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Intenso acto de amor de santa Brígida a la santísima Virgen, y amable contestación de la Señora.
Capítulo 1
Como estuviese en Roma santa Brígida, esposa de Jesucristo, y se hallase puesta en oración, comenzó a pensar del parto de la Virgen, y de esa suma bondad de Dios, que quiso elegir para sí una Madre purísima; y tanto se inflamó entonces en el amor de la Virgen el corazón de la Santa, que decía dentro de sí: Oh Señora mía, Reina del cielo, tanto se recocija mi corazón de que el altísimo Dios os haya preferido por Madre y dignádose conferiros tan sublime dignidad, que yo escogería más bien ser eternamente atormentada en el infierno, antes que Vos carecierais en lo más leve de tanta gloria y de vuestra celestial dignidad. Y embriagada así de la dulzura de amor estaba privada de sentido y suspensa en éxtasis de contemplación mental.
Aparecióse entonces la Virgen y le dijo: Oye, hija. Yo soy la Reina del cielo, y puesto que tú me amas con tan inmenso amor, te anuncio que irás en peregrinación a la santa ciudad de Jerusalén, cuando fuere voluntad de mi Hijo, y de allí pasarás a Belén, y allí en el mismo paraje te manifestaré cómo di a luz a mi Hijo Jesucristo, porque así fué su voluntad.
Admirable visión que el día de la Purificación tuvo la Santa sobre los dolores y gloria de la Virgen María.
Capítulo 2
Hallándose santa Brígida en Roma en la iglesia llamada de santa María la Mayor el día de la Purificación de la santísima Virgen, fué arrebatada a una visión espiritual, y vió en el cielo que todo se preparaba para una festividad grande, y un templo de extraordinaria hermosura, donde estaba aquel venerable y santo anciano Simeón, preparado a recibir en sus brazos con sumo anhelo y gozo al Niño Jesús.
Veía también la Santa a la bienaventurada Virgen que llevaba con mucho recato, y traía a su Hijo Jesús, para ofrecerlo en el templo según la ley del Señor, y a innumerable muchedumbre de ángeles y diferentes órdenes de santos de Dios y de santas y vírgenes que iban delante de la santísima Virgen Madre de Dios y la acompañaban con gran devoción y alegría, y delante de esta Señora llevaba un ángel una espada larga, muy ancha y llena de sangre, la cual significaba los agudísimos dolores que padeció la Virgen María en la muerte de su amadísimo Hijo, representados en la espada que el santo Simeón profetizó que había de traspasar su alma, por lo que alegrándose toda la corte celestial, le fué dicho a la Santa: Mira cuán grande honra y gloria se da en esta festividad a la Reina del cielo, por la espada de los dolores que sufrió en la Pasión de su amado Hijo. Entonces desapareció la visión.
Aparécese a santa Brígida san Francisco de Asis, y la convida a un banquete espiritual, en el que están simbolizadas las preciosas virtudes del Santo.
Capítulo 3
En la festividad de san Francisco, hallándose la Santa en su iglesia de Roma, Trans Tiberim, se le apareció el Santo y le dijo: Ve a mi aposento para comer y beber a mi mesa. Y oyendo esto santa Brígida, se dispuso para el camino, a fin de visitar al Santo en Asís, donde se detuvo cinco días, y al intentar volverse a Roma, entró en la iglesia, para encomendar a san Francisco a sí y a los suyos. Entonces se le apareció el Santo y le dijo: Bienavenida seas; te convidé para mi aposento, a fin de que comieras y bebieses conmigo.
Ten entendido, sin embargo, que esta casa no es el aposento que te dije, pues mi aposento es la verdadera obediencia que siempre tuve, de modo que nunca consentí estar sin director. Tuve también siempre conmigo un sacerdote a quien humildemente obedecí en todos sus mandatos, y este fué mi aposento. Hazlo tú de igual modo, porque esta es la voluntad de Dios.
Mi comida con que deliciosamente me recreaba, era que con sumo placer separé a mis prójimos de las vanidades de la vida secular, para servir a Dios de todo corazón, y entonces como dulcísimo manjar me tragaba aquel gozo. Mi bebida fué la alegría que tuve, cuando a varios convertidos por mí, los vi amar a Dios con todas sus fuerzas, dedicarse a la contemplación y a la oración, e instruir a otros en la vida cristiana, e imitar la verdadera pobreza. Mira, hija, esta bebida alegraba mi alma de tal suerte, que le hastiaba todo cuanto hay en el mundo. Entra, pues, en este aposento mío come este manjar mío, y bebe conmigo esta bebida. Bébela, para que con Dios seas sustentada por toda la eternidad.
Grandes elogios que Jesucristo nuestro Señor hace de las reliquias, y con cuánto respeto deben venerarse.
Capítulo 4
Hallábase velando en oración santa Brígida, y parecióle que su corazón estaba ardiendo en amor divino y lleno todo de un gozo espiritual, con el que su cuerpo casi estaba sin fuerza alguna. Entonces oyó una voz que le decía: Yo soy el Creador y el Redentor de todos. Sabe, pues, que ese gozo que ahora sientes en tu alma es mi tesoro, pues como está escrito: El Espíritu inspira dondequiere. También oye mi voz, pero ignoras de dónde venga o adónde vaya. Este tesoro lo doy yo a mis amigos en muchos parajes, de muchas maneras, y con muchos bienes.
Pero quiero hablarte de otro tesoro, que todavía no está en los cielos, sino con vosotros en la tierra. Este tesoro son las reliquias y cuerpos de mis amigos, ora estén desechos, ora se conserven intactos, bien se hayan convertido en polvo y ceniza, bien no, pues de todas maneras son mi tesoro. Y podrás preguntarme, que según se dice en la Escritura: Donde está tu tesoro, allí está tu corazón, ¿cómo está mi corazón en ese tesoro, a saber, con las reliquias de los santos? A lo cual te respondo, que el sumo placer de mi corazón consiste en dar premios eternos, según su voluntad, fe y trabajo, a todos los que visiten los lugares de mis santos y honren sus reliquias, esto es, los que han sido glorificados con milagros y canonizados por los Sumos Pontífices. Y de esta suerte mi corazón está con mi tesoro.
Quiero, pues, que tengas por muy cierto que en este paraje hay un preciosísimo tesoro mío, que son las reliquias de mi apóstol santo Tomás, de las cuales, en ninguna parte existen tantas como en ese altar, donde se encuentran incorruptas y sin dividir; pues cuando fué destruída la ciudad en donde primeramente estuvo depositado el cuerpo de este apóstol mío, con mi permiso varios amigos míos trasladaron entonces este tesoro a esta ciudad de Ortona y lo pusieron en ese altar. Mas ahora se halla aquí como oculto, porque los príncipes de este reino eran antes de llegar aquí el cuerpo del Apóstol, según aquello que está escrito: Tienen boca, y no hablarán; tienen ojos, y no verán; oídos, y no oíran; manos, y no palparán; pies, y no andarán.
¿Cómo semejantes hombres dispuestos de tal manera para conmigo, su Dios, podrían dar a ese tesoro la debida honra? Luego, cualquiera que me ama a mí y a mis amigos sobre todas las cosas, queriendo más morir que ofenderme en lo más leve, y teniendo deseo y autoridad de honrarme y de mandar a los demás, este, cualquiera que fuere, exaltará y honrará mi tesoro, a saber, las reliquias de este Apóstol mío, a quien escogí y preferí. Por tanto, debe decirse y predicarse por muy cierto, que así como están en Roma los cuerpos de los apóstoles san Pedro y san Pablo, de la misma manera están en Ortona las reliquias de mi apóstol santo Tomás.
Rogando a santa Brígida un ilustre príncipe que lo encomendase a Dios, la Santa le contesta de parte de la Virgen, dándole una admirable instrucción sobre el modo de perseverar durante su juventud y estudios en la gracia y temor santo de Dios.
Capítulo 5
Dice la santísima Virgen: Gloria y alabanza sea dada a Dios omnipotente, de quien dimanan todas las cosas, muy especialmente por lo que contigo ha hecho en tu edad juvenil, y a cuya gracia debe pedirse que el amor que al Señor tienes vaya cada día en aumento hasta tu muerte.
Hubo un rey poderoso y grande que edificó una casa, en la cual puso a su querida hija, encomendándola a la custodia de cierto hombre, a quien le dijo: Mi hija tiene mortales enemigos, y por consiguiente, debes guardarla con el mayor desvelo. Cuatro son las cosas a que con sumo empeño y continua solicitud estás obligado a observar para este objeto. Es lo primero, que nadie socave los cimientos de la casa; lo segundo, que nadie traspase la altura de los muros; lo tercero, que nadie derribe las paredes de la casa, y lo cuarto, que ningún enemigo entre por las puertas.
Espiritualmente debe entenderse, señor mío, esta parábola que os escribo por amor de Dios, y pongo por testigo al mismo Señor que ve los corazones de todos. Por la casa entiendo tu cuerpo, que el Rey de los cielos formó de la tierra. Por la hija del rey entiendo tu alma, criada por virtud del Altísimo y puesta en tu cuerpo; por el custodio, la razón humana, la cual guardará a tu alma según voluntad del Rey eterno; por los cimientos, la buena, firme y estable voluntad, pues sobre ella deben edificarse todas las buenas obras, para que el alma se defienda perfectamente.
