestro Hijo, y no amar ninguna otra cosa sino a él.

    Pero sobre todo me pesa y siento no haber hecho nada para honra de vuestro Hijo, mi Creador; y así os ruego tengáis misericordia de mí, piadosísima Señora, porque a nadie síno a vos tengo a quien acudir. Con tales palabras y con este propósito vino a mí esta alma al final de su vída. ¿Y no debía yo oirla? ¿Quién hay, que si de todo corazón y con propósito de la enmienda hace una súplica a otro, no merezca ser oído? ¿Y cuanto más yo, que soy la Madre de la misericordia, no debo oir a todos los que me claman?

    Y respondió el demonio: Nada sé acerca de ese propósito; pero si es según dices, pruébalo con razones manifiestas. Eres indigno de que yo te responda, dijo la Virgen; sin embargo, porque esto se hace para provecho de otros, te voy a contestar. Tú, miserable, tienes ya dicho, que nada de lo escrito en tu libro puede borrarse sino por amor de Dios. Y volviéndose entonces la Virgen al Juez, dijo: Hijo mío, haz que abra el diablo ese libro y lea, y vea si todo está allí escrito por completo, o si se ha borrado algo.

    Entonces dijo el Juez al demonio: ¿Dónde está tu libro? En mi vientre, respondió el demonio. Y le dijo el Juez: ¿Cuál es tu vientre? Mi memoria, respondió el diablo; porque como en el vientre está toda inmundicia y hedor, así en mi memoria está toda perversidad y malicia, que como pésimo hedor huelen en tu presencia. Pues cuando por mi soberbia me aparté de ti y de tu luz, entonces hallé en mí toda malicia, y obscurecióse mi memoria respecto a las cosas buenas de Dios, y en esta memoria está escrita toda la maldad de los pecados. Díjole entonces el Juez al demonio: Te mando, que veas con esmero y busques en tu libro qué es lo que hay escrito y qué borrado respecto a los pecados de esta alma, y dilo públicamente. Y respondió el demonio: Miro mi libro, y veo escritas cosas diferentes de las que creí. Veo que han sido borrados aquellos siete catálogos, y nada queda de ellos en mi libro sino los excesos y demasías.

    En seguida dijo el Juez al ángel bueno que se hallaba presente: ¿Dónde están las buenas obras de esta alma? Y respondió el ángel: Señor, todas las cosas están en vuestra presciencia y conocimiento, las presentes, las pasadas y las futuras. Todo lo sabemos y lo vemos en Vos, y Vos en nosotros, ni necesitamos hablaros, porque todo lo sabéis. Pero porque queréis mostrar vuestro amor, manifestáis vuestra voluntad a quienes os place. Desde que en un principio se unió esta alma en el cuerpo, estuve yo siempre con ella, y tengo también escrito un libro de sus buenas obras. Y si quisierais ver ese libro, está en vuestro poder.

    Y dijo el Juez: No conviene juzgar sino después de oir y entender lo bueno y lo malo, y examinado todo bien, debe entonces sentenciarse con arreglo a justicia, ya sea para la vida, ya para la muerte. Mi libro, respondió el ángel, es la obediencia, con que os obedeció, y en él hay siete columnas. La primera, es el bautismo; la segunda, es su abstinencia ayunando, y el contenerse en las obras ilícitas, en los pecados, y hasta en el placer y tentaciones de la carne; la tercera columna es la oración y el buen propósito que respecto a Vos tuvo; la cuarta columna son sus buenos hechos en limosnas y otras obras de misericordia; la quinta, es la esperanza que en Vos tenía; la sexta, es la fe que tuvo como cristiano; la séptima, es el amor de Dios. Oyendo esto el Juez, volvió a decir al ángel bueno: ¿Dónde está tu libro? Y él respondió: En vuestra visión y amor, Señor mío. Entonces en tono de reconvención, dijo la Virgen al diablo: ¿Cómo custodiaste tu libro, y cómo se borró lo que en él estaba escrito? Y respondió el demonio: ¡Ay! ¡ay!, porque tú me engañaste.

    En seguida dijo el juez a su piadosísima Madre: En este particular te ha sido en razón favorable la sentencia, y con justicia has ganado esa alma. Después daba voces el demonio, y decía: Perdí, y he sido vencido; pero dime, Juez: ¿Hasta cuándo he de tener esta alma por sus excesos y demasías? Yo te lo manifestaré, respondió el Juez; abiertos y leídos están los libros. Pero dime, diablo, aunque yo todo lo sé, dime si con arreglo a justicia debe esta alma entrar o no en el cielo. Te permito que ahora veas y sepas la verdad de la justicia. Y respondió el demonio: Es justicia en ti, que si alguien muriere sin pecado mortal, no entrará en las penas del infierno, y todo el que tiene amor de Dios, de derecho puede entrar en el cielo. Y como esta alma no murió en pecado mortal y tuvo amor de Dios, es digna de entrar en el cielo, después que purgue lo que deba.

    Y dijo el Juez: Ya que te he abierto el entendimiento y te he permitido ver la luz de la verdad y de la justicia, di para que lo oigan quienes yo quiero: ¿cuál debe ser la sentencia de esta alma? Respondió el demonio: Que se purifique de tal modo, que no quede en ella una sola mancha; porque aun cuando por justicia se te ha adjudicado, con todo, está todavía inmunda, y no puede llegar a ti, sino después de purificarse. Y como tú, ¡oh, Juez!, me preguntaste, ahora también pregunto: ¿Cómo debe purificarse y hasta cuándo ha de estar en mis manos? Respondió el Juez: Te mando, diablo, que no entres en ella, ni la absorbas en ti; pero debes purificarla hasta que esté limpia y sin mancha, pues según su culpa padecerá su pena.

    De tres modos pecó en la vista, de tres modos en el óido y de otros tres modos en el tacto. Por consiguiente, debe ser castigada de tres modos. En la vista: primero, debe ver personalmente sus pecados y abominaciones; segundo, debe verte en tu malicia; tercero, debe ver las miserias y terribles penas de las demás almas. Igualmente se ha de afligir de tres modos en el oído. Primero, oirá un horrible ¡ay!, porque quiso oir su propia alabanza y lo deleitable del mundo: segundo, debe oir los horrorosos clamores y burlas de los demonios: tercero, oirá oprobios e intolerables miserias, porque oyó más y con más gusto el amor y el favor del mundo, que el de Dios, y sirvió con más empeño al mundo que a su Dios.

    De tres modos también se ha de afligir en el tacto. Primero, ha de arder en abrasadísimo fuego interior y exteriormente, de manera que en ella no quede ni la menor mancha, que no se purifique en el fuego: segundo, ha de padecer grandísimo frío, porque ardía en su codicia y era frío en mi amor: tercero, estará en manos de los demonios, para que no haya ni el menor pensamiento ni la más leve palabra que no se purgue, hasta que se ponga como el oro, que se purifica en el crisol y en la fragua, a voluntad de su dueño.

    Entonces preguntó el demonio: ¿Hasta cuando estará esa alma en esta pena? Y respondió el Juez: Puesto que su voluntad fué vivir en el mundo, y era tal esta voluntad, que de buena gana hubiera vivido en el cuerpo hasta el fin del mundo, esta pena ha de durar hasta el fin del mundo. Justicia mía es, que todo el que me tiene amor divino, y con todo empeño me desea y anhela por estar conmigo y separarse del mundo, éste sin pena debe obtener el cielo, porque la prueba de la vida presente es su purificación. Mas el que teme la muerte por causa de la acerba pena futura, y quisiera tener más tiempo para enmendarse, éste debe tener una pena leve en el purgatorio. Pero el que olvidándose de mí, desea vivir hasta el día del juicio, aunque no peque mortalmente, sin embargo, por el perpetuo deseo de vivir que tiene, debe tener pena perpetua hasta el día del juicio.

    Entonces dijo la piadosísima Virgen María: Bendito seas, Hijo mío, por tu justicia, que es con toda misericordia. Aunque nosotros lo veamos y sepamos todo en ti, di no obstante, para inteligencia de los demás, qué remedio deba tomarse que disminuya tan largo tiempo de pena, y cuál otro para que se apague un fuego tan cruel, y cómo también pueda esta alma librarse de las manos de los demonios. Y respondió el Hijo: Nada se te puede negar, porque eres la Madre de la misericordia, y a todos proporcionas y buscas consuelo y misericordia.

    Tres cosas hay que hacen disminuir tan largo tiempo de pena, y que se apague el fuego, y que esa alma se libre de las manos de los demonios. La primera es, si alguien devuelve lo que él injustamente tomó o arrancó de otros, o está obligado a devolverles en justicia; pues el alma debe purgarse, o por los ruegos de los santos, o por limosnas y buenas obras de los amigos, o por una suficiente purificación. Lo segundo es una cuantiosa limosna, pues por ella se borra el pecado, como con el agua se apaga la sed. Lo tercero es, la ofrenda de mi cuerpo hecha por él en el altar, y las súplicas de mis amigos.

    Estas tres cosas son las que lo libertarán de aquellas tres penas. Entonces dijo la Madre de la misericordia: ¿Y de qué le sirven ahora las buenas obras que por ti hizo? Y respondió el Hijo: No preguntas, porque lo ignores, pues todo lo sabes y ves en mí, sino que lo investigas para mostrar a los otros mi amor. A la verdad, no quedará sin remuneración la más insignificante palabra, ni el más leve pensamiento que en honra mía tuvo; pues todo cuanto por mí hizo, está ahora delante de él y dentro de su misma pena, y le sirve de refrigerio y de consuelo, y por ello siente menos ardor del que sufriría de otro modo. Y volvió la Virgen a decirle a su Hijo: ¿Por qué esa alma está inmóvil, como quien no mueve manos ni pies contra su enemigo y no obstante vive?

    Y respondió el Juez: De mí escribió el Profeta, que fuí como un cordero que enmudece delante de quien lo trasquila; y a la verdad, yo enmudecí delante de mis enemigos: por tanto, es justicia, que por no haberse tomado interés por mi muerte esa alma y por haberla considerado de poca importancia, esté ahora como el niño que en las manos de los homicidas no puede dar voces. Bendito seas, dulcísimo Hijo mío, que nada haces sin justicia, dijo la Madre. Tú dijiste antes, Hijo mío, que tus amigos podían socorrer a esta alma, y bien sabes que ella me sirvió de tres modos. Primero, con la abstinencia, pues ayunaba las vigilias de mis festividades y en ellas se abstenía en mi nombre; segundo, porque leía mi Oficio; y tercero, porque cantaba por honra mía. Y así, Hijo mío, puesto que oyes a tus amigos que te dan voces en la tierra, te ruego, que también te dignes oirme a mí.

    Y respondió el Hijo: Siempre se oyen con mayor benevolencia las súplicas de la persona predilecta de algún señor; y como tú eres lo que yo más amo sobre todas las cosas, pide cuanto quieras, y se te dará. Esta alma, dijo la Madre, padece tres penas en la vista, tres en el oído, y otras tres en el tacto. Te ruego, pues, amadísimo Hijo mío, que le disminuyas una pena en la vista, y es que no vea los horribles demonios, aunque sufra las otras dos penas, porque tu justicia así lo exige según la justicia de tu misericordia, a la cual no puedo oponerme. Te suplico, en segundo lugar, que en el oído le disminuyas una pena, y es que no oiga su oprobio y confusión. Te ruego, por último, que en el tacto le quites una pena, y es que no sienta ese frío mayor que el hielo, el cual lo merece tener, porque era frío en tu amor. Y respondió el Hijo: Bendita seas, amadísima Madre, a ti nada se te puede negar: hágase tu voluntad, y sea, según lo has pedido. Bendito seas tú, dulcísimo Hijo mío, dijo la Madre, por todo tu amor y misericordia.

    En aquel instante apareció un santo con gran acompañamiento, y dijo: Alabado seáis, Señor, Dios nuestro, Creador y y Juez de todos. Esta alma fué en su vida devota mía, ayunó en honra mía, y me alabó haciéndome súplicas, de la misma manera que a estos amigos vuestros que se hallan presentes. Así, pues, os ruego de parte de ellos y mía, que tengáis compasión de esta alma, y por nuestras súplicas le deis descanso en una pena, y es que los demonios no tengan poder para obscurecer su conciencia; pues si no se les contiene, la obscurecerán de tal modo, que nunca había de esperar esa alma el término de su desdicha y alcanzar la gloria, sino cuando fuese tu voluntad mirarla especialmente con tu gracia; y este es un suplicio mayor que todo otro. Por tanto, piadosísimo Señor, concededle por nuestras súplicas, que en cualquiera pena en que estuviere, sepa positivamente que ha de acabar aquella pena, y que ha de alcanzar la gloria perpetua.

    Y respondió el Juez: Así lo exige la verdadera justicia, porque esa alma apartó muchas veces su conciencia de los pensamientos espirituales y de la inteligencia de las cosas eternas, y quiso obscurecer su conciencia, sin temer obrar contra mí, y por tanto, justo es, repito, que los demonios obscurezcan su conciencia. Mas porque vosotros, amadísimos amigos míos, oísteis mis palabras y las pusísteis por obra, no se os debe negar nada, y así haré lo que pedís. Entonces respondieron todos los santos: Bendito seáis, Dios, en toda vuestra justicia, que juzgáis justamente, y nada dejáis sin castigo.

    En seguida dijo al Juez el ángel custodio de aquella alma: Desde el principio de la unión de esta alma con su cuerpo, estuve yo con ella, y la acompañé por providencia de vuestro amor, y algunas veces hacía mi voluntad. Os ruego, pues, Dios y Señor mío, que tengáis misericordia de ella. Y respondió el Señor: Sí, bien está; pero acerca de esto, queremos deliberar. Entonces desapareció la visión.

    Declaración.

    Fué éste un caballero bondadoso y amigo de los pobres, y dió por él cuantiosas limosnas su esposa, la cual falleció en Roma, como lo tenía anunciado el espíritu de Dios, por medio de santa Brígida, a la que dijo: Ten entendido que esa señora regresará a su patria, pero no morirá allí. Y así fué, porque segunda vez volvió a Roma, donde murió y fué enterrada.



    Continúa la admirable revelación precedente. Dios glorifica el alma que se le había presentado en juicio, y se da una idea breve pero altísima de la inmensa gloria de los santos.

    Capítulo 30

    Cuatro años después de lo dicho en la revelación anterior, vió santa Brígida a un joven muy resplandeciente con el alma mencionada, la cual estaba ya vestida, aunque no del todo. Y el joven dijo al Juez, que estaba sentado en el trono, al cual acompañaban millares de millares de ángeles, y todos lo adoraban por su paciencia y amor: Oh Juez, esta es el alma por quien yo pedía, y vos me respondisteis que queriais deliberar, mas ahora, todos los presentes, volvemos a implorar vuestra misericordia en favor de ella. Y aunque todo lo sepamos en vuestro amor, no obstante, por esta vuestra esposa que oye y ve todo esto, hablamos a estilo de los hombres, aunque las cosas humanas no tengan ninguna conexión con nosotros.

    Y respondió el Juez: Si de un carro lleno de espigas de trigo cogieran muchos hombres unos tras otros cada cual una espiga, se iría disminuyendo el número de éstas; igualmente sucede ahora, porque han venido a mí en favor de esa alma muchas lágrimas y obras de amor; y por tanto, debe venir a tu poder, y llévala al descanso, que ni los ojos pueden ver, ni los oídos oir, ni podía pensar esa misma alma cuando estaba en el cuerpo; descanso donde no hay cielo arriba ni tierra abajo, cuya altura no se puede calcular, y cuya longitud es indecible; donde es admirable la anchura, e incomprensible la profundidad; donde está Dios sobre todas las cosas, fuera y dentro, todo lo rige y todo lo contiene, y no está contenido en nada.

    Vióse enseguida subir al cielo aquella alma, tan brillante como una muy resplandeciente estrella en todo el lleno de su esplendor. Y entonces dijo el Juez: Pronto llegará el tiempo en que pronuncie yo mi sentencia y haga justicia contra los descendientes del difunto de quien es esta alma, pues esta generación sube con soberbia, y bajará con el pago de la misma soberbia.



    Méritos de la obediencia y frutos de la paciencia en los combates y victorias de los justos.

    Capítulo 31

    Dime por qué estás inquieta, le dice el Señor a santa Brígida; pues aunque todo lo sé, quiero que tú me lo digas, para que entiendas lo que te respondo. Y contestó la Santa: Temo dos cosas, y por ambas estoy afligida: primera, porque soy demasiado impaciente para obedecer y poco alegre para padecer; y segunda, porque vuestros amigos padecen tribulaciones, y vuestros enemigos los dominan.

    Y respondió el Señor: Yo estoy en ese a quien has sido entregada para que obedezcas; y por tanto, a cualquiera hora, a cualquier instante en que con la voluntad consientes para obedecer, quieres obedecer con la voluntad; y aunque a veces lo repugne la carne, se te pondrá en cuenta como premio y como purificación de los pecados. Tocante a lo segundo, que te afliges con las tribulaciones de mis amigos, te respondo con un ejemplo. Cuando están dos riñendo, y uno de ellos tira sus armas, mientras el otro va siempre armado, ¿no será vencido, por ventura, más fácilmente el que tira sus armas que el que siempre las lleva consigo? Lo mismo acontece ahora, pues diariamente están los enemigos tirando sus armas.

    Tres clases de éstas son señaladamente necesarias para pelear. La primera es la que lleva al hombre, como el caballo y las demás cabalgaduras: la segunda es aquella con que se defiende el hombre, como la espada; y la tercera es la que resguarda el cuerpo, como la coraza. Pero los enemigos perdieron primeramente el caballo de la obediencia, con la cual hubieran sido encaminados a todo bien; porque es la que mantiene la amistad con Dios y guarda la fe prometida al Señor. Arrojaron también la espada del temor de Dios, con el cual, el cuerpo se retrae del placer, y el demonio se aparta del alma para no acercarse a ella.

    Perdieron igualmente la coraza con que debían estar guarecidos contra los dardos, esto es, el amor de Dios, el cual alegra en las adversidades, defiende en la prosperidad, da paz en las tentaciones y suavidad en los dolores. Su yelmo, que es la sabiduría Divina, está tirado por el lodo, y también andan caídas las armas del cuello, que es el pensamiento en Dios; porque como por el cuello se mueve la cabeza, así por pensar en Dios se debería mover el ánimo para todo lo que es de Dios; pero ya se ha borrado este pensar en Dios, y así la cabeza anda distraída con cosas despreciables y agitada por el viento. También son muy débiles las armas del pecho, esto es, su afecto a Dios se ha enfriado de modo, que apenas puede verse y menos sentirse. Las armas de los pies están igualmente en abandono y olvido, esto es, la contrición con propósito de la enmienda; porque se alegran en sus pecados y desean perseverar en ellos mientras pueden. Les son, además, odiosas e inútiles las armas de los brazos, y descaradamente hacen lo que quieren sin avergonzarse.

    Pero mis amigos están diariamente cubiertos con las armas. Corren en el caballo de la obediencia, como buenos siervos que dejan su voluntad por mandato del Señor; como buenos soldados luchan contra los vicios con el temor del Señor; sufren por amor de Dios todo lo que les sobreviene, como buenos guerreros que esperan el auxilio del Señor; y como buenos solitarios que se alejan del mundo, se fortalecen con la sabiduría divina y con la paciencia contra los que los infaman y calumnian. Para las cosas divinas son listos y prontos como el aire movedizo; fervorosos para con Dios, como la esposa con el esposo; veloces y fuertes como los ciervos, para pasar por las distracciones del mundo; cuidadosos en obrar como la hormiga, y vigilantes como el espía.

