EL POEMA DE LAS ROSAS
Me gustaban las rosas, Madre mía,
pero supe que un día,
en la gloria del alba deslumbrante,
tus manos luminosas
–nido de mi esperanza y mis amores-
tomaron un fragante
puñado de esas rosas milagrosas
llenas de transparencia y de rubores;
y, obedeciendo a todos tus anhelos,
pintaron de una tilma en la aspereza,
con todas las bellezas de los cielos,
el cielo virginal de tu belleza…
Y hoy las amo, Señora,
con un amor que con tu amor se inflama.
Y al mirar que el abril las desparrama
con alarde gentil, el huerto enflora,
cuajándolo de estrellas,
pienso en la dulce aurora,
en que cayeron de tus manos bellas.
Y… sueño que un día
–en el alba radiosa cual ninguna-
tú me pondrás tus flores, una a una,
dentro del alma mía…
Y en esa tilma oscura,
de tosquedades y miserias llena,
las manos de tu amor y tu ternura,
pintarán tu magnífica hermosura,
con milagro inmortal, Virgen morena.