Cuando tu voluntad se halle dispuesta de este modo, para nada querrás vivir sino para seguir la voluntad de Dios y darle toda la honra que te sea posible, así de palabra como de obra, complaciéndole también durante tu vida con tu cuerpo, con tus bienes y con todas tus fuerzas a fin de que puedas devolver a su Criador tu alma, libre de toda impureza de la carne. ¡Con cuánta vigilancia conviene que guardes este cimiento, que es tu voluntad, por medio de su custodio, que es la razón, a fin de que nadie pueda socavarlo con sus maquinaciones en daño del alma!
Por los que se empeñan en socavar ese cimiento, entiendo a los que te dicen: Señor mío, quédate seglar, cásate con una mujer de prendas, noble y rica, para gozar con tus hijos y con tu patrimonio, y no padecer la aflicción de la carne. Otros te dicen tal vez: Si quieres ser clérigo, dedícate a las bellas letras para ser llamado instruido.
Si alguien te quisiere imbuir semejantes ideas, haz que al punto tu costodio, que es la razón, le responda, que más bien quieres sufrir toda la tribulación de la carne, que perder la castidad; y que para honra de Dios, defensa de la fe católica, para fortalecer a los buenos, corregir a los que yerran y ayudar a todos los que necesiten tu consejo y doctrina, quieres dedicarte al estudio de las ciencias; pero que no aspiras sino a tener para el mero sustento de tu cuerpo y los criados indispensables, ni deseas por vanagloria tener nada superfluo en esta vida. Has de decir también, que si la Divina Providencia te colocare en alguna dignidad, deseas disponerlo todo prudentemente en provecho de los prójimos y para honra de Dios. Y de esta suerte el custodio, que es la razón, podrá expeler a los que intentaren socavar el cimiento, el cual es la buena voluntad.
Debe también la razón estar observando constante y cuidadosamente, no sea que alguien traspase la altura de los muros, por la que entiendo el amor de Dios, que es la más sublime de todas las virtudes. Pues has de saber muy de positivo, que nada desea tanto el demonio como saltar sobre ese muro; por lo que continuamente se esfuerza cuanto puede, para que el amor del mundo y de la carne se sobreponga al amor de Dios.
Así, pues, señor mío, siempre que el amor del mundo intentare anteponerse en tu corazón al amor de Dios, ponle al punto al frente tu custodio, que es la razón, la cual le diga, que más bien quieres padecer la aflicción en el alma y la muerte en el cuerpo, que vivir para provocar a ira con palabras u obras a tan benigno Dios; antes al contrario, que en nada estimas tu propia vida, ni tus bienes o riquezas, ni la protección de los parientes o amigos, con tal que puedas complacer enteramente a Dios y honrarlo en todas las cosas; y que prefieres someterte voluntariamente a todas las tribulaciones, más bien que ocasionar a ningún prójimo tuyo, grande o pequeño, cualquier perjuicio, escándalo o aflicción, sino que quieres amar fraternalmente a todos tus prójimos según el precepto del Señor. Si así lo hicieres, demuestras amar a Dios más que a todas las cosas, y a tu prójimo como a ti mismo. Entonces el custodio, que es la razón, puede descansar seguramente, porque ningún émulo de tu alma podrá traspasar la altura de los muros.
Por las paredes entiendo cuatro gozos de la corte celestial, los cuales debe todo hombre desear interiormente con atenta meditación. El primero es, desear fervorosamente y de todo corazón ver al mismo Dios en su eterna gloria y aquellas indefectibles riquezas, que nunca se apartan de quien las ha conseguido: el segundo es, querer incesantemente oir las armoniosas voces de los ángeles, que sin término ni cansancio, de continuo alaban y adoran a Dios: el tercero es, desear alabar a Dios eternamente de toda corazón y con fervoroso anhelo, como lo hacen los mismos ángeles: el cuarto es, disfrutar en el cielo los consuelos sempiternos de los ángeles y de las almas santas.
Y aquí debe advertirse, que así como al hombre que está en su casa, siempre le rodean las paredes adondequiera que se vuelva, igualmente todo el que de día y de noche deseare con sumo empeño esos cuatro gozos, que son: ver a Dios en su gloria, ver a los ángeles que alaban a Dios, alabar al Señor juntamente con ellos, y gozar de sus consuelos; adondequiera que se vuelve, y a cualquier trabajo que se dedique, se conservará siempre ileso entre firmes paredes, de modo, que viviendo en este mundo entre los mismos ángeles, puede decirse que disfruta el trato de Dios. ¡Oh, cuánto desea tu enemigo traspasar esas paredes, arrancar de tu corazón esos consuelos interiores, e inspirarle y enredarlo en otros goces contrarios a tu deseo, los cuales pudieran dañar gravemente a tu alma!
Conviene, pues, que el custodio, que es la razón, observe muy cautelosamente las dos sendas por donde suele venir el enemigo. La primera es el oído, la segunda la vista. Viene por el oído, infundiendo en el corazón los deleites de las canciones profanas y de varios instrumentos que suenan suavemente y los de de las conversaciones inútiles y en elogio de su propia persona, con lo cual, cuanto el hombre se ensalza a sí mismo por la soberbia, otro tanto se aleja más de él Jesucristo. A semejante deleite debe oponerse el custodio, que es la razón, y decir: Así como el demonio aborrece toda humildad que el Espíritu Santo inspira en los corazones de los hombres, igualmente, con el auxilio de Dios, aborrezco yo toda la pompa y soberbia del mundo, que con su pestífera inspiración infunde en los corazones el espíritu maligno, y me será tan odioso ese placer, como el hedor de cadáveres corrompidos, que al sentirlo, se cubre uno las narices sin poderlo resistir.
También por la vista, como por la segunda senda, suele acometer el enemigo para traspasar las referidas paredes, llevando consigo muchísimos instrumentos, como son toda clase de metales ricos dispuestos en diversas joyas y formas, piedras preciosas, magníficos vestidos, suntuosos palacios, quintas, lagos, bosques, viñedos; y toda clase de posesiones de gran lucro. Si todas estas cosas se desean con anhelo, desaparecen las mencionadas paredes, esto es, los gozos celestiales. Conviene, por tanto, que el custodio, que es la razón, antes que semejantes ideas deleiten ni aficionen al corazón, les salga con solicitud al encuentro y les diga: Si llegare a mi poder riqueza alguna de esa especie, la pondré en aquella arca, donde no hay que temer los ladrones ni la polilla, y mediante la gracia del Señor, no ofenderé a mi Dios por desear bienes ajenos, ni de ningún modo por ambicionar las cosas ajenas me apartaré de la compañia de los servidores de Cristo.
Por las puertas de la referida casa entiendo todo lo necesario al cuerpo, lo cual no lo puede rehusar el mismo cuerpo, como es comer, beber, dormir y velar, y aun a veces alegrarse y afligirse. Conviene, pues, que el custodio, el cual es la razón, cuide con solicitud estas puertas, a saber, lo necesario al cuerpo, y que con temor de Dios se oponga a los enemigos siempre y prudentemente, a fin de que no entren en el alma.
Pero de la misma manera que al tomar la comida y la bebida se ha de precaver que no entre el enemigo a causa del exceso, el cual hace perezoso al cuerpo para servir a Dios, igualmente se ha de cuidar, no sea porque por la demasiada abstinencia, que impide al cuerpo hacer nada bien, tenga entrada el enemigo. Advierta también el custodio, que es la razón, no sea que por honra mundana y valimiento de los hombres, ya estando solo con tu familia, ya cuando tuvieres convidados, haya muchos manjares suculentos, sino que atiendas a cada cual por amor de Dios, excluyendo los muchos platos y excesivamente delicados.
Debe también el custodio, esto es, la razón, considerar con atención y vigilancia, que así como han de tomarse moderadamente la comida y la bebida, del mismo modo ha de moderarse el sueño, de tal suerte, que el cuerpo esté bien dispuesto y ligero para emplearse en honra de Dios, y todo el tiempo de la vela se invierta útilmente en los oficios divinos y en trabajos honestos, sin sentir pesadez alguna por causa del sueño.
Mas si acometiere alguna turbación o rencor, el custodio, esto es, la razón, unido con su compañero, que es el temor de Dios, debe acudir al instante, no sea que por ira o impaciencia vengas a carecer de la divina gracia y a provocar gravemente contra ti a Dios. Y si tu corazón se llenase de algún consuelo o alegría, el mismo custodio, que es la razón, debe imprimir en tu corazón más fuertemente el temor de Dios, con el cual, auxiliando la gracia de Jesucristo, moderará aquel consuelo o alegría, según te fuere más conveniente.
Adición.
Hallándose en Nápoles santa Brígida, le fueron revelados muy recónditos secretos del corazón y varias cosas admirables que habían de acontecerle al ilustre joven aludido en esta revelación, el cual era Elziario, hijo de la condesa de Ariano, y que después fué cardenal. Sabedor de semejantes revelaciones el joven, se llenó de asombro y se convirtió a mejor vida.
Ordena el Señor a santa Brígida que por temor a los sarracenos no haga variación en los vestidos, sino que se entregue a su voluntad.