    Tales son, esposa mía, mis amigos, y de esta suerte se cubren todos los días con las armas de las virtudes, cuyas armas las desprecian mis enemigos, y por esto son vencidos fácilmente. La lucha espiritual, la cual consiste en la paciencia y en el amor de Dios, es mucho más noble que la corporal, y mucho más odiosa al demonio. Pues no trabaja el demonio para quitar las cosas corporales, sino para viciar las virtudes y quitar la paciencia y la firmeza de las virtudes. No te aflijas, pues, si a mis amigos les sobrevienen contradicciones, porque de ellas les dimana la recompensa.



    Jesucristo, valiéndose de dos comparaciones, dice: primero, que por muchas almas que se pierdan, criará otras y otras de nuevo hasta que se llene el reino de los cielos; y segundo, que buscará entre los gentiles frutos de conversión y de santidad para gloria suya.

    Capítulo 32

    Yo soy, dice el Señor a la Santa, como el fabricante de vidrio, que de ceniza hace muchos vasos, y aunque se le rompan muchos, no deja de hacer otros nuevos, hasta completar el número que necesita. Igualmente hago yo, que de una materia innoble, formo una criatura noble, que es el hombre, y aunque muchos se apartan de mí por sus malas obras, no dejo, sin embargo, de formar otros, hasta que se complete el coro de los ángeles y se llenen los puestos que en el cielo quedaron vacíos.

    Soy también como la buena abeja, que sale de su colmenar y va volando hasta la hierba que desde lejos le ha parecido hermosa, en la que procura hallar una bellísima flor de un olor suave y grato; pero así que se aproxima bastante, encuentra una flor árida y de olor ya trocado y destruído, y sin ninguna suavidad. Sigue buscando, y encuentra otra hierba algo áspera, de flor chica y no muy olorosa, y de agradable suavidad. En esta hierba fija la abeja el pie, saca de ella el dulce y lo va llevando al colmenar, hasta que lo ve tan lleno como desea. Esta abeja soy yo, el Creador y Señor de todas las cosas, que salí del colmenar cuando tomé forma humana y aparecí visible en ella. Busqué una hermosa hierba, esto es, tomé para mí el linaje de los cristianos, los cuales eran hermosos por la fe, dulces por el amor de Dios, y fructíferos por el buen trato. Mas ahora han degenerado de su primitivo estado, y son hermosos por el nombre, pero feos en su trato; fructíferos para el mundo y la carne, pero estériles para Dios y su alma; dulces para sí mismos, pero amarguísimos para mí; por consiguiente, caerán y serán destruídos.

    Yo, así como hace la abeja, escogeré otra hierba algo áspera, esto es, los paganos muy opuestos en costumbres, de los cuales varios tienen una pequeña flor y poca suavidad, esto es, una voluntad por la que de buena gana se convertirían y me servirían, si supiesen cómo, y si tuvieran quienes les ayudaran. Y de esta hierba sacaré tanto dulce, cuanto necesite para que se llene el colmenar; y quiero aproximarme a ella tanto, que ni a la hierba le falte la suavidad, ni la abeja deje de trabajar, y crecerá admirablemente hasta llegar a gran hermosura lo que es vil y áspero; mas lo que parece hermoso, disminuirá y se pondrá feo.



    La Virgen María se queja en presencia de su Hijo de la mucha ceguedad y miseria en que se ven envueltos los hombres, y contestación de su divino Hijo.

    Capítulo 33

    Bendito seas, Hijo mío, Dios y Señor mío. Aunque no puedo entristecerme, me compadezco, sin embargo, del hombre por tres cosas. Primeramente, porque el hombre tiene ojos y está ciego, pues ve su cautiverio y va en pos de él; búrlase de tu justicia, y con la risa en los labios sigue su ambicíon; cae al instante en la pena perpetua y pierde la gloria felicísima y sempiterna. Compadézcome del hombre, en segundo lugar, porque desea, y mira gustosamente el mundo, sin fijar la vista en tu misericordia, y busca lo muy pequeño, y abandona lo de más importancia. Me compadezco finalmente, porque siendo tú Dios de todas las cosas, los hombres, sin embargo, tienen puesta en olvido y abandono tu honra, y tus obras las consideran como muertas. Ten, pues, misericordia de ellos, bendito Hijo mío.

    Y respondió el Hijo: Todos cuantos en el mundo están y tienen conciencia, ven que en el mundo hay una justicia que castiga a los malos. Si, pues, los hombres, siendo mortales, castigan con justicia los excesos corporales, ¿cuanta mayor justicia no es que Dios inmortal castigue al alma inmortal? Bien podría el hombre ver y entender todo esto si quisiera; pero como vuelve sus ojos al mundo y su afecto al deleite, resulta, que como el buho busca la noche, así el hombre va en pos de los bienes fugitivos y tiene odio a los permanentes.

    Podría también ver y considerar el hombre si quisiese, que si son hermosas las plantas, los árboles y las hierbas, si todas estas cosas del mundo son apetecibles, ¿cuánto más hermoso y apetecible no es el Señor y Criador de todas ellas? Y si se desea y se ama con tanto ardor esta gloria temporal y fugitiva, ¿cuánto más no debe desearse aquella gloria eterna? Todo esto podría verlo el hombre si quisiese, porque muy bien tiene capacidad para entender, que lo mayor y lo más noble debe amarse más que lo que es peor y menor. Pero porque el hombre a quien es dado mirar a lo alto, se inclina siempre a lo bajo, teje de este modo una tela como de arañas, pierde la hermosura del ángel e imitia las cosas transitorias, por consiguiente, florece por poco tiempo como el heno y se seca muy pronto como él.

    Por último, los que quieren, pueden muy bien considerar en su conciencia por estas cosas criadas, que hay un Dios y Criador de todas ellas, porque si no hubiese un Criador, todo iría desordenado, y no es así, porque nada hay desordenado, aunque así le parezca al hombre, sino lo que desarregla el mismo hombre, al cual le es desconocido el curso de los astros y de los tiempos y a quien por sus anteriores pecados están ocultos los juicios de Dios.

    Si, pues, hay un Dios y es buenísimo, porque de él procede todo bien, ¿por qué no lo honra el hombre sobre todas las cosas y más que a todo cuanto existe, cuando la razón le dice que sobre todas las cosas debe ser honrado aquel de quien todo procede? Mas el hombre, según has dicho, tiene ojos y no ve, y cierra los ojos con la blasfemia, porque atribuye a las estrellas el que los hombres sean buenos o malos, e igualmente atribuye al hado o a la fortuna todo lo adverso que le sucede, como si en el hado o en la fortuna hubiese algo divino con que pudiesen prosperar o hacer alguna cosa; pero el hado ni la fortuna no existen, y el arreglo del hombre y de todas las cosas ha sido previsto en la firmeza y constancia divina y firmemente dispuesto de un modo razonable, según cada cosa lo exige. Tampoco consiste en las estrellas el que el hombre sea bueno o malo, aunque en los astros se halle mucho arreglo respecto a la naturaleza y al orden de los tiempos. Todo esto podrían verlo los hombres, si quisieran.

    Y respondió la Madre: Todo hombre que tiene buena conciencia, comprende bien que Dios debe ser amado más que todas los cosas, y así también lo muestra con sus obras; mas porque muchos tienen una venda en los ojos, aunque la pupila esté sana, resulta que no todos pueden ver. ¿Qué significa, pues, esta venda, sino la falta de consideración respecto a las cosas futuras con que está obstruída la inteligencia de muchos? Por tanto, te ruego, amadísimo Hijo mío, que siempre te dignes manifestar a alguien cuál sea tu justicia, no para que se haga mayor su vergüenza y miseria, sino para que se suavice la pena debida por sus culpas, y para que tu justicia sea notoria y temida.

    Ruégote, en segundo lugar, que para dar fervor a unos y para consuelo de los miserables, te dignes manifestar tu misericordia por medio de alguna persona querida tuya. Y finalmente te pido que sea honrado tu nombre, para que los que te aman, aumenten su fervor, y los tibios sean animados. Y respondió el Hijo: Cuando vienen a suplicar muchos amigos, es justo que sean oídos, y mucho más si viene a suplicar una Señora muy estimada del Señor: hágase, pues, lo que quieres. Mi justicia se manifestará hasta tal punto, que los que la experimenten, verán que salen al público sus obras y que sus miembros se estremecen. Daré también a una persona toda la misericordia de que es capaz y necesita, y exaltaré su cuerpo y glorificaré su alma, para que se manifieste mi misericordia.

    En seguida dice la Madre: Ten, pues, misericordia de ellos, bendito Hijo mío; porque la caída es horrorosa, el precipicio inmenso, las tinieblas perpetuas y el castigo larguísimo.



    Santa Brígida ruega a la Virgen María le alcance el perfecto amor de Dios, y contestación de la Señora.

    Capítulo 34

    Cuán dulce es Dios nuestro Señor!, dice la Santa a la Virgen. Todo el que lo posea a él, que es dulcísimo, no tendrá en sí dolor alguno en que no sienta consuelo. Así, pues, os ruego, piadosísima Madre de Dios, que apartéis de mi corazón el afecto a todas las cosas temporales, para que sobre todas las cosas ame yo a vuestro Hijo hasta la muerte. Y respondió la Madre: Puesto que deseas amar mucho a mi Hijo, obra conforme a las palabras que dijo él mismo en su Evangelio, las cuales impulsan a que sea él amado sobre todas las cosas; y por consiguiente, te recuerdo seis máximas del Evangelio: Ve y vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y sígueme.

    La segunda es: No os inquietéis por el día de mañana. La tercera es: Mirad cómo son alimentadas las aves, ¡cuánto más os alimentará a vosotros vuestro Padre celestial! La cuarta es: Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. La quinta es: Buscad primero el reino de Dios. La sexta es: Venid a mí los que tenéis hambre, y yo os saciaré.

    Vende todas las cosas el que no apetece tener más que la moderada subsistencia de su cuerpo, y todo lo demás lo da a los pobres para honra de Dios, y no por honra del mundo, a fin de alcanzar la amistad de Dios, como se ve en san Gregorio y en otros muchos reyes y príncipes, los cuales aunque tuvieron riquezas y daban de ellas a los pobres, eran muy amados de Dios, como los que de una vez lo dejaron todo por Dios y después pedían limosna. Pues los que tuvieron riquezas del mundo solamente para honra de Dios, de buena gana habrían carecido de ellas si tal hubiese sido la voluntad del Señor; pero esos otros eligieron para honra de Dios la pobreza que deseaban. Así, pues, todo el que tuviere fincas o rentas de bienes justamente adquiridos, puede para honra de Dios percibir sus frutos para su alimento y el de sus dependientes, y dar lo demás a los amigos de Dios que estén necesitados.

    Lo segundo, no estés inquieta por el día de mañana, pues aunque no tuviereis más que el cuerpo desnudo, debes esperar en Dios, y él que a las aves alimenta, también te alimentará a ti, que te redimió con su sangre. Y dijo santa Brígida: Amadísima Señora, que sois hermosa, rica y en extremo virtuosa: hermosa, porque nunca pecasteis; rica, porque sois muy amada de Dios, y virtuosa, porque sois perfectísima en todas las obras buenas. Oidme a mí, Señora, que estoy llena de pecados y pobre de virtudes. Hoy tenemos que comer y todo lo necesario, pero mañana no tenemos y nos hallamos desprovistos de todo, ¿cómo podemos estar tranquilos cuando nada tenemos? Pues aunque el alma tiene de Dios su consuelo, el jumento, que es el cuerpo, necesita su comida.

    Y respondió la Virgen: Si tenéis algo superfluo de que podáis carecer, vendedlo o empeñadlo, y vivid sin inquietud. Tenemos vestidos, dijo la Santa, que usamos por día y noche, y unos pocos vasos para el servicio de nuestra mesa. El sacerdote tiene sus libros, y tenemos además el caliz y ornamentos para la misa.

    El sacerdote, respondió la Virgen, no debe estar sin libros, ni vosotros sin misa, ni ésta debe decirse sino con ornamentos limpios: vuestro cuerpo tampoco debe estar desnudo sino vestido por la decencia y para resguardaros del frío, y por consiguiente, necesitáis todo eso. Y dijo la Santa: ¿Deberé, por ventura, tomar bajo mi palabra dinero prestado por cierto tiempo? Tómalo, respondió la Virgen, si estás cierta de que podrás pagar en el tiempo marcado; pero de otro modo no lo tomes, porque mejor es que no comas un día, que arriesgar inciertamente tu palabra.

    Y dijo la Santa: ¿Deberé acaso trabajar para comer? ¿Qué haces ahora diariamente? preguntó la Virgen. Y la Santa contestó: Me ocupo con la familia, oro y escribo. No está bien, dijo la Virgen, dejar esa ocupación por el trabajo corporal. Y preguntó la Santa: ¿Qué tendremos, pues, para vivir el día de mañana? Si no tuviereis otra cosa, respondió la Virgen, pedid en nombre de Jesucristo.



    Jesucristo se compara a un médico lleno de caridad para con los suyos.

    Capítulo 35

    Yo soy, dice el Señor a la Santa, como el buen médico a quien acuden todos los que le aprecian, porque saben que su bebida es dulce, y los que gustan la dulzura de aquella bebida y creen que es saludable, visitan continuamente la casa del médico; mas los que con aquella bebida sienten punzadas, huyen de semejante casa. Lo mismo acontece con la bebida espiritual, que es el Espíritu Santo, el cual Espíritu de Dios es dulce de gustar, viene para fortalecer los miembros y corre por el corazón para alegrarlo contra las tentaciones.

    Yo, Dios, soy ese médico, que estoy pronto para dar mi bebida a todos los que la desean con amor divino. Está, pues, sano para tomar mi bebida el que está en gracia y no tiene propósito de continuar en el pecado, y después de gustar mi bebida, deleítase continuamente en beberla; mas el que tiene propósito de seguir en el pecado, no se deleita en tener el espíritu de Dios.



    La Virgen María da testimonio a santa Brígida de su concepción inmaculada.

    Capítulo 36

    Si a alguno que quisiese ayunar, dice la Virgen a la Santa, y tuviese deseo de comer, pero la voluntad resistiera al deseo, le mandara el superior a quien debía obedecer, que comiera por obediencia, y él por obediencia comiese contra su voluntad, esa comida sería digna de mayor recompensa que el ayuno. Igualmente fué, pues, la unión de mis Padres en mi concepción sin mancha. Y es cierto que fuí concebida sin pecado original, y no en pecado; y como mi Hijo ni yo nunca pecamos, así tampoco hubo matrimonio más honesto y santo, que aquel del que yo nací.



    La Virgen María instruye a santa Brígida, diciéndole que el amor de Dios es sobre todas las cosas, y le presenta el ejemplo de una mujer pagana que se convirtió y creció mucho en virtud.

    Capítulo 37

    Nada agrada a Dios tanto, dice la Virgen a la Santa, como el ser amado sobre todas las cosas; y como prueba de ello voy a hablarte de una mujer pagana, que sin saber nada de la fe católica, pensó consigo de este modo: Yo sé de qué materia soy, y cómo vine al vientre de mi madre. Creo también que es imposible el haber yo tenido cuerpo y tendones, entrañas y sentidos, si no me los hubiese dado alguien; y por consiguiente, alguno es el Creador, que me ha criado una persona humana tan bella, y no quiso crearme fea como los gusanos y las serpientes. Paréceme, pues, que aun cuando yo tuviese muchos maridos y todos me llamasen, acudiría más bien al único llamamiento de mi Creador, que a las voces de todos ellos.

    Tengo también muchos hijos e hijas, y no obstante, si viese que tenían ellos su comida en la mano y supiera que mi Creador tenía hambre, quitaría de manos de mis hijos la comida, y con gusto la presentaría a mi Creador. Tengo, además, muchas posesiones de que dispongo a mi arbitrio; pero si supiese la voluntad de mi Creador, de buena gana renunciaría a mi voluntad, y dispondría de esas posesiones para honra de este mismo Creador mío. Pero mira, hija, lo que Dios hizo con esta mujer pagana. Envióle un amigo suyo que la instruyó en la santa fe, y Dios por sí mismo visitó su corazón, como podrás colegir por las palabras de la misma mujer; pues cuando aquel varón de Dios le decía que había un solo Dios, sin principio ni fin, el cual es Criador de todas las cosas, respondía ella: Bien puede creerse que el que me creó a mí y a todas las cosas, no tenga sobre sí Creador, y es muy verosímil que es eterna la vida del que pudo darme a mí vida.

    Así que esta mujer oyó que el mismo Creador recibió carne humana de una Virgen, y que él predicaba con sus propios labios, dijo: Bien debe creerse a Dios para practicar todas las obras virtuosas; y tú, amigo de Dios, dime cuáles fueron las palabras que salieron de los labios del Criador, porque quiero dejar mi voluntad y obedecer según todas sus palabras. Hablando después el amigo de Dios de la Pasión y cruz del Señor y de su resurrección, dijo aquella mujer con los ojos llenos de lágrimas: Bendito sea Dios, que con tanta paciencia mostró en la tierra el amor que nos tuvo en el cielo; y por consiguiente, si antes lo amé, porque me crió, ahora tengo más obligación de amarlo, porque me manifestó el camino recto y me redimió con su sangre.

    Estoy también obligada a servirle con todas mis fuerzas y miembros, porque me redimió con todos sus miembros; y le soy además deudora de apartar de mí todo el afecto que antes tuve a mis bienes, a mis hijos y deudos, y solamente debo desear a mi Creador en su gloria y en aquella vida que no acabará jamás. Considera, hija mía, dijo la Virgen, que por su amor tendrá esa mujer una triple recompensa; y del mismo modo se está dando todos los días a cada cual su recompensa, según lo que ama a Dios, mientras vive en el mundo.



    Indecibles y horribilísimas penas de abuela y nieta, una en el infierno y otra en el purgatorio, por el orgullo y vanidad de sus vidas, con mucha doctrina y enseñanza que sobre esto da la Virgen María a santa Brígida. Lease con detención y pidiendo a Dios su santa gracia, pues es muy bastante para convertir a cualquier alma.

    Capítulo 38

    Alabado seáis, Dios mío, dijo la Santa, por todas las cosas que han sido creadas; honrado seáis por todas vuestras virtudes, y todos os tributen homenaje por vuestro amor. Yo, criatura indigna y pecadora desde mi juventud, os doy gracias, Dios mío, porque a ninguno de cuantos pecan, negáis la gracia si os la piden, sino que de todos os compadecéis y los perdonáis. ¡Oh dulcísimo Dios! es admirable lo que conmigo hacéis, que cuando os place, adormecéis mi cuerpo con un letargo espiritual, y despertáis mi alma para que vea, oiga y sienta las cosas espirituales.

    ¡Oh Dios mío! ¡cuán dulces son vuestras palabras a mi alma, que las recibe como sabrosísimo manjar! Entran con alegría en mi corazón, y cuando las oigo, estoy satisfecha y hambrienta: satisfecha, porque nada me debilita sino vuestras palabras; y hambrienta, porque con mayor empeño deseo oirlas. Dadme, pues, auxilio, bendito Dios mío, para que yo haga siempre vuestra voluntad.

    Y respondió Jesucristo: Yo soy sin principio ni fin, y todo cuanto existe ha sido creado por mi poder. Todo está dispuesto por mi sabiduría, y todo se rige por mi juicio. Todas mis obras están ordenadas por amor, y así, nada me es imposible. Pero es demasiado duro el corazón que ni me ama ni me teme, siendo yo el Gobernador y Juez de todos, y el hombre hace más bien la voluntad del demonio, que es traidor y su verdugo, el cual extiende por toda la tierra su veneno, con el cual no pueden vivir las almas y son sumergidas en los abismos del infierno.