Capítulo 7
Aconsejaron algunos a santa Brígida que a causa de los sarracenos mudara de vestidos y se pusiera ennegrecido el rostro, y acerca de esto le dice Jesucristo: ¿Qué es lo que te han aconsejado? ¿No es que te disfraces los vestidos y ennegrezcas tu rostro? Yo, Dios, que te gobierno, ¿soy acaso como quien ignora lo futuro, ó como el impotente, que de todo se asusta? De ninguna manera. Yo soy la sabiduría misma, el poder mismo, y todo lo tengo previsto y todo lo puedo. Por consiguiente, no hagáis variación en los vestidos ni en el rostro, y entregadme a mí vuestra voluntad. Yo, que conservé pura a Sara entre las manos de los que la tuvieron cautiva, os guardaré a vosotros así en el mar como en la tierra, y miraré por vosotros según os conviene.
Desde la caída de Adán están en oposición, Dios, para que el bombre haga la divina voluntad, y el demonio, para que siga sus diabólicos deseos.
Capítulo 8
Yo soy Dios Creador de todas las cosas, dice el Señor a la Santa. Yo concedí el libre albedrío a los ángeles y a los hombres, a fin de que los que quisieran hacer mi voluntad permaneciesen eternamente conmigo, y los que opinasen lo contrario, fueran separados de mí; y por esto algunos ángeles se hicieron demonios, porque no quisieron amarme ni obedecerme. Después que crié al hombre, viendo el demonio el amor que yo a este hombre le tenía, no solamente se hizo enemigo mío, sino que movió guerra contra mí, incitando a Adán a que desobedeciera mis mandamientos, y entonces por mi justicia y permitiéndolo y prevaleció el demonio, y desde aquel tiempo discordamos y estamos en oposición yo y el demonio, porque yo quiero que el hombre viva para hacer mi voluntad, y el demonio se empeña en que el hombre siga sus diabólicos deseos.
Así, pues, desde el instante en que con la sangre de mi corazón abrí el cielo, quedó privado el demonio de la justicia que parecía tener, y las almas que eran dignas, fueron salvas y libres. Entonces también se estableció la ley, para que fuese muy fácil al hombre seguirme a mí, su Dios, a fin de alcanzar la corona perpetua; mas si siguiera los deseos del demonio, sufrirá el suplicio sempiterno. De esta suerte luchamos yo y el demonio, buscando las almas como los esposos a sus esposas. Yo deseo las almas para darles el gozo y la honra eterna, y el demonio las quiere para darles el eterno horror y tormento.
Favorable sentencia dada por Jesucristo a Carlos, hijo de santa Brígida, por quien abogaban en el juicio de Dios su ángel de guarda y la santísima Virgen, y contra quien el demonio oponía gravísimos cargos. Léase con devoción.
Capítulo 9
Voy a manifestarte, dice a santa Brígida la santísima Virgen, lo que hice con el alma de tu hijo Carlos cuando se apartaba del cuerpo. Hijo lo que una mujer al asistir a otra que está de parto, que la ayuda a fin de que no muera en el parto ni el niño sea ahogado al nacer, y cuida además de que no puedan matar al niño los enemigos de éste que existen en la misma casa. De igual modo obré yo, pues estuvo junto a tu hijo Carlos desde antes de expirar, a fin de que no tuviese en su memoria el amor carnal, de suerte que por él pensara o hablase algo contrario a Dios, ni omitiese algo agradable al Señor, ni en menoscabo de su alma quisiera de modo alguno hacer algo que pudiera ser contrario a la voluntad divina. También en el duro trance de salir del cuerpo su alma lo ayudé, a fin de que no padeciese tan grave pena al morir, que por ella pudiera hacerse inconstante, desesperando en algún modo, y para que en la muerte no se olvidase de Dios.
Igualmente custodié su alma de tal manera de sus mortales enemigos, esto es, de los demonios, que ninguno de ellos pudiera tocarla, sino que al punto que salió del cuerpo, la recibí bajo mi custodia y defensa; de tal modo que al instante echó a huir y se retiró la gran turba de demonios, que por su malicia deseaban tragársela y atormentarla eternamente. Pero cómo después del fallecimiento de tu hijo Carlos fué juzgada su alma, se te manifestará del todo cuando de mi agrado fuere.
SEGUNDA REVELACIÓN SOBRE LA MISMA MATERIA.
A los pocos días aparecióse la bienaventurada Virgen a santa Brígida, que velaba en oración, y le dijo: Ya por la bondad de Dios te es lícito ver y oir cómo tuvo lugar el juicio de la referida alma; y lo que entonces aconteció en un momento delante de la incomprensible majestad de Dios, se te manifestará detenidamente con intervalos y semejanzas corporales, para que tu entendimiento pueda comprenderlo.
En aquella misma hora, arrebatada en espíritu santa Brígida, se halló en un grande y hermoso palacio y vió a nuestro Señor Jesucristo sentado en un trono como Emperador coronado, acompañado de un ejercitó de infinito número de ángeles y santos, y junto a El veíase a su dignísima Madre, que estaba de pie y atendiendo mucho al juicio de que se trataba. Delante del Juez veíase también cierta alma que estaba con gran miedo y terror, desnuda como un niño recién nacido y caso del todo ciega, de modo que nada veía en su conciencia, aunque entendía lo que se hablaba y hacía en el palacio.
Al lado derecho del Juez y junto al alma estaba un ángel, y a la izquierda un demonio, pero ninguno de ellos palpaba o tocaba el alma. Entonces rompió el silencio el demonio y dijo: Oye, poderosísimo Juez. Me querello en tu presencia de que una mujer que es al mismo tiempo Señora mía y Madre tuya, y a la cual amas tanto, que la has hecho poderoso en el cielo y en la tierra, y sobre nosotros los demonios infernales, haya hecho conmigo una injusticia tocante a esta alma que se halla presente. Porque según justicia, así que esa alma salió del cuerpo, debí apoderarme de ella y presentarla ante tu juicio en mi compañia. Pero justo Juez, esa mujer, Madre tuya, cogiéndola en sus manos casi aun antes que saliese del cuerpo del hombre, la presentó a tu juicio protegida por su robusta tutela.
Entonces respondió la Virgen María, Madre de Dios: Oye mi respuesta, enemigo de todo bien; cuando fuiste creado, conocías esa justicia que existía en Dios desde la eternidad y sin principio; tuviste también el libre albedrío para hacer lo que más te agradara, y aunque escogiste aborrecer a Dios más bien que amarlo, no por eso dejas de comprender bien lo que con arreglo a justicia deba hacerse.
Te digo, pues, que a mí más bien que a ti me correspondía presentar esta alma ante Dios, verdadero Juez; porque mientras esta alma estuvo en el cuerpo, me amó mucho, recapacitando con mucha frecuencia en su mente, que Dios se dignó escogerme por Madre suya, y quiso exaltarme en sublime grado sobre todas las cosas criadas; y por esto empezó esa alma a amar a Dios con tanto amor, que en su corazón decía así: Me alegro tanto de que Dios ame sobre todas las cosas a la Virgen María su Madre, que no hay en el mundo criatura alguna ni placer corporal que recibiera yo en trueque de este gozo, y aun lo preferiría a todos los deleites de la tierra; y si posible fuera que en el más leve ápice pudiera descender de la dignidad en que se halla colocada por Dios, a trueque de que no fuese así, más bien elegiría yo ser atormentado eternamente en lo profundo del infierno.
Por tanto, sean dadas a Dios infinitas acciones de gracia y gloria sempiterna, por esa bendita gracia e inmensa gloria que ha dado a sus dignísima Madre. Mira ahora, oh demonio, con qué voluntad murió éste, y qué te parece, si era más justo que antes del juicio de Dios estuviese bajo mi custodía su alma, o cayera en tus manos para que la atormentases sin piedad.
Y respondió el demonio: No tengo derecho alguno, para que antes del juicio caiga en mis manos esa alma que te ama a ti más que a sí misma. Pero aunque en rigor de justicia le hiciste sea gracia antes del juicio, con todo, sus obras la condenarán para ser castigada por mis manos. Y ahora, oh temible Reina, te pregunto, por qué antes de salir el alma nos expulsaste de la presencia de su cuerpo a todos nosotros, de tal suerte, que ninguno podíamos ocasionarle ningún terror, ni infundirle el menor miedo. Esto lo hice yo, respondió la Virgen María, por ese ardiente amor que a mi cuerpo tuvo, y por ese gozo que sentía, porque yo fuera la Madre de Dios. Por tanto, alcancé de mi Hijo la gracia de que ningún espíritu maligno se acercara a él, dondequiera que estuviese, y aun donde ahora está.
Hablaba después al Juez el demonio y le decía: Sé que eres el mismo poder y justicia, y que no haces injusticia al demonio más bien que al ángel. Adjudícame esta alma, pues en la sabiduría que tuve cuando me creaste, he escrito todos los pecados de ella, y los he conservado en la malicia que tuve, cuando caí del cielo. Porque al llegar esta alma a tener uso de razón y a comprender bien que era pecado lo que hacía, su propia voluntad lo impelía más a vivir en medio de la soberbia del mundo y de los placeres de la carne, que a resistir a estos vicios.
A lo que respondió el ángel bueno: Tan luego como la madre supo que la voluntad de este se inclinaba al pecado, le auxilió con obras de misericordia y con largas oraciones, para que Dios no se apartase de él y se dignara compadecerlo. Por estas obras de su madre alcanzó el temor de Dios, de modo que siempre que caía en pecado, al punto se daba prisa para confesarse. Me conviene referir sus pecados, dijo el demonio. Y queriendo dar principio, en seguida comenzó a quejarse, a dar voces y escudriñar diligentemente en sí mismo en la cabeza y demás miembros lo que creía tener, y todo trémulo y muy turbado dijo: ¡Desgraciado de mí, cómo he perdido mi largo trabajo! Pues no solamente se ha olvidado y desaparecido el texto, sino que también se ha quemado la materia entera, en que todos sus pecados estuvieron escritos. La materia significa los tiempos en que pecó; de los cuales no me acuerdo mejor que de los pecados en ellos escritos.
Y respondió el ángel: Esto lo hicieron las lágrimas, largos trabajos y muchas oraciones de su madre, de suerte, que compadecido Dios de esas plegarias, concedió al hijo la gracia de que por cada pecado que había cometido, alcanzara contrición, haciendo una confesión humilde con amor de Dios y por esta causa están puestos en olvido y borrados de tu memoria esos pecados. A lo cual replicó el demonio, afirmando tener todavía un saco lleno de esas escrituras con que el referido caballero se había propuesto enmendar sus pecados, mas no lo hizo. Por consiguiente, añadió el demonio, tengo precisión de atormentarlo hasta que con la pena fueren satisfechos los pecados que ese caballero no cuidó enmendar en su vida. Y contestó el ángel: Abre el saco y pide el juicio acerca de esos pecados, por los cuales tienes que castigar a esta alma.
Dicho esto, comenzó el demonio a dar voces como un loco y a decir: Me han despojado de mi mismo poder, porque no solamente me han quitado el saco, sino también lo que en él se contenía: este saco era la pereza, en el cual puse todas las causas por las que debía yo castigarlo, pues por pereza omitió muchas obras buenas. Y respondió el ángel: te despojaron las lágrimas de su madre, y rompieron el saco y destruyeron lo escrito; tan agradables a Dios fueron estas lágrimas.
Y dijo el demonio: Todavía tengo aquí algo que presentar, que son sus pecados veniales. A lo que respondió el ángel: Tuvo propósito de salir de su patria, dejar bienes y amigos y visitar los santos lugares con muchos trabajos, y lo cumplió esto, preparándose de tal suerte, que la Santa Iglesia le concediese la indulgencia, pues por la enmienda deseaba él aplacar a Dios su Creador. Por consiguiente, se le han perdonado todas esas causas que dijiste tener escritas.
Todavía debo castigarlo, respondió el demonio, por todos los pecados veniales que cometió y que no borró con las indulgencias: son muchos millares, y todos los tengo escritos en mi lengua. Y dijo el ángel: Saca tu lengua y enseña lo escrito. Con grandes voces y lamentos y como un loco dijo el demonio: ¡Ay de mí!, no tengo que decir ni una palabra, porque me han arrancado de raíz la lengua. Lo ha hecho eso su madre con sus continuas oraciones y trabajos, dijo el ángel, porque de todo corazón amó el alma de su hijo. Por la caridad que la madre tuvo, fué voluntad de Dios que el alma se doliese, y perdonarle todos los pecados veniales que cometió desde su infancia; por eso tu lengua aparece privada de fuerzas.
Y replicó el demonio: Todavía tengo muy guardada en mi corazón una cosa que nadie puede destruir, y es que adquirió algo con injusticia, sin cuidarse de devolverlo. Por todo esto, dijo el ángel, satisfazo su madre con limosnas, oraciones y obras de misericordia, de suerte que se inclinó a la misericordia el rigor de la justicia, y Dios le dió al hijo firme propósito de satisfacer completamente con sus cortos bienes y según sus medios a todos aquellos a quienes había quitado algo injustamente. El Señor aceptó este propósito como si fuera obra, porque el hijo no podía vivir más tiempo. Ahora sus herederos deben satisfacer según puedan.
Si no tengo poder de castigarlo por sus pecados, dijo el demonio, deberé castigarlo, porque no se ejercitó en buenas obras y virtudes, cuando según su naturaleza tuvo completo uso de razón y cuerpo sano. Pues las virtudes y buenas obras son los tesoros que deberia llevar consigo para ese reino, que es el glorioso reino de Dios. Deja, por consiguiente, que supla yo con penas lo que le faltó en obras virtuosas.
Y respondió el ángel: Escrito está que al que pida se le dará, y al que llame con perseverancia se le abrirá. Oye tú, enemigo. Con súplicas a Dios y con obras de piedad estuvo su madre llamando en favor de él constantemente a la puerta de la misericordia durante más de treinta años, vertiendo muchos millares de lágrimas, para que Dios se dignase enviar el Espíritu Santo al corazón del hijo, de modo que éste ofreciera de buena voluntad al servicio del Señor sus bienes, su cuerpo y su alma. Y así lo concedió el Señor; pues este caballero se hizo tan fervoroso, que para nada quería vivir, sino para hacer la voluntad de Dios.
El Señor, rogado durante mucho tiempo, infundió en su corazón el fruto bendito, la bienaventurada Virgen, Madre de Dios, le dió con su virtud lo que le faltaba de armas espirituales y vestiduras correspondientes a los caballeros que deben entrar en el cielo para presentarse al Supremo Emperador; y también los santos de la corte celestial, a quienes este amó mientras vivía, le aumentaron algún consuelo con sus méritos.
De esta suerte fué reuniendo un tesoro, como esos peregrinos que diariamente truecan por las riquezas eternas los bienes perecederos; y por haberlo hecho así, alcanzará gozo y honra perpetua, en especial por el ardiente deseo que tuvo de ir en peregrinación a la santa ciudad de Jerusalén, y por haber deseado mucho exponer su vida peleando voluntariamente, a fin de someter la tierra santa al dominio de los cristianos, para que fuese respetado con la debida reverencia el glorioso sepulcro del Señor; pero todo esto era con tal que hubiera este caballero estado en disposición de acometer tamaña empresa. Por tanto, tú, demonio, ninguna justicia tienes para suplir lo que él personalmente no llevó a cabo.
Y respondió el demonio: Todavía le falta la corona. Pues si yo pudiese maquinar algo en perjuicio suyo, lo haría de buena gana. Muy cierto es, dijo el ángel, que todos los que se vencieran a sí mismos, arrepintiéndose verdaderamente de sus pecados y conformándose de buena gana con la voluntad divina, y amando a Dios con todo su corazón, alcanzarán la gracia del Señor. Quiere también este mismo Señor darles una parte de la corona triunfal de su bendito Cuerpo hecho hombre, con tal que se hallen purgados según recta justicia. Por tanto, oh demonio, de ninguna manera te pertenece hacer nada para su corona.
Al oir esto el demonio, dió con impaciencia fuertes rugidos, y dijo: ¡Ay de mí, que me han quitado toda mi memoria! Ya no recuerdo en qué ese caballero siguió mi voluntad, y lo más extraño es que hasta he olvidado el nombre que tenía mientras vivió. Sabe, respondió el ángel, que ahora en el cielo se llama el hijo de lágrimas. Entonces en voz alta dijo el demonio: ¡Cuán maldita es su sucia madre, que tuvo tan enorme vientre, que cupo en él tanta agua y todo estuvo lleno con humores de lágrimas! ¡Maldita sea ella por mí y por toda mi compañía! Y respondió el ángel: Tu maldición es honra de Dios, y bendición de todos sus amigos.
Habló entonces Jesucristo Juez y dijo: Apártate tú, enemigo diablo. Después dijo al alma: Ven tú, escogido mío. Al punto huyó el demonio. Y al ver esto santa Brígida, dijo: ¡Oh eterna e incomprensible virtud, vos que sois el mismo Dios y Señor nuestro Jesucristo! Vos infundís en los corazones todos los buenos pensamientos, oraciones y lágrimas; vos ocultáis vuestros generosos dones, distribuyendo con ellos eternamente los premios de la gloria: déseos, pues, honra, rendido homenaje y acción de gracias, por todas las cosas que habéis criado. ¡Oh dulcísimo Dios mío! Vos me sois amadísimo, y mucho más querido para mí, que mi cuerpo y mi alma.
Entonces dijo también a la Santa el ángel: Debes saber que no te ha mostrado Dios esta visión únicamente para consuelo tuyo, sino también para que los amigos de Dios comprendan lo mucho que el Señor se digna hacer por las oraciones, lágrimas y trabajos de sus amigos, que caritativamente oran y trabajan en favor de otros con perseverancia y buena voluntad. Has de saber igualmente, que ese hijo tuyo no habría alcanzado semejante gracia, sino porque desde su niñez tuvo deseo de amar a Dios y a sus amigos, y de enmendarse de buena voluntad, cuando cayese en pecado.
En esta notable revelación amenaza Jesucristo con muy graves penas a los habitantes de Chipre, si no obedecen las amonestaciones que les ha hecho.
Capítulo 10
A cierta persona que se hallaba en vela y orando, acontecióle que como estuviese suspensa en éxtasis de contemplación, vióse arrebatada en espíritu a un palacio de incomprensible grandeza y de inexplicable hermosura. Parecióle también estar allí nuestro Señor Jesucristo sentado entre sus santos en un sillón de imperial majestad, y abriendo su bendita boca, dijo lo que sigue: Yo soy el mismo supremo amor, pues todo lo que desde la eternidad tengo hecho, lo hice por amor, e igualmente todo lo que hago y he de hacer, todo dimana de mi amor.