    Este veneno es el pecado, que les sabe dulcemente, aunque es amargo al alma, y por mano del demonio se esparce sobre muchos todos los días. Mas ¿quién ha oído cosa tan extraña, como el que a los hombres se les ofrezca la vida y escojan la muerte? Sin embargo, yo, Dios de todos, soy sufrido, me compadezco de su miseria y hago como aquel rey, que al enviar con sus criados el vino, les dijo: Dadlo a muchos, porque es saludable; a los enfermos da salud, a los tristes alegría, y a los sanos corazón varonil. Pero no se envía el vino sino en un vaso conveniente. Del mismo modo mis palabras, que se comparan al vino, las envíe a mis siervos por medio de ti, cuyo corazón es como un vaso, el cual quiero llenar y agotar según me plazca. Mi Espíritu Santo te enseñará adónde has de ir y qué has de hablar. Por consiguiente, di con valor y alegría lo que mando, porque nadie prevalecerá contra mí.

    Entonces dijo la Santa: ¡Oh Rey de toda gloria, inspirador de toda sabiduría y dador de todas las virtudes! ¿por qué me elegís para tamaña obra a mí, que he consumido mi vida en los pecados? Yo soy ignorante como un jumento, desnuda de virtudes, en todo he delinquido y no me he enmendado nada. Y respondió el Espíritu: ¿Quién se admiraría, si un señor cualquiera, con las monedas o barras de plata que le diesen, mandara hacer coronas, anillos o vasos pará su uso? Así, tampoco es de admirar si yo recibo los corazones de mis amigos que se me presentan, y hago en ellos mi voluntad; y puesto que uno tiene más entendimiento y otro menos, me valgo de la conciencia de cada cual, según conviene a mi honra, porque el corazón del justo es moneda mía. Por tanto, permanece firme y pronta a mi voluntad.

    Enseguida dijo la Virgen a la Santa: ¿Qué dicen las mujeres soberbias de tu reino? Y contestó la Santa: Yo soy una de ellas, y así me avergüenzo de hablar en vuestra presencia. Y dijo la Virgen: Aunque yo sé todo eso mejor que tú, sin embargo, quiero oírtelo decir. Respondió la Santa: Cuando se nos predicaba la verdadera humildad, decíamos que nuestros mayores nos dejaron vastas posesiones y grandiosas costumbres, ¿por qué, pues, no debemos imitarlos? También nuestra madre ocupaba su puesto entre las principales señoras, vestía magníficamente, tenía muchos criados y nos criaba con suntuosidad, ¿por qué no he de dejar a mis hijas lo que aprendí, que es a portarse con magnificencia, vivir con alegría corporal y morir también con gran pompa y fausto del mundo?

    Dijo entonces la Madre de Dios: Toda mujer que pusiere en práctica esas ideas, va al infierno por el camino más derecho, y esta es la severa respuesta que debe dárseles. ¿De qué les servirán semejantes ideas, cuando el Creador de todas las cosas consintió que su cuerpo estuviese siempre en la tierra con la mayor humildad, desde que nació hasta su muerte, y jamás lo cubrió el vestido de la soberbia? No consideran estas mujeres el rostro de mi Hijo mientras vivía, ni cómo estuvo muerto en la cruz cubierto de sangre y pálido con los tormentos, ni se cuidan de las injurias y oprobios que El mismo oyó, ni de la afrentosa muerte que quiso escoger.

    Tampoco recuerdan el lugar donde mi Hijo exhaló su postrer aliento, porque donde los ladrones y salteadores recibieron su pena, allí mismo fué castigado, y también me hallé presente yo, que soy su Madre, que entre todas las criaturas soy la que El más quiere y en mí reside toda humildad. Por consiguiente, los que se conducen con semejante pompa y soberbia, y dan ocasión a otros para que los imiten, son como el hisopo, que si se moja en un licor inflamado, los quema a todos y mancha a los que rocía. Del mismo modo los soberbios dan ejemplo de soberbia y orgullo, y con este mal ejemplo abrasan en gran manera las almas.

    Quiero, pues, hacer como la buena madre, que para amedrantar a sus hijos les enseña la vara, que igualmente ven sus criados. Y al verla los hijos, temen ofender a la madre, y le dan gracias, porque los amenazaba sin castigarlos. Pero los criados temen ser azotados si delinquen; y así, por ese temor a la madre hacen los hijos muchas más cosas buenas que antes, y los criados menor número de cosas malas. Y puesto que soy la Madre de la misericordia, quiero manifestarte cuál es el pago del pecado, a fin de que los amigos de Dios se hagan más fervorosos en el amor del Señor, y conociendo los pecadores su peligro huyan del pecado a lo menos por temor, y de esta suerte me compadezco de buenos y malos: de los buenos para que alcancen mayor corona en el cielo; de los malos, para que incurran en menor pena; pues no hay pecador, por grande que sea, a quien no esté yo dispuesta a ayudar y mi Hijo a darle su gracia, si pidiere misericordia con amor de Dios.

    Acto continuo aparecieron tres mujeres: madre, hija y nieta. La madre y la nieta aparecieron muertas, pero la hija apareció viva. La difunta madre salía como arrastrando del cieno de un tenebroso lago; tenía arrancado el corazón y cortados los labios, temblábale la barba, y los dientes muy blancos y largos, chocaban unos contra otros, las narices estaban corroídas y los ojos saltados, colgábanle dos nervios hasta las mejillas; la frente hundida y en lugar de ella un enorme y tenebroso abismo; faltábale en la cabeza el craneo y bullíale el cerebro como plomo derretido y derramábase como pez hirviendo; al cuello, como al madero que se trabaja en el torno, rodeábale un agudísimo hierro que lo destrozaba sin consuelo; el pecho estaba abierto y lleno de gusanos de todos tamaños dando vueltas unos sobre otros; eran los brazos como mangos de piedra, y las manos como mazas nudosas y largas; las vértebras de la espalda estaban todas sueltas y subían y bajaban sin parar; una larga y gran serpiente venía arrastrando desde la parte baja a la alta del estómago, y uniendo como un arco su cabeza y cola, ceñía continuamente las vísceras como una rueda; eran las piernas como dos bastones cubiertos de agudísimas puas, y los pies como de sapo.

    Entonces esta madre difunta le dijo a su hija que aún vivía: Oye tú, lagarta y venenosa hija. ¡Ay de mí, porque fuí tu madre! Yo fuí la que te puse en el nido de la soberbia, donde bien abrigada crecías hasta que llegaste a la juventud, y te gustó tanto, que en él has invertido toda tu vida. Te digo, por tanto, que cuantas veces vuelves los ojos con las miradas de soberbia que te enseñé, otras tantas echas en mis ojos un veneno hirviendo con intolerable ardor; siempre que dices las palabras soberbias que de mí aprendiste, tomo una amarguísima bebida; todas las veces que se llenan tus oídos con el viento de la soberbia movido por las tempestades de la arrogancia, tal como oir elogiar tu cuerpo y desear las honras del mundo, todo lo cual lo aprendiste de mí, otras tantas veces viene a mis oídos un sonido terrible con viento impetuoso y abrasador.

    ¡Ay de mí, pobre y miserable! pobre, porque no tengo ni siento nada bueno; y miserable, porque abundo en todos los males. Pero tú, venenosa hija, eres como la cola de la vaca que anda por sitios fangosos, y siempre que mueve la cola, mancha y rocía a los circunstantes: así tú, eres como la vaca, porque no tienes sabiduría divina, y andas según las obras y movimientos de tu cuerpo. Por tanto, siempre que haces lo que yo acostumbraba, que son los pecados que te enseñé, se renueva al punto mi pena y se hace más cruel. ¿Y por qué te ensorberbeces con tu linaje, viperina hija? ¿Te sirve acaso de honra y esplendor el que la inmundicia de mis entrañas fué tu reclinatorio? Saliste de mi impuro vientre, y la inmundicia de mi sangre fué tu vestidura al nacer; y ahora mi vientre, en el cual estuviste, se halla todo corroido por gusanos.

    Mas ¿por qué me quejo de ti, cuando con mayor motivo debería quejarme de mí misma? Tres son las cosas que más me afligen el corazón. Primera, que siendo creada por Dios para los goces del cielo, abusaba de mi conciencia y me abrí el camino para los tormentos del infierno. Segunda, que Dios me creo hermosa como un ángel, y me he afeado en términos, que me parezco más al demonio que al ángel; y tercera, que el tiempo que tuve de vida, lo empleé muy mal, porque me fuí en pos de lo transitorio, que es el deleite del pecado, por el cual siento ahora un mal infinito, cual es la pena del infierno.

    Y volviéndose en seguida a la Santa, le dice: Tú que me estás mirando, no me ves sino por comparaciones corporales; pues si me vieras en la forma en que estoy, morirías de terror, porque todos mis miembros son demonios: y así, es cierto lo que dice la Escritura, que como los justos son miembros de Dios, así los pecadores son miembros del demonio. De esa manera estoy experimentando ahora que los demonios están fijos en mi alma, porque la voluntad de mi corazón me preparó para tamaña fealdad. Pero oye más todavía. Parécete que mis pies son de sapo, lo cual es porque estuve firme en el pecado, y por eso ahora están firmes en mí los demonios, y me muerden sin saciarse nunca.

    Mis piernas son como bastones espinosos, porque tuve mi voluntad según mi placer y deleite carnal. Las vértebras de la espalda están sueltas y moviéndose unas contra otras, porque la alegría de mi espíritu unas veces subía por el consuelo del mundo, y otras bajaba con la excesiva tristeza e ira por las contradicciones del mundo. Y como la espalda se mueve según lo hace la cabeza, así debería yo haber sido estable y movediza según la voluntad de Dios; mas por no haberlo hecho, padezco justamente lo que ves.

    Una serpiente viene arrastrándose desde la parte baja del estómago hasta la alta, y puesta en forma de arco, da vueltas como una rueda; lo cual es porque mi placer y deleite fué desordenado, y mi voluntad quería poseerlo todo, y gastar de muchas maneras y sin discreción, y por esto da ahora vueltas por mi interior la serpiente y me muerde de un modo inconsolable y sin misericordia. Tengo abierto mi pecho y roído por gusanos, lo cual manifiesta la verdadera justicia de Dios, porque amé las cosas pútridas más que a Dios, y el amor de mi corazón estaba en las cosas transitorias; y como de gusanos chicos se crían otros mayores, así mi alma está llena de los pútridos demonios.

    Mis brazos parecen mangos, porque mi deseo tuvo como dos brazos; pues deseé larga vida y vivir mucho tiempo en el pecado. Deseé también y anhelaba, porque el juicio de Dios fuese más suave de lo que dice la Escritura, aunque bien me dijo mi conciencia que mi vida era breve y el juicio de Dios intolerable. Pero mi deseo de pecar me sugirió que mi vida era larga, y muy fácil el juicio de Dios, y con semejantes ideas trastornábase mi conciencia, y de esta suerte mi voluntad y mi razón seguían el placer y deleite; y por esto mismo el demonio se mueve ahora en mi alma contra mi voluntad, y mi conciencia entiende y conoce que es justo el juicio de Dios. Son mis manos como dos mazas largas, porque no me fueron agradables los preceptos de Dios; y así, mis manos me sirven de peso, sin serme de ningún uso.

    Mi cuello está dando vueltas como un madero que se tornea con un hierro agudo, porque las palabras de Dios no fueron gratas para entrar en la caridad de mi corazón, sino muy amargas, porque se oponían al deleite y placer de mi corazón, y por eso está ahora puesto contra mi garganta un hierro agudo. Mis labios están cortados, porque era pronta para decir expresiones soberbias y chocarreras, pero indolente y perezosa para hablar palabras de Dios. La barba está trémula y los dientes chocando unos contra otros, porque tuve cumplida voluntad de dar substento a mi cuerpo para parecer hermosa, incitante, sana y fuerte para todos los placeres del cuerpo, y por esto tiembla sin consuelo mi barba; y los dientes chocan unos con otros, porque fué inútil para el provecho del alma el uso y trabajo de los dientes.

    Las narices están cortadas, porque como suele hacerse entre vosotros con los que en semejante caso delinquen para su mayor vergüenza, así a mí se me ha hecho para siempre el cauterio de mi pudor. Cuelgan los ojos de dos nervios que llegan hasta las mejillas; y esto es justo, porque como los ojos se alegraban de la hermosura de las mejillas para ostentar soberbia, así ahora, con el mucho llorar han saltado y con vergüenza cuelgan hasta las mejillas. Con justicia, también, está sumergida la frente y en su lugar hay excesivas tinieblas, porque rodeé mi frente con el velo de la soberbia, y quise gloriarme y parecer hermosa, y por esto se halla ahora mi frente tenebrosa y deforme.

    Bulle, como es muy justo, el cerebro, y vierte fuera plomo y pez, porque como el plomo es movedizo y flexible a voluntad del que lo usa, así mi conciencia, que residió en mi cerebro, movíase según la voluntad de mi corazón, aunque entendía yo bien lo que debía hacer. Pero la Pasión del Hijo de Dios, nunca se fijó en mi corazón, sino vertíase, como lo que se aprende y se deja. Y en cuanto a la sangre que corrió del cuerpo del Hijo de Dios, no me cuidaba de ella más que si hubiera sido pez, y como se huye de la pez, huía de las palabras de amor de Dios, para que no me molestasen ni me apartaran de los deleites del cuerpo. Por causa de los hombres, oí, sin embargo, algunas veces las palabras divinas, pero me entraban por un oído y me salían por otro; y por esto derrama mi cerebro pez ardiente con vehementísimo hervor.

    Tapados con duras piedras están mis oídos, porque con gusto entraban en ellos las palabras soberbias, y bajaban suavemente hasta el corazón, porque de éste se hallaba excluído el amor de Dios; y porque por el mundo y por soberbia hice cuanto pude, por esto ahora están excluídas de mis oídos las palabras alegres.

    Y si me preguntas si hice algunas obras meritorias, te diré que hice como el contraste que corta la moneda y la devuelve a su dueño. Si yo ayunaba y daba limosnas y hacía otras cosas, las hacía solamente por puro temor del infierno y por huir de las desgracias corporales; pero como en ninguna obra mía hubo nada de amor de Dios y las hacía en su desgracia, esas cosas no me valieron para alcanzar el cielo, aunque no quedaron sin recompensa. Si me preguntares, además, cual es mi voluntad interiormente, cuando tengo tanta fealdad por defuera, te diré, que mi voluntad es como la del homicida y la del matricida, que de buena gana mataría a su progenitora; y así yo también deseo el peor mal a Dios mi Criador, el cual, fué conmigo excelente y piadosísimo.

    Habla en seguida la difunta nieta de la abuela que estaba en el infierno, con su propia madre que aún vivía, y le dice: Oye, madre mía y mejor que madre escorpión. ¡Ay de mí, porque me engañaste! Me manifestaste semblante alegre y en cambio me heriste gravemente en el corazón. Con tus mismos labios me diste tres consejos, con tus obras aprendí, y con tus pasos me manifestaste tres caminos. El primer consejo fué amar carnalmente, para obtener la amistad carnal: el segundo fué gastar pródigamente por honra del mundo los bienes temporales, y el tercero, tener descanso por el placer del cuerpo. Pero semejantes consejos me han sido muy perjudiciales, pues porque amé carnalmente, obtuve la vergüenza y la envidia espiritual; porque gasté con prodigalidad los bienes temporales, fuí privada de los dones de la gracia de Dios en la vida, y he conseguido la ignominia después de la muerte; y porque durante mi vida me deleitaba en el descanso de mi cuerpo, en la hora de la muerte comenzó para mi alma una inquietud sin consuelo.

    Tres cosas aprendí también de ti, y fueron: hacer algunas buenas obras, sin dejar el pecado que me deleitaba; por lo cual experimento tanta angustia y tribulación, como quien mezclara miel con veneno y lo presentara a un juez, e irritado éste, lo derramase sobre quien se lo ofrecía. Me enseñaste además a cubrir los ojos con un lienzo, a llevar sandalias en los pies, sortijas preciosas en las manos y el cuello todo desnudo exteriormente. El lienzo que obscurecía mis ojos, significaba la hermosura de mi cuerpo, la cual obscurecía mis ojos espirituales de manera, que no atendía yo a la hermosura de mi alma.

    Las sandalias que defendían los pies por debajo y no por encima, significan la fe santa de la Iglesia que guardé fielmente, aunque sin acompañarla con ninguna obra de provecho; y como las sandalias ayudan los pies, así mi conciencia, permaneciendo en la fe, ayudó a mi alma; pero como no acompañaban buenas obras, mi conciencia estaba como desnuda. Las sortijas preciosas en las manos significan la vana esperanza que tuve; porque las obras mías entendidas por las manos, las juzgué contando con una misericordia de Dios poderosa y amplia, la cual se significa en las sortijas; y porque cuando toqué con la mano la justicia de Dios, no la sentí ni atendí a ella, fuí por tanto muy atrevida para pecar.

    Al acercarse la muerte cayó de mis ojos el lienzo sobre la tierra, esto es, sobre mi cuerpo, y entonces el alma se vió a sí misma y conoció que estaba desnuda, porque pocas obras mías fueron buenas y los pecados muchísimos, y de vergüenza no pude estar en el palacio del Rey eterno, porque fuí vestida ignominiosamente, y entonces me llevaron arrastrando los demonios a un castigo riguroso, donde era yo objeto de burla y afrenta.

    Lo tercero que de ti aprendí, madre cruel, fué a vestir al siervo con las vestiduras del Señor, y colocado en la silla del Señor, honrarlo como si fuera éste, y darle al Señor los desechos del siervo y todo lo despreciable. Este Señor es el amor de Dios, y el siervo es la voluntad de pecar. Y así, pues, en mi corazón donde debió reinar el amor Divino, estaba siempre colocado el siervo, esto es, el deleite y el placer del pecado, al cual vestí cuando me valí para mi placer de todo lo criado y temporal, y solamente di a Dios los despojos, lo impuro y lo más despreciable, y no por amor sino por temor. De esta manera alegrábase mi corazón con el éxito del placer de mi liviandad, porque hallabáse excluído de mí el amor de Dios y el Señor bueno, y tenía acogido al mal siervo. Estas son, madre, las tres cosas que con tus obras aprendí.

    También con tus pasos me enseñaste tres caminos. El primero fué luminoso para el mal, y así que entré por él, me quedé ciega con tan maldita luz: el segundo era corto y resbaladizo como el hielo, y me caí, así que hube andado un paso: el tercero fué muy largo, y como eché a andar por él, vino por detrás de mí un torrente impetuoso y me trasladó a un profundo hoyo debajo de un monte. En el primer camino está significado el progreso de mi soberbia, la cual fué muy luminosa, porque la ostentación que nace de la soberbia, resplandeció tanto en mis ojos, que no pensé su fin, y por consiguiente, quedé ciega. En el segundo camino está significada la desobediencia; pero el tiempo de la inobediencia en esta vida no es largo, porque después de la muerte se ve el hombre obligado a obedecer.

    No obstante, fué largo para mí, porque cuando daba un paso, esto es, una confianza humilde, me resbalaba al punto, porque quería que se me perdonara el pecado confesado; pero después de la confesión no quería dejar de pecar, y por consiguiente, no fuí constante en la obediencia, sino que recaía en los pecados, como quien se resbala en la nieve; porque mi voluntad fué fría, y no quería apartarme de lo que me deleitaba. De esta suerte, así que daba un paso y confesaba los pecados, volvía a recaer al punto, porque quería reiterar los pecados confesados y que me agradaban.

    El tercer camino fué que esperaba yo lo imposible, esto es, poder pecar y no tener larga pena; poder también vivir mucho tiempo y no acelerar la hora de la muerte; y así que eché a andar por este camino, vino detrás de mí un torrente impetuoso, esto es, la muerte, que cogiéndome de uno a otro año, derribó mis pies con la pena de la flaqueza. ¿Qué eran mis pies, sino que al acercarse la enfermedad, muy poco pude atender al provecho del cuerpo, y menos a la salud del alma? Caí, pues, en un hoyo profundo, cuando reventó mi corazón, que estaba engreído con la soberbia y endurecido en pecar, y el alma cayó a la honda caverna donde se castigan los pecados. Este camino fué muy largo, porque después de concluir la vida carnal, empezó al punto un largo castigo. ¡Ay de mí, madre, y no buena, porque todo cuanto de ti aprendí alegremente, ahora lo estoy pagando con llanto.

    La misma hija difunta dijo después a santa Brígida, que veía todo esto: Oye tú, que me estás mirando: mi cabeza y rostro están interior y exteriormente como el trueno y el rayo abrasador; mi cuello y pecho se hallan en una dura prensa sujetos con largas puntas de hierro; mis pies son como largas serpientes; mi vientre está golpeado con fuertes martillos, y mis piernas como el agua que de los canales cae congelada. Pero todavía tengo una pena interior más amarga que todas éstas. Porque al modo que estaría una persona que tuviese obstruidos todos los respiraderos de la vida, y llenas de viento todas las venas, se comprimiesen hacia el corazón, el que a causa de la violencia y poder del viento estuviera para reventar; tan miserablemente estoy yo por el viento de la soberbia que tanto quise.

    Me hallo, no obstante, en el camino de la misericordia, porque en mi gravísima enfermedad me confesé lo mejor que supe, aunque por temor; pero al acercarse la muerte, me puse a considerar la Pasión de mi Dios, esto es, que aquella era mucho más dura y más amarga que la mía, la que por mis culpas merecía yo padecer. Con esta consideración alcancé lágrimas y deploré que siendo tan grande el amor de Dios hacia mí, fuese tan escaso el mío para el Señor.

    Miré entonces a Dios con los ojos de mi conciencia, y dije: Señor, creo que sois mi Dios, tened misericordia de mí, Hijo de la Virgen, por vuestra amarguísima Pasión, que de buena gana enmendaría yo ahora mi vida si tuviese tiempo. Y en aquel instante encendióse en mi corazón una centellita de amor de Dios, por la cual parecíame la Pasión de Jesucristo más amarga que mi muerte, y estaba yo de esta suerte, cuando reventó mi corazón, y mi alma vino a parar a manos de los demonios para ser presentada en el tribunal de Dios. Y vine a parar a manos de los demonios, porque fué indigno que los hermosísimos ángeles se acercaran a un alma de tanta fealdad. En el tribunal de Dios clamaban contra mí los demonios, porque mi alma fuese condenada al infierno, pero respondió el Juez: Veo en su corazón una centellita de amor divino, la cual no debe apagarse, sino venir a mi presencia, y así, condeno a esta alma al purgatorio, hasta que purificada, merezca alcanzar el perdón.

    Y si me preguntares si soy participante de todas las buenas obras que por mí se hacen, te contestaré con una comparación. A la manera que si vieses los dos platillos de una balanza colgando, y en una hubiese plomo que naturalmente tirase hacia abajo, y en otra algo ligero que propendiera hacia arriba, y cuanto más se fuera echando en este último platillo, más pronto subiría el otro que está muy cargado, igualmente acontece conmigo; porque cuanto más alta estuve en pecar, más baja estoy en el castigo; y por consecuencia, me levanta de la pena todo lo que se hace por mí en honra de Dios, especialmente la oración y buenas obras hechas por varones justos y amigos de Dios, y los socorros que se dan con bienes legítimamente adquiridos y las obras de amor de Dios. Todo esto es lo que cada día me hace ir acercándome al Señor.

    Después dijo la Virgen a la Santa: Te admiras, hija mía, de que hablemos reunidos, yo, que soy la Reina del cielo, tú que vives en el mundo, esa alma que está en el purgatorio y la otra del infierno; pues voy a explicártelo. Yo no me aparto jamás del cielo, porque nunca me separo de la presencia de Dios, ni el alma que está en el infierno se aparta de sus penas, ni tampoco la otra del purgatorio antes de ser purificada, ni tú vienes a nosotros antes de la separación de la vida corporal. Mas por virtud del espíritu de Dios, elévase tu alma con tu inteligencia para oir las palabras de Dios en los cielos, y se te permite saber varias penas del infierno y del purgatorio, para que les sirvan de aviso a los malos, y de consuelo y provecho a los buenos. Ten, no obstante, entendido, que tu cuerpo y tu alma permanecen unidos en la tierra, pero el Espíritu Santo que está en los cielos, te dará inteligencia para comprender su voluntad.

    Declaración.

    Háblase aquí de tres mujeres, de las cuales la tercera, que aún vivía, entró en un monasterio, donde pasó el resto de su vida en ejercicios de gran perfección.



    Recuerda Jesucristo a santa Brígida los bienes que su venida trajo al mundo, y cuánto los hombres se olvidan de ellos. Envíales ahora el tesoro de estas celestiales revelaciones.

    Capítulo 39

    La Virgen María le dice a su Hijo: Bendito seas tú, Hijo mío. Tú eres el principio sin principio del tiempo, y el poder sin el cual nadie es poderoso. Ruégote, Hijo mío, que acabes con poder lo que empezaste con sabiduría. Y respondió el Hijo: Tú eres como la bebida dulce es para el sediento, y como el manantial que riega lo que se está secando, porque de Ti dimana la gracia a todos, y por consiguiente, haré lo que pides.

    Después dijo Jesucristo: Antes de mi Encarnación era el mundo una soledad que tenía un pozo de aguas turbias e inmundas, de donde todos los que bebían quedaban con más sed, y los enfermos de la vista se ponían peores. Junto a este pozo había dos hombres, de los cuales el uno daba voces y decía: Bebed con confianza, porque viene el médico que cura toda enfermedad. Y el otro decía: Bebed alegremente, pues es necio desear lo incierto. A este pozo iban a parar siete caminos, y por eso buscaban todos con afán el pozo.

    Aseméjase también mucho este mundo a una soledad, en que hay animales y árboles infructíferos y aguas sucias, porque el hombre, a manera de los animales, era ávido por derramar la sangre de su prójimo, infructífero en obras de justicia, y sucio con la ambición y la incontinencia. En esta soledad buscaban los hombres un pozo turbio, esto es, el cuidado de la carne y el amor y honra del mundo, la cual se halla alimentada con la soberbia, y está turbia con las inquietudes, y por los siete pecados mortales, como por siete caminos, hallábase la entrada. Los dos hombres que estaban junto al pozo, significan los maestros de los gentiles y de los judíos. Los doctores de los judíos estaban orgullosos con la ley que tenían y no guardaban, pues eran muy avaros, y así, tanto con ejemplos como de palabra incitaban al pueblo a que buscase los bienes temporales y decían: Vivid con confianza, porque vendrá el Mesías, y lo restablecerá todo. Mas los doctores de los gentiles, decían: Usad de las criaturas que veis, porque el mundo ha sido criado para que gocemos.

    Hallándose el hombre tan ciego que ni pensaba en Dios, ni reflexionaba lo futuro, vine al mundo yo, que soy un solo Dios con el Padre y con el Espíritu Santo, y tomé mi Humanidad, prediqué claramente y dije: Ya está cumplido lo que prometió Dios y escribió Moisés. Amad las cosas del cielo, pues las del mundo pasan, y yo os daré las eternas. Manifesté también siete caminos, por los que el hombre se apartase de su vanidad. Mostré la pobreza y la obediencia, enseñé los ayunos y oraciones, solía retirarme de los hombres y ponerme solo a orar, recibí afrentas, escogí trabajos y fatigas, padecí tormentos y una ignominiosa muerte.

    Este camino lo mostré por mí mismo, y por él fueron mis amigos durante largo tiempo. Mas ahora se halla abandonado, y los pasajeros se entretienen con vanidades y novelerías; y por tanto, me levantaré y no callaré. Quitaré la voz de la alegría, y daré mi viña a otros colonos que produzcan fruto a su debido tiempo. Mas, según se dice comunmente, que entre los enemigos hay amigos, enviaré a mis amigos palabras más suaves que el dátil, más dulces que la miel y más preciosas que el oro, y los que las recibieren y guardaren, tendrán ese tesoro que dura felizmente toda la eternidad, y nunca falta, sino que siempre se va aumentando en la vida sempiterna.



    Matrimonio de san Joaquín y santa Ana. La Virgen María llama dichosa y feliz la hora en que Dios la creó para tanto bien del mundo.

    Capítulo 40

    Cuando se unieron en matrimonio mis padres, dice la Virgen, más contribuyó a ello la obediencia que la voluntad propia, y más obró el amor de Dios que las miras de los sentidos. La hora en que fuí concebida, bien puede llamarse preciosa y de oro, porque otros cónyuges se unen por diferentes motivos, pero mis padres se unieron por obediencia y mandato de Dios.

    Y con justicia fué mi concepción una hora de oro, porque entonces fué el principio de la salvación y comenzaron a desaparecer las tinieblas delante de la luz, pues quiso Dios hacer en su obra una cosa singular y escondida desde la eternidad, al modo que lo hizo con la vara seca que floreció. Pero ten entendido que mi concepción no fué sabida de todos, porque quiso Dios, que como a la ley escrita precedió la ley natural y elección voluntaria del bien y del mal, y después vino la ley escrita, la cual reprimió todos los movimientos desordenados, de la misma manera fué voluntad de Dios, que sus amigos dudasen piadosamente acerca de mi concepción sin mancha y que cada cual manifestara su celo, hasta que se esclareciese la verdad en el tiempo prefijado por el Señor.



    La Virgen María revela a santa Brígida cuánto su nacimiento llenó de alegría a los ángeles en el cielo, de júbilo a los justos sobre la tierra y de espanto a los demonios en el infierno.

    Capítulo 41

    Cuando mi madre me dió a luz, dice la Virgen, no estuvo oculto a los demonios mi nacimiento, y pensaron de esta suerte: Ha nacido una niña en la cual se advierte que ha de haber algo admirable; ¿qué haremos? Si le echásemos todas las redes de nuestra malicia, las destrozará como si fueran de estopa, y si investigásemos su interior, está guarecida con poderoso auxilio. No hay en ella una mancha como la punta de una aguja, donde haya el menor pecado, por consiguiente, es de temer que su pureza nos atormente, que su gracia disminuya nuestra fortaleza, y que su constancia nos holle debajo de sus pies.

    Los amigos de Dios, que por tan largo tiempo habían estado esperando, decían por inspiración del Señor: ¿Por qué seguimos afligidos? Más bien debemos alegrarnos, porque ya nació la luz con que se alumbrarán nuestras tinieblas y se cumplirá nuestro deseo. Alegrábanse también los ángeles, aunque su gozo era siempre en la presencia de Dios y decían: ¿Nació en la tierra una criatura muy deseada y del especial amor de Dios, con la que se reformará la verdadera paz y se restaurarán nuestras ruinas?

    En verdad te digo, hija mía, que mi nacimiento fué el principio de los verdaderos gozos, porque entonces brotó la vara de que salió aquella flor que deseaban reyes y profetas. Así que mi alma iluminada pudo entender algo acerca de mi Creador, le tuve un amor indecible y lo deseaba con todo mi corazón. Fuí también conservada por la gracia, de suerte que ni en mi tierna edad consentí el menor pecado, porque siempre perseveraban conmigo el amor de Dios y el cuidado de los padres, la educación honesta y el trato de los buenos, y el fervor de conocer a Dios.



    Notable revelación que hace la Virgen María a santa Brígida sobre su Purificación, y el acerbo dolor que causaron en su alma las palabras de Simeón.

    Capítulo 42

    Has de saber, hija mía, dice la Virgen a la Santa, que yo no necesitaba de Purificación como las demás mujeres, porque me dejó pura y limpia mi Hijo que nació de mí, ni yo tampoco adquirí la menor mancha, porque sin ninguna impureza engendré a mi purísimo Hijo. No obstante, para que se cumpliesen la ley y las profecías, quise vivir en todo sujeta a la ley, y ni aun vivía con arreglo a la posición de mis padres, sino que hablaba humildemente con los humildes, y no quise ser preferida en nada, sino que amaba todo lo que era conforme con la humildad.

    Tal día como hoy se aumentó mi dolor, pues, aunque por inspiración divina sabía que mi Hijo había de padecer; sin embargo, con las palabras que dijo Simeón, anunciandome que una espada atravesaría mi alma y que mi Hijo sería puesto en señal de contradicción, se atormentó más mi corazón con este dolor; y aunque se mitigaba por el consuelo que recibía del espíritu de Dios, nunca se apartó de mi corazón hasta que en cuerpo y alma subí al cielo. Has de saber también que desde ese día tuve seis clases de dolores. El primero fué por la meditación que hacía sobre esto que se me había anunciado, y así, siempre que miraba a mi Hijo, siempre que lo envolvía en los pañales y veía sus manos y pies, quedaba absorta mi alma en un nuevo dolor, porque pensaba cómo había de ser crucificado.

    El segundo dolor se refirió al oído; porque siempre que oía las afrentas que le hacían a mi Hijo, y las calumnias y asechanzas que le preparaban, padecía mi alma tal dolor, que apenas podía mantenerme, aunque por virtud de Dios este dolor guardó moderación y decoro, a fin de que no se me notase abatimiento ni flaqueza de alma. El tercer dolor residía en la vista, pues así que vi que a mi Hijo lo azotaban atado a una columna y que lo clavaron en la cruz, caí exánime en tierra, y al volver en mí permanecí afligida y sufriendo con tanta paciencia, que ni mis enemigos ni nadie veían en mí más que una seria dignidad.

    Consistió en el tacto mi cuarto dolor, porque yo con otras personas bajamos de la cruz a mi Hijo, lo envolví en un lienzo y lo puse en el sepulcro; y entonces aumentóse mi dolor de tal manera, que mis manos y pies apenas tenían fuerza para sostenerse. ¡Con cuánto gusto me hubiera entonces sepultado con mi Hijo! Padecía yo, en quinto lugar, por el vehemente deseo de unirme con mi Hijo, después que éste subió al cielo, porque aumentaba mi dolor la larga demora que en el mundo tuve después de su Ascensión.

    Padecía el sexto dolor con las tribulaciones de los Apóstoles y amigos de Dios, cuyo dolor era también mío, y me hallaba siempre temerosa y afligida: temerosa, de que sucumbieran a las tentaciones y trabajos; y afligida, porque en todas partes padecían contradicción las palabras de mi Hijo. Mas aunque la gracia de Dios perseveraba siempre conmigo, y mi voluntad estaba conforme con la del Señor, no obstante, mi dolor era continuo y mezclado de consuelos, hasta que en cuerpo y alma subí al cielo al lado de mi Hijo. Hija mía, no se aparte de tu alma este dolor, porque si no hubiera tribulaciones, poquísimos entrarían en el reino de los cielos.



    Cuenta la Virgen María a santa Brígida de un modo muy tierno la infancia y la vida oculta de Jesús. Es revelación muy propia para excitar en el alma el dulce amor del Salvador.

    Capítulo 43

    Te he hablado de mis dolores, le dice la Virgen a la Santa, pero no fué el menor que tuve cuando llevaba a mi Hijo huyendo para Egipto, cuando supe la matanza de los Inocentes, y el ángel nos anunció que Herodes perseguía a mi Hijo; pues aunque sabía lo que acerca de El estaba escrito, con todo, a causa del mucho amor que le tenía, padecía yo dolor y suma angustia.

    Mas ahora podrás preguntarme qué hizo mi Hijo en todo aquel tiempo de su vida antes de su Pasión. A esto te respondo que, según dice el Evangelio, estaba sometido a sus padres, y se condujo como los demás niños hasta que llegó a la mayor edad, aunque en su juventud no dejó de haber maravillas. Pero como en el Evangelio están puestas las señales de su Divinidad y Humanidad, las cuales pueden edificarte a ti y a los demás, no te es necesario saber cómo las criaturas sirvieron a su Creador; cómo enmudecieron los ídolos, y muchísimos cayeron por tierra a su llegada a Egipto; cómo los magos anunciaron que mi Hijo sería la señal de grandes acontecimientos futuros; cómo también le sirvieron los ángeles, y cómo ni aun la menor inmundicia hubo nunca en su cuerpo ni en sus cabellos.

    Cuando llegó a mayor edad, estaba continuamente orando, y obedeciéndonos a nosotros; nos acompañaba a las fiestas que había en Jerusalén y a otros parajes, donde su presencia y trato causaba tanto agrado y admiración, que muchos afligidos decían: Vamos a ver al Hijo de María, para quedar consolados.

    Cuando creció en edad y en sabiduría, de la que desde un principio estaba lleno, se ocupaba en trabajos manuales, siempre decorosos, y separadamente nos decía palabras de consuelo y sobre la divinidad, de tal manera que de continuo estábamos llenos de indecible gozo. Y cuando estábamos llenos de temores por la pobreza y los trabajos, nunca nos hizo oro ni plata, sino que nos exhortaba a la paciencia, y de un modo admirable nos libramos de los envidiosos. Tuvimos todo lo necesario, unas veces por compasión de las almas caritativas, y otras por nuestro trabajo, de suerte que nos alcanzaba para nuestra sola sustentación, y no para lo superfluo, porque ninguna otra cosa buscábamos más que servir a Dios.

    Más adelante, con los amigos que llegaban, hablaba también en casa familiarmente sobre la ley, sus significaciones y figuras, y aun en público disputaba con los sabios, de manera que se admiraban y decían: El hijo de José enseña a los maestros; algún espíritu superior habla por sus labios. Como en cierto tiempo estuviese yo pensando acerca de su Pasión y me viese muy triste, me dijo: ¿No crees, Madre, que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? ¿Padeciste acaso lesión cuando entré en tus entrañas o sufriste dolores cuando salí? ¿Por qué te afliges? La voluntad de mi Padre es que yo padezca la muerte, y mi voluntad es la misma de mi Padre. No puede padecer lo que del Padre tengo, pero padecerá la carne que tomé de ti, para que sea redimida la carne de los demás y se salven las almas.

    Era tan obediente que, cuando por casualidad le decía José: Haz esto o aquello, lo hacía al punto, porque ocultaba de tal manera el poder de su divinidad, que solamente podíamos saberlo yo y a veces José, porque con mucha frecuencia veíamos una admirable luz que lo rodeaba, oíamos las voces de los ángeles que cantaban junto a él, y vimos también que espíritus inmundos que no pudieron ser echados por exorcistas aprobados en nuestra ley, salieron con sólo ver a mi Hijo. Cuida, hija, de tener todo esto siempre en tu memoria, y da muchas gracias a Dios porque por tu medio ha querido dar a conocer su infancia a otros.



    Visitación de nuestra Señora a santa Isabel. Vida admirable y virtuosísima de la Virgen María y de san José en Nazaret, con grandes elogios que de este santo Patriarca hace la Virgen.

    Capítulo 44

    Cuando me anunció el ángel, dice la Virgen a la Santa, que nacería de mí el Hijo de Dios, al punto que hube consentido, sentí en mí una cosa sobrenatural y admirable, y en seguida fuí a ver a mi parienta Isabel, para aliviarla porque estaba encinta, y para hablarle de lo que me había anunciado el ángel. Y como esta me saliese al encuentro junto a la fuente, y nos diésemos mutuos abrazos, llenóse de regocijo el niño en su vientre y daba saltos de una manera admirable y visible. Yo también sentí en mi corazón muy extraña alegría, de modo que mi lengua habló impensadas palabras acerca de Dios, y mi alma apenas podía comprender de júbilo.