Porque el amor es ahora en mí tan incomprensible e intenso como lo era en tiempo de mi Pasión, cuando con mi muerte por excesivo amor liberté del infierno a todos los escogidos que eran dignos de este amor y libertad; y si aun fuera posible, que muriera yo tantas veces cuantas son las almas que hay en el infierno, de modo que por cada una de ellas sufriese una muerte igual a la que entonces padecí por todos, todavía mi cuerpo estaría preparado a sufrir todo esto con alegre voluntad y con perfectísimo amor. Pero ya es imposible que mi cuerpo pueda volver a morir, ni a padecer pena o tribulación alguna.
Igualmente es imposible que ninguna alma que estuviese condenada en el infierno salga de allí jamás, ni goce el celestial júbilo que con la vista de mi Cuerpo glorioso gozan mis santos y escogidos; sino que sufrirán con muerte eterna las penas del infierno, por no haber querido disfrutar del beneficio de mi muerte y Pasión, ni tampoco quisieron seguir mi voluntad, mientras vivían en el mundo. Además, puesto que de las ofensas hechas a mí nadie es juez sino yo mismo, y por esta misma razón el amor que siempre tuve a los hombres clama ante mi justicia, así, pues, corresponde a esta misma justicia decidir el asunto según mi voluntad.
Quéjome ahora de los habitantes del reino de Chipre, como si fueran un solo hombre. Pero no me quejo de mis amigos que allí moran,, los cuales me aman de todo corazón, y siguen en todo mi voluntad; sino en tono de queja hablo como a una sola persona a todos aquellos que me desprecian, que se oponen siempre a mi voluntad y que son muy enemigos míos; y por tanto, principio ahora a hablar a todos ellos, como si fueran uno solo.
Pueblo de Chipre, enemigo mío, escucha y atiende con cuidado lo que te digo. Te he amado como el padre a su único hijo, a quien desea ensalzar a la mayor honra. Te proporcioné una tierra en la que tenías abundantemente todo lo necesario para el sustento de tu cuerpo. Te envié el calor y la luz del Espíritu Santo, para que entendieses la recta fe cristiana a que te obligaste fielmente, así como te sometiste humildemente a las sagradas constituciones y a la obediencia de la santa Iglesia.
Te coloqué también en un paraje muy adecuado para el buen servidor, como es entre mis enemigos, a fin de que por tus trabajos en la tierra y por la lucha corporal de las batallas alcanzases más preciosa corona en mi celestial reino. Te llevé, igualmente, por mucho tiempo en mi Corazón, esto es, en el amor de mi divinidad, y como a la pupila del ojo te guardé en todas tus afliciones y adversidades. Y mientras observaste mis preceptos, y guardaste fielmente la obediencia y constituciones de la santa Iglesia, positivamente fueron a mi reino celestial infinitas almas del reino de Chipre, para gozar perennemente conmigo eterna gloria.
Mas porque ahora haces tu propia voluntad y todo lo que deleita tu corazón, sin temerme a mí que soy tu Juez, ni amarme que soy tu Creador, quien también te redimí con durísima muerte, y me arrojaste de tu boca como cosa insípida y fétida, y porque también pusiste al demonio junto a tu alma en el aposento de tu corazón, y me expulsaste a mí de allí como a un ladrón y salteador y ni te avergüenzas de pecar a mi vista, obrando como los animales irracionales al seguir su instinto; por esto es digna justicia y justa sentencia que seas expulsado de entre mis amigos y colocado perpetuamente en el infierno en medio de mis enemigos.
Y has de saber positivamente, que mi Padre que está en mí, y yo en El, y el Espíritu Santo en los dos, da testimonio de que nunca salió de mis labios sino la verdad; por lo cual has de saber verdaderamente, que todo el que se hallare dispuesto como tú lo estás ahora, y no quisiere enmendarse, irá su alma por el mismo camino por donde fueron Lucifer por su soberbia, y Judas que me vendió por codicia, y Zambri a quien Fines mató por su lujuria, pues pecó con una mujer contra mi precepto, y por tanto, después de su muerte fué su alma condenada al infierno.
Te anuncio, pues, pueblo de Chipre, que si no quisieres corregirte y enmendarte, destruiré en todo el reino tu raza y descendencia de tal suerte, que no perdonaré pobre ni rico, y acabaré con tu linaje de tal modo, que en breve tiempo se borrará de los corazones de los hombres tu memoria, como si nunca hubiérais existido en este mundo. Después será mi voluntad poner en este reino de Chipre nuevas plantas que cumplan mis preceptos y me amen de todo corazón.
Pero has de tener por cierto, que a cualquiera de vosotros que quisiere corregirse y enmendarse, y volverse humildemente a mí, le saldré con alegría al encuentro, llevándolo en mis hombros como buen pastor y volviéndolo a poner en mi aprisco. Por mis hombros entiendo que el que se enmendare será participante del beneficio de mi Pasión y muerte, que sufrí en mi cuerpo y en mis hombros, y compartirá conmigo el consuelo eterno en el reino de los cielos.
Habéis de saber también que vosotros, enemigos míos que habitáis en ese reino, no érais dignos de que se os enviase esta visión o revelación mía Divina. Pero hay en el mismo reino varios amigos míos, los cuales me sirven fielmente y me aman de todo corazón, y me han movido con sus penitencias, lágrimas y oraciones, a fin de que por esta revelación mía os hiciera entender el grave peligro de vuestras almas; porque a algunos de esos amigos míos les manifesté de un modo Divino las innumerables almas de dicho reino de Chipre que son excluidas de la gloria celestial y condenadas eternamente a la muerte del infierno.
Todas las palabras dichas las dirijo a esos cristianos latinos sujetos a la obedicencia de la Iglesia de Roma, los cuales me prometieron en el bautismo la recta fe católica romana, y se han apartado de mí con obras contrarias a mis mandatos. Mas los griegos que saben que conviene que todos los cristianos tengan solamente una fe cristiana católica y obedecer únicamente a una Iglesia, que es la de Roma, y tener por superior como pastor espiritual un solo Vicario mío general en el mundo, cual es el Sumo Pontífice romano, y a pesar de todo no quieren someterse espiritualmente, ni sujetarse con humildad a la Iglesia de Roma y a mi Vicario, a causa de su pertinaz soberbia, de su ambición, de su lujuria, o por cualquier otro motivo mundano, indignos son de alcanzar después de su muerte mi perdón y misericordia.
Pero otros griegos que lo desearían mucho más, no pueden tener conocimiento de la fe católica romana, y no obstante, si la conociesen y pudieran, la abrazarían con fervor y buena voluntad, y se someterían humildemente a la Iglesia de Roma, y además, según sus conciencias en el estado y fe en que se hallan, se abstienen de pecar y viven piadosamente; a estos tales se les debe mi misericordia, cuando fueren llamados a mi juicio.
Tengan también entendido los griegos, que su imperio y reinos o dominios, nunca estarán seguros ni en tranquila paz, sino que siempre vivirán sometidos a sus enemigos, de quienes continuamente recibirián gravísimos daños y miserias muy prolongadas, hasta que con verdadera humildad y amor de Dios se sometan fervorosamente a la Iglesia y fe de Roma, conformándose en un todo con los sagradas constituciones y ritos de la misma Iglesia.
Después de vistas y oídas en espíritu estas cosas de la manera que se ha referido, desapareció la visión, y quedó orando la mencionada persona, suspensa con sumo pavor y admíración.
Jesucristo encomia la religión de los franciscanos.
Capítulo 11
Infinita acción de gracias y rendido homenaje, honra y alabanza sean dadas a Dios en su poder y majestad eterna, el cual es un solo Dios en tres personas, a cuya inmensa bondad agradó que su dignísima humanidad hablara a una persona que estaba en oración, y le dijese así: Oye tú, a quien es dado oir y ver espiritualmente, conserva con cuidado en tu memoria estas palabras mías.
Hubo un hombre llamdo Francisco, que cuando se apartó de la soberbia y ambición del mundo y del vicioso deleite de la carne para emprender la vida espiritual de perfección y penitencia, obtuvo verdadera contrición de todos sus pecados y perfecto deseo de enmendarse, diciendo: Nada hay en el mundo que no quiera yo dejar de buena gana por amor y honra de mi Señor Jesucristo; ni nada tampoco hay tan duro en esta vida, que no quiera yo sufrir de buena voluntad por amor suyo, trabajando por su honra todo lo que pudiere según mis fuerzas de cuerpo y alma, y a todos cuantos yo pueda, quiero también estimularlos a lo mismo, y darles ánimo, para que de todo corazón amen a Dios sobre todas las cosas.
La regla que comenzó a observar este amigo mío Francisco, no fué dictada ni compuesta por su humano entendimiento y prudencia, sino por mí, según mi voluntad, de modo que cada palabra escrita en ella le fué inspirada por mi espíritu, y después él mismo presentó y comunicó a otros aquella regla. Igualmente acontece con las demás reglas que establecieron otros amigos míos, y las guardaron y observaron ellos mismos, y las enseñaron con esmero y las propagaron a otros, las cuales no fueron dictadas ni compuestas por el entendimiento y humana sabiduría de ellos, sino por inspiración del mismo Espíritu Santo.
Muy tierna revelación en la que la Virgen María describe a santa Brígida el nacimiento de su divino Hijo en Belén.
Capítulo 12
Estaba yo en Belén, dice la Santa, junto al pesebre del Señor, y vi una Virgen encinta muy hermosa, vestida con un manto blanco y una túnica delgada, que estaba ya próxima a dar a luz. Había allí con ella un rectadísimo anciano, y los dos tenían un buey y un asno, los que después de entrar en la cueva, los ató al pesebre aquel anciano, y salió fuera y trajo a la Virgen una cadela encendida, la fijó en la pared y se salió fuera para no estar presente al parto.
La Virgen se descalzó, se quitó el manto blanco con que estaba cubierta y el velo que en la cabeza llevaba, y los puso a su lado, quedándose solamente con la túnica puesta y los cabellos tendidos por la espalda, hermosos como el oro. Sacó en seguida dos paños de lino y otros dos de lana muy limpios y finos, que consigo llevaba para envolver al Niño que había de nacer, y sacó otros dos pañitos del lienzo para cubrirle y abrigarle la cabeza al mismo Niño, y todos los puso a su lado para valerse de ellos a su debido tiempo.
Hallábase todo preparado de este modo, cuando se arrodilló con gran reverencia la Virgen y se puso a orar con la espalda vuelta hacia el pesebre y la cara levantada al cielo hacia el oriente. Alzadas las manos y fijos los ojos en el cielo, hallábase como suspensa en éxtasis de contemplación y embriagada con la dulzura divina; y estando así la Virgen en oración, vi moverse al que yacía en su vientre, y en un abrir y cerrar los ojos dió a luz a su Hijo, del cual salía tan inefable luz y tanto esplendor, que no podía compararse con el sol, ni la luz aquella que había puesto el anciano daba claridad alguna, porque aquel esplendor divino ofuscaba completamente el esplendor material de toda otra luz.
Al punto vi a aquel glorioso Niño que estaba en la tierra desnudo y muy resplandeciente, cuyas carnes estaban limpísimas y sin la menor suciedad e inmundicia. Oí también entonces los cánticos de los ángeles de admirable suavidad y de gran dulzura.
Así que la Virgen conoció que había nacido el Salvador, inclinó al instante la cabeza, y juntando las manos adoró al Niño con sumo decoro y reverencia, y le dijo: Bien venido seas, mi Dios, mi Señor y mi Hijo. Entonces llorando el Niño y trémulo con el frío y con la dureza del pavimento donde estaba, se revolvía un poco y extendía los bracitos, procurando encontrar el refrigerio y apoyo de la Madre, la cual en seguida lo tómo en sus manos y lo estrechó contra su pecho, y con su mejilla y pecho lo calentaba con suma y tierna compasión; y sentándose en el suelo puso al Hijo en su regazo, y comenzó a envolverlo cuidadosamente, primero en los paños de lino, y después en los de lana, y sujetando el cuerpecito, piernas y brazos con la faja, que por cuatro partes estaba cosida en el paño de lana que quedaba encima. Puso después en la cabeza del Niño y los dejó atados aquellos dos pañitos de lino que para esto llevaba. Después de todo entró el anciano, y postrándose en tierra delante del Niño, lo adoró de rodillas y lloraba de alegría.
La Virgen no tuvo mudado el color durante el parto, ni sintió dolencia alguna, ni le faltó nada la fuerza corporal, según suele acontecer con las demás mujeres, sino que permaneció como embriagada de amor; y en este deliciosísimo arrobamiento quedó, sin darse cuenta, en el mismo estado de conformación de su cuerpo, en que se hallaba antes de llevar en su purísimo seno al Hijo que acababa de nacer. Levantóse en seguida la Virgen, llévando en sus brazos al Niño, y ambos, esto es, ella y José, lo pusieron en el pesebre, e hincados de rodillas, lo adoraban con inmensa alegría y gozo.
Revelación hecha también en Belén a la Santa sobre el mismo nacimiento del Señor.
Capítulo 13
Por segunda vez se me apareció después la Virgen María en el mismo paraje, y me dijo: Hija mía, mucho tiempo hace que te había prometido en Roma, que te manifestaría aquí la manera cómo fué mi parto. Y aunque sobre el mismo particular te mostré algo en Nápoles, esto es, cómo estaba yo cuando di a luz a mi Hijo, has de tener sin embargo por muy cierto, que estuve como ahora has visto, dobladas las rodillas y orando sola en el establo.
Lo di, pues, a luz con tanto gozo y alegría de mi alma, que cuando salió él de mi cuerpo no sentí molestia ni dolor alguno. Y al ver esto José, se maravilló con sumo gozo y alegría; y como la gran muchedumbre de gente que a Belén había acudido estaba ocupada en distribuirse, atendía a esto sólo, y no podían divulgarse entre ella las maravillas de Dios. Pero has de tener por cierto, que aun cuando algunos malos hombres según su humano sentir, se empeñen en afirmar que mi Hijo nació del modo común, la verdad, sin la menor duda, es que nació como ahora te he dicho, y como tú acabas de ver.
Prosigue la muy dulce historia del nacimiento del Salvador, y cómo la adoraron los pastores.
Capítulo 14
Vi también en el mismo paraje, dice santa Brígida, mientras la Virgen María y san José estaban en el pesebre adorando al Niño, que los pastores y guardas de los ganados vinieron entonces a ver y adorar el recién nacido. Y habiéndolo visto, lo adoraron al punto con gran júbilo y reverencia, y volviéronse después alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído.
Sigue la misma dulcísima historia con la adoración de los Reyes.
Capítulo 15
También me dijo la misma Madre del Señor: Has de saber, hija mía, que cuando vinieron al pesebre los tres reyes Magos para adorar a mi Hijo, ya yo sabía con anticipación su venida; y cuando entraron y lo adoraron, saltó de gozo mi Hijo, y con esta alegría tenía el semblante más alegre. Yo también estaba muy contenta y me alegraba en mi alma con admirable gozo de júbilo, observando todas las palabras y acciones, y conservándolas y meditándolas en mi corazón.
La santísima Virgen dice a santa Brígida cuánto la Señora y su divino Hijo eran humildes mientras vivían sobre la tierra, y se digna añadirle que no son menos humildes y apacibles ahora que están en el cíelo. Es revelación que llena el alma de consuelo y confianza.
Capítulo 16
La misma humildad, dice la Virgen a la Santa, tiene ahora mi Hijo, sentado a la diestra de su divino Padre, que tuvo cuando se hallaba reclinado en el pesebre y estaba entre dos animales; y aunque todo lo sabía según la divinidad, nada hablaba sin embargo según la humanidad. Igualmente ahora que está sentado a la diestra del Padre, oye a todos los que con amor le hablan, y les responde por medio de las inspiraciones del Espíritu Santo, a unos con palabras y pensamientos, a otros les habla como de boca a boca, según la place.
De la misma manera yo, su Madre, soy ahora tan humilde en mi cuerpo, que está sublimado sobre todas las cosas criadas, como lo fuí entonces cuando me desposé con José. No obstante, has de saber por muy cierto, que José antes de desposarse conmigo comprendió por el Espíritu Santo, que yo había ofrecido a Dios mi virginidad y ser inmaculada en pensamientos, palabras y obras, y se desposó conmigo con intención de servirme, teniéndome por señora más que por esposa.
Yo también supe de positivo por el Espíritu Santo, que había de permanecer ilesa mi perpetua virginidad, aunque por oculta disposición de Dios me desposaba con un varón. Mas después que di mi consentimiento al mensajero de Dios, viéndome José encinta por virtud del Espíritu Santo, se asustó mucho, no porque sospechara de mí nada malo, sino que acordándose de los dichos de los Profetas, que anunciaban que el Hijo de Dios nacería de una Virgen, se consideraba él indigno de servir a semejante Madre, hasta que el ángel le mandó en sueños que no temiese, sino que con amor me sirviera.
En cuanto a las riquezas, José y yo no nos reservamos nada, sino lo necesario para la vida, en honra de Dios, y lo demás lo dimos por amor del Señor. Al acercarse la hora del nacimiento de mi Hijo, del cual tuve perfecto conocimiento, fuí a Belén, según lo tenía Dios dispuesto, llevando conmigo una envoltura muy limpia de paños para mi Hijo, los que nunca había nadie usado antes, y en los cuales lo envolví, cuando nació de mí con tanta pureza. Y aunque desde la eternidad me hallaba predestinada para colocarme en sublimísimo asiento y dignidad sobre todas las criaturas y sobre todos los hombres, sin embargo, por mi humildad no me desdeñaba de preparar y servir lo que era necesario para José y para mí misma.
También mi Hijo se hallaba igualmente sometido a José y a mí. Y como yo en el mundo fuí humilde y conocida solamente de Dios y de José, de la misma manera soy ahora humilde sentada en sublimísimo trono, y dispuesta a presentar a Dios las oraciones razonables de todos los fieles. Pero a unos les respondo por medio de inspiraciones divinas, y a otros les hablo de un modo más secreto, según es voluntad de Dios.
La santísima Virgen se aparece a santa Brígida, y le habla de su gloriosa Asunción.
Capítulo 17
Como estuviese yo en el valle de Josafat, orando junto al sepulcro de la gloriosa Virgen María, se me aparaeció la misma Virgen, brillando con sumo esplendor, y me dijo: Oye hija: después que subió mi Hijo al cielo, viví en el mundo quince años y todo el tiempo más que hay desde la festividad de la Ascensión de mi Hijo hasta mi muerte, y entonces estuve difunta en este sepulcro por espacio de algunos días, y después fuí llevada al cielo con infinita honra y gozo. Mas los vestidos con que fuí enterrada quedaron en este sepulcro, y fuí revestida con vestiduras como las que tiene vestidas mi Hijo y Señor mío Jesucristo. Has de saber también que en el cielo no hay ningún cuerpo humano, sino el glorioso cuerpo de mi Hijo y mi cuerpo.