    Como se admirase Isabel del fervor del Espíritu que en mí hablaba, y no me admirara yo menos de la gracia de Dios que veía en ella, permanecimos en pie por algún tiempo bendiciendo al Señor. En seguida comencé a pensar cómo y con cuánta devoción debería yo conducirme después de una gracia tan grande como el Señor me había hecho; qué habría de responder, si me preguntaran cómo había concebido; quién fuese el padre del niño que había de nacer; o si acaso José, por instigaciones del demonio sospechara mal de mí.

    Estaba yo pensando de esa manera, cuando se me presentó un ángel muy parecido al que antes había visto, y me dijo: Dios nuestro Señor, que es Eterno, está contigo y en ti. No temas, pues El te dirá lo que has de hablar, dirigirá tus pasos adondequiera que vayas, y con poder y sabiduría acabará contigo su obra. Mas José, a quien estaba yo encomendada, después que supo que estaba yo encinta, llenóse de admiración, y considerándose indigno de vivir conmigo, estaba angustiado sin saber qué hacer, pero el ángel le dijo mientras dormía: No te apartes de la Virgen que se te ha encomendado, pues es muy cierto de que concibió por el Espíritu de Dios, y parirá un Hijo que será el Salvador del mundo. Sírvele, pues, con fidelidad, y sé el custodio y testigo de su pudor. Desde aquel día me sirvió José, como a su señora, y yo también me humillaba a hacer por él hasta lo más pequeño.

    Estaba yo después, en continua oración, pocas veces quería ver ni ser vista, y en rarísima ocasión salía, a no ser en las principales fiestas, y también asistía a las vigilias y lecciones que leían nuestros sacerdotes; tenía distribuido el tiempo para las labores de mano, y fuí moderada en los ayunos, según lo podía llevar mi naturaleza, en el servicio del Señor. Todo lo que nos quedaba, además de los comestibles, lo dimos a los pobres, y estábamos contentos con lo que teníamos.

    José me sirvió de tal suerte, que jamás se oyó en sus labios una palabra frívola ni una murmuración, ni el menor arranque de ira; pues fué pacientísimo en la pobreza, solícito en el trabajo cuando era menester, mansísimo con los que le reconvenían, obedientísimo en obsequio mío, prontísimo defensor contra los que dudaban de mi virginidad y fidelísimo testigo de las maravillas de Dios. Hallábase también tan muerto para el mundo y la carne, que nada deseaba sino las cosas del cielo, y creía tanto las promesas de Dios, que continuamente decía: ¡Ojalá viva yo y vea cumplirse la voluntad de Dios! Rarísima vez se presentó en las juntas y reuniones de los hombres, porque todo su empeño lo cifró en obedecer la voluntad de Dios, y por esto ahora es grande su gloria.



    Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma a los cielos, y alabanza que la Señora hace de san Jerónimo.

    Capítulo 45

    Dícele a la Santa la Madre de Dios: ¿Qué te ha dicho ese que presume de sabio, acerca de que la carta de mi amigo san Jerónimo que habla de mi Asunción, no debe leerse en la Iglesia de Dios, porque le parece que en ella dudó el Santo acerca de mi Asunción, porque dijo que no sabía si yo había subido al cielo en cuerpo o no, ni quiénes me llevaron? Yo, la Madre de Dios, le respondo a ese maestro, que san Jerónimo no dudó de mi Asunción; mas, puesto que Dios no reveló claramente esta verdad, no quiso san Jerónimo definir de un modo explícito lo que Dios no había revelado.

    Pero acuérdate, hija mía, de lo que antes te dije, que san Jerónimo era compasivo con las viudas, espejo de los verdaderos monjes, y vindicador y defensor de la verdad, y que alcanzó para ti aquella oración con que me saludaste. Mas ahora añado que san Jerónimo fué como medio manejable, por el cual hablaba el Espíritu Santo, y una llama inflamada con aquel fuego que vino sobre mí y sobre los apóstoles en el día de Pentecostés. Felices, pues, los que oyen y siguen estas sus doctrinas.



    Admirable vida de la Virgen María después de la Ascensión de su divino Hijo. Háblase también de la Asunción de esta Señora en cuerpo y alma.

    Capítulo 46

    Acuérdate, hija mía, dice la Virgen a la Santa, que hace varios años elogié a san Jerónimo acerca de mi Asunción; pero ahora voy a referirte esta misma Asunción. Después de la Ascensión de mi Hijo viví yo bastantes años en el mundo, y quísolo Dios así, para que viendo mi paciencia y mis costumbres, se convirtieran al Señor muchas almas, y cobrasen fuerza los apóstoles de Dios y otros escogidos. También la natural disposición de mi cuerpo exigía que viviera yo más tiempo, para que se aumentase mi corona; pues todo el tiempo que viví después de la Ascensión de mi Hijo, visité los lugares en que él padeció y mostró sus maravillas.

    Su Pasión estaba tan fija en mi corazón, que ya comiese, ya trabajase, la tenía siempre fresca en mi memoria, y hallábanse mis sentidos tan apartados de las cosas del mundo, que de continuo estaba inflamada con nuevos deseos, y alternativamente me afligía la espada de mis dolores. Mas no obstante, moderaba mis alegrías y mis penas sin omitir nada perteneciente a Dios, y vivía entre los hombres sin atender ni tomar nada de lo que generalmente gusta, sino una escasa comida.

    Respecto a que mi Asunción no fué sabida de muchos ni predicada por varios, lo quiso Dios, que es mi Hijo, para que antes se fijase en los corazones de los hombres la creencia de su Ascensión, porque éstos eran difíciles y duros para creer su Ascensión, y mucho más lo hubieran sido, si desde los primeros tiempos de la fe se les hubiese predicado mi Asunción.



    Asunción de la Virgen María, con notable revelación sobre el fin del mundo.

    Capítulo 47

    Dice la Virgen a la Santa: Como cierto día, transcurridos algunos años después de la Ascensión de mi Hijo, estuviese yo muy ansiosa con el deseo de ir a estar con Él, vi un ángel resplandeciente como antes había visto otros, el cual me dijo: Tu Hijo, que es nuestro Dios y Señor, me envía a anunciarte que ya es tiempo de que vayas a él corporalmente, para recibir la corona que te está preparada. Y yo le respondí: ¿Sabes tú acaso el día y hora en que he de salir de este mundo? Y me contestó el ángel: Vendrán los amigos de tu Hijo, quienes darán sepultura a tu cuerpo. Enseguida desapareció el ángel, y yo me preparé para mi tránsito, visitando según mi costumbre todos los lugares donde mi Hijo había padecido.

    Hallábase un día suspenso mi ánimo en la admiración del amor de Dios, y en aquella contemplación llenóse mi alma de tanto júbilo, que apenas podía caber en sí, y con semejante consideración salió de mi cuerpo. Pero qué cosas y cuán magníficas vió entonces mi alma, y con cuánta gloria la honraron el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y por cuánta muchedumbre de ángeles fué elevada al cielo, ni tú podrías comprenderlo, ni yo te lo quiero decir, antes que se separen tu alma y tu cuerpo, aun cuando algo de todo esto te manifesté en aquella oración cotidiana que te inspiró mi Hijo.

    Los que conmigo estaban en la casa en el momento de yo expirar, conocieron bien por el desacostumbrado esplendor, que notaron, que alguna cosa de Dios pasaba entonces conmigo. Vinieron los amigos de mi Hijo enviados por disposición divina, y enterraron mi cuerpo en el valle de Josafat, y los acompañaron infinitos ángeles como los átomos del sol; pero los espíritus malignos no se atrevieron a acercarse. A los pocos días de estar mi cuerpo sepultado en la tierra, subió al cielo con muchedumbre de ángeles. Y este intervalo de tiempo no es sin grandísimo misterio, porque en la hora séptima será la resurrección de los cuerpos, y en la hora octava se completará la bienaventuranza de las almas y de los cuerpos.

    La primera hora fué desde el principio del mundo hasta el tiempo en que se dió la ley a Moisés; la segunda desde Moisés hasta la Encarnación de mi Hijo; la tercera, cuando mi Hijo instituyó el bautismo y mitigó la austeridad de la ley; la cuarta, cuando predicaba de palabra y lo confirmaba con su ejemplo; la quinta, cuando mi Hijo quiso padecer y morir, y cuando resucitó de la muerte, y probaba su resurrección con positivos argumentos; la sexta, cuando subió al cielo y envió su Espíritu Santo; la séptima, cuando vendrá a juzgar y todos resucitarán con sus cuerpos para el juicio; la octava cuando se cumplirán todas las cosas que fueron prometidas y profetizadas, y entonces será la bienaventuranza perfecta; entonces se verá Dios en su gloria, y los santos resplandecerán como el sol, y ya no habrá más dolor alguno.



    Jesucristo amenaza a los que olvidando sus pecados viven en el mundo con seguridad y alegría; pero les promete el perdón si se convierten.

    Capítulo 48

    No hagas caso de esos contumaces que viven alegremente, dice el Señor a la Santa, porque al punto he de ir a ellos, no como amigo, sino para vengarme de su comportamiento. ¡Infelices de ellos, porque en el tiempo que se les concedió, no quisieron buscar la dicha eterna! En verdad te digo, que de la raíz de su amargura se levantaron los hombres de esa generación, y reunieron el fruto de su vanidad y codicia. Por tanto, bajarán ahora, y les vendrán la pobreza y el cautiverio, la vergüenza, la humillación y el dolor. Sin embargo, los que se humillaren, hallarán gracia ante mi presencia.



    Perfecto resumen de una vida santa en todos los estados. Muy provechosa a los religiosos. Es revelación de mucho interés para todos y de altísima doctrina.

    Capítulo 49

    Dos son las vidas, dice el Señor, que se asemejan a Marta y a María, las cuales quien deseare imitarlas, debe hacer primeramente una pura confesión de todos sus pecados, teniendo de ellos verdadera contrición, y haciendo firme propósito de no volver a pecar.

    La primera vida que yo, el Señor, afirmo haber elegido María, encamina a la contemplación de las cosas celestiales: esta es la porción más selecta y la norma de la salvación eterna. Por consiguiente, todo el que deseare hacer la vida de María, tiene bastante con poseer lo indispensable para el cuerpo, que consiste en vestir sin ostentación, tener una comida y bebida frugal, guardar castidad sin ningún deleite ilícito, y observar los ayunos con arreglo a las disposiciones de la Iglesia; porque el que ayuna, debe evitar caer enfermo a causa del ayuno fuera de razón, no sea que con la enfermedad y flaqueza sea menos fervoroso en la oración y en predicar la palabra de Dios, o por la misma causa omita otras obras buenas con que pudiera aprovechar al prójimo y a sí mismo.

    También ha de evitar con cuidado no sea que con el ayuno se desaliente para sostener el vigor de la justicia, o se emperece para las obras piadosas; pues para castigar los rebeldes y someter los infieles al yugo de la fe, se necesita tener fortaleza, tanto espiritual como corporal. Pero cualquier enfermo que por honra de Dios desearía ayunar más bien que comer, tendrá igualmente gran recompensa a causa de la buena voluntad, así como el que por amor de Dios ayuna de una manera razonable; y del mismo modo, el que come por santa obediencia, queriendo más bien ayunar que comer, tendrá igual recompensa a la del que ayuna.

    En segundo lugar, el que quisiera imitar a María no debe alegrarse con las honras y prosperidades del mundo, ni entristecerse con las adversidades; sino solamente ha de alegrarse con que los impíos se hagan devotos, los amadores del mundo se vuelvan amantes de Dios, y los buenos adelanten en el bien y se hagan cada día más fervorosos luchando en el servicio del Señor. Debe también entristecerse al ver que los pecadores caen diariamente en el más profundo abismo, que Dios no es amado por sus criaturas, y que son despreciados sus mandamientos.

    Lo tercero, no debe estar ocioso como tampoco lo estaba Marta, sino que después de dormir lo necesario, ha de levantarse y dar gracias a Dios con todo el fervor del corazón, porque el Señor por su inmensa bondad creó todas las cosas, y por su infinito amor lo volvió a regenerar todo cuando tomó carne, mostrando con su Pasión y muerte su amor al hombre, amor que no cabe mayor. También ha de dar gracias a Dios por todos los que ya se han salvado, por todos los que se hallan en el purgatorio y por los que están en el mundo, y debe rogar humildemente a Dios, que el Señor no permita sean tentados más de lo que puedan sus fuerzas.

    Este imitador de María debe también ser discreto en las oraciones, y guardar orden en alabar a Dios, porque si tiene sin afanarse lo necesario para la vida, debe detenerse más en la oración. Mas si se fatiga orando y se aumentan las tentaciones, puede ocuparse en algún trabajo manual, honesto y útil, ya sea para provecho propio si lo necesita, ya para comodidad de los demás. Y si se fatiga en ambas cosas, esto es, en la oración y en el trabajo, entonces puede tener algún honesto entretenimiento, u oir con la mayor circunspección palabras edificantes, evitando toda chocarrería, hasta que el cuerpo y el alma se robustezcan para ocuparse más de Dios.

    Pero si esta persona se halla en circunstancias de no tener con que mantenerse sino con su trabajo, entonces debe hacer una oración más corta a causa de la necesidad de trabajar, pero este trabajo será perfección y aumento de esa misma oración. Y si no sabe o no puede trabajar, entonces no debe causarle vergüenza ni serle penoso pedir limosna, antes más bien ha de servirle de complacencia, porque entonces me imita a mí, que soy el Hijo de Dios y que para enriquecer al hombre, me hice pobre a mí mismo. Y si, por último, está sujeta a obediencia, debe vivir sometida a las órdenes de su prelado, y se le duplicará su corona, más que si estuviera libre.

    Lo cuarto, no debe ser avara, e igualmente los que quieran imitar a Marta, antes bien ha de ser generosa, y así como Marta da por amor de Dios las cosas temporales, de la misma manera debe el que imite a María distribuir las espirituales. Si ama mucho a Dios en su corazón, guárdese esas expresiones que muchos acostumbran usar, diciendo: Bástame a mí con poder atender a mi propia alma, ¿para qué he de mezclarme en las obras de mis prójimos? Sea yo bueno, ¿qué me importa cómo los demás vivan? Hija mía, los que piensan y hablan de este modo, si viesen a un amigo suyo lleno de tribulaciones y afrentas, arriesgarían hasta su vida, a fin de salvar al amigo de semejante apuro. Así también ha de hacerlo el imitador de María.

    Debe igualmente afligirse de que su Dios sea ofendido, y de que su hermano, que es su prójimo, sea escandalizado. Y si alguien cayere en pecado, procure éste con discreción y en cuanto le sea posible, que ese prójimo suyo salga del pecado. Mas si por esta causa sufre persecución, deberá buscar un paraje más seguro, porque yo, que soy Dios, tengo dicho: Si en una ciudad os persiguieren, id a otra. Así también lo hizo san Pablo, porque para otro tiempo era más necesario, y por esta razón lo descolgaron por el muro en una espuerta.

    Por consiguiente, a fin de que sea generoso y benéfico, se necesitan cinco requisitos: primero, casa en que duerman los huéspedes; segundo, ropa para vestir los desnudos; tercero, comida para dar de comer a los hambrientos; cuarto, lumbre para calentar a los que tienen frío; quinto, medicinas para curar los enfermos, esto es, palabras de consuelo juntamente con amor de Dios. La casa está representada por el corazón, y los huéspedes malos son todas aquellas cosas que le sobrevienen que turban su corazón, como la ira, la tristeza, la codicia, la soberbia y otras muchas de este jaez que entran por los cinco sentidos.

    Cuando acometen estos vicios, deben quedarse como esos huéspedes que duermen o como los que están descansando. Porque como el posadero recibe con paciencia los huéspedes buenos y malos, de la misma manera éste debe sufrirlo todo por amor de Dios con la virtud de la paciencia, y no consentir en los vicios ni aun en lo más leve, ni deleitarse en ellos, sino arrojarlos de su corazón según pueda, con la ayuda de la gracia de Dios; mas si no puede apartar de sí las tentaciones, súfralas con paciencia contra su voluntad como a unos enemigos, y tenga entendido positivamente que le sirven para mayor corona, y de ningún modo para su condenación, puesto que las aborrece y resiste.

    Segundo, debe tener vestidos con que se cubran los huéspedes, esto es, humildad interior y exterior, y alma compasiva en las aflicciones de los prójimos. Pero si los hombres le despreciaren, debe al punto reconcentrar su espíritu y pensar que yo, Dios, siendo menospreciado y cubierto de oprobios, lo sufría con paciencia; que fuí juzgado y guardé silencio, fuí azotado y coronado de espinas, y no me quejé.

    Procure también no mostrar señales de ira o de impaciencia a los que le ultrajen, antes al contrario, bendiga a sus perseguidores, para que viéndolo éstos, bendigan a Dios, a quien imita, y entonces el mismo Dios le dará la bendición en vez de la maldición. Guárdese también de vituperar o llenar de improperios a los que le molestan, porque es un hecho culpable vituperar y oir al que vitupera, y por impaciencia echar en rostro faltas a su prójimo. Por consiguiente, a fin de que posea el don de la humildad y de la perfecta paciencia, debe procurar granjearse la voluntad de los prójimos, advirtiéndoles el peligro que corren los que vituperan a los demás, y encaminándolos a la verdadera humildad con amor, con palabras edificantes y con buenos ejemplos.

    La vestidura de este que desee imitar a María, debe ser la compasión, y si viere pecar a su prójimo, ha de compadecerse y rogar a Dios que tenga misericordia de él; y si viere que este padece injurias, peligros o afrentas, conduélase de él y ayúdelo con sus oraciones y auxilio, y hasta con su influencia con los poderosos del mundo, porque la verdadera compasión no busca su propia utilidad, sino la de los prójimos. Pero si no fuere escuchado ante los príncipes ni aprovecha que salga de su retiro, entonces debe rogar a Dios con mayor esfuerzo por los afligidos; y el Señor, que ve el corazón de cada cual, a causa de la caridad del que ruega, convertirá los corazones de los hombres en favor de la paz del afligido; y, o será este librado de su tribulación, o Dios le dará paciencia a fin de que se le duplique su corona. Esta vestidura de la humildad y de la compasión ha de hallarse en lo íntimo del corazón, pues nada atrae tanto a Dios en favor de un alma, como la humildad y la compasión con los prójimos.

    Tercero, debe tener preparada la comida y bebida para los huéspedes, porque han de ocupar su corazón molestos huéspedes, cuando este corazón es arrebatado al exterior y apetece los deleites, ver las cosas de la tierra y poseer lo temporal; cuando los oídos desean oir la honra propia; cuando la carne procura deleitarse con los placeres sensuales; cuando el espíritu pretende excusar su fragilidad y disminuir la importancia de su culpa; cuando sobreviene el hastío del bien y el olvido de las cosas futuras y cuando las obras buenas se consideran malas y las malas se echan en olvido.

    Contra semejantes huéspedes necesita consejo el que pretenda imitar a María, y de ningún modo, disimulando, ha de quedarse en la pereza, sino que debe levantarse con vigor, animada con la fe, y responder a esos huéspedes: No quiero poseer nada temporal, sino la mera sustentación de mi cuerpo. No quiero invertir sino en honra de Dios el menor instante de mi tiempo, y no quiero nada hermoso o vil, útil o inútil a la carne, sabroso o desabrido a mi gusto, sino lo que sea del beneplácito de Dios y provecho de mi alma, porque no me deleito en vivir ni una sola hora sino para honra y gloria de Dios. Esta voluntad es la comida de los huéspedes que llegan, y esta respuesta acaba con los placeres desordenados.