Volveos ya vosotros a tierra de cristianos, enmendad vuestras vidas cada vez más, y vivid com sumo recato y devoción; pues ya habéis visitado estos santos lugares donde mi Hijo y yo vivimos corporalmente, morimos y fuimos sepultados.
Orando la Santa por los habitantes de la ciudad de Nápoles, Dios se queja de los muchos pecados con que le ofenden, los estimula a la enmienda y los amenaza. Léase con mucha reflexión.
Capítulo 18
A una persona que se hallaba en vela orando, dice santa Brígida, y dedicada a la contemplación, mientras estaba en un arrobamiento de elevación mental, se le apareció Jesucristo y le dijo: Oye tú, a quien es dado oir y ver las cosas espirituales, observa con cuidado y retén en tu memoria lo que ahora oyeres y de mi parte has de anunciar a la gente.
No digas estas cosas por adquirirte honra o humana alabanza, ni tampoco las calles por temor de humano improperio y desprecio; pues lo que ahora has de oir no se te manifiesta por ti solamente, sino también por los ruegos de mis amigos; porque varios escogidos amigos míos de la ciudad de Nápoles me han estado rogando durante muchos años con todo su corazón, con súplicas y penitencias en favor de mis enemigos que habitan en la misma ciudad, para que les manifestase yo alguna gracia, por medio de la cual pudieran apartarse de sus corrupciones y pecados y restablecerse de un modo saludable. Movido yo por tales súplicas, te digo las siguientes palabras, y así oye con atención lo que te hablo.
Yo soy el Creador de todas las cosas y Señor, tanto de los demonios, como de todos los ángeles, y nadie se libertará de mi juicio. De tres maneras pecó contra mí el demonio: con la soberbia, con la envidia y con la arrogancia, esto es, con el amor de la propia voluntad. Fué tan soberbio, que quiso ser señor sobre mí, para que yo estuviese sometido a él. También me tenía tanta envidia, que si posible fuera, de buena gana me hubiera muerto, para ser él el Señor y sentarse en mi trono.
Y quiso también tanto su propio voluntad, que nada se cuidaba de la mía, con tal de que él pudiera hacer la suya; y por esto cayó del cielo, y de ángel fué hecho demonio en lo profundo del infierno. Viendo yo después su malicia y la gran envidia que al hombre tenía, manifesté mi voluntad y di mis mandamientos a los hombres, para que cumpliéndolos, pudieran complacerme y desagradar al demonio. Más adelante, por el amor que siempre tengo a los hombres, vine al mundo y tomé carne de la Virgen, les enseñé también por mí mismo con obras y palabras el camino de la salvación, y para manifestarles perfecta caridad y amor les abrí el cielo con mi propia sangre.
Pero ¿qué hacen ahora conmigo los hombres que son enemigos míos? Desprecian del todo mis preceptos, me arrojan de sus corazones como abominable veneno, me escupen también de su boca como cosa podrida, y detestan verme como a un leproso que huele muy mal; mas al demonio y a sus hechuras las abrazan con todo ahinco e imitan sus obras, introducen a aquel en sus corazones, y con gusto y alegría hacen la voluntad de ese mal éspíritu y siguen sus malignas inspiraciones.
De consiguiente, por justo juicio mío irán con el demonio al infierno eternamente y sin fin, y por la soberbia que tiene sufrirán confusión y eterna vergüenza, de tal suerte, que ángeles y demonios dirán de ellos: Hállanse llenos de confusión hasta lo sumo. Por la insaciable codicia que ellos tienen, cada demonio del infierno los llenará de su veneno mortífero, de manera que en sus almas no quedará vacío lugar alguno que no esté lleno de veneno diabólico. Y por la lujuria en que están ardiendo como animales estúpidos, nunca serán admitidos a ver mi rostro, sino que serán separados de mí y privados de su desordenado placer.
Tendrás entendido también, que aunque todos los pecados mortales son gravísimos, has de saber, sin embargo, que se cometen dos pecados que ahora te nombro, los cuales traen consigo otros pecados que todos parecen veniales; mas porque en intención encaminan a los mortales, y porque la gente se deleita en ellos con voluntad de perseverar aunque los lleven y envuelvan en los mortales, se hacen por tanto mortales en la intención, y en la ciudad de Nápoles comete la gente otros muchos pecados abominables que ahora no quiero nombrarte.
El primero de aquellos dos pecados es, que los rostros de la criatura humana racional son teñidos de diversos colores, con los cuales quedan pintados como las imágenes insensibles y las estatuas de los ídolos, y les parecen a los demás más hermosos de lo que yo les hice. El segundo pecado es, que con las deshonestas formas de vestidos que la gente usa, los cuerpos de hombres y mujeres se desfiguran de su natural estado, y esto lo hacen por soberbia y por parecer en sus cuerpos más lascivos y hermosos de lo que yo, Dios, los crié, y para que los que así los vean sean más pronto provocados e inflamados a la concupiscencia de la carne.
Ten, pues, como muy cierto, que cuantas veces embaduran sus rostros con lo colores, otras tantas se les disminuye alguna infusión del Espíritu Santo, y otras tantas el demonio se aproxima más a ellos; y cuantas veces se adornan con vestidos indecorosos y deshonestas, otros tantas se disminuye el ornato del alma y se aumenta el poder del demonio.
Oh enemigos míos, que hacéis tales cosas y descaradamente cometéis otros pecados contrarios a mi voluntad, ¿por qué os habéis olvidado de mi Pasión, y no veis en vuestros corazones cómo estuve desnudo, atado a la columna y fuí azotado cruelmente con duros látigos? ¿Cómo estaba yo desnudo y daba voces en la cruz, cubierto de llagas y vestido con sangre? Y cuando os pintáis y desfiguráis vuestros rostros, ¿por qué no miráis mi rostro cómo estaba lleno de sangre? Ni tampoco miráis mis ojos cómo se osbcurecieron y estaban cubiertos de sangre y lágrimas, y mis párpados de color lívido.
¿Por qué no miráis todavía mi boca, ni veis mis oídos y barba lo descoloridos que estaban y bañados en la misma sangre, ni miráis mis demás miembros atormentados cruelmente con diversas penas? ¿No veis tampoco cómo por vosotros, cárdeno y muerto estuve pendiente en la cruz, donde hecho la mofa y el oprobio de todos, sufrí los ultrajes, para que con semajante recuerdo y teniendo en él fija vuestra memoria, me amáseis a mí, vuestro Dios, y huyérais de esta suerte de los lazos del demonio, con que estáis horrorosamente atados?
Y puesto que todas esas cosas se hallan puestas en olvido y despreciadas en vuestros ojos y en vuestros corazones, hacéis como las mujeres inflames, que no aman sino el placer y bienestar de su carne y no los hijos. Así, también, lo hacéis vosotros; pues yo, Dios, vuestro Creador y Redentor, os visito a todos, tocando con mi gracia en vuestros corazones, porque a todos os amo. Pero cuando en vuestro corazón sentís alguna compunción o algún llamamiento de inspiración, esto es, de mi Espíritu, o al oir mis palabras formáis algún buen propósito; al punto procuráis el aborto espiritual, excusáis vuestros pecados, os delectáis con ellos, y hasta queréis perseverar criminalmente en los mismos. Hacéis, por consiguiente, la voluntad del demonio, lo introducís en vuestros corazones, y de esta manera, con desprecio me expulsáis a mí; por lo cual estáis sin mí y yo no estoy con vosotros, y no estáis en mí sino en el demonio, porque obedecéis su voluntad y sugestiones.
Por tanto, según ya dije, daré mi sentencia, y antes mostraré mi misericordia. Esta misercordia mía es, que no hay ningún enemigo mío que sea tan gran pecador que se le niegue mi misericordia, si la pidiera con corazón puro y humilde. Así, pues, tres cosas deben hacer mis enemigos, si quisieren reconciliarse con mi gracia y amistad. Lo primero es, que se arrepientan y tengan contrición de todo corazón, por haberme ofendido a mí, su Creador y Redentor. Lo segundo es, una confesión pura, fervorosa y humilde que deben hacer ante un confesor, y enmendar así todos sus pecados, haciendo penitencia y satisfacción según el consejo y juicio del mismo confesor: entonces me acercaré yo a ellos, y el demonio se alejará. Lo tercero es, que después de practicadas las diligencias anteriores con devoción y perfecto amor de Dios reciban y tomen mi Cuerpo, teniendo propósito firme de no recaer en los anteriores pecados, sino de perseverar hasta el fin en el bien.
A todo el que de esta manera se enmendare, al punto le saldré al encuentro como el piadoso padre al hijo perdido, y lo recibiré en mi gracia con mejor gana de lo que él pudiera pensar y pedirme, y entonces yo estaré en él y él en mí, y vivirá conmigo y gozará eternamente.