    Cuarto, debe tener fuego para calentar a los huéspedes y para alumbrarlos. Este fuego es el calor del Espíritu Santo, porque es imposible que nadie pueda hacer abnegación de su propia voluntad y del afecto carnal de los padres o del amor a las riquezas, a no ser por el calor e inspiración del Espíritu Santo; y ni aun esta misma persona, por perfecta que sea, puede empezar ni continuar una vida santa sino por el amor y enseñanza del Espíritu Santo. Por consiguiente, a fin de que dé luz a los que llegan, debe primero pensar de este modo: Crióme Dios para que lo honrase sobre todas las cosas, y honrándolo le amase y temiese. Nació de una Virgen para enseñarme el camino del cielo, cuyo camino, imitando yo al Señor debería seguir con humildad; abrióme después el cielo con su muerte para que me diese prisa a desear esta bienaventuranza y a ir a ella.

    Recapacite también y examine todas sus obras, pensamientos y deseos, esto es, de cuantos modos haya ofendido a Dios, y con qué paciencia sufre Dios al hombre, y de cuántas maneras lo llama a sí. Estos pensamientos y otros semejantes son los huéspedes de este imitador de María, todos los cuales se hallan como en tinieblas, si no son alumbrados con la luz del Espíritu Santo, cuya luz llega al corazón cuando este piensa ser justo y servír a Dios; cuando desearía padecer cualquier tormento antes que a sabiendas provocar la ira de Dios por cuya bondad fué el alma creada y redimida con su bendita sangre. El corazón recibe también luz de ese fuego del Espiritu Santo, cuando el alma recapacita y conoce con qué intención llega cada huésped, esto es, cada pensamiento; cuando el corazón examina si aquel pensamiento se dirige al goce perpetuo o al transitorio, y si no deja por escudriñar pensamiento alguno, ni por corregirlo sin temor.

    Para alcanzar este fuego y custodiarlo después de obtenido, es indispensable que traiga leños secos para alimentar el fuego, esto es, que observe cuidadosamente los impulsos de la carne, no sea que ésta se enorgullezca; y ha de poner el mayor cuidado en aumentar las obras piadosas y las oraciones devotas, con las cuales se deleita el Espíritu Santo. Pero sobre todo ha de tenerse presente y considerar, que como el fuego en un vaso cerrado que no tiene aire que lo alimente, se apaga muy pronto y se enfría el vaso, de la misma manera acontece con este imitador de María; pues si él no quiere vivir sino para honra de Dios, le conviene que se abran sus labios y que salga la llama de su amor divino. Abrense sus labios, cuando por su fervoroso amor de Dios engendra hijos espirituales.

    Pero debe cuidar mucho de abrir sus labios para predicar en donde los buenos se vuelvan más fervorosos y los malos se hagan mejores, donde la virtud pueda aumentarse y abolirse la mala costumbre; pues mi apóstol Pablo a veces quiso hablar, pero se lo prohibió mi Espíritu, y calló durante el tiempo que fué conveniente, y habló a su debido tiempo; valióse unas veces de expresiones suaves y otras de las severas, pero todas sus palabras y obras las ordenó para gloria de Dios y acrecentamiento de la fe.

    Pero si no puede predicar, aunque tenga deseo y ciencia para ello, haga como la raposa, la cual, dando vueltas por los cerros, va examinando muchos parajes, y donde halla sitio mejor y más oportuno, allí abre su guarida para descansar. De la misma manera debe éste fijar la atención en los corazones de muchos con palabras, con ejemplos, y con oraciones y cuando los encontrare dispuestos para recibir las palabras de Dios, deténgase allí amonestando y persuadiendo lo que pueda.

    Debe también cuidar de que se dé conveniente salida a su llama, porque cuanto mayor es la llama, tanto mayor número de individuos son alumbrados y llenos de fervor. Tiene esta llama la salida conveniente, cuando el que la posee no teme los vituperios, ni busca la alabanza propia; cuando ni le arredra lo adverso, ni le deleita lo próspero; y entonces es más grato a Dios que éste haga las obras buenas en público que no en paraje oculto, a fin de que los que las vean glorifiquen al Señor.

    Además, ha de tenerse presente que este imitador de María debe arrojar dos llamas, una en oculto y otra en público, esto es, ha de tener dos clases de humildad. La primera, debe residir interiormente en el corazón, y la segunda, en el exterior. La primera consiste en que se considere indigno e inútil para todo bien, por nadie ni aun de pensamiento desee ser alabado, no apetezca ser visto, huya de la arrogancia, desee a Dios sobre todas las cosas e imite sus palabras. Y si él arroja esta llama con señales de buenas obras, entonces será alumbrado su corazón con el amor divino, se vencerá todo lo adverso que le sobrevenga y se sufrirá con facilidad. La segunda llama debe manifestarse en público.

    Si, pues, la verdadera humildad reside en el corazón, debe también aparecer en la vestidura, oirse salir de los labios y ejecutarse por medio de buenas obras. Reside en la vestidura la verdadera humildad, cuando prefiere un vestido de menor valor con el cual tenga calor y provecho, más bien que un vestido de mayor valor con el que muestre ostentación y orgullo; porque el vestido que vale poco y ante los hombres se considera vil y denigrante, es muy hermoso a los ojos de Dios, porque excita la humildad. Pero el vestido que vale gran precio, es feo a los ojos de Dios, porque priva de la hermosura de los ángeles, esto es, de la humildad. Mas si por alguna justa causa se ve obligada a llevar una vestidura mejor de la que él querría, no ha de afligirse por este motivo, porque así se aumentará su recompensa.

    Debe también tener humildad en los labios, esto es, debe decir palabras humildes, evitar las chocarreras, guardarse de la demasiada conversación, no usar palabras ingeniosas ni preferir su opinión a la ajena. Pero si oyere que alguien lo alaba por alguna obra buena, no debe engreirse, sino que responderá de esta suerte: Alabado sea Dios, que lo ha dado todo. ¿Qué soy yo sino polvo que se lleva el viento? ¿Ni qué bueno puede esperarse de mí, que soy como una tierra árida? Si se ve injuriado no se ha de entristecer, sino que responderá de este modo: Justo es, porque muchas veces he pecado en presencia de Dios y no he hecho penitencia. Rogad, pues, por mí, a fin de que sufriendo yo los oprobios temporales, evite los eternos.

    Pero si a causa de la maldad de sus prójimos es provocado a ira, guárdese mucho de proferir palabras injuriosas, porque frecuentemente la soberbia acompaña a la ira. Prudente es, por tanto, que al llegar la ira y la soberbia, queden cerrados los labios, para que entretanto la voluntad pueda pedir a Dios auxilio para padecer y deliberar qué y cómo deba responderse, a fin de que el hombre pueda vencerse a sí mismo, y entonces la ira se mitiga en el corazón, y es fácil responder con prudencia a los imprudentes.

    Ten también entendido que el demonio tiene mucha envidia del imitador de María, y si no puede hacerle quebrantar los mandamientos de Dios, le incita a que fácilmente se ensoberbezca mucho, o a que se entregue a la libertad de una vana alegría, o a que profiera palabras chocarreras y jocosas. Debe, pues, estar siempre pidiendo auxilio a Dios, a fin de que el Señor ordene sus palabras y obras, y todas ellas sean encaminadas en loor de su divina Majestad.

    Debe también tener humildad en las obras, de suerte que nada haga por alabanza del mundo, no intente nada desacostumbrado, no se avergüence de las obras humildes, huya de la singularidad, ceda a todos y considérese indigno para todas las cosas. Ha de elegir sentarse más bien con los pobres que con los ricos, obedecer más bien que mandar, callar más bien que hablar, estar solo más bien que conversar con los poderosos y con los deudos. Debe también aborrecer su propia voluntad y estar siempre meditando en su muerte. No ha de ser curioso ni murmurador, y no ha de olvidarse de sus pasiones ni de la justicia de Dios. Debe, igualmente, frecuentar los Santos Sacramentos, andar solícito en desechar sus tentaciones, y no desear vivir sino para aumentar la honra de Dios y atender a la salvación de las almas.

    Si el imitador de María, y obedeciendo por amor de Dios, se hace cargo de dirigir las almas de muchos, recibirá dos coronos, según voy a manifestarte con un ejemplo. Había un señor poderoso que tenía una nave cargada con preciosas mercancías, el cual dijo a sus criados: Id a tal puerto, y allí alcanzaré gran lucro y éxito glorioso; mas si se levantaren fuertes vientos trabajad varonilmente y no os apesadumbréis, porque vuestra recompensa será grande. Cuando los criados iban navegando, se levantó un fuerte vendaval, hincháronse las olas, y la nave sufrió mucho destrozo; desanimóse entonces el piloto, todos desesperaban de sus vidas, y convinieron en ir a un puerto adonde los llevaba el viento, mas no a aquel puerto que el señor les había designado. Oyendo esto un criado más fiel, lamentándose, y a la vez movido por el amor a su señor, cogió con violencia el timón del buque, y a duras penas lo condujo al puerto que el señor quería. Este hombre que tan varonilmente condujo la nave al puerto debe, pues, recibir mayor recompensa que los demás.

    Lo mismo acontece con el buen prelado que por amor de Dios y por la salvación de las almas admite el cargo de gobernar, sin cuidarse de la honra, por lo que recibirá doble recompensa; primero, porque será partícipe de todas las buenas obras de aquellos a quienes condujo al puerto, y segundo, porque su gloria se aumentará sin fin. Lo quinto, debe dar medicina a sus huéspedes, esto es, alegrarlos con buenas palabras, porque a todo cuanto pueda sobrevenirle, ya sean alegrías o tristezas, debe decir: Quiero todo cuanto Dios quiera disponer de mí, y preparado estoy a obedecer su voluntad. Esta voluntad es la medicina contra todo lo que le sobrevenga al corazón; es el deleite en las tribulaciones y la templanza en la adversidad. Mas, puesto que este imitador de María tiene muchos enemigos, debe confesarse con frecuencia; porque cuando a sabiendas vive en el pecado, teniendo bastante que confesar, y lo descuida o no fija la atención en ello, entonces delante de Dios debe más bien llamarse apóstota que imitador de María.

    Acerca de la vida de Marta ten entendido también, que aun cuando la porción de María es la más selecta, no por eso es mala la de Marta, antes al contrario, es muy loable y muy grata a Dios. Voy ahora a decirte cómo debe estar dispuesta el alma que quiera imitar a Marta.

    Igualmente que María ha de tener también cinco bienes. Primero, la fe santa de la Iglesia de Dios: segundo, saber los mandamientos de Dios y los consejos de la verdad Evangélica, todo lo cual ha de observar en su corazón y en sus obras: tercero, reprimir su lengua de toda mala palabra, ya sea contra Dios o contra el prójimo, y su mano de toda operación deshonesta e ilícita, y abstenerse de la demasiada codicia y deleite, contentándose con lo que se le conceda y sin desear lo superfluo: cuarta, hacer obras de misericordia con prudencia y humildad, pero de modo que por la confianza de obrar así en nada ofenda al Señor: quinto, amar a Dios sobre todas las cosas y más que a sí misma.

    Así lo hizo Marta, pues alegremente se entregó a mí a sí misma, imitando mis obras y palabras, y después dió por mi amor todos sus bienes; y por tanto, desdeñó las cosas temporales y buscaba las eternas; lo sufrió todo con paciencia y cuidaba de los demás como de sí misma; estaba siempre pensando en mi amor y en mi Pasión; alegrábase en las tribulaciones, y los amaba a todos cual verdadera madre. Diariamente seguíame Marta, deseando sólo oir las palabras de vida. Compadecíase de los afligidos, consolaba los enfermos, no decía mal de nadie, disimulaba las faltas del prójimo y oraba por todos. De consiguiente, todo el que deseare alcanzar el amor de Dios en la vida activa, debe imitar a Marta, amar al prójimo sin favorecer sus vicios, para conseguir el cielo; huir de la alabanza propia, y de toda soberbia y engaño, y reprimir toda ira y envidia.

    Pero has de advertir, que cuando rogó Marta por su hermano Lázaro, que estaba difunto, fué ella la primera que a mí vino, mas en seguida no resucitó su hermano, sino que después mandada llamar vino María, y entonces por los ruegos de ambas resucitó el hermano. Así también acontece en la vida espiritual; pues quien desee imitar perfectamente a María, debe primero ser como Marta, esto es, trabajar en honra mía corporalmente, saber primero resistir a los deseos de la carne y oponerse a las tentaciones del demonio, y después ya puede subir resueltamente al grado de María. Porque ¿cómo puede tener fija su alma de un modo continuo en las cosas celestiales el que no ha sido probado y tentado, ni ha vencido los impulsos de su carne? ¿Qué es, pues, el hermano difunto de Marta y María, sino las obras imperfectas? Muchas veces se hace la obra buena con intención indiscreta y con ánimo indeliberado, y así camina con lentitud y tibieza.

    Pero a fin de que la obra buena me sea aceptable, resucita y se vivifica por Marta, esto es, cuando es amado el prójimo por causa de Dios y para Dios, y solo Dios es deseado sobre todas las cosas: entonces es grata al Señor toda obra buena del hombre. Por esto dije en mi evangelio que María eligió la mejor parte.

    Pues la porción de Marta es buena cuando se duele de los pecados de los prójimos, y es todavía mejor cuando procura que los hombres vivan y se mantengan con juicio y decoro, y lo hace esto solamente por amor de Dios. Pero la porción de María es excelente, cuando ella sola contempla las cosas celestiales y el provecho de las almas. También Dios entra en casa de Marta y María, cuando llena el alma de buenos deseos, y libre de las agitaciones del mundo, está siempre pensando en Dios como si lo tuviera presente, y no solamente medita en su amor, sino que se ocupa de él de día y de noche.



    Dice Jesucristo que el alma es su esposa, y añade quiénes sean espiritualmente los criados y las esclavas del alma Revela también a santa Brígida las terribles penas que padecía un alma en el purgatorio, y cómo podía ser aliviada en ellas.

    Capítulo 50

    Cierto señor, dice Jesucristo, tenía una mujer, para la cual edificó una casa, le proporcionó criado, criadas y víveres, y se marchó a un largo viaje. A su vuelta encontró el señor difamada a su mujer, inobedientes a sus criados, y deshonradas las criadas, e irritado con esto, entregó la mujer a los tribunales, los criados a los verdugos, y mandó azotar a las criadas. Yo, Dios, soy este Señor, que tomé por esposa el alma del hombre, criada por el poder de mi divinidad, deseando tener con ella la indecible dulzura de mi misma divinidad. Me desposé con ella mediante la fe, el amor y la perseverancia de las virtudes. Edifiquéle a esta alma una casa cuando le di el cuerpo mortal para que en él se probase y se ejercitara en las virtudes.

    Esta casa, que es el cuerpo, tiene cuatro propiedades, es noble, mortal, mudable y corruptible. El cuerpo es noble, porque fué criado por Dios, participa de todos los elementos, y resucitará para la eternidad en el último día; pero es innoble comparado con el alma, porque es de tierra, y el alma es espiritual. Por tanto, por tener el cuerpo cierta nobleza, debe estar engalanado con virtudes, para que pueda ser glorificado en el día del juicio. Es también el cuerpo mortal por ser de tierra, por lo que debe resistir las seducciones de los deleites, porque si sucumbiere a ellas, pierde a Dios. Es igualmente mudable, por lo que ha de hacerse estable por medio del alma, pues si sigue sus impulsos, es semejante a los jumentos. Es, por último, corruptible, y por esto debe siempre estar limpio, pues el demonio busca la impureza, la cual huye de la compañía de los angeles.

    Habitadora de esta casa, es decir, del cuerpo, es el alma, y en él mora como en una casa, y vivifica al mismo cuerpo; pues sin la presencia del alma es el cuerpo horroroso, fétido y abominable a la vista. Tiene también el alma cinco criados, que sirven de consuelo al cuerpo. El primero es la vista, que debe ser como el buen vigía, para distinguir entre los enemigos y los amigos que llegan. Vienen los enemigos, cuando los ojos desean ver rostros hermosos, y todo lo deleitable a la carne y lo que es perjudical y deshonesto: y vienen los amigos, cuando se deleita en ver mi Pasión, las obras de mis amigos y todo lo que es en honra de Dios. El segundo criado es el óido, el cual es como el buen portero, que abre la puerta a los amigos y la cierra a los enemigos. La abre a los amigos, cuando se deleita en oir las palabras de Dios, las pláticas y obras de los amigos del Señor; y la cierra a los enemigos, cuando se abstiene de oir murmuraciones, chocarrerías y necedades.

    El tercer siervo es el gusto de comer y beber, el cual es como el buen médico, que ordena la comida para la necesidad, no para lo superfluo y deleitable; porque los alimentos han de tomarse como si fueran medicinas, y así deben observarse dos reglas: no comer mucho, ni demasiado poco; porque la mucha comida es causa de enfermedades, y si, por otra parte, se come menos de lo debido, se adquiere un hastío en el servicio de Dios.

    El cuatro criado es el tacto, el cual es como el hombre laborioso, que trabaja para sustentar su cuerpo, y al mismo tiempo doma con prudencia los apetitos de la carne y desea ardientemente conseguir la salvación eterna. El quinto siervo es el olor de las cosas deleitables, el cual puede no existir en muchos a fin de obtener mayor recompensa eterna; y por tanto, debe ser este siervo como el buen mayordomo, y pensar si ese deleite le conviene al alma, si adquiere merecimiento, y si puede subsistir el cuerpo sin él. Pues si considera que el cuerpo puede de todos modos estar y vivir sin ese olor deleitable, y por amor de Dios se abstiene de él, merece que el Señor le dé gran recompensa, porque es virtud muy grata a Dios, cuando el hombre se priva aun de las cosas lícitas.

    A más de tener el alma estos criados, debe también tener cinco criadas muy aptas, para custodiar a la señora y guardarla de sus peligros. La primera ha de ser timorata y cuidadosa de que el esposo no se ofenda con la inobservancia de sus mandamientos, o de que la señora se haga negligente. La segunda ha de ser fervorosa en no buscar nada sino la honra del esposo y el provecho de su señora. La tercera debe ser modesta y estable, para que su señora no se engría con la prosperidad, ni se abata con la desgracia. La cuarta debe ser sufrida y prudente, para poder consolar a la señora en los males que le sobrevengan. La quinta ha de ser tan púdica y casta, que en sus pensamientos, palabras y obras no haya nada indecoroso o libertino.

    Si, pues, el alma tiene la casa que hemos dicho, unos criados tan dispuestos y las criadas honradas, sienta muy mal que la misma alma, que es la señora, no sea hermosa y esté llena de abnegación. Quiero, por consiguiente, manifestarte el ornato y atavío del alma.

    Ha de ser esta equitativa en discernir lo que debe a Dios y lo que debe al cuerpo, porque juntamente con los ángeles participa de la razón y del amor de Dios. Por tanto, debe el alma mirar la carne como si fuera un jumento, darle moderadamente lo necesario para la vida, estimularla al trabajo, corregirla com temor y abstinencia, y observar sus impulsos, no sea que por condescender con la flaqueza de la carne, peque el alma contra Dios. Lo segundo, el alma debe ser celestial, porque tiene la imagen del Señor de los cielos, y por tanto, nunca ha de entretenerse ni deleitarse en cosas carnales, a fin de no hacerse imágen del mismo demonio. Lo tercero, ha de ser fervorosa en amar a Dios, porque es hermana de los ángeles, inmortal y eterna. Debe, por último, ser hermosa en todo linaje de virtudes, porque eternamente ha de ver la hermosura del mismo Dios: mas si consiente con los deseos de la carne, será horrorosa por toda la eternidad.