Pero en cuanto a los que perseveraren en su pecados y malicia, indudablemente vendrá mi justicia sobre ellos; pues como hace el pescador al ver los peces jugando alegres y divertidos en el agua, que entonces echa al mar el anzuelo, y los va cogiendo uno a uno, no todos a la vez sino paulatinamente, y en seguida los mata, hasta acabar con todos; así haré yo con mis enemigos que perseveren en el pecado. Poco a poco los iré sacando de la vida mundanal de este siglo, en la que temporal y carnalmente se deleitan; y en la hora que menos crean y vivan en mayor deleite, entonces les arrancaré la vida, y los enviaré a la muerte eterna, donde nunca jamás verán mi rostro, porque prefirieron hacer y llevar a cabo su desordenada y corrompida voluntad, antes que cumplir la mia y mis mandamientos. Oido así todo esto, desapareció la visión.
La Virgen María se compara a una cuidadosa jardinera de la Iglesia de Jesucristo.
Capítulo 19
Escribe santa Brígida a D. Bernardo, arzobispo de Nápoles, y le dice: Reverendo Padre y señor: Hallábase orando suspensa en un arrobamiento de contemplación esa persona que bien conocéis, cuando se la apareció la Virgen María y le dijo: Yo soy la Reina del cielo que hablo contigo. Soy la jardinera de la Iglesia; pues como el jardinero cuando ve levantarse un viento fuerte y perjudical a las plantas y árboles de su jardin al punto acude de prisa, y en cuanto le es posible los ata y asegura con firmes apoyos, y de esta suerte los socorre de diferentes maneras según sus recursos, a fin de que no sean tronchados por el furioso viento, ni éste los aranque de raíz; igualmente hago yo en el jardín de este mundo, que soy la Madre de la misericordia.
Porque cuando veo entrar en los corazones de los hombres los peligrosos vientos de las tentaciones y de las sugestiones malignas del demonio, al instante acudo a mi Señor y a mi Dios, mi Hijo Jesucristo, ayudándolos con mis oraciones y alcanzando de él que infunda en los corazones de ellos algunos santas inspiraciones del Espíritu Santo, con las que sustentados y robustecidos de un modo saludable, salgan espiritualmente ilesos del diabólico viento de las tentaciones, a fin de que contras los hombre no prevalezca el demonio, arrebate sus almas y las destruya con la condenación eterna, según es su maligno deseo.
Y los que de ese modo reciben mis referidos auxilios y ayudas con humildad de corazón y los ponen en práctica, al instante se ven libres de la acometida de las tentaciones del demonio, y permaneciendo firmes en el estado de gracia, dan a Dios y a mí frutos de suavidad en tiempo oportuno. Mas los que desprecian esos auxilios espirituales de mi Hijo y míos, y dando consentimiento a la obra del demonio se dejan llevar por los vendavales de las tentaciones, son de raíz arrancados del estado de gracia y conducidos por el demonio a los deseos y obras ilícitas hasta venir a parar en los profundos, eternos y tenebrosos suplicios infernales.
Admirable visión en la que Jesucristo, en presencia de toda su corte, dirige la palabra a los pecadores de todo el mundo, estimulándolos con su divino ejemplo y Pasión, y amenazándolos con eternos suplicos, si no se convierten. Es muy notable.
Capítulo 20
Vi un gran palacio, semejante al cielo sereno, en el cual estaba el ejército de la innumerable milicia celestial, como los átomos del sol, y resplandeciendo como los rayos de este astro. Hallábase sentado en el maravilloso trono de este palacio un varón de incomprensible hermosura y Señor de inmenso poder, cuyos vestidos eran de admirable y de indecible claridad. Y delante del que se hallaba sentado en el trono, había una Virgen más brillante que el sol, a la cual todos aquellos individuos de la milicia celestial honraban y veneraban como Reina de los cielos.
Abriendo entonces su boca el que estaba sentado en el trono, dijo: Oid, vosotros todos, los enemigos míos que vivís en el mundo, pues no hablo a mis amigos que hacen mi voluntad. Oid, clérigos todos, arzobispos y obispos y cuantos hay de inferior grado en la Iglesia. Oid, religiosos, de cualquier orden que seáis. Oid, reyes y príncipes, y todos los jueces de la tierra y todos los vasallos. Oid, reinas y princesas, señoras y esclavas, y todos de cualquier condición y categoría que seáis, grandes y pequeños que habitáis la tierra, oid las palabras que ahora os hablo yo mismo que os crié.
Quéjome de que os habéis apartado de mí y habéis creído al demonio, enemigo mío; habéis quebrantado mis mandamientos y seguido la voluntad del demonio, y obedecéis sus inspiraciones, sin tener en cuenta que yo, Dios inmutable y eterno y creador vuestro, bajé de los cielos a las entrañas de la Virgen, tomé de ella carne y habité con vosotros. Por mí mismo os abrí el camino y manifesté la doctrina por medio de la cual iríais al cielo. Me desnudaron y azotaron, fuí coronado de espinas y tan cruelmente extendido, que casi se deshicieron todos los tendones y coyunturas de mi cuerpo. Oí todo linaje de oprobios, y por vuestra salvación padecí una muerte muy ignominiosa y amarguísimo dolor de corazón.
Nada de esto consideráis, enemigos míos, porque estáis alucinados. Y así, lleváis con engañosa suavidad el yugo y carga del demonio, y vivís en la ignorancia, ni sentís ese yugo hasta que viene el dolor con una carga interminable; ni os basta nada de esto, sino que es tanta vuestra soberbia, que si pudiérais subir sobre mí, lo hariais de buena gana; y es tanta la sensualidad de vuestra carne, que mejor quisiérais carecer de mí, que dejar vuestro desordenado deleite. Vuestra codicia es también tan insaciable como un saco horadado, porque nada hay que pueda satisfacerla.
Por consiguiente, juro por mi divinidad, que si morís en el estado en que ahora estáis, nunca veréis mi rostro, sino que por vuestra soberbia os sumergiréis tan profundamente en el infierno, que todos los demonios estarán sobre vosotros, afligiendoos inconsolablemente: por vuestra lujuria seréis llenos del horrible veneno del demonio, o por vuestra codicia os llenaréis de dolores y angustias, y seréis participantes de todos los males que hay en el infierno.
Oh enemigos míos, abominables, degenerados y desagredecidos; sois a mis ojos como el gusano muerto en el invierno; haced, pues, lo que queráis y prosperad ahora. Pero yo me levantaré en el estío, y entonces callaréis y no os libraréis de mi mano. Mas con todo, oh enemigos, porque os redimí con mi sangre y nada busco sino vuestras almas, volveos todavía con humildad a mí, y con gusto os recibiré como a hijos. Sacudid de vosotros el pesado yugo del demonio y acordaos de mi amor, y veréis en vuestra conciencia que soy manso y suave de corazón.
Revela Dios a la Santa el día de su muerte, anúnciale además cuánto bien han de hacer a su tiempo estas revelaciones, y que derramará su divina gracia en los que las reciban con humildad y devoción.
Capítulo 21
Cinco días antes del fallecimiento de santa Brígida acaecióle a esta esposa del Señor, que delante del altar que en su cuarto estaba, apareciósele con alegre rostro nuestro Señor Jesucristo y haciéndosele manifiesto le dijo: He hecho contigo como suele hacer el esposo, que se oculta de su esposa, para que esta lo desee más; así yo no te he visitado con consuelos durante este tiempo, porque era el tiempo de tu prueba. Pero probada ya, camina y prepárate, porque ya es tiempo de que se cumpla lo que yo te había prometido, a saber, que te vistieras de Religiosa y fueras consagrada delante de mi altar, y desde ahora serás tenida no solamente como esposa mía, sino también como monja y religiosa en Ubatesten.
Ten no obstante, entendido, que aquí en Roma dejarás tu cuerpo, hasta que llegare al punto que le está preparado, porque es mi voluntad dispensarte tus penalidades y admitir como obra tu buena voluntad. Después dijo el Señor a la Santa: Dile al Prior que entregue estas palabras mías de las presentes revelaciones a los religiosos y a mi obispo, al cual daré el fervor de mi Espíritu, y lo llenaré de gracia. Has de saber que cuando fuere mi voluntad, habrá quienes con dulzura y gozo recibirán estas palabras de las celestiales revelaciones que hasta ahora se te han hecho, y se cumplirá todo lo que te he dicho.
Y aunque a muchos por su ingratitud se les ha privado de mi gracia, vendrán no obstante otros que se levantaran en lugar de ellos y alcanzarán mi gracia. Entre las últimas palabras de todas las revelaciones que se te han hecho, se ha de poner aquella común y universal revelación que te hice en Nápoles, pues mi juicio se cumplirá sobre todas las gentes que, según se te ha manifestado no vuelven a mí con humildad.
Después de decir el Señor esto y mucho más que aquí no se pone, hizo la Santa mención y dió encargos respecto a varias personas que existían antes consigo, las cuales dijo haberlas visto antes de su muerte en presencia de Dios. En seguida de esto volvió a decirle el Señor: En la mañana del jueves, después que recibieres los Sacramentos, llama de oculto a las personas presentes que existen contigo y ya te he nombrado, y diles lo que deben hacer; y de esta suerte entre sus palabras y manos vendrás a mi monasterio, esto es, a mi gozo, y tu cuerpo será colocado en Ubatesten.
Al alborear del jueves se le volvió a aparecer a la Santa nuestro Señor Jesucristo, consolándola; y después de oir misa y de recibir con suma devoción y reverencia los santos Sacramentos, en manos de las referidas personas entregó su espíritu aquella gloriosa esposa del Señor.