    Conviene también, que la señora, que es el alma, tenga su comida, la cual es la memoria de los beneficios de Dios, la consideración de sus terribles juicios y la complacencia en su amor y en guardar sus mandamientos. Debe, pues, el alma evitar con empeño el no ser jamás gobernada por la carne, porque entonces todo se desordena, y sucede que los ojos quieren ver cosas deleitables y peligrosas, los oídos quieren oir vaciedades; agrada también gustar cosas suaves y trabajar inútilmente por causa del mundo; entonces es seducida la razón, domina la impaciencia, disminúyese la devoción, auméntase la tibieza, palíase la culpa, y no son consideradas las cosas futuras; entonces mira el alma con desprecio el manjar espiritual, y le parece penoso todo lo que es del servicio de Dios.

    ¿Cómo puede agradar la continua memoria de Dios, donde reina el placer de la carne? ¿Ni cómo puede el alma conformarse con la voluntad de Dios, cuando solamente le agradan las cosas carnales? ¿Ni cómo puede distinguir lo verdadero de lo falso, cuando le es molesto todo lo que pertenece a Dios? De semejante alma, afeada de este modo, puede decirse, que la casa de Dios se ha hecho tributaria del demonio amoldándose a él.

    De tal suerte es el alma de este difunto que estás viendo, pues el demonio la posee por nueve títulos. Primero, porque voluntariamente consintió en el pecado; segundo, porque despreció su dignidad y lo prometido en el santo bautismo; tercero, porque no cuidó de la gracia de su confirmación dada por el obispo; cuarto, porque no hizo caso del tiempo que se le hubo concedido para penitencia; quinto, porque en sus obras no me temió a mí, su Dios, ni tampoco mis juicios, sino que de intento se apartó de mí; sexto, porque menospreció mi paciencia como si yo no existiese, o como si yo no pudiera condenarlo; séptimo, porque se cuidó menos de mis consejos y preceptos que de los de los hombres; octavo, porque no daba gracias a Dios por sus beneficios, porque tenía su corazón fijo en el mundo; y noveno, porque toda mi Pasión estaba como muerta en su corazón, y por consiguiente, padece ahora nueve penas.

    La primera, es porque todo lo que padece, lo sufre por justo juicio de Dios, por precisión y a la fuerza; la segunda, porque dejó al Criador y amó la criatura, y por tanto, lo detestan todas las criaturas; la tercera, es el dolor, porque dejó y perdió todo cuanto amó y todo esto está contra él; la cuarta, es el ardor y sed porque deseaba más las cosas perecederas que las eternas; la quinta, es el terror y poderío de los demonios, porque mientras pudo no quiso temer al benignísimo Dios; la sexta, es carecer de la vista de Dios, porque en su tiempo no vió la paciencia del Señor; la séptima, es una horrorosa ansiedad, porque ignora cuándo han de acabar sus tormentos; la octava, es el remordimiento de su conciencia, porque omitió lo bueno e hizo lo malo; la novena, es el frío y el llanto porque no deseaba el amor de Dios.

    Sin embargo, porque tuvo dos cosas buenas: primera, creer en mi Pasión y openerse en cuanto pudo a los que hablaban mal de mí; y segunda, amar a mi Madre y a mis santos, y guardar sus vigilias, te diré ahora cómo por las súplicas de mis amigos que por él ruegan, podrá salvarse.

    Se salvará lo primero, por mi Pasión, porque guardó la fe de mi Iglesia; segundo, por el sacrificio de mi Cuerpo, porque este es el antídoto de las almas; tercero, por los ruegos de mis escogidos que en el cielo están; cuarto, por las buenas obras que se hacen en la santa Iglesia; quinto, por los ruegos de los buenos que viven en el mundo; sexto, por las limosnas hechas de los bienes justamente adquiridos, y si se restituyen los que se sabe éstan mal adquiridos; séptimo, por las penalidades de los justos que trabajan por la salvación de las almas; ; octavo, por las indulgencias concedidas por los Pontífices; noveno por varias penitencias hechas en beneficio de las almas, que los vivos no acabaron cumplidamente.

    Esta revelación, hija mía, te la ha merecido el patrono san Erico, a quien sirvió esta alma, porque llegará tiempo en que decaerá la maldad de esta tierra, y en los corazones de muchos resucitará el celo de las almas.



    Según el Evangelio, dos son los caminos para alcanzar el cielo: humillarse como un niño y hacerse violencia a sí mismo.

    Capítulo 51

    Dije en mi Evangelio, dice el Señor, que de dos maneras puede alcanzarse el cielo. La primera es, si el hombre se humillare como un niño, y la segunda es, si se hiciere violencia a sí mismo. Es humilde el que a pesar de cuanto aprovechare y de las buenas obras que hiciere, las considera de ningún valor y no confía nada en sus méritos. Igualmente se hace violencia a sí mismo el que resistiendo los desordenados impulsos de su carne, se castiga discretamente para no ofender a Dios, y cree alcanzar el cielo, no por sus buenas obras, sino por la misericordia del Señor.

    Pues yo, el mismo Dios y verdadero hombre, cuando traté con los hombres, comí y bebí lo que me presentaban, aunque podía haber vivido sin comer; pero lo hice así para dar a los hombres ejemplo del modo de vivir, y para que los hombres tomasen lo necesario para su vida, y den gracias a Dios por sus beneficios.



    Manifiesta Dios a santa Brígida de cuánto mérito es a sus ojos el ministerio de la predicación. Refiérese también aquí la espantosa condenación de un soldado, que blasfemó al oir las palabras de un predicador.

    Capítulo 52

    Predicando el maestro Matías de Suecia, que compuso el prólogo de este libro, un soldado le dijo lleno de furor: Si mi alma no ha de ir al cielo, vaya como los animales a comer tierra y las cortezas de los árboles. Larga demora es aguardar hasta el día del juicio, pues antes de ese juicio ningún alma verá la gloria de Dios. Al oir esto santa Brígida que se hallaba presente, dío un profundo gemido, diciendo: Oh Señor, Rey de la gloria, sé que sois misericordioso y muy paciente; todos los que callan la verdad y desfiguran la justicia, son alabados en el mundo, mas los que tienen y muestran tu celo, son despreciados. Así, pues, Dios mío, dad a este maestro constancia y fervor para hablar.

    Entonces la Santa en un arrobamiento vió abierto el cielo y el infierno ardiendo, y oyó una voz que le decía: Mira el cielo, mira la gloria de que se hallan revestidas las almas, y di a tu maestro: Lo dice esto Dios tu Criador y Redentor. Predica con confianza, predica continuamente, predica a tiempo o fuera de tiempo, predica que las almas bienaventuradas y que ya han purgado ven la cara de Dios; predica con fervor, pues recibirás la recompensa del hijo que obedece la voz de su padre. Y si dudas quién soy yo que te estoy hablando, has de saber que soy el que apartó de ti tus tentaciones. Después de oir esto vió otra vez la Santa el infierno, y horrorizada de espanto, oyó una voz que decía: No temas los espírituales que ves, pues sus manos, que son su poderío, están atadas, y sin permiso mío no pueden hacer más que una paja delante de tus pies. ¿Qué piensan los hombres confiando que no me he de vengar de ellos yo, que sujeto a mi voluntad los mismos demonios?

    Entonces respondío la Santa: No os enojéis, Señor, si os hablo. Vos, que sois misericordiosísimo, ¿castigaréis acaso perpetuamente al que perpetuamente no puede pecar? No creen los hombres que semejante proceder corresponde a vuestra divinidad, que en el juzgar manifestáis sobre todo la misericordia, y ni aun los mismos hombres castigan perpetuamente a los que delinquen contra ellos.

    Y dijo el Espíritu: Yo soy la misma verdad y justicia, que doy a cada cual según sus obras, veo los corazones y las voluntades, y tanto como el cielo dista de la tierra, así distan mis caminos y mis juicios de los consejos y de la inteligencia de los hombres. Por tanto, el que no corrige su mal mientras vive y puede, ¿qué es de extrañar si es castigado cuando no puede? ¿Ni cómo deben permanecer en mi eternidad purísima los que desean vivri eternamente para siempre pecar? Por consiguiente, el que corrige su pecado cuando puede, debe permancecer conmigo por toda la eternidad, porque yo eternamente lo puedo todo, y eternamente vivo.

    DECLARACIÓN.

    Este hombre fué casado, y teniendo públicamente en su casa una concubina, angustiado su ánimo por la amonestación qu se le hizo en presencia de muchos, la mató. Á los cuatro días después murió sin recibir los Sacramentos y con el corazón empedernido, fué sepultado, y durante muchas noches se oyó una voz que decía: ¡Ay de mí! ¡ay de mí! estoy ardiendo, estoy ardiendo. Refirieron esto a su mujer, y en presencia de ella abrieron la sepultura donde se había enterrado el cadáver, y no hallaron más que un resto de la mortaja y de los zapatos. Cerraron la sepultura, y no se volvió a oir más aquella voz.



    Notable revelación sobre uno que celebraba misa, no estando ordenado de sacerdote.

    Capítulo 53

    Uno que celebraba misa sin estar ordenado de sacerdote, fué presentado a los tribunales y a sufrir la pena de ser quemado. Como rogase por él santa Brígida, Jesucristo le dijo: Mira mi misericordia: si este hombre hubiese quedado sin castigo, jamás habría conseguido el reino de los cielos; mas ahora ha alcanzado contrición, y tanto por está como por el suplicio que padece, se va acercando a la gracia y al eterno descanso.

    Pero podrás preguntarme, si los que oían las misas y recibían los Sacramentos de manos de ese hombre sin ordenar, se han condenado o pecaban mortalmente. Y a esto te respondo, que de ninguna manera se han condenado, sino que la fe los salvó, porque creían que ese hombre estaba ordenado por el obispo, y que yo me hallaba en sus manos en el altar. Igualmente, la fe de los padres aprovechó a los bautizados por él, porque lo creyeron verdadero sacerdote y pronunciaba, además, las palabras del bautismo, que con el agua bastan para quedar bautizado.



    Jesucristo reprende gravemente a los que consultan con los agoreros y los malos espíritus, e instruye sobre esto a santa Brígida.

    Capítulo 54

    Cierto militar consultó a un hechicero acerca de si los habitantes del reino deberían o no pelear contra el rey de Suecia, y resultó lo que el hechicero había dicho. Refirió ésto después el militar al rey, hallándose presente santa Brígida, la cual, al punto que se hubo separado del rey, oyó espiritualmente la voz de Jesucristo, que le decía: Ya has oído cómo ese militar consultó al demonio, y cómo éste anunció la futura paz. Di, pues, al rey, que todo esto acontece con permiso mío a causa de la mala fe del pueblo; pues el diablo, por lo sutil de su naturaleza, puede saber muchas cosas futuras, que da a conocer a los que le consultan, a fin de engañar a los que le creen y los infieles a mí. Di al rey que esos hombres sean separados de la comunicación de los fieles, pues los tales son engañadores de las almas, porque a trueque de obtener el lucro temporal se dan y entregan al diablo, a fin de engañar a muchos.

    Y no es de maravillar, porque cuando el hombre desea saber más de lo que Dios quiere que sepa, y procura enriquecerse contra la voluntad de Dios, entonces tienta el demonio su alma, y viéndola inclinada a las malas inspiraciones, le envía, para que la engañen a sus auxiliadores, que son los adivinos y otros enemigos de la fe; y cuando consigue lo insignificante que desea, que es lo temporal, pierde lo que es eterno.



    Revela el Señor a santa Brígida cómo en algún tiempo los gentiles serán más fervorosos que los actuales cristianos.

    Capítulo 55

    Has de saber que todavía tendrán los gentiles tan gran devoción, que los cristianos serán espiritualmente como siervos de ellos, y se cumplirá lo que dice la Escritura, que el pueblo que no entendía me glorificará, y se poblarán los desiertos, y cantarán todos: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y sea dada honra a todos los Santos.



    Dice el Señor, a santa Brígida, cuánto aborrece su Majestad a los que retienen injustamente los bienes ajenos. Refiérese el castigo de un alma que estuvo cuarenta años en el purgatorio por su negligencia en esta parte.

    Capítulo 56

    Apareciósele a santa Brígida uno que había estado cuarenta años en el purgatorio, y le dijo: Por mis pecados y por esos bienes temporales que tú sabes, he padecido largo tiempo en el purgatorio; pues frecuentemente oí decir en mi vida, que mis padres habían adquirido injustamente aquellos bienes, mas yo ni hacía caso de eso ni los restituía. Después de mi muerte unos parientes míos que tenían conciencia, restituyeron esos bienes por inspiración de Dios a sus dueños, y entonces me libré del purgatorio, así por esto como por las oraciones de la Iglesia.

    Después dijo Jesucristo a la Santa: ¿Qué creen los hombres poseedores de mala fe, y que retienen a sabiendas lo mal adquirido? ¿Creen quizá que han de entrar en mi reino? Lo mismo que Lucifer. Y ni aun les aprovecharán las limosnas de los bienes mal adquiridos, sino que se convertirán en alivio de los verdaderos dueños de esos bienes. Mas no serán castigados los que sin saberlo poseen bienes mal adquiridos, ni tampoco pierden el cielo los que tienen perfectísma voluntad de restituir y se esfuerzan cuanto pueden, porque Dios suplirá por esa buena voluntad, ya sea en el siglo presente, ya en el futuro.



    Capítulo 57

    En cierto monasterio celebraba su primera misa un sacerdote el día de Pentescotés; y al alzar el Cuerpo de Jesucristo, vió santa Brígida fuego que bajaba del cielo sobre todo el altar, y en manos del sacerdote vió pan, y en el pan un cordero vivo, y en éste el rostro inflamado y como de un hombre, y entonces oyó una voz que le decía: Como ahora ves que el fuego baja al altar, igualmente mi Espíritu Santo bajó a mis Apóstoles tal día como hoy, e inflamó sus corazones. Por medio de las palabras de la consagración el pan se convierte en un cordero vivo, que es mi cuerpo, y el rostro está en el cordero, y el cordero en el rostro, porque el Padre está en el Hijo, y el Hijo en el Padre, y el Espiritu Santo en ambos.

    Y por segunda vez en la misma elevación de la Sagrada Eucaristía vió la Santa en manos del sacerdote un joven de extraordinaria hermosura, el cual dijo: Os bendigo a vosotros creyentes, y seré juez de los que no crean.



    La santísima Virgen manifiesta a santa Brígida cómo Dios quiere valerse de estas revelaciones para ilustrar a muchos fieles en la Iglesia.

    Capítulo 58

    En la noche de la Natividad de nuestro Señor tuvo santa Brígida tan grande y maravilloso alborozo de corazón, que apenas le era posible tenerse de alegría; y en el mismo instante sintió en su corazón un movimiento sensible y admirable, como si un niño estuviese dando vueltas dentro de él. Duró este movimiento y se lo hizo presente a su padre espiritual y a varios amigos suyos espirituales, no fuera acaso ilusión. Pero éstos se admiraron, viendo probada la verdad, así por la vista como por el tacto.

    En el mismo día y en la misa mayor se apareció la Madre de Dios a la Santa y le dijo: Te maravillas, hija, del movimiento que sientes en tu corazón; pero has de saber que no es ilusión, sino cierta muestra de mi dulzura y de la misericordia habida conmigo. Pues al modo que ignoras cómo tan de repente te sobrevino ese alborozo y movimiento del corazón, igualmente fué admirable y veloz la venida de mi Hijo a mí; porque así que consentí al anunciarme el ángel la concepción del Hijo de Dios, al punto sentí en mí cierta cosa admirable y viva. Y al nacer de mí, salió con indecible alborozo y admirable celeridad, quedando virgen antes del parto, en el parto y después de él, pues siempre fuí Virgen.

    Por tanto, hija, no temas que sea eso ilusión, sino felicítate, porque ese movimiento que sientes, es la señal de la llegada de mi Hijo a tu corazón. Por esto, así como mi Hijo te puso el nombre de nueva esposa suya, igualmente Dios y yo queremos por tu medio manifestar nuestra voluntad al mundo y a nuestros amigos, para encender los corazones de los hombres fríos en el amor de Dios. Y ese movimiento de tu corazón perseverará contigo y se irá aumentando según la capacidad de tu mismo corazón.



    San Juan Evangelista dice a santa Brígida haber sido él, quien inspirado por Dios, escribió el Apocalipsis.

    Capítulo 59

    Cuando el maestro Matías del reino de Suecia, comentador de la Biblia, escribía sus comentarios sobre el Apocalipsis, le suplicó a santa Brígida que le alcanzara la gracia de saber en espíritu cuál sería el tiempo del Antecristo, y si san Juan Evangelista había escrito el Apocalipsis , pues muchos opinaban lo contrario. Haciendo la santa oración sobre este particular, fué arrebatada en espíritu, y vió a una persona ungida como con aceite, y resplandeciente con sumo esplendor, a la cual dijo Jesucristo: Da testimonio de quién compuso el Apocalipsis. Y respondió: Yo soy Juan, a quien desde la cruz encargaste el cuidado de tu Madre. Tú, Señor, me inspiraste los misterios del Apocalipsis, y yo los escribí para consuelo de los venideros, a fin de que con las futuras desgracias no fuesen aniquilados tus fieles.

    Entonces dijo el Señor a la Santa: Te digo, hija mía, que así como san Juan Evangelista escribió por mi Espíritu las cosas futuras que vió, igualmente el maestro Matías, tu confesor y padre espiritual, entiende por el mismo Espíritu, y escribe la verdad espiritual de la Sagrada Escritura. Dile también a ese director tuyo, a quien hice maestro, que hay muchos Antecristos; mas el cómo vendrá aquel maldito Antecristo, se lo manifestaré por medio de ti.



    Notable revelación sobre las almas que sacó del limbo Jesucristo, y cómo, aunque resucitaron entonces muchos cuerpos, sólo las almas subieron con Jesucristo a la gloria.

    Capítulo 60

    Tal día como hoy, dice la Virgen a santa Brígida, resucitó de entre los muertos mi Hijo, fuerte como el león, porque aniquiló el poder del demonio, y libertó las almas de sus escogidos, las cuales subieron con El al gozo del cielo. Mas acaso me preguntarás, ¿dónde estuvieron esas almas que sacó del infierno, hasta que subío al cielo? A lo cual te respondo, que estuvieron en cierto gozo conocido únicamente de mi Hijo. Porque donde quiera que estaba y está mi Hijo, allí está también el gozo y la gloria, según dijo al ladrón: Hoy estarás conmigo en el paraí. Resucitaron también muchos santos que en Jerusalén habían muerto, a los cuales vimos, y cuyas almas subieron al cielo con mi Hijo; pero sus cuerpos esperan con los demás la resurrección y el juicio universal.

    Pero a mí, que soy la Madre de Dios y que después de su muerte me hallaba angustiada con incomprensible dolor, se me aparació mi Hijo antes que a nadie, y se me manifestó palpable, y me consoló, recordándome que visiblemente subiría al cielo; y aunque esto no está escrito a causa de mi humildad, es no obstante muy cierto, que al resucitar mi Hijo, se me presentó a mí antes que a nadie.

    Y puesto que tal día como hoy me consoló mi Hijo, yo disminuiré tus tentaciones desde hoy en adelante, y te enseñaré cómo debas resistirlas. Te maravillas de que en la vejez te vengan tentaciones, que ni en la juventud ni durante tu matrimonio tuviste. A lo cual te respondo, que así acontece, para que sepas que sin mi Hijo no eres ni puedes nada, y si no te hubiera librado mi Hijo, no habría pecado en que no hubieras caído. Por consiguiente, te doy ahora tres remedios contra las tentaciones.

    Cuando te vieres acometida de una tentación impura, has de decir: Jesucristo, Hijo de Dios, conocedor de todas las cosas, ayudadme para que no me deleite en malos pensamientos. Cuando te complace el hablar, has de decir: Jesucristo, Hijo de Dios, que ante el juez callasteis, contened mi lengua mientras pienso qué y cómo deba hablar. Y cuando te agradare obrar, descansar o comer, debes decir: Jesucristo, Hijo de Dios, que fuísteis atado, dirigid mis manos y todos mis miembros, para que mis obras se encaminen a buen fin. Y sírvate de señal que desde este día tu siervo, que es tu cuerpo no prevalecerá contra el Señor, es decir contra tu alma.



    Asombrosa conversión y santa muerte, por la intercesión de la virgen María, de un pecador que hacía sesenta años no se había confesado.

    Capítulo 61

    Enfermó gravemente cierto gran señor, según el mundo, el cual hacía mucho tiempo que no se había confesado, y compadeciéndose santa Brígida, oraba por él. Aparecióse Jesucristo a la Santa y le dijo: Dile a tu confesor que visite a ese enfermo y lo confiese. Y yendo el confesor, respondió el enfermo que él no necesitaba confesarse, y aseguró que lo había hecho con mucha frecuencia. Por segunda vez mandó Jesucristo que al día siguiente volviera el confesor, el cual presentándose, recibió la misma respuesta que el anterior día.

    Mas yendo el confesor a visitar al enfermo el tercero día, por revelación del Señor hecha a santa Brígida, le dijo: Jesucristo, el Hijo del Dios vivo y Señor del demonio, te dice: Tienes en tu cuerpo siete demonios. Uno reside en tu corazón y lo tiene sujeto, para que no te arrepientas de tus pecados:el segundo reside en tus ojos, para que no veas lo que es más útil a tu alma: el tercero en tu boca, para que no digas lo que es en honra de Dios: el cuarto reside en tus entrañas y lomos, porque has amado toda impureza: el quinto está en tus manos y pies, porque no temiste robar ni matar a los hombres: el sexto está en tu interior, porque te entregaste a la gula y a la embriaguez, y el séptimo en tu alma, donde debería habitar Dios, y ahora reside en ella el demonio su enemigo. Arrepiéntete, pues, pronto, porque todavía tendrá Dios compasión de ti.

    Anegado en lágrimas, contestó entonces el enfermo: ¿Cómo podrás persuadirme que todavía tengo perdón, cuando me hallo envuelto en tantos crímenes públicos? Y respondió el confesor: Júrote, porque lo he experimentado, que aunque hubieras hecho mayores delitos, te salvarías por medio de la contrición. Entonces lloroso, volvió a decir el enfermo: Yo desesperaba de la salvación de mi alma, porque tengo hecho pacto con el demonio, el cual me ha hablado muchas veces; por lo que teniendo sesenta años, jamás me he confesado ni recibido el Cuerpo de Jesucristo, sino que fingía tener ocupaciones cuando otros comulgaban, pero te confieso, padre, que lágrimas como las que ahora vierto, jamás recuerdo haberlas tenido.

    Confesóse cuatro veces en aquel día, y al día siguiente, después también de confesarse, recibió la Sagrada comunión. Falleció el sexto día, y hablando acerca de él Jesucristo a la Santa, le dijo: Ese hombre sirvió a aquel ladrón, cuyo peligro te manifesté antes, mas ya huye de él el demonio, con quien había hecho pacto, y esto ha sido por la contrición que tuvo, y ya va a juzgar sus culpas; y la señal de haberse salvado es la contrición que tenía al final de su vida. Pero podrás preguntarme, por qué mereció contrición un hombre complicado en tantos crímenes. A lo cual te respondo, que esto lo hizo mi amor, porque hasta el último instante espero la conversión del hombre, y lo hizo también el mérito de mi Madre, porque aun cuando ese hombre no la amó de corazón, acostumbró, sin embargo, a compadecerse de sus dolores, siempre que pensaba en Ella y la oía nombrar, y por consiguiente halló el camino de su salvación, y se ha salvado.



    Encomio de estas revelaciones hechas por Jesucristo, y dícele el Señor a santa Brígida, que aunque hayan de ser despreciadas por algunos envidiosos y por otros que se reputan sabios, han de extender en su día la honra y gloria de Dios.

    Capítulo 62

    Temía la Santa que las palabras de estos libros reveladas a ella por Dios, se anulasen y fuesen calumniadas por émulos y maliciosos; y estando en oración sobre este particular, le dijo Jesucristo: Dos brazos tengo: con el uno abarco el cielo y todo lo que en él hay: con el otro abarco el mar y en la tierra, honrándolos y consolándolos; y el segundo lo extiendo sobre las maldades de los hombres, sufriéndolos con misericordia y reprimiéndolos para que no hagan todo el mal que quieren. No temas, pues, porque nadie podrá anular mis palabras; antes al contrario, llegarán al paraje y gente que de mi agrado sean. Pero has de saber, que estas palabras son como el aceite, y que a fin de que se propague mi honra y mi paciencia, las han de revolver, hollar y exprimir unas veces los envidiosos, otras los pretendidos sabios, y otras, en fin, los que buscan cualquier ocasión de obrar el mal.



    Manda Dios a la Santa que escriba estas revelaciones y las envíe a sus siervos y queridos, por cuyo medio intenta el Señor atraer muchas almas a su divino servicio.

    Capítulo 63

    Yo soy, dice Jesucristo a santa Brígida, como un señor cuyos hijos los había fascinado y abatido de tal suerte el enemigo, que gloriándose ellos de su cautiverio, no querían levantar la vista hacia su padre ni hacia su patrimonio. Escribe, por tanto, lo que me oyeres, y envíalo a mis hijos y amigos, para que éstos lo siembren entre las naciones, por si acaso quisieren conocer su ingratitud y mi paciencia; pues yo, Dios, quiero levantarme y manifestar a las naciones mi amor y mi justicia.



    Precio de las indulgencias, grandeza de la gloria, y mérito de los buenos deseos. Grande idea de la misericordia de Dios.

    Capítulo 64

    Hallándose durante largo tiempo enferma en Roma cierta señora de Suecia, dijo sonriéndose y oyéndolo santa Brígida: Dicen que en esta ciudad hay absolución de culpa y pena, mas a Dios nada le es imposible, pues la pena la estoy experimentando. A la mañana siguiente oyó en espíritu la Santa una voz que le decía: Hija, esta mujer me es grata, porque ha tenido una vida devota y ha criado para mí a sus hijas; pero no ha tenido todavía tanta contrición en las penas, como deleite tuvo y hubiera tenido en los pecados, si no hubiese estado refrenada por mi amor; y puesto que yo, siendo Dios, atiendo a cada uno en la salud y en la enfermedad según veo que a cada cual le conviene, nadie debe irritarme con la menor palabra, ni criticar mis juicios, sino siempre temerme y adorarme.

    Dile a esa mujer, que las indulgencias de la ciudad de Roma son mayores de lo que los hombres creen; pues los que a ellas acuden con rectitud de corazón, no solamente alcanzarán remisión de sus pecados sino además la gloria eterna. Porque aunque el hombre se matara mil veces por Dios, no sería digno de la mínima parte de gloria que se da a los santos.

    Y aunque no pueda vivir el hombre muchos millares de años, no obstante, por innumerables pecados se deben innumerables suplicos, que el hombre no puede satisfacer ni pagar en esta vida; y así, por medio de las indulgencias se perdonan muchos castigos, y la pena muy severa y larga se conmuta por otra muy leve. Además, los que mueren después de practicar las obras para ganar las indulgencias con perfecto amor y verdadera contrición, no solamente alcanzan perdón de sus pecados, sino también de las penas; pues yo que soy Dios, no sólo daré lo que piden a mis santos y escogidos, sino que lo duplicaré y centuplicaré a causa de mi amor.

    Aconséjale, pues, a esa enferma que tenga paciencia y constancia, porque yo haré con ella lo que sea más conveniente para su salvación.

    Declaración.

    Vió santa Brígida el alma de esta señora como una llama de fuego y salirla al encuentro muchos etíopes, con cuya vista se aterrorizó el alma y se puso trémula; y al punto vino en su auxilio una hermosísima Virgen, la cual dijo a los etíopes: ¿Qué tenéis que ver con esta alma, que es de la familia de la nueva esposa de mi Hijo? Y en seguida huyendo los etíopes, la observaban a lo lejos. Habiéndose presentado al juicio el alma, dijo el Juez: ¿Quién responde por esta alma y quién es su abogado? Y al instante aparació Santiago y dijo: Yo, Señor, estoy obligado a responder por ella, porque dos veces en sus grandes aflicciones se acordó de mí.

    Tened, Señor, misericordia de ella, porque quiso y no pudo. A lo cual preguntó el Juez: ¿Qué es lo que quiso y no pudo? Y respondió Santiago: Quiso serviros con buenas obras, pero no pudo, porque se lo impidió una inesperada enfermedad. Entonces dijo el Juez al alma: Ve, que tu fe y tu voluntad te salvarán. Y al punto el alma se apartó muy alegre y cual resplandeciente estrella de la presencia del Juez, diciendo todos los circunstantes: Bendito seáis Vos, Dios nuestro, que sois, érais y seréis, y no apartáis vuestra misericordia de los que en vos esperan.



    San Nicolás de Bari se aparece a la Santa, dándole un testimonio de su gloria.

    Capítulo 65

    Visitando santa Brigida las reliquias de san Nicolás de Barí en su sepulcro, comenzó a pensar sobre aquel licor de aceite que salía del cuerpo del Santo, y arrebatada su alma en éxtasis, vió entonces a una persona ungida con aceite y despidiendo suma fragancia, la cual le dijo: Yo soy Nicolás, obispo, que me aparezco a ti en la misma forma que tenía con mi alma mientras vivía, pues todos mis miembros estaban tan dispuestos y flexibles para el servicio de Dios, como una cosa muy suavizada, que está flexible según lo necesitaba su dueño; y por tanto siempre residía en mi alma un gozo de alabanza, en mis labios la predicación de la divina palabra, y en mis obras la paciencia, toda a causa de las virtudes de la humildad y castidad, que principalmente amé. Mas ahora en la tierra los huesos de muchos están secos del jugo divino, producen un sonido de vanidad, crujen con el mutuo choque, y son inútiles para dar fruto de justicia, y abominables a la vista de Dios.

    Pero has de saber, que como la rosa da olor y la uva dulzura, así Dios ha dado a mi cuerpo la singular bendición de que mane aceite; pues el Señor no solamente honra en los cielos a sus escogidos, sino que a veces también los alegra y exalta en la tierra, para que muchos queden edificados y participen de la gracia que se les concede.



    Aparece a santa Brígida la gloriosa santa Ana, y le dice cómo es la abogada de los que viven piadosamente en el santo matrimonio.

    Capítulo 66

    El sacristán del monasterio de san Pablo, extramuros de la ciudad de Roma, dió a santa Brígida unas reliquias de santa Ana madre de nuestra Señora la Virgen María. Pensando la Santa cómo las había de tener y honrar, se le apareció santa Ana y le dijo: Yo soy Ana, señora de todas las casadas que hubo antes de la ley, y también soy madre de todas las casadas fieles que hay después de la ley, porque Dios quiso nacer de mi generación. Por tanto, tú, hija mía, honra a Dios del siguiente modo: Bendito seáis Vos, Jesús Hijo de Dios, e Hijo de la Virgen, porque de los esposos Joaquín y Ana elegisteis Madre; y así, por los ruegos de santa Ana, tened misericordia de todos los casados, para que den gloria a Dios, y dirigid también a todos los que se disponen para el patrimonio, a fin de que en ellos sea honrado el Señor.

    Las reliquias mías que tienes, servirán de consuelo a los que las estimen, hasta que fuere voluntad de Dios honrarlas más encumbradamente en la resurrección universal.



    La Virgen María dice a santa Brígida que visite los santuarios de Roma.

    Capítulo 67

    Dícele la Virgen a santa Brígida: ¿De qué te afliges, hija? Y contestó la Santa: Señora, de que no visito estos santos lugares que hay en Roma. Y dice la Virgen: Puedes visitar esos lugares con humildad y devota reverencia, pues en esta ciudad de Roma hay más indulgencias que los hombres pueden creer, las cuales merecieron alcanzar de mi Hijo los santos de Dios con su gloriosa sangre y oraciones. Sin embargo, hija, no dejes por esto tus lecciones y estudio de obligación, ni la santa obediencía de tu padre espiritual.



    Consultando uno hipócritamente a la Santa en qué estado serviría mejor a Dios, el Señor responde que abandone antes la afición al mundo y a sus bienes, con preciosa doctrina sobre esto.

    Capítulo 68

    Decía cierta persona que quería servir a Dios, y para saber en qué estado agradaría más al Señor, consultó a la Santa, deseando tener respuesta de Dios; y sobre ello le dijo Jesucristo a santa Brígida: Todavía éste no ha llegado al Jordán, ni mucho menos lo ha pasado, según se escribe de Elías que, pasado el Jordán, oyó los secretos de Dios. Mas, ¿qué Jordán es este sino el mundo que va corriendo como el agua, porque las cosas temporales ya suben con el hombre, ya bajan, oro lo ensalzan con prosperidad y honra, oro lo abaten con la adversidad, y nunca se halla el hombre sin fatiga y tribulación?

    Luego quien desea las cosas celestiales, preciso es que aparte de su alma todos los afectos de la tierra, porque quien tiene en Dios sus dulzuras, desprecia todo lo caduco y terreno. Mas ese hombre no ha llegado todavía a despreciarlo todo, antes a la inversa, retiene su propia voluntad. Por tanto, no puede oir aún los secretos celestiales, hasta que desprecie al mundo más completamente y deje en manos de Dios toda su voluntad.



    Habla Dios del cuidado que tiene de los suyos; hace el Señor un grande elogio de san Andrés apóstol, y anima a santa Brígida a que no desconfíe en sus necesidades ni aun temporales.

    Capítulo 69

    Desde lo alto, dice el Señor a la Santa, ve el águila quién quiere hacer daño a sus polluelos, y anticípase con su vuelo para defenderlos. Igualmente yo os dispongo lo que os es más saludable, y unas veces digo esperad, y otras id, porque ya es tiempo. Id, pues, a la ciudad de Amalfi a visitar las reliquias de mi apóstol san Andrés, cuyo cuerpo fué templo mío, adornado con todas las virtudes, y por esto está allí el depositó de las obras de los fieles y el alivio de los pecados; porque los que con pureza de corazón acuden a él, no sólo se libran de los pecados, sino que reciben también abundante consuelo eterno. Y no es de extrañar, pues este Apóstol no se avergonzó de mi cruz, sino que la llevó con alegría; y así tampoco me avergüenzo yo de oir ni de admitir a aquellos por quienes él ora, porque su voluntad es la mía. Luego que lo hayáis visitado, volved al punto a Nápoles a la fiesta de mi Natividad.

    Y respondío santa Brígida: Señor, ya pasó nuestro tiempo, y vienen la enfermedad y los años, y van faltando los recursos temporales. Y dijo el Señor: Yo soy el Creador, el Señor y el Reformador de la naturaleza. Soy también la ayuda, defensa y socorro en las necesidades. Y así como el que tiene un caballo que estima, no excusa mandarlo a un prado hermoso para que allí se apaciente, del mismo modo yo, que todo lo tengo y de nada necesito, y veo las conciencias de todos, inspiraré en los corazones de los que me aman, que hagan beneficios a los que en mí esperan; pues aun a los que no me aman les amonesto, para que hagan beneficios a mis amigos, a fin de que con las oraciones de los justos se hagan aquellos mejores.



    Orando santa Brígida y alabando a san Esteban protomártir, se le aparece el Santo, le cuenta parte de su vida, y las tres cosas que le dan mucha gloria en el cielo.

    Capítulo 70

    Estaba la Santa orando en el sepulcro de san Esteban extramuros de Roma y decía: Bendito seas tú, san Esteban, porque tienes igual mérito que san Lorenzo; pues como éste predicaba a los infieles, así tu predicaste a los judíos; y como san Lorenzo padeció con alegría el fuego, así tú las piedras; y por tanto, justamente eres celebrado el primero de los mártires.

    Apareciéndose enseguida san Esteban, le respondió: Desde mi juventud comencé a amar a Dios, porque tuve unos padres muy celosos por la salvación de mi alma. Cuando encarnó mi Señor Jesucristo y empezó a predicar, lo oía con todo mi corazón, y después de su Ascensión me agregué enseguida a los Apóstoles, y les serví fielmente y con humildad en el cargo que me dieron. Como los judíos blasfemaran de Jesús mi Dios, aprovechaba yo con gusto la ocasión de hablar con ellos; y dispuesto siempre a morir por la verdad y a imitar a mi Dios, les reprendía constantemente la dureza de sus corazones.

    Pero tres cosas contribuían para mi gloria y corona, de que ahora me alegro: lo primero fué mi buena voluntad; lo segundo, la oración de mis señores los Apóstoles; y lo tercero, la Pasión y amor de mi Dios. Por tanto, tengo ahora tres bienes: primero, que continuamente estoy viendo el rostro y gloria de Dios; segundo, que puedo todo cuanto quiero, y nada quiero sino lo que Dios quiere; y tercero, que mi gozo no tendrá fin. Y puesto que tú te alegras de mi gloria, mi oración te dispondrá para que consigas mayor conocimiento de Dios, y el espíritu del Señor perseverará contigo, y todavía irás a Jerusalén al lugar de mi muerte.



    Reprende la Virgen María a cierto devoto que con algunas virtudes juntaba muchos defectos, particularmente de locuacidad y dispación. Contiene doctrina saludable.

    Capítulo 71

    Cuando hay un manjar excelente, dice la Virgen a la Santa, si se pone en él algo amargo, se echa a perder. Del mismo modo, por muchas y variadas que sean las virtudes que el hombre tenga, no agrada a Dios, si se deleita en algún pecado. Di, pues, a ese amigo mío, que si desea agradar a mi Hijo y a mí, no confíe en ninguna de sus virtudes, sino que reprima su lengua del mucho hablar y de las chocarrerías y evite toda frivolidad en sus costumbres; pues debe llevar flores en su boca. Mas si entre las flores se encuentra algo amargo, se echan éstas a perder.



    Dice Jesucristo a santa Brígida, que cuando es imposible confesarse, suple el dolor y la buena voluntad, así como la mala voluntad condena al hombre y condenó al primer ángel.

    Capítulo 72

    Llegó a Roma uno de la diócesis de Abo, sin saber el idioma sueco, y a quien nadie de Roma entendía, por lo cual no pudo encontrar confesor; y como consultase a la Santa sobre lo que debería hacer, oyó ésta en espíritu lo siguiente: Jesucristo, Hijo de Dios, te habla. Ese hombre que te consultó, llora porque no tiene quien le oiga su confesión. Dile que le basta la voluntad, mientras no puede otra cosa. ¿Qué, pues, le aprovechó al ladrón en la cruz? ¿No fué mi voluntad? ¿Qué es lo que abre el cielo, sino la voluntad de querer lo bueno y aborrecer lo malo? ¿Ni qué es lo que ocasiona el infierno, sino la mala voluntad y el desordenado deseo?

    ¿No fué, por ventura, criado en el bien Lucifer? ¿O puedo criar algo malo yo, que soy la misma bondad y virtud? De ninguna manera. Pero después que Lucifer abusó de la voluntad y la encaminó desordenadamente, se hizo desordenado él mismo, y malo por su mala voluntad.

    Por tanto, permanezca constante ese pobre, y no retroceda; y cuando volviere a su patria, pregunte y oiga a sacerdotes instruídos lo conveniente a su alma, someta su voluntad y obedezca más el consejo de los buenos que la voluntad propia. Mas si en el ínterin muriese en el camino, le acontecerá lo que al ladrón le dije: Estarás conmigo en el paraíso.